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Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Ene 15, 2014 10:55 pm

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13 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Mi nombre es Ernst Volkmar Heß, Oberleutnant del 1er pelotón, Compañía 2, del 29º Regimiento de granaderos, de la 3ª División de Infantería Motorizada, y escribo esto con el fin de no caer en el olvido como un simple títere más de esta maldita guerra.
Mientras escribo, tirito de frío a la sombra de un T-34 destruido. Su torreta, arrancada por un impacto y caída en el suelo en una posición inverosímil, cuasi vertical, frena el gélido viento que sopla del este y me permite escribir estas líneas a la espera de que se vaya el sol. Posiblemente en el interior del blindado yazca su tripulación, o lo que quede de ella, pero debido a los duros acontecimientos vividos durante la guerra o al derrotismo que ahora me invade, es algo que poco o nada me importa.
Creo que, llegados a este punto, debo empezar por el principio...

Me alisté a principios del 38, voluntariamente, y ha llovido mucho desde entonces. Ahora soy un veterano, un oficial respetado, despreciado, querido u odiado por unos cadáveres que abonan la estepa rusa con sus cuerpos congelados. Pero no siempre fue así. En un principio era un simple soldado, uno más del montón.
Empecé mi carrera con veintiséis años, y siempre creí que en caso de haber una guerra, ésta no podría ser más dura que lo que estaba siendo el arduo entrenamiento al que los Unterfeldwebel nos sometían. ¡Cuán iluso era!
Tal era aquella situación, que debido a los abusos a los que nos sometían, sobretodo verbales, Lorenz Lena, un jovencísimo compañero de gruppe y dormitorio, acabó suicidándose; se pegó un tiro. Ni que decir tiene que todo siguió igual, pero por suerte nadie más siguió el ejemplo de Lorenz.

No queriendo dar pie a los Unterfeldwebel venidos a pequeños führers, me convertí en un soldado ejemplar. Uno de esos que actúan según les ordenan y que ni siquiera se cuestionan si lo que hacen está bien o está mal. Uno de esos, de los que ahora reniego, y a los que ahora detesto. Contagié ese espíritu a mis compañeros y los de arriba vieron que tenía aptitudes más allá de disparar un rifle; disparar, creo, lo puede hacer casi cualquiera, y parece ser que ellos también lo vieron así.
Tras una serie de ascensos en el escalafón militar, por buen comportamiento y conducta, llegué a Unteroffizier. Fue una pena que en mi época no existieran las Unteroffizierschule, porque seguramente allí habría aprendido más que con esos zopencos que tenía como instructores. Al menos, el tener casi su rango me daba unos privilegios que, lamentablemente, mis compañeros no tenían.

A principios del año siguiente dejaron de mangonearnos. Los Unterfeldwebel desaparecieron de nuestra vista y empezamos a ganarnos el pan, y nunca mejor dicho, durante la ocupación de Checoslovaquia. Ya entonces, como Feldwebel, era líder de una escuadra de fusileros compuesta por diez tiradores, la cinta de la EK2 colgaba orgullosa de mi guerrera y ya me había ganado la amistad de mis hombres y el respeto del, entonces, Oberleutnant Friedrich Ohms. Tras este prometedor inicio, fuimos trasladados al Norte, cerca de Pila, una localidad polaca.
El Oberleutnant Ohms era un tipo majo, la verdad, una pena que recibiera un tiro fortuito y fatal en pleno pecho durante la batalla de Bzura. Lo bueno de él, entre otras cosas, es que nos trataba con dignidad, algo que casi habíamos olvidado. Sin embargo, eso es otra historia.

El sol desaparece y, al no tener una miserable linterna encima, con él mis posibilidades de seguir escribiendo mi epitafio...



Aviso a navegantes: No me deis muy duro.
Espero que os guste el relatillo y también que en un futuro pueda seguir con la vida del teniente Ernst Volkmar. Todas las críticas, buenas o malas, serán bien recibidas, e incluso si alguien tiene sugerencias del presente, pasado o futuro del oficial, serán tomadas en consideración.

