He leído atentamente la amplia entrevista a Joanna Bourke que realiza Fernando Cohnen en el Muy Historia del mes de Marzo de 2009, dedicado a la “Historia Secreta de la Segunda Guerra Mundial”.
El motivo de la entrevista es la publicación en España del libro “Sed de Sangre”, en el cual la historiadora neozelandesa, basándose en una muy amplia recopilación de datos personales (cartas, diarios, testimonios…), relata aspectos hasta ahora inéditos sobre los sentimientos de los soldados en los combates cuerpo a cuerpo tanto durante la Segunda Guerra Mundial, en particular, como en el resto de las guerras del siglo veinte. Se trata de un libro duro y descarnado en el que explica con todo lujo de detalles cómo se preparaba a los soldados para odiar al enemigo, aspecto más que conocido a día de hoy, pero en el que también detalla un sentimiento hasta ahora no reconocido: el placer que sentían aniquilando al enemigo.
A diferencia de muchas otras obras, que cuentan los actos heroicos en las guerras, el libro de Joanna Bourke se centra en la violencia, el odio y el placer que sienten algunos soldados a la hora de matar. “Al leer los diarios que escribieron los soldados me llamó mucho la atención que contenían relatos heroicos y patrióticos. Pero aquello no tenía nada que ver con la violencia que ejercían en el frente de batalla” –dice Bourke al respecto-.
Ante la pregunta de una posible explicación a por qué muchos soldados participantes en el conflicto reconociesen haber sentido placer cuando mataban, la respuesta es la siguiente: “Para los soldados que estaban viviendo el horror de la guerra, aquellas reacciones eran una forma de afrontar el trauma que suponía estar en primera línea de fuego. Algunos de los combatientes (…) eran capaces de embriagarse con la violencia. Los hay que pensaban que luchar era divertido y otros creían que no era tan excitante. Pero casi todos mostraron gran brutalidad en el campo de batalla, algo que les sorprendió años después, cuando ya había finalizado la guerra. Con el paso del tiempo, muchos se atrevieron incluso a reconocer que la matanza les había proporcionado un placer orgásmico”.
Respecto al frente Oriental, considerado como el mayor infierno de la Segunda Guerra Mundial, la historiadora opina que además de infernal, fue el escenario de mayor crudeza y crueldad de la historia de la guerra moderna. A la violencia ejercida por los ejércitos alemanes en la invasión de la Unión Soviética, con un balance en pérdidas de vidas humanas de unos veinte millones de rusos, el Ejército Rojo respondió con una terrible venganza: en el camino hacia la conquista de Berlín, el pillaje, las violaciones a mujeres y los asesinatos fueron parte de la vida cotidiana. “El escenario de guerra en Occidente fue muy distinto: no se cometieron tantas salvajadas. Al fin y al cabo, los territorios de Inglaterra o Estados Unidos nunca fueron invadidos, y sus mujeres tampoco fueron violadas por el enemigo.”
Al autor de la entrevista le resulta llamativa la coincidencia temporal entre la invasión alemana de Rusia y el inicio de la matanza sistemática de judíos por parte de los nazis, ante lo cual Joanna Bourke afirma que es imposible separar el Holocausto del inicio de la operación militar contra la Unión Soviética: “Para la mentalidad de Hitler, la amenaza de los judíos y la del bolchevismo eran lo mismo. Hitler pensaba que para la expansión de Alemania era necesario invadir la Unión Soviética, con lo cual conseguía mano de obra y los recursos naturales de aquel enorme territorio. Sin embargo, otro objetivo fundamental de Hitler era el exterminio del “'bolchevismo judío.”
Bourke afirma que hay bibliotecas enteras que tratan de explicar cómo es posible que una sociedad tan culta y civilizada como la alemana llegara a cometer tales atrocidades. Aún no ha sido posible encontrar una respuesta. "(…) en la Alemania de los años treinta hubo una voluntad política, encarnada por Hitler, que hizo posible aquel comportamiento. Y ese liderazgo político necesitó una guerra para provocar una situación deshumanizada en la sociedad alemana, una situación de barbarie que a su vez fue utilizada contra el enemigo. Y esta es la definición de la guerra total, un conflicto bélico en el que todos están implicados, del que nadie puede escapar, da igual que sean hombres, mujeres o niños.”
Una cuestión interesante que resalta la historiadora en su libro es el comportamiento de los pilotos. Siendo la aviación un gran avance tecnológico en la Segunda Guerra Mundial, cabe preguntarse si los pilotos lograron distanciarse del horror y destrucción que provocaban en el enemigo. “Los pilotos describieron con frecuencia una sensación de omnipotencia; se sentían casi como dioses. Al estar allí arriba, sobrevolando el escenario de guerra a tanta altura, no percibían la muerte que provocaban. No veían la cara del enemigo. Muchos pilotos narraron la belleza de la destrucción, las luces y fogonazos que velan desde sus cabinas. Todo era tan distante y a la vez tan emocionante que muchos se sentían enardecidos.”
Las tripulaciones de los aviones se comparaban con caballeros medievales modernos, como si estuvieran por encima de los soldados de infantería y de sus miserias. Pero esto no solo les ocurrió a los pilotos. “Los soldados de infantería implicados en actos de guerra también intentaron inscribir su propia experiencia en algún tipo de mito o de relato heroico. Era una manera de convencerse a si mismos de que estaban haciendo algo digno y caballeroso. En las cartas que enviaban a sus seres queridos describían sus actos como si estuvieran inscritos en un tipo de guerra más antigua, lo que no guardaba ninguna relación con la realidad.”
El libro describe cartas enviadas por los combatientes a sus familiares. En ellas aparece gran número de referencias a los combates cuerpo a cuerpo, donde muchos soldados contaban estas supuestas luchas para tratar de transmitir a sus familiares el aspecto valeroso y heroico de combate. En sus cartas insistían mucho en la necesidad de tomar decisiones drásticas: “Era él o era yo". Sin embargo parecía que esa visión heroica, su planteamiento como un ritual de iniciación, en el que uno se hacia un hombre, convertían el combate y la experiencia de guerra en algo mas honorable. Curiosamente, aquel sentimiento de convertirse en hombres y de participar en hechos heroicos fue alentado por los que estaban en casa y muy especialmente porque las mujeres, que parecían tener aún todavía mas sed de sangre que los hombres. Este hecho lleva a plantearse si los familiares eran más violentos que los propios a combatientes.
“En el frente de batalla, los soldados eran conscientes de que el enemigo también padecía su misma fatiga, hambre y desesperación. El que estaba en casa no sentía aquel sufrimiento. Por un lado estaban los familiares que permanecían en la retaguardia, por otro lado los soldados que rara vez vivieron el combate, y finalmente el reducido numero de combatientes que realmente participó en la lucha –cuenta la historiadora-. Lo que me impresionó fue que estos soldados, los que estaban en primera línea de batalla, tenían una visión más humanizada del enemigo. Se sentían integrantes de una especie de comunidad de sufrimiento. Sin embargo, los soldados estadounidenses que lucharon en el frente del Pacífico no sintieron ninguna piedad por el enemigo.”
De hecho, el libro desvela que muchos soldado americanos mutilaron cadáveres de japoneses para llevárselos como trofeos, aspecto que Bourke trata de resaltar, porque la gente suele hablar de la Segunda Guerra Mundial como un todo.
“Hubo diferentes escenarios. Para los ingleses y los americanos, la guerra en Europa fue relativamente limpia y honorable. En cambio, la guerra del Pacífico fue como la de Vietnam. Era un tipo de guerra de guerrillas, en la que era mucho más fácil tratar a los enemigos como si fueran animales. La mayoría de los americanos pensaba que aquellos soldados no eran más que despreciables japos”. En ese comportamiento hubo un fuerte componente de racismo. Pero hubo otro elemento que también influyó: “Los soldados que arrancaban el cuero cabelludo, los dedos o las manos de soldados japoneses muertos no fueron recriminados por sus oficiales y más todavía, sus compañeros les vieron como líderes. De hecho, las mutilaciones, que tenían un alto grado de componente carnavalesco, llegaron a ser una especie de competición entre diferentes unidades del ejército estadounidense. Sin embargo, todo aquello no fue casual. No hay que olvidar que el frente del Pacífico provocaba mucho más miedo que otros frentes, por lo que había una mayor necesidad de ejercer el poder sobre el enemigo a través de aquellos actos deleznables.”
Surgen aquí varias cuestiones importantes. La primera es si el miedo genera más violencia, a lo que Bourke responde: “Es un círculo vicioso. Cuanto miedo tienes, más violencia ejerces. Pero quisiera subrayar que un ser humano puede evitar esa espiral de brutalidad y violencia. El hecho de participar en una guerra no te obliga a comportarte de una forma tan cruel e innoble. Además, la disciplina militar es la que debe evitar ese comportamiento indeseable en el campo de batalla”.
Y esta afirmación lleva a la segunda cuestión, acerca de si el gran pecado de los oficiales estadounidenses fue la incapacidad para mantener la disciplina. “Fue un grave error – afirma Joanna Bourke –. No fueron capaces de imponer su mando a la tropa. Algunos oficiales americanos tendrían mucho que responder sobre su papel en la guerra del Pacifico.”
La tercera interrogante incumbe a si los soldados británicos cometieron los mismos excesos que sus aliados. “Si. Pero no hasta el extremo de los estadounidenses. Los oficiales británicos creían que aquellas prácticas eran muy poco profesionales”. Y eso que algunos manuales de adiestramiento de la Home Guard británica (voluntarios para la guerra local) contenían algunos de los materiales más cargados de odio de la Segunda Guerra Mundial. Se denominaban “entrenamientos de sangre". “(…) afortunadamente no obtuvo muchos resultados, por lo que fue descartado. El adiestramiento de los reclutas incluía una visita a los mataderos, donde los soldados practicaban el uso de las bayonetas con animales muertos. Se les animaba a matar en silencio con su cuchillo y a no hacer nunca prisioneros. Sus mandos les convencían de que en el combate no existían reglas.”
“Al terminar la contienda (los soldados ingleses) lo único que querían era olvidar aquella violencia, incluso negarla, y recuperar la normalidad. Lo vieron como un episodio en su vida durante el cual se hicieron hombres. Pero el descubrimiento del grado de violencia que fueron capaces de ejercer en los campos de batalla también les hizo sentir un cierto sentimiento de culpa. Por eso no airearon mucho lo que hicieron en combate. Los datos han comenzado a aflorar años después, cuando aquellos combatientes eran prácticamente ancianos”
En otro libro suyo, "La Segunda Guerra Mundial: una historia de las victimas”, Joanna Bourke hace una síntesis de aquel conflicto global y habla de sus orígenes. Ante los teorías según las cuales altos funcionarios americanos, entre ellos el propio Roosevelt, indujeron deliberadamente a Japón a atacar a Estados Unidos, contesta: “Soy consciente de que esas teorías de la conspiración circulan entre algunos historiadores. Pero no me gustan nada. Las veo similares a esas otras teorías de la conspiración relativas a los ataques que sufrió Estados Unidos el fatídico 11 de septiembre. No veo plausible que Roosevelt hubiera permitido aquel ataque tan devastador a su Armada, ya que dejaba a su país en desventaja en el frente del Pacifico. (…) Fue inevitable que Japón bombardease Pearl Harbor y una de las razones fue el embargo de petróleo (…). Pero hubo otras causas que determinaron aquella decisión. La guerra estaba destinada a convertirse en un conflicto global, entre otras razones por las aspiraciones territoriales de Ja pon, y Tokio no podía llevarlas a la practica si no entraba en esa guerra mundial.”