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El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 3:25 am

I.
El sargento intentó incorporarse por segunda vez. Agachó la cabeza, hundió las manos en la nieve e inclinó el cuerpo hacia delante, pero el resultado volvió a ser el mismo. En realidad no esperaba que sucediera algo diferente. El dolor que sintió en sus piernas al cubrir la escasa distancia que le separaba del camión volcado no auguraba nada bueno. Y ese dolor volvió a repetirse al intentar incorporarse, un dolor exquisito, que inundaba su cerebro con luces que nunca antes había imaginado. Así que se quedó muy quieto de espaldas al camión, mirándose las extremidades inferiores, y la curva imposible que describía una de ellas, y sobretodo el rastro de sangre que había dejado desde el lugar donde cayó cuando salió despedido de la cabina hasta donde se hallaba ahora sentado.
Por lo que podía imaginar, peor suerte había corrido el conductor del camión. Había llamado varias veces a Josef, pero no recibió respuesta alguna; solamente el silbido del viento y alguna que otra explosión a lo lejos, seguramente proveniente de la artillería soviética.
- Esto no pinta nada bien, ¿verdad Josef? dijo en voz alta, aunque sabía que nadie le iba a responder.
Josef. Siempre tan callado y tan reservado. Como ahora, pensó, y reprimió una carcajada. Le vino a la cabeza el día en que le comunicó que los soviéticos los habían rodeado cerca de Kalach, a lo que Josef respondió encogiéndose de hombros y dándose media vuelta. Había cosas que nunca cambiarían.

Levantó la vista y miró hacia la carretera que discurría paralela al camión a unos cincuenta metros. Era una distancia insalvable en el estado en el que se encontraba y era consciente de que nunca llegaría hasta allí para pedir socorro. De todas formas, ¿para qué iba a pedir ayuda? Hacía ya mucho que los pocos vehículos que circulaban no se detenían a recoger a heridos o soldados extraviados de sus unidades. Cerró los ojos, aspiró hondo el frío aire del mes de enero, y dejó que su consciencia se echara a un lado mientras sus piernas le llamaban sin cesar, recordándole dónde estaban y en qué estado. El sueño irrumpió de forma violenta como una marea de aguas oscuras, sumiéndole en una semiinconsciencia nada desagradable y acalló los gritos de sus extremidades.

Faltaba poco para amanecer y Josef conducía el camión a través de la carretera que les llevaba a Karpovka. El enemigo había roto las defensas alemanas en Marinovka, y avanzaba peligrosamente hacia el río Rossoshka. En la retaguardia de la 3ª división de infantería, se hallaban un par de almacenes que aun conservaban abundantes provisiones y suministros que bajo ningún concepto debían caer en manos del enemigo. Las órdenes de intendencia eran claras: transportar hacia el Este el máximo de provisiones antes de que los soviéticos llegaran al complejo de búnkeres.
Josef seguía mudo al volante y el sargento de ojos azules tampoco se esforzaba en conversar con él. Apenas unos monosílabos habían salido de su boca en todo el trayecto mientras ambos tiritaban en la cabina del camión debido a la gélida temperatura que reinaba en el exterior.
Clic, clac, clic, clac… el sargento abría y cerraba su pitillera sin cesar, sin percatarse de ello, pero tampoco parecía importarle al conductor. En realidad no lo oía.
De repente y como por arte de magia, Josef comenzó a decir algo, cosa que sucedía muy de vez en cuando:
- ¿Sabe usted dónde…?
Justo en ese momento aparecieron en la carretera y en medio de la noche un par de soldados andrajosos que levantaban los brazos intentando que el vehículo se detuviese. El camión no pudo detenerse a tiempo y arrolló a los dos soldados mientras Josef daba un rápido volantazo y el sargento gritaba algo que no llegó a salir de su garganta. El neumático izquierdo dio un salto al pasar por encima de unos de los cuerpos y algo oscuro salpicó el parabrisas tras un golpe seco, mientras el vehículo se salía de la carretera con una peligrosa inclinación. Segundos después la oscuridad devoraba al camión que yacía de costado sobre la nieve y sólo el rechinar acompasado de una rueda en el aire delataba su posición.