Un saludo y gracias,
Wyrm

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Jue Ene 16, 2014 2:57 pm

Hola Wyrm

Pues para iniciarte en el Foro con este relato, decirte que no se te da nada mal eso de escribir. Veremos cuáles son las peripecias y futuras experiencias del Oberleutnant Heß, una vez que Gröfaz decida invadir Polonia...

Saludos y que no decaiga la trama :twisted:

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Vie Ene 17, 2014 10:19 am

Gracias Ramcke :wink:
Cuando escribí esto ya tenía partes redactadas, sobretodo principio e ideas sueltas, de un segundo relatillo que añadiré cuando lo tenga acabado.

Un saludo

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Vie Ene 17, 2014 11:23 am

A ver si hacemos los capítulos más largos, que así no cunde. :wink:

Dale a la tecla, Wyrm, que la cosa está interesante.

Saludos.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Vie Ene 17, 2014 12:10 pm

Hola compañero.
Darte la enhorabuena.
Se queda un poco corto... queremos mas... :D


Saludos.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Vie Ene 17, 2014 4:30 pm

Gracias a todos. Visto lo visto y dada el ansia lectora, esta mañana he sacado un rato para finalizar la segunda parte del relato.
Espero que sea de vuestro agrado, gracias.

14 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Ha salido el sol. Durante la pasada noche caminé hasta dar, por fin, con una desguarnecida trinchera. Encontrar refugio por reducido que sea puede marcar la diferencia entre vivir un día más o morir congelado, además de dar un respiro a la castigada autoestima de un solitario y cansado soldado como yo, o como muchos otros que están en mi misma situación.
La luna estaba prácticamente nueva y, al no contar con capote o sábana blanca, me sirvió de ayuda a la hora de pasar desapercibido por el páramo helado. También pude comer algo, cosa que mi estómago agradeció.

Siempre creí que nosotros, los "imparables" ejércitos del III Reich, éramos los halcones que cazábamos a los huidizos y asustados ratones; sin embargo, ahora, me siento más como uno de esos ratones que como un halcón. No voy a negarlo, tengo miedo. Pero no por mi familia, principalmente porque no tengo o, mejor dicho, porque no la conozco, sino por mí mismo. Deseo sobrevivir, como he venido haciendo desde que tengo uso de razón.

Me críe en un orfanato a las afueras de Múnich, y lo más parecido a una madre o un padre que he tenido fue la bruja que allí marcaba el paso a base de rítmicos golpes de vara. Francamente, nunca he estado muy seguro de a quién se parecía más, a un padre o a una madre, dado el espeso y puntiagudo bigote que calzaba. Olga se llamaba aquella desagradable arpía. Me enteré de su muerte el año pasado, o quizás fue hace dos, y no voy a mentir, me alegré. Incluso brindé.
A decir verdad, también he de admitir que si he llegado hasta aquí puede ser por la férrea disciplina a la que me sometieron desde pequeño. Aquello no era una academia militar, era un orfanato, pero si era lo más parecido a una que he conocido salvo, obviamente, el campamento donde me alisté para recibir instrucción.

Y hablando de cosas desagradables, uno de mis primeros recuerdos de la Campaña de Polonia, tan desagradable o más que el recuerdo de Olga, ocurrió durante el atardecer del 3 de Septiembre, cuando, tras una frenética marcha a pie de casi cuarenta kilómetros, nos tocó entrar en Rogoźno. Allí perdí a un buen amigo, aunque eso no fue lo más desagradable del día.
La pequeña ciudad se había sublevado contra los invasores y los propios civiles, al menos aquellos que no querían abandonar toda su vida por la idea de conquista del führer, habían formado pequeños grupúsculos de resistencia alrededor de improvisadas barricadas, y, armados con horcas, palos, carabinas y rifles, todo muy rudimentario, se disponían a defender lo que era suyo por derecho.

