Titulo completo:
La fábula del chico que quería llevar un uniforme negro.
PARTE 1: De cómo nuestro protagonista crece y sueña.
Llegar a las SS había sido su vida, sobre todo las Allgemeine SS, con esos uniformes negros, elegantes, imponentes, las grandes gorras, las brillantes botas. Había sido un chico responsable, pero ahora salía de la adolescencia con 18 años y estaba algo perdido, sobre todo por la realidad que le rodeaba. Para cualquier alemán avezado, y el muchacho lo era, el final del año 1943 y los acontecimientos que en ese momento ocurrían no podían llevar a otra conclusión que al presentimiento de que la guerra se iba a perder. No podía pensar mucho en ello, se angustiaba demasiado, nadie le había explicado que ocurriría si Alemania perdía la guerra, esa posibilidad nunca se había contemplado. ¿Que vendría entonces? ¿Quien si no el führer cuidaría de nosotros? Los comunistas, destruirían Alemania hasta la última piedra, matarían hasta el último ser vivo sobre la tierra alemana, también en el resto del mundo probablemente, y los que sobrevivieran milagrosamente serían esclavos de los ivanes. Por todo esto, procuraba no pensar en una guerra perdida, solo en una mala racha en el frente del Este, y por eso se guardaba mucho de hacer comentarios pesimistas, eso podría implicar cosas muy malas, no muy definidas pero aun así terribles. Todo era confianza, sonrisas de labios apretados, una confianza basada en ideas demasiado abstractas y en castigos tan ocultos como presentes. Él era nazi, naturalmente, bueno, no lo era realmente, sólo sobre el papel. Ingresó en las HJ a la edad reglamentaria y llegó a ocupar algún puesto de cierta responsabilidad, pero no era un líder nato, nunca fue el “führer” de un grupo, ni con uniforme ni sin él, pero por lo menos conseguía segundos puestos adelantando a compañeros mucho mas preparados que él, siempre pensaba que el ángel de la guarda del que le hablaba su madre realmente existía, o de que alguien con un puesto muy importante, un gran jerarca, se había fijado en él y le ayudaba en secreto, soñaba con ser el apadrinado de Goering, alguien que le había parecido siempre una figura especialmente paternal, aunque no fuera consciente de ello. No es que estuviera en una forma física excepcional, acababa exhausto cada entrenamiento diciéndose a si mismo que lo dejaba, pero cuando llegaba a casa y veía su uniforme, las insignias, los soldaditos de plomo de la Leibstandarte, los vehículos de las Waffen, se decía que merecía la pena todo el esfuerzo, aunque en realidad su sueño desde niño había sido entrar a formar parte de las Allgemeine. No eran realmente nazis por Dios, una frase que había oído a su padre decirle a su madre en voz baja pero energica, aunque ambos eran mienbros del NSDAP desde 1934, había que saber posicionarse en los duros tiempos que corrían, y si un pin con una esvástica proporcionaba más alimentos que no tener ningún pin, era una simple cuestión de sentido común, y su padre lo tenía a raudales. Su familia y el mismo no creían a pies juntillas en la ideología nazi, bueno, en algunas cosas sí, la opresión sobre las clases medias-bajas por parte del capitalismo feroz proveniente del extranjero, o cómo comunistas y judíos habían traicionado al pueblo alemán., esa puñalada en la espalda que se convertido en un tema recurrente hacía ya años, aunque parecían siglos. Pero en realidad no os equivoquéis, les daba un poco igual. A nuestro joven miembro de las HJ particularmente, le daba bastante igual, incluso le daba pereza pensar en ideologías, los discursos de Goebbels eran terriblemente aburridos, los de Hitler habían sido excitantes al principio pero ya no brillaban tanto, prefería pensar en los mariscales de campo con sus uniformes, sus medallas, o los miembros del partido que con uniforme negro o marrón, pero siempre con la gorra que lucía el águila nacional, aparecían en la prensa junto a Hitler. Le encantaba el águila nacional, cada vez que veía una recorría el trazo de las alas y observaba como estas se hacían cada vez más estrechas, y la cabeza, esa mirada desafiante, y las garras sosteniendo la esvástica, le gustaba imaginar cómo los enemigos de la patria temblaban cada vez que veían ese emblema. Si hay que decir la verdad, le gustaba más el águila que la esvástica sobre fondo blanco circular superpuesto al rojo, el brazalete de su padre le parecía algo pretencioso, hasta extraño, ajeno a él. De pequeño había sido reprendido en varias ocasiones por miembros de la S.A. por jugar en sitios prohibidos o por acercarse demasiado a una tienda con una estrella pintada en la puerta, cuando precisamente había sido esa novedad decorativa lo que le atraía a la tienda que había estado ahí de toda la vida, y alguna vez se había llevado un coscorrón por parte de un camisa parda sin venir a cuento. Además, sus padres, que eran junto a Hitler pero un poquito más, los modelos a imitar, hablaban en casa de cómo el borrachín de la calle había llegado a ser alguien dentro de los cuadros de mando de las S.A. locales, aunque luego había sido trasladado y no se le había vuelto a ver más, lo cual en el fondo había sido un regocijo para sus vecinos, ya no daría más la lata cantando esa canción que se oía por todas partes, canción que al parecer también había escrito un S.A. Cuando a partir del verano de 1934 cuando apenas tenia 8 años recordaba como los SS empezaron a aparecer por todas partes, ocupando las tareas que antes realizaban los S.A. No sabía muy bien porqué pero se alegró bastante. SS, SS, SS, SS, repetía constantemente, y soñaba con llevar las runas en el cuello de su uniforme, y llegar a ser un coronel o comandante, con un gran puesto (administrativo eso sí) donde haría una gran labor para el Reich, y todos conocerían su nombre, y admirarían su uniforme y sus galones, y hasta puede que alguna callecita de la zona fuera bautizada con su nombre, siempre con el Obersturmbannführer SS delante claro. Estaba tranquilo, ganarían la guerra, el Reich duraría mucho más que su propia vida y tendría todo el tiempo del mundo para alcanzar sus sueños, o por lo menos eso pensó el 1 de enero de 1944, mientras cenaba lo que había sobrado de la comida de año nuevo a la luz de las velas.