El general Zeitzler, jefe de Estado Mayor General del Ejército de Tierra, discute con Hitler sobre la salvación del Ejército de Stalingrado.
Las dramáticas conversaciones se desarrollaron en las noches del 23 y el 24 de noviembre de 1942, en el Cuartel General del Führer, en el "Reducto del Lobo", en Rastenburgo. Zeitzler las ha referido en un artículo que contiene sus recuerdos sobre la batalla de Stalingrado y en el libro "The Fatal Decisions", publicado en 1956. El texto ha sido traducido del inglés.
— En vista de que las operaciones que se propusieron para la liberación del sexto ejército no han podido obtener ningún éxito, es decisivo dar las órdenes para que se lleve a cabo una ruptura del cerco. Debe hacerse inmediatamente: es el último momento posible.
Mientras yo hablaba, Hitler se iba poniendo visiblemente más y más enfadado. Había intentado varias veces interrumpirme, pero yo no se lo había permitido, porque sabía que aquella era mi última oportunidad y debía expresarme hasta el fin. Cuando terminé, gritó:
— ¡El sexto ejército debe permanecer donde está! Es la guarnición de una fortaleza y el deber de las tropas de una fortaleza es resistir el asedio. Si es necesario, tendrá que pasar allí todo el invierno, y ya lo liberaré en una ofensiva de primavera.
Aquello era pura fantasía. Insistí:
— Stalingrado no es ninguna fortaleza. Tampoco hay modo alguno de abastecer al sexto ejército.
Hitler se enfadó todavía más que antes y gritó aun más ruidosamente:
— El mariscal Göring ha dicho que él abastecerá al ejército por vía aérea.
Entonces yo grite también:
— ¡Eso es una insensatez!
Hitler no cejaba:
— ¡No me apartaré del Volga!
Dije en voz alta:
— ¡Mi Führer! Sería un crimen dejar al sexto ejército en Stalingrado. Significaría la muerte o el cautiverio de un cuarto de millón de hombres. Toda esperanza de liberarlos sería inútil. La pérdida de ese ejército rompería la columna vertebral del frente Este.
Hitler se puso muy pálido pero no dijo nada. Me miró con rostro helado y apretó el botón del timbre que tenía sobre su mesa de escritorio. Cuando apareció su oficial ayudante de las S.S. le ordenó:
— Vaya a buscar al mariscal Keitel y al general Jodl.
No se cambió entre nosotros una sola palabra hasta que llegaron ambos. Acudieron al momento y sin duda habían estado aguardando en la habitación contigua. Si era así, tenían que haber escuchado nuestras voces a través de las delgadas paredes e la habitación de los planos. No podían haberse engañado en modo alguno sobre la naturaleza el estrépito. Keitel y Jodl saludaron rígidamente. Hitler siguió en pie, con una expresión solemne en el rostro. Estaba todavía muy pálido, pero en el exterior tranquilo. Dijo:
— Tengo que adoptar una decisión muy grave. Antes de tomarla quisiera escuchar el parecer de ustedes. ¿Debo abandonar Stalingrado o no? ¿Qué opinan sobre eso?
Entonces empezó algo que habría podido llamarse un consejo de guerra, procedimiento que hasta entonces Hitler no había utilizado nunca. Keitel, que estaba en posición de firme, dijo con ojos relampagueantes:
— ¡Mi Führer! ¡permanezca usted junto al Volga!
Jodl habló tranquila y objetivamente. Midió sus palabras y dijo:
— Mi Führer, en efecto es una grave decisión la que tiene usted que tomar ahora. Si nos retiramos del Volga, ello significa el abandono de una gran parte del territorio ganado con tan pesados sacrificios durante la ofensiva del verano. Por otra parte, la situación, si no retiramos el sexto ejército, puede hacerse seria. Las operaciones proyectadas para su liberación podrían tener éxito, pero también podrían fracasar. Hasta que veamos los resultados de tales operaciones, en mi opinión debemos seguir en el Volga.
— Ahora le toca a usted — me dijo Hitler.
Por lo visto esperaba que las palabras de los otros dos generales me impulsasen a un cambio de actitud. Aunque era Hitler el que tomaba las decisiones, sin embargo, se preocupaba temerosamente de obtener la aquiescencia — aunque sólo fuese por pura fórmula — de sus consejeros técnicos. Me puse firme a mi vez y dije, con toda la gravedad que me fue posible:
— ¡Mi Führer! Mi opinión sigue invariable. A mi parecer sería un crimen dejar al sexto ejército donde está ahora. No podríamos ni liberarlo ni abastecerlo. Sería sencillamente inmolado y, además, de una manera inútil.
Hitler continuó conservando exteriormente la calma y el dominio de sí mismo, aunque por dentro hirviera de cólera. Me contestó:
— Como usted ve, general, no estoy yo solo con mi opinión. Es compartida por estos dos oficiales, que tiene una graduación más alta que usted. Por tanto, continuaré con la decisión que he mantenido hasta ahora.
Se inclinó rígidamente y quedamos despedidos.
La segunda conversación que quisiera describir de una manera detallada se desarrolló la noche siguiente.
A pesar de la brusca negativa de Hitler a aceptar mis argumentos, yo no quería en ningún modo abandonar mi lucha en pro de la salvación del 6.º Ejército. Sabía por experiencia que ahora tenía que plantear el problema desde otro punto de vista. La decisión de Hitler, que parecía definitiva e incontrovertible, se apoyaba en supuestos estratégicos. En los días siguientes no tendría sentido intentar llevar la discusión a ese terreno. Sencillamente, se negaría a escuchar. Pero la cuestión de abastecimientos no había sido abordada. Mi idea consistía en que donde los argumentos estratégicos habían fracasado, tal vez podrían tener éxito los detalles sobre suministros. Quizás podría conseguir aun que aceptase mi manera de pensar si le mostraba los detalles sobre la situación del abastecimiento del 6.º Ejército y si, basándome en hechos y números concretos, podía demostrarle que el avituallamiento aéreo del Ejército no era practicable. Hitler siempre se mostró muy propenso a dejarse influir por las estadísticas...
Tales hechos fueron desplegados de manera visible en tablas numéricas preparadas por mis colaboradores En cuanto estuvieron listas, solicité una vez más tener una conversación privada con Hitler. De nuevo eligió una avanzada hora de l anoche. A causa de nuestra conversación del día anterior, el recibimiento fue muy frío. Sin embargo, conseguí despertar su interés por los números que le mostraba y me permitió terminar las aclaraciones necesarias para la comprensión completa de las estadísticas. Terminé con las siguientes palabras:
— Después que he estudiado los hechos uno por uno, no cabe más que esta conclusión final: no es posible abastecer a la larga al sexto ejército por el aire.
La actitud de Hitler se tornó helada. Dijo:
— El mariscal del Reich me ha asegurado que es posible.
Repetí que aquello no encajaba. Hitler prosiguió.
— Está bien. El mismo se lo dirá a usted.
Mandó llamar al jefe supremo de la Aviación y le preguntó:
— Göring, ¿puede usted abastecer por aire al sexto ejército?
Göring levantó el brazo derecho y contestó con solemne expresión.
—¡Mi Führer! Le aseguro a usted que la Aviación puede abastecer al sexto ejército.
Hitler me lanzó una mirada triunfante, pero yo me limité a decir:
— La Aviación no puede hacer nada de eso.
El mariscal del Reich tomó un aire sombrío y dijo:
— Usted no está en situación de poderse formar una idea sobre eso.
Me volví hacia Hitler rogué.
—¡Mi Führer! ¿puedo hacerle una pregunta al mariscal del Reich?
— Sí, puede.
—¿Sabe el señor mariscal del Reich — dije — qué tonelaje puede ser transportado cada día al interior de la bolsa?
Göring se quedó visiblemente desconcertado y frunció la frente. Replicó:
— Yo no lo sé, pero los oficiales de mi Estado mayor sí lo saben.
Entonces proseguí:
— Teniendo en cuenta todas las existencias de que dispone ahora el sexto ejército, un consumo absolutamente mínimo y todas las posibles medidas necesarias, el sexto ejército necesitaría diariamente que le llevasen trescientas toneladas. Pero, como no todos los días pueden realizarse vuelos, cosa que yo mismo comprobé el pasado invierno en el frente, eso significa que, en realidad, los días de vuelo habría que llevar quinientas toneladas al sexto ejército, si pudiera mantenerse de manera efectiva este promedio mínimo.
Göring replicó:
— ¡Eso puedo hacerlo!
Entonces perdí mi compostura y exclamé:
— ¡Mi Führer! ¡Eso es una mentira!
Un silencio helado descendió sobre nosotros tres. Göring se puso blanco como la tiza a causa de su cólera. Hitler pasó la vista de uno a otro, visiblemente sorprendido y desconcertado. Por fin me dijo:
— El mariscal del Reich me ha dado su informe y no me queda otro remedio que creerlo. Por consiguiente, sigue en pie mi decisión de un principio.
Entonces dije yo:
— Me gustaría poder formular aun otro ruego.
Hitler preguntó:
— ¿De qué se trata?
Repliqué:
— ¿Puedo, mi Führer, presentarle un informe diario en el que se exprese con exactitud las toneladas de abastecimiento llevadas por el aire al sexto ejército durante las veinticuatro horas anteriores?
Intervino Göring para decir que aquello no era de mi competencia. Pero Hitler rechazó su objeción y me fue permitido presentarle aquel informe diario. De esa manera terminó la conversación
Una vez más todo había sido inútil. Lo único que conseguí fue granjearme la enemistad del mariscal del Reich. Al llegar a este punto me parece obligado indicar que mucho oficiales del estado mayor y jefes de la Aviación compartían desde el principio mi punto de vista. Un cierto número de ellos expresó sus dudas por escrito. Pero no pudieron convencer a su jefe máximo. Este se limitó a dar carpetazo a los informes y se cuidó de que no pudiesen llegar a la mesa escritorio de Hitler.
El relato de Zeitzler sobre el hundimiento del 6.º Ejército acaba con las frases siguientes: "Durante meses yo había luchado por traer a Hitler a la razón y por lograr de él decisiones sensatas. Fracasé. En consecuencia, extraje ciertas conclusiones finales respecto a mi empleo como jefe del Estado mayor General. Busqué a Hitler y le rogué que me revelara. Se puso furioso y contestó ásperamente:
— Un general no tiene derecho a abandonar su puesto."
Hola a todos.
Aquí os dejo un interesante testimonio, que recoje las discusiones que Hitler tuvo con Zeitzler a la hora de decidir el futuro del VI Ejército después de ser cercado.
Había leído algunas partes de él, pero no lo había hecho en su conjunto.
Después paso a comentar algunas cosas.
Fuente: Stalingrado, de Joachim Wieder
Saludos