La marea oscura se retiró, dejando a la vista infinidad de peces que aleteaban en un último intento de no perecer asfixiados. El aleteo subió por sus piernas y finalmente el sargento abrió los ojos. Al principio sólo habían manchas borrosas, pero poco a poco se fue aclarando la vista. Hacia el oeste se alzaban un par de columnas de humo donde aproximadamente se encontraban los almacenes a donde se dirigía junto con Josef horas antes. Buscó su pitillera en el bolsillo de su abrigo, y entre maldiciones recordó que ya no estaba allí. Había amanecido y el sol, como un disco blanco a través de las nubes, apenas irradiaba calor alguno. Se quitó los guantes y se miró las manos, torpes, hinchadas e insensibles. El frío de la noche le había pasado factura, y si sus extremidades superiores no ofrecían un buen aspecto, peor suerte habían corrido sus pies, pues ya no tenía sensibilidad alguna. Al menos ya no se quejaban, y eso era un alivio, aunque sabía perfectamente lo que eso significaba.
- Josef, ¿no se estará fumando mi tabaco, verdad?
El conductor seguía sin responderle.

De repente, a su derecha, por la carretera aparecieron rugiendo un par de camiones que se dirigían al este, seguramente transportando lo poco que habían podido salvar antes de incendiar los almacenes de Karpovka, debido a la inminente llegada del ejército soviético. Al menos alguien había hecho bien su trabajo.
Siguió con la vista a los vehículos hasta que desparecieron en el horizonte tras una pequeña loma cubierta de nieve. Demasiado lejos de la carretera para ser visto. Cientos de vehículos como el suyo se amontonaban a lo largo de la carretera que unía Karpovka con Stalingrado.
Se quedó un buen rato mirando la loma aunque los camiones ya hacía rato que habían desaparecido y el rugir se sus motores había dado paso al silbido del viento en la estepa, cuando empezó a nevar de nuevo. Se subió el cuello del abrigó y se acurrucó con mucho cuidado contra el camión, aunque sus piernas volvieron a gritarle que se estuviera quieto.

Re: El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 11:04 am

Pues está muy bien. Me ha gustado mucho la imagen de cuando se despierta. Ese I. implica una continuación, ¿no? :roll: :D

Re: El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 11:11 am

Fue el primer relato que leí en mi vigilia de anoche. A la espera de la continuación :)

Re: El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 11:40 am

Gracias. Pues vaya vigilia... :wink:
Sí hay un II pero me trae por la calle de la amargura, pues ya lo he rehecho dos veces y no me acaba de convencer.

Saludos

Re: El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 12:17 pm

Eso ocurre en las mejores familias. Eso puede entenderse como una excusa, pero en realidad te despoja de ella :mrgreen: .

Re: El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 2:32 pm

Pues no le des más vueltas, Paradise, que estas cosas cuanto más se piensan es peor. Teclea el último punto y listo, que estamos esperando. :)

Saludos.

Re: El infierno blanco

Mar Sep 01, 2009 2:41 pm

Je je
He puesto de moda los seriales por entregas. :mrgreen:
Tengo que leer el de Bitxo, que aún no lo he hecho, sólo la primera entrega, y me gustó mucho.
Y este lo leeré después del de Bitxo, porque si no, se entera y nos abrasa con los crucigramas.
Saludos a todos.

Re: El infierno blanco

Jue Sep 03, 2009 3:26 pm

Me está gustando mucho, continua porque nos has dejado a todos con la intriga :roll:

Re: El infierno blanco

Sab Sep 12, 2009 4:37 pm

Bueno veo que cada vez más gente se va animando a escribir sus relatos. Aunque no es lo mio podria intentar uno.
Espero la continuación Paradise, esto promete.

Saludos.

Re: El infierno blanco

Lun Oct 19, 2009 3:56 am

y II.
Permaneció inconsciente lo que le parecieron un par de horas, aunque había perdido por completo la noción del tiempo. La nieve se había amontonado sobre sus piernas, y las había sepultado parcialmente, por lo que intentó apartarla para evitar que se le congelaran, pero sus manos apenas respondían. El sargento de ojos claros alzó la vista y comprobó que el sol, o lo que podía adivinarse de él a través de las densas nubes, ya había comenzado a descender, y dedujo que había permanecido inconsciente más tiempo de lo que pensaba. Era el fin. Sólo era cuestión de tiempo, pero a fin de cuentas no era tan horrible ya que la congelación mitigaba el dolor de sus miembros. ¿Qué solía hacerse en esos casos, cuando uno estaba al borde la muerte? ¿Vendrían a su mente pensamientos y reflexiones transcendentales? ¿Juzgaría él mismo su existencia, haría de juez y pondría en una balanza lo bueno y lo malo, para saber si había valido la pena? ¿Hallaría la respuesta final sobre el sentido de la vida y la muerte? Simplemente se maldijo por haber perdido la pitillera y no poderse fumar un último cigarro tranquilamente, allí, recostado en el camión, mientras empezaba a oscurecer. Los temblores que hasta ahora habían sido leves, comenzaron a transformarse en escalofríos violentos y cada vez más frecuentes. De todas formas quería despedirse de su mujer, por si más adelante alguien lo encontraba allí sentado para siempre. Torpemente y con una coordinación cada vez más lenta y pobre intentó abrir los botones del abrigo, para sacar el diario de su bolsillo interior. Se quitó los guantes con los dientes y se miró extrañado el color azulado de sus manos. Tiró del abrigo hasta que se desprendieron algunos botones y extrajo del interior su diario con tapas negras. Lo abrió sobre su regazo con manos temblorosas e intentó apoyar el lápiz en la parte superior de una hoja mientras bailaba frenéticamente. La nieve empapó las hojas, y comenzaron a diluirse lentamente las letras que formaban las palabras, y las frases que llenaban las hojas del diario, como si aquel pasado ya no quisiera ser recordado. Lo miró en silencio incapaz de poder escribir nada. Tenía tantas lágrimas que no podía verter, tenía tantas líneas que no podía escribir…
El diario resbaló sobre su regazo y se deslizó a un lado. Entonces se dio cuenta de que se había orinado encima, incapaz ya de controlar sus impulsos.

Abrió los ojos desorientado, alertado por unas explosiones. No sabía dónde se hallaba, ni qué le había sucedido, hasta que poco a poco, los recuerdos volvieron a su cabeza con implacable crueldad. Miró hacia su derecha y vio como los T-34 bajaban por una loma abriendo fuego contra lo que debían ser los almacenes de intendencia a los que nunca llegó. Por increíble que pareciera aun había allí algo de resistencia. Seguramente se trataba de los últimos rezagados que se habían acercado al complejo de búnkeres buscando desesperadamente algo que llevarse a la boca y los rusos los habían alcanzado y dado caza allí mismo.
Por la carretera una muchedumbre renqueante se dirigía al Este, una columna de hombres vencidos, que huía en completo desorden del enemigo, una masa gris sin otro objetivo que dar un paso tras otro, hasta que las fuerzas les abandonasen. Los heridos se apoyaban en sus camaradas o en muletas improvisadas, mientras que los más graves eran arrastrados en una especie de trineos, todo a cámara lenta, a pesar de la cercanía del enemigo, que ya había incendiado y destruido las antiguas posiciones alemanas. Eran hombres sin voluntad, hombres vencidos por la guerra y el horror, por el hambre y el cansancio, como tierra diluida en el agua del río Volga.

—¡Eh! ¡Aquí! —gritó Hermann desde el camión, pero apenas podía alzar la voz.
—¡Ayuda! —intentó gritar, pero la voz se le quebró como la pizarra bajo los golpes del martillo.
La columna seguía su lenta marcha, inexorable, monótona, hacia el Este. Y Hermann la seguía, pero con la mirada.
De repente recordó el cálido beso de despedida en la estación de Würzburg, su olor, su especial manera de sentarse en la silla de la cocina y el goteo del grifo en la bañera cuando solían compartirla. Y decidió que valía la pena intentarlo.

Se dejó caer de lado, y para sorpresa suya, los peces de la marea volvieron a morderle, recordándole el estado de sus piernas. Desoyó sus consejos y se arrastró con la ayuda de sus manos, mientras la nieve se introducía en su boca. Primero una mano, después otra, sin pausa, un esfuerzo titánico, quemando sus últimas fuerzas. No quería que se cerrase el grifo de la bañera. Mientras siguiera goteando se arrastraría hasta la carretera .
—¡Ayudammfff! —gritó mientras tosía y escupía la nieve de la boca, arrastrándose hasta su posible salvación.
Los brazos empezaron a entumecerse y a cada movimiento, sus piernas le enviaban cientos de alfileres directos al cerebro. Apenas podía ya respirar, y no tenía fuerzas para seguir su alocada excursión, pero ya debía estar muy cerca.
Hermann levantó la cabeza, y contempló atónito como en la lejanía, aquella columna de seres desprovistos de voluntad se perdía en el último recodo de la carretera, como una gigantesca lombriz ciega. Intentó llamarles la atención, pero no salió ningún sonido de su garganta, pues la asfixia le impedía casi respirar. Giró la cabeza, miró hacia atrás y comprobó que desde el camión hasta donde se hallaba apenas había cuatro metros de distancia.
Derrotado, dejó caer la cabeza que se hundió en la nieve. El ruido de cadenas sobre la carretera y las voces de los rusos perdiéndose hacia el Este no llamaron su atención y siguió inmóvil boca abajo, respirando con dificultad, insignificante.
De repente oyó algo, algo que estaba fuera de lugar allí en medio de la estepa. Agudizó su oído. Alguien estaba llorando. Abrió los ojos y escuchó atentamente. ¿Sería Josef? Pero no lo veía por ningún lado, ni siquiera al lado del camión. No tardó mucho en darse cuenta que era él quien lloraba, y se quedó allí tendido, sollozando.

Las estrellas hicieron acto de presencia en un cielo sin nubes. La inmensidad del firmamento cayó pesadamente sobre él, y lo engulló, produciéndole una especie de vértigo. El cielo lo era todo, no había espacio intermedio, no había cuerpo, sólo la una mirada hipnótica, clavada en aquella bóveda. Ya no había sufrimiento, no había guerra, no existía la voluntad destructiva del ser humano, sólo unas estrellas que le devolvían la mirada, y cuando él ya no estuviera, seguirían allí, mirando, como lo venían haciendo desde hacía miles de años, ajenas a conflictos triviales, que se perderían en las brumas del tiempo.
Hermann parpadeó, apretó con su mano la nieve, y el grifo de la bañera dejó de gotear.

Re: El infierno blanco

Lun Oct 19, 2009 11:52 am

Muy buen relato, sí señor. A saber cuántos desgraciados sufrieron la misma suerte que el personaje. Un episodio de tragedia cercana a una salvación que se muestra, en cambio, inaccesible. Así es la guerra, y así nos la cuenta Paradise :wink: .

Re: El infierno blanco

Mar Oct 20, 2009 12:31 pm

Las segundas partes a veces son mejores, y en este caso queda claramente demostrado. Muy bien contado Paradise, muy bien contado. :)

Saludos.

Re: El infierno blanco

Mar Oct 20, 2009 8:35 pm

Un gran remate, Paradise. Muchas veces las grandes historias se fundamentan en las (aparentemente) pequeñas cosas.

Re: El infierno blanco

Mar Oct 20, 2009 10:14 pm

Pues muchas gracias a los tres, porque llegué a reescribir la segunda parte tres veces, hasta que me salió algo con pues y cabeza. A veces algo de música ayuda a que las ideas fluyan con más claridad.
Lo del cielo con las estrellas supongo que es algo que habréis experimentado todos alguna vez en algún momento. Tumbarse boca arriba en el suelo, una noche sin nubes y mirar hacia arriba hasta que las estrellas parece que nos absorvan y tiren de nosotros.

Saludos

Re: El infierno blanco

Mar Oct 20, 2009 10:30 pm

Una preciosidad de relato, ParadiseLost. Me ha gustado mucho. Si alguna vez tenéis la posibilidad de visitar la isla de La Palma os aconsejo que viváis la experiencia de contemplar las estrellas en un cielo inmenso...quizá como el que vio, por última vez, el Sargento...

Re: El infierno blanco

Sab Oct 24, 2009 3:49 am

Ohhh.. que buen relato..
con mucha nostalgia y congojo.. te felicito Paradise .. espero que no sea el ultimo :wink:

Saludos fraternales !

Re: El infierno blanco

Sab Oct 24, 2009 5:19 pm

Fantástico relato Paradise. Me ha encantado como describiste el momento.

Saludos.

Re: El infierno blanco

Jue Oct 14, 2010 5:03 am

Genial Paradise estuvo genial y si ojala y que no sea el ultimo jeje , por que escribes bien y muy interesante excelente Paradise :)

Re: El infierno blanco

Lun Oct 21, 2013 10:38 pm

Excelente relato Paradise!...un poco tarde para las felicitaciones 8)

Re: El infierno blanco

Jue Nov 28, 2013 2:28 pm

Buen relato compañero. Lo acabo de leer.

Un Saludo.
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