Capítulo 36. La vida tiene sorpresas
Noche y niebla
24 de Julio de 1941
La muerte de Muller y de Seyss-Inquart en una emboscada había provocado un acceso de furor en Goering. Se daba cuenta que de haber seguido los planes originales él hubiese estado en ese coche. El ataque solo había sido posible debido a un gravísimo fallo de seguridad, y el responsable iba a ser castigado. Era lamentable que tuviese que ser uno de sus hombres sobre quien recayesen las culpas, pero en las veinticuatro horas que el dictador llevaba en Palestina había visto que la situación estaba fuera de control: aun disponiendo de tres divisiones como fuerza de ocupación los grupos armados habían actuado a su antojo. No solo los judíos disponían de un ejército secreto sino que habían tenido el atrevimiento de intentar asesinarlo: los huesos del Führer debían estar removiéndose en su tumba.
Goering había decidido no entrar en Jerusalén hasta que no se garantizase la seguridad en la ciudad, pero estaba cansado del aeródromo ya que el incesante movimiento de aviones afectaba a su descanso. Se había trasladado al cercano Monasterio de Latrún, del que la comunidad de monjes trapenses había sido apartada. Mientras el dictador presidía la reunión en el austero refectorio del monasterio, en el exterior dos compañías de soldados vigilaban la seguridad de sus ocupantes.
—Comisario Dietrich, es su turno —dijo Goering.
A Dietrich, que se había codeado con Goering en los años del ascenso del nazismo y que luego había sido general de las SS, le disgustaba su subordinación. Pero siendo hombre entregado a su deber procedió a explicar lo sucedido sin mostrar signos de sus sentimientos.
—Statthalter, anteayer recibí un aviso de la Haganá —al ver las caras de extrañeza Dietrich explicó de qué se trataba—. La Haganá es una milicia que los judíos han establecido para defenderse de sus vecinos árabes, que continuamente están atacándoles. La Haganá ha aceptado su oferta, Statthalter, y está colaborando con nosotros, pero entre los judíos hay grupos de exaltados que nos odian. Uno de esos grupos era el Irgún, pero capturamos y ejecutamos a la mayoría de sus miembros cuando atacaban una aldea árabe. Hay otra facción liderada por un tal Abraham Stern que ha sido la que ha puesto la bomba. Sin embargo el Haganá supo del atentado que preparaban y nos alertó. Tras registrar el hotel encontré una bomba escondida con tal disimulo que mostraba claramente la implicación de parte del personal. He arrestado a los empleados judíos para interrogarlos a fondo, y encontraré a los responsables. Pero el atentado de ayer me ha retrasado.
—¿Qué ocurrió ayer?
—Excelencia, no solo sospechaba de los judíos sino también de las facciones árabes, especialmente de una encabezada por el Muftí de Jerusalén, una especie de obispo musulmán. Había conseguido infiltrar a uno de mis hombres pero desapareció, y hasta ayer no pudo enviarme un aviso —lo que decía Dietrich no era del todo correcto, pero Meister ya no podría hablar—. Alerté al general Von Wiktorin, que reforzó las medidas de seguridad. Un control detuvo un vehículo sospechoso: un camión bomba que estalló mientras lo registraba la policía. Hemos perdido a doce hombres, pero dada la potencia del artefacto hubiese podido ser mucho peor. La explosión me confirmó mi primitiva sospecha e intenté detener al Muftí, pero sus guardias dispararon contra nosotros y no pude capturarle con vida. Estoy procediendo a detener a los miembros del clan Husseini, el que lideraba el muftí.
—¿Clanes dice? —preguntó Goering.
—Excelencia, los árabes de Palestina siguen teniendo una organización tribal, en la que las familias más influyentes se enfrentan buscando el poder. Gran parte de la violencia de las últimas semanas en Jerusalén ha sido causada por el clan Husseini, pero no contra los judíos ni contra nosotros, sino contra otros clanes rivales. El resentimiento del Muftí se debía a que el ejército alemán le impidió seguir con su guerra particular —el comisario aguantó la mirada de Von Tresckow sin pestañear: el coronel había ordenado arrestar al clérigo y Dietrich había dado órdenes de liberarlo.
—Comisario ¿Por qué no detuvo antes a ese árabe si sospechaba de él?
—Excelencia, carecía de hombres suficientes para arrestar a todo el clan, a pesar de la colaboración sin reservas del general Von Wiktorin.
—Gracias, comisario. General Von Wiktorin, necesito saber cuál es la situación actual en Jerusalén ¿Es una ciudad segura?
El viejo general se adelantó, se cuadró y respondió—. Statthalter, no puedo darle una certeza absoluta pero Jerusalén está bajo control. He aplicado con todo rigor el decreto del Mariscal Kesselring contra los terroristas con buenos resultados. Especialmente el aniquilamiento del grupo terrorista Irgún y la destrucción de los poblados de Mozta y Castel, que escondían a terroristas judíos y árabes, ha servido de escarmiento. Tras los atentados de ayer he declarado el toque de queda, que deseo mantener durante la duración de la conferencia, y he tomado la ciudad desplazando un regimiento adicional. He prohibido la circulación por la ciudad sin pases, y hoy en Jerusalén se le pide el Ausweiss hasta a las palomas.
Goering apenas sonrió y preguntó—. Se me informó ayer que la bomba había dañado el hotel donde iba a alojarme.
—Statthalter —siguió el general—, la bomba árabe estalló a varios cientos de metros pero era tan potente que rompió muchos cristales. Además el hotel carece de personal de limpieza ya que no se permite la entrada ni de árabes ni de judíos. Consideré preparar su alojamiento en otro lugar, pero el Rey David sigue siendo el hotel ideal: no solo es el más lujoso de la ciudad sino que está situado en una zona fortificada, es fácil de proteger, y tras los últimos sucesos lo hemos revisado por completo. He puesto a trabajar en el hotel a todos los cristaleros de Palestina, desmontando si es necesario cristales de otros edificios. Además está llegando el servicio del Hotel Excelsior de Berlín, que el finado Doctor Muller ordenó trasladar a Palestina. Su alojamiento estará preparado esta misma noche si no le importa oír los martillazos de los últimos retoques.
—Gracias, general, pero por ahora seguiré aquí ¿Ha sufrido daños la sede de la conferencia?
—No, Statthalter —siguió Von Wiktorin—. Las sesiones se van a celebrar en a la Hospedería Notre Dame de Jerusalén, que también he ordenado revisar a fondo. Es un edificio magnífico que se encuentra algo alejado del lugar de la explosión de la bomba, por lo que no ha sufrido daños. Sin embargo, tras inspeccionarlo pensé que el esplendor arquitectónico no se une a la comodidad. Por ello he preferido mantener su residencia en el Hotel Rey David, el único hotel de la ciudad adecuado para recibirle.
Goering sonrió por primera vez en el día—. Gracias por su gentileza, general —se dirigió luego al coronel Von Tresckow—. Coronel, dígame lo que sabemos de los asesinos de Muller y Seyss-Inquart ¿Han sido los ingleses?
El general Von Wiktorin se retiró y ocupó su lugar el coronel de Estado Mayor—. Statthalter, lo hemos confirmado casi con total seguridad.
—Explíquese.
—Statthalter, hace una semana un hidroavión italiano descubrió un submarino inglés saliendo de Malta. La marina italiana fue alertada, pero el submarino pudo llegar hace tres días a la costa de Palestina. Allí capturó un pesquero árabe y ordenó a los pescadores que llevasen un comando de doce hombres a tierra. Creemos que luego se dirigió a Malta, donde hundió un petrolero ruso, para ser hundido a su vez por un destructor italiano, sin que hubiese supervivientes.
—Excelente. Siga, por favor.
—Statthalter, los ingleses sobornaron a los pescadores para que callasen y para garantizar su silencio les prometieron un segundo pago. Como los ingleses no se presentaron un árabe denunció lo ocurrido ayer, demasiado tarde para capturar al comando inglés. Los italianos pensaron con razón que si los pescadores no había hablado al principio era tan culpables como los demás, y los han detenido. El ejército alemán ha solicitado su entrega.
—¿Qué ocurrió con el comando inglés? —preguntó Goering.
—Solo podemos hacer suposiciones, porque no han dejado muchos rastros. Cruzaron la franja costera, seguramente por la noche y a pie, y se apostaron en la carretera de Jerusalén. Debieron observar la llegada de su avión personal y cuando luego pasó un coche de Alto Mando lo atacaron creyendo que era el suyo. La escolta del coche no tuvo ninguna oportunidad y pensamos que el comando asesino no sufrió bajas en la emboscada, porque no hemos hallado ni cuerpos ni manchas de sangre. Dejaron gran cantidad de casquillos de munición de factura inglesa y norteamericana.
—¿Han capturado al comando?
—Todavía no, Statthalter, pero no tardaremos. Para facilitar la caza ordené el toque de queda, prohibiendo la salida de la población a los campos, y he pedido a la Luftwaffe que patrulle la zona con todo lo que vuele. Esa medida no podrá impedir que los comandos escapen durante la noche, pero dificultará sus movimientos de día. He ofrecido una recompensa de diez mil marcos por cualquier información que ayude a capturarlos. La codicia impedirá que puedan refugiarse en ninguna aldea. Mientras he desplegado dos regimientos en estas posiciones —señaló en el mapa un amplio arco al norte y al sur de Latrún— y he instalado controles en las entradas de las ciudades y en los cruces de carreteras. Además he solicitado al general Messe la cesión de una división italiana para que se una a nuestros hombres en la persecución. Asimismo tenemos patrullas intentando seguir su rastro. No escaparán.
—Eso espero. Para terminar ¿cómo sabe que han sido ingleses? Podrían haberse disfrazado.
—Desde luego, Statthalter, pero tenemos otros indicios. No solo los ingleses se han atribuido lo ocurrido con sospechosa velocidad, sino que han atacado simultáneamente en Kenia y en Irak, donde el general Rommel está conteniendo el ataque con facilidad. El análisis de las comunicaciones radiofónicas ha demostrado que desde Chipre se enviaron mensajes de radio, seguidos casi inmediatamente de mensajes radiofónicos desde Londres. El ataque inglés se ha iniciado seis horas después, mostrando signos de una preparación minuciosa. Creemos o que el comando disponía de un equipo de radio portátil, o que desde Chipre estaban espiando nuestras comunicaciones. Cuando en Londres han sabido que el ataque se había producido han ordenado lanzar la ofensiva.
Goering calló un tiempo. Los presentes vieron como el dictador enrojecía de furia.
—Ese maldito Churchill ha pensado que con mi asesinato podría derrotar a Alemania —dijo Goering—. Estoy seguro que es el instigador de los otros atentados. Pero Churchill no me ha atacado a mí sino al Reich, y la venganza del Reich será recordada durante generaciones. Esta noche una ciudad inglesa pagará las consecuencias de la osadía de Churchill. Pero antes los esbirros de los ingleses deben saber que quien alce la mano contra el Reich la perderá. Empezaré aquí, en Palestina. Mariscal Kesselring.
El aludido pasó al frente y se cuadró—. A sus órdenes, Statthalter.
—Lamentablemente ha demostrado no estar capacitado para un puesto de responsabilidad. Le relevo del cargo de Gobernador de Palestina, en el que será sustituido provisionalmente por el general Von Wiktorin. El general Rommel se hará cargo de la dirección de las operaciones militares. Usted, Kesselring, embarcará hacia Berlín en el primer avión y pasará a quedar arrestado en su domicilio hasta que un tribunal militar le juzgue. Ahora váyase. No quiero verle ni un minuto más aquí.
Kesselring, cariacontecido, se retiró. Goering siguió:
—Caballeros, los enemigos del Reich asesinaron a nuestro amado Führer y luego han intentado matarme a mí. No volverá a suceder. Proclamo el decreto Noche y Niebla. No habrá ni detención ni juicio para los asesinos. Todos los implicados, aunque sea remotamente, en los atentados, desaparecerán. Los pescadores árabes. Todo el clan Husseini. Todos los empleados judíos del hotel de Jerusalén. Todos los judíos relacionados con los grupos terroristas… ¿Cómo se llamaban?
—Irgún y grupo Stern, Statthalter —dijo Von Wiktorin.
—Todos los enemigos de Alemania deben desaparecer como si no hubiesen existido. Extinguiré su estirpe, y por ello también desaparecerán sus familias completas hasta la segunda generación.
—¿También los niños, Statthalter? —preguntó el coronel, impresionado.
—Especialmente los niños. No dejaré que transmitan la herencia degenerada de sus padres. También se esfumará la población de las aldeas en las que vivan. Todos ellos serán detenidos. Los que se resistan serán ejecutados sumariamente y se hará desaparecer sus cadáveres.
—Statthalter, será imposible preparar instalaciones para tantos detenidos en tan poco tiempo —dijo Von Wiktorin.
—General ¿Quién dice nada de instalaciones? Una alambrada y unas ametralladoras. Solo importa que estén en lugares apartados. No se preocupe ni de alimentos ni nada de eso. Hagan las detenciones por la noche. Cuando acabe la conferencia será el momento de arrasar casas y pueblos y del exterminio. Para todos.
—¿Todos? —preguntó de nuevo el general.
—Todos. Hombres, mujeres y niños. Quemen los cadáveres y avienten las cenizas. O entiérrenlos. Lo que sea, pero que nadie vuelva a saber nada de ellos. Como si no hubiesen existido.
—Sí, Statthalter.
—Coronel Dinort—ordenó Goering—. Será usted el que se encargue del castigo del pueblo judío. Creo que hay una gran ciudad judía, Tel no sé qué.
—Tel Aviv, Statthalter.
—¿Hay cristianos o árabes en Tel Aviv?
—Muy pocos, Statthalter. Es una ciudad habitada casi exclusivamente por judíos.
—Magnífico. He pedido a Berlín un cargamento de bombas de gas, Fosgeno creo que es. Será la ocasión para probar el efecto del gas en una ciudad. En cuanto acabe la conferencia y se vayan las delegaciones extranjeras el general Von Wiktorin enviará tropas para cercar la ciudad, que deberán mantenerse a distancia. Entonces los bombarderos de mi Luftwaffe llevarán mi venganza a la raza judía. Noche y niebla caerán sobre los judíos de Palestina.