Al llegar a la ciudad, más o menos a la hora del rancho, recuerdo perfectamente una acalorada discusión entre nuestro oficial y un teniente de blindados de la 10ª Panzer que se negaba a entrar en la ciudad.
Me senté en el suelo, encendí un cigarro y le ofrecí uno a Döbel, líder de la segunda escuadra. Ambos, despreocupados, observamos el espectáculo como quien mira una obra de teatro desde un asiento en primera fila.
- Nosotros ni luchamos, ni lucharemos contra civiles... -Afirmó el oficial panzer en varias ocasiones que, si bien tenía el mismo rango que Ohms, estaba claramente pasándonos el testigo. En el fondo, ahora le admiro. Entonces me pareció todo un insubordinado con hombreras de oficial. Su sección estaba ahí para echarnos una mano en la toma de la ciudad y, sin embargo, querían escurrir el bulto y dejarnos en la estacada.
- Vosotros entraréis ahí como que me llamo Friedrich Ohms, y si no lo hacéis me encargaré personalmente de que se os haga un consejo de guerra. -Respondió. Ohms siempre fue un hombre agradable, pero si se le tocaban las narices era mejor no estar en su línea de visión.
El oficial panzer sonrió de forma cínica, y poco después Döbel y yo nos miramos a la par que conteníamos la risa cuando, pese al ronroneo del motor, le oímos ordenar a su conductor que parase el vehículo porque estaba hablando con un oficial teniente. Pero no teniente de rango, que también, sino de oído.

Herr Ohms se puso rojo de rabia. Estaba colérico. Se giró hacia nosotros, furibundo, con sus encendidos ojos echando chispas, pero, como éramos tipos listos y ya le teníamos calado, estábamos ya en posición de firmes y con las colillas apagadas bajo nuestras embarradas botas.
- ¡Maldita sea, qué hacéis ahí pasmados! -Nos espetó-. ¡Buscad a Klubber y formad a los hombres! ¡Armas y munición! ¡Quince minutos, ni uno más!
Después se giró hacia el tanque, no estoy muy seguro pero creo que era un Pzkw II, y le aseguró al Oberleutnant subido en él que la cosa no iba a quedar así. Nunca llegamos a saber si fue así o no, porque Ohms nos abandonó días después.
Aún conteniéndonos la risa salimos en busca de Klubber, líder de la tercera escuadra, y poco después ya estaba todo el primer pelotón listo y preparado para entrar en acción. El 1º entraría de frente, mientras que el 2º y el 3º tomarían los flancos con intención de no dejar escapar a nadie de la ciudad. De ahí que necesitásemos la ayuda de los tanques, para minimizar las bajas.
En aquella época, si veías un tanque el estómago te daba un vuelco. Cualquiera que fuera nuestro enemigo, si veía un tanque salía corriendo, aunque sinceramente, muchos parecían de juguete y daban menos miedo que una Mg-34 bien posicionada. Después se fue aprendiendo que los carros no eran indestructibles, y la cosa cambió.

La verdad, si entonces confiábamos nuestras vidas en alguien, era en Ohms. Parecía el líder de toda la compañía, aunque está claro que no era así. Era brillante, y seguro que hubiera llegado alto. Nuestro capitán, casi un desconocido para todos, era Herr Patrick Sönner, uno de esos que si le hubieran pedido que lamiera las botas de Adolf, o de cualquiera de sus allegados de confianza, lo hubiera hecho con una sonrisa de oreja a oreja. Experto en llevar a cabo misiones sin estar presente, pero atribuyéndose los laureles. Eso sí, si había quejas, culpa de otro, siempre.
Lo de escurrir el bulto se le daba mucho mejor que a aquel oficial panzer, tanto que hace unos meses desapareció misteriosamente y nadie le ha vuelto a ver. Menos mal que en guerra no se suele jugar mucho al escondite, porque él hubiera ganado siempre, como ha quedado demostrado.
En aquella ocasión, la de Polonia, Sönner estaba en retaguardia, ese lugar reservado sólo para unos pocos elegidos. No hace falta decir que ni yo, ni ninguno de mis compañeros y conocidos, estábamos entre esos escogidos para permanecer a salvo de las balas.

Bueno, a lo que iba. Entramos en la ciudad, cosa fácil. Nos repartimos por calles y yo me quedé a cargo de mis diez hombres con orden de continuar recto. Döbel y el Oberleutnant Ohms fueron por la izquierda, mientras que Klubber tomó el camino de la derecha. Todos debíamos reencontrarnos en una plaza que se encontraba al norte. La mayoría de las casas estaban abandonadas, pero aún así teníamos que registrarlas. Mientras unos se dedicaban a ir casa por casa, el resto defendían el lugar desde diversos ángulos.

Habíamos recorrido casi todo el trayecto hasta alcanzar la plaza, comprobando cada casa en el proceso, hasta que vimos una columna de humo sobre el tejado de un edificio cercano. Todo había salido bien hasta entonces, sin incidentes ni encontrar resistencia. Tomamos precauciones y, con las armas listas, nos acercamos con cautela. Un viejo carromato repleto de paja ardía en medio de una estrecha calle, y un espeso humo negro nos impedía ver más allá. Sin embargo, debíamos atravesar ese obstáculo.
Cuando iba a dar la orden de que tres de mis hombres se adelantaran, sonó un disparo. Se podría decir, que hasta sentí la bala rozándome.
Por instinto me eché al suelo a la vez que gritaba para que mis chicos se pusieran a cubierto. Unos buscaron refugio en los portales, mientras que otros me imitaron lanzándose al suelo. En ese momento me di cuenta de que la bala había sido certera, y que el Gefreiter Clemens, mi segundo y futuro padre de una niña ya prácticamente en este mundo, yacía en el suelo con su diestra extendida hacia mí, mirándome fijamente y hablándome entre estertores. Le conocía desde que me alisté. Él llegó el mismo día, y sufrimos lo mismo durante el mismo tiempo. Era un hombre simple, algo mayor que yo, pero nos entendíamos bien y por eso le tenía de subordinado.
Grité para que el resto disparase, y sin dudarlo me lancé sobre mi amigo con intención de frenar su hemorragia. Deje a un lado mi subfusil, y apreté mis manos contra su sangrante pecho, pero no pude hacer nada por él. Murió. Arrastré su cuerpo hacia un portal abierto y cogí la mitad de su placa de identificación. La bala que había alcanzado su torso se había alojado en un pulmón. No soy médico, pero así me lo comunicaron horas después. Dijeron que sin la atención adecuada, poco podía haber hecho.

Había perdido a un hombre, pero no estaba dispuesto a perder más. Ordené fuego a discreción, y salí corriendo hasta cubrirme tras una pared cercana. Eran civiles, si, pero acababan de convertirse en civiles armados, a nuestros ojos soldados, sin experiencia, pero soldados a fin y al cabo.
Comprobé el seguro del arma, vi que estaba quitado, y empecé a disparar hasta agotar el primer cargador. Rápidamente lo cambié por otro y, entre gritos, mandé avanzar a cuatro soldados, mientras la otra mitad de mis hombres daban cobertura.
Los civiles, diezmados, comenzaron a correr, pero nosotros seguimos disparando. Desde mi posición veía sombras borrosas en movimiento, apunté y disparé una ráfaga que envió al suelo a uno de ellos.
Avanzamos. Tras dejar tres cadáveres junto al carromato, había un cuarto; el mío. Me horroricé al comprobar que era un crío. Tendría quince años, no más. Sin embargo, pese a las ganas de llorar, no me derrumbé. Su arma era un rifle, quizás fuera él quien matase a Clemens. Es algo que nunca sabremos, pero es algo que tampoco me hubiera hecho sentir mejor.

Aquel día capturamos a treinta y siete civiles (hombres, mujeres y ancianos), dos ovejas y un ