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Historias, relatos... escritos por los usuarios del foro
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Rendición.

Vie Oct 31, 2014 7:03 am

Rendición

Hacía 24 horas que nos habíamos hecho prisioneros. Digo bien, no se trata de una confusión, nos habíamos hecho prisioneros. Todo un batallón, o algo que sobre el papel era un batallón, nos habíamos rendido a un joven teniente norteamericano que debía de haber salido de West Point hacía cuatro días. Y no es una crítica, es un hecho. A mi, personalmente, me habría valido rendirnos a un recluta o al mismísimo Patton en persona, con sus Colt de cachas de nácar y sus blasfemias. De lo que se trataba era de terminar de una vez por todas este absoluto sinsentido que en algún momento dijo ser una guerra.

A principios del año, después de un periodo de convalecencia por gentileza de un fuego de barrera de Ivan que había estado a punto de hacerme faltar a formación de forma definitiva, fui trasladado al Frente Occidental y ascendido a comandante de un batallón que a su vez pertenecía a un regimiento que así mismo era parte de una división de esas que habían sido reconstituidas varias veces después de que la formación original hubiera sido convertida en carne picada en el Frente Oriental. Creo que será obvio comentar que ni uno sólo de los miembros originales de la división, no digamos del regimiento o del batallón, formaba parte, a esas alturas del baile, de la unidad. Mi batallón estaba formado por unos pocos suboficiales y oficiales cuya experiencia en combate se remontaba a la Campaña de Francia, en el lejano y optimista 1940, aún menos soldados con casi la misma cantidad de servicio en el petate, y una inmensa mayoría de criaturas entre los 16 y los 18 años. Con semejante plantilla ya no se trataba de ganar la guerra, si no más bien de lograr que la mayor parte de ellos no se hicieran matar innecesariamente para conseguir una Cruz de Hierro o cualquier otro pedazo de latón con baño de gloria, heroísmo y litros de sangre.

Por fortuna no hubo que dar a la tropa demasiadas instrucciones sobre cómo sobrevivir. Los que ya éramos perros viejos las veíamos venir incluso antes de que salieran de los cañones de los de enfrente. Y los novatos hicieron lo esperable en cuanto la artillería yanqui se puso a hacer su trabajo: inmovilizados por un terror que nunca habían podido imaginar, se agazaparon inmóviles en lo más hondo de lo más hondo de la trinchera y, entre temblores, no pararon de llorar hasta que cayó la última descarga. Pobres. No me imagino lo que habría sido de ellos en medio de uno de los fuegos artificiales con los que nos deleitaba Ivan en el Ostfront. Comparada, la artillería yanqui era hasta llevadera, un problema menor.

Y ese era el panorama cuando nos enteramos de lo que había sucedido con el conocido como Grupo de Ejércitos B, una especie de grupo de ejércitos del que nuestra especie de división formaba parte y en la que se encuadraba nuestra especie de batallón. Según contaban los enterados, los yanquis habían hecho una oferta formal de rendición a nuestro comandante en jefe, Walter “El Bombero” Model. Como no podía ser de otra manera en un oficial de rancia estirpe prusiana, de los que llevan calado el monóculo a rosca, Model había rechazado la oferta de rendición alegando su lealtad al Reich, al Fuhrer y a la madre que los parió a todos juntos, pero sin embargo había ordenado la disolución del Grupo de Ejércitos y dejado a discreción de los comandantes de cada unidad la decisión sobre si optar por la rendición o por intentar romper el cerco. Yo, haciendo caso omiso de la rumorología, opté por esperar a oir la versión del comandante de nuestra división. Y no tuve que esperar mucho. El general, con un discurso cargado de deber, honor, orgullo, patria y demás aderezos, nos vino a decir que era el momento de que cada palo aguantara su vela, que hasta aquí habíamos llegado y que él se marchaba porque tenía un compromiso ineludible, y que ya nos veríamos un día de estos y tomaríamos un café, kameraden. Si a ese ejemplo de liderazgo le sumamos el hecho de que el mismísimo Model había decidido poner fin a su debate entre el sentido del honor y el sentimiento de culpa, o a su miedo a las cuentas pendientes con Ivan, alumbrándose los sesos con su Walter P08 reglamentaria, y que Joey El Cojo había declarado a todo el Grupo de Ejércitos B traidores a la patria, por mi parte estaba muy clara la decisión que había que tomar. Y mucho estaba tardando en ponerla en práctica.

Ayer, 22 de abril de 1945, por la mañana temprano, que ciertas cosas cuanto antes mejor, salí de la trinchera acompañado por el sargento Steiner, otro que llevaba en el negocio desde lo de Polonia, enarbolando ambos dos, de forma ostensible, dos banderas blancas hechas de compromiso para la ocasión. Mentiría si dijera que los más de cien metros que avanzamos por la tierra de nadie no los hicimos con más miedo que vergüenza. Ya dijo alguien en alguna ocasión que los peores momentos de una guerra son al principio y al final, porque es cuando más números se llevan de ganarse un tiro por error u omisión, y nadie te puede asegurar que entre los vecinos no haya un novato o un cabrón con pintas que se ponga a darle gusto al gatillo por mucho que lleves una bandera blanca o la de Baviera. Por fortuna no fue el caso.

Después de habernos cruzado Steiner y un servidor la enésima mirada de “ahora es cuando nos la llevamos, por tontos, que hay que ser tontos para hacer esto de motu propio” y de vociferar sin parar “comrades, don’t shoot on us!”, oímos un “Stop!” que obedecimos de inmediato, y vimos salir de la linde del bosque a cuatro norteamericanos; dos soldados, un sargento y un joven teniente. Realmente no sé quiénes estábamos mas asustados, o sí, que carajo, ellos nos apuntaban con sus armas y nosotros lo más que habríamos podido hacer habría sido darles con los palos de las banderas, pero sus rostros eran una expresión mezcla de desconfianza y de no saber muy bien qué hacer. Normal, llevaban tanto tiempo dándose de leches con un ejército alemán que estaba siendo derrotado desde Normandía, que no se fiaban de nosotros ni un ápice. A saber, pensarían, que estarían tramando estos dos Fritz. Mucha bandera blanca y mucho “comrade”, pero seguro que bajamos la guardia y nos estofan a golpe de granadas. Pero no, ni granadas ni gaitas. Si no recuerdo mal, para esa fecha ni siquiera nos quedaban granadas, y de munición íbamos más bien cortitos.

Con mi chapurreo de inglés, le dije al teniente que nos estábamos rindiendo, que nuestro batallón kaput, que la división también kaput y que el Grupo de Ejércitos B era un grupo, sí, pero más bien no de ejércitos, si no de pobres desgraciados como nosotros. Así que, si no le venía mal, estaríamos encantados de rendirnos con armas y bagajes, como se suele decir, y ahora mismo, para que esperar a la tarde, y que yo era el comandante del batallón y respondía por todos los soldados bajo mi mando. Aquí, el puñetero de Steiner no pudo reprimir una sonrisa y comentar en voz baja y en perfecto alemán que en ese caso no había para tanto, que respondía de muy pocos. Me dieron ganas de decirle que todavía podía caerle un paquete por graciosillo, pero preferí no hacerlo y en su lugar entregué mi arma reglamentaria al teniente. A mi ya no iba a hacerme ninguna falta y el estaría encantado de llevarse a casa una Luger original como recuerdo de la guerra y contar a la familia y amistades que se la había arrebatado a un mariscal alemán cuando él solito aceptó la rendición del Frente Occidental. Si eso le hacía feliz…

El tipo, las cosas como son, demostró tener mucho sentido común para su juventud. Consintió en dejarme regresar a nuestras posiciones para comunicar al batallón que el enemigo había aceptado nuestra rendición, y fijamos las doce del mediodía para que nuestra unidad avanzara hasta sus líneas, desarmada y enarbolando bandera blanca. Resumiendo, para la una del mediodía, el ejército alemán tenía un batallón menos y los yanquis unos cientos de felices prisioneros más.

De todo ello hacía ya un día. Y allí estaba yo, con el primer teniente Edwards, de Portland, Maine, mientras respondía a todas las preguntas que el oficial de inteligencia de su batallón tenía a bien plantearme. Después, ya a solas, saqué del bolsillo un paquete de Lucky, gentileza del teniente Edwards, de Portland, Maine, y encendí un cigarrillo. El primer cigarrillo que me fumaba tranquilamente desde hacía mucho tiempo. Había fumado muchos, cientos, pero ninguno me supo como aquel. Los demás habían tenido el sabor del miedo, de la tensión, también del dolor, físico y del otro, el del espíritu. Algunos, los menos, habían tenido el sabor de la camaradería. Todos y cada uno de ellos había estado cargado de lo mucho malo y lo poco bueno que acompaña al soldado. Saqué mi cartera y miré la foto de mi mujer y mis dos hijos. Estaban bien, estaban vivos. Ahora yo también lo estaba. Esa foto, ajada, sucia, que había guardado conmigo durante toda la guerra, era el único nexo con la vida que había tenido durante años de muerte. Con cuidado, casi reverencialmente, volví a guardarla. “Ya llego”, pensé, “Ya vuelvo a casa”. Después, durante unos segundos contemplé la brasa del cigarrillo. Di una profunda calada, exhalé el humo, y tiré la colilla. Lejos, todo lo lejos que pude. Era un buen día para dejar de fumar.

23 de abril de 1945. Inmediaciones de Lintorf. Alemania.

Re: Rendición.

Vie Oct 31, 2014 10:15 am

Muy bueno, Miller. Me ha gustado mucho, y he llegado a tener sentir cierta empatía con el alemán que, tarde o temprano, volverá a casa con su familia.
A medida que lo leía me lo estaba imaginando, y el hecho de no conocer la unidad a la que pertenece nuestro protagonista no influye para nada en la amena lectura. En fin, lo dicho, muy bueno. :wink:

Saludos.

Re: Rendición.

Vie Oct 31, 2014 12:46 pm

Está bien, Miller, está bien :D

Un poco harto del baile estaba nuestro Major, ¿eh? :mrgreen:

Bien expresadas las ideas.

Saludos.

Re: Rendición.

Vie Oct 31, 2014 5:04 pm

Muchas gracias, chicos, me alegro de que os haya gustado. :)

Saludos.

Re: Rendición.

Vie Oct 31, 2014 5:24 pm

Muy bueno, Capi. Con todos los aderezos de un cuento corto y mucha, mucha, pero que mucha historia detrás...

Re: Rendición.

Vie Oct 31, 2014 7:31 pm

Un relato redondo, Miller. Un comandante leal a sus hombres ( ¿ o eran niños ?) y a sus principios, que opta por la sensatez, cuando casi todo está perdido. Me ha gustado, sí señor.

Saludos

Re: Rendición.

Sab Nov 01, 2014 12:23 pm

Muy bueno, Capi.
Eso sí, esto pide una precuela de cómo sufrió las heridas en el Frente del Este. :D :D
¿Quizá nuestro protagonista, es un capitan al mando de una compañía de la 11 ID, durante la primera Batalla de Curlandia en octubre de 1944?

http://www.kurland-kessel.de/default.html

Saludos.

Re: Rendición.

Sab Nov 01, 2014 1:11 pm

Hombre, ¡ qué curioso, Vonder !

Sobre la 11ª de infantería en Curlandia llevo yo preparando una historia desde hace algún tiempo, pero no la tengo terminada.

La protagonista de la historia es una perrita y su dueño.

Saludos.

Re: Rendición.

Sab Nov 01, 2014 9:19 pm

Jojo que causalidad.
Espero con ganas el relato.


Un saludo.

Re: Rendición.

Dom Nov 02, 2014 3:26 am

Muchas gracias al resto de lectores por sus buenas críticas. Como siempre digo, sólo espero que la gente se lo pase igual de bien leyendo que yo escribiendo. :)

Vonder, esto es una cadena de casualidades, porque según acabé pensaba -seguro alguien va a preguntar por las "hazañas bélicas" del personaje antes de acabar convaleciente y recibir el mando del batallón-. Así que, quién sabe... :wink:

Saludos.

Re: Rendición.

Lun Nov 03, 2014 3:42 pm

Muy bueno Capi, muy bueno.

Gracias por compartirlo.

Anibal, quiero leer la historia de la perrita!!! :D

Saludos

Re: Rendición.

Mié Nov 12, 2014 8:12 pm

Me gusta. Especialmente el tono del relato.

Saludos

Re: Rendición.

Jue Nov 13, 2014 10:35 am

Muchas gracias, compañeros. :)

Saludos.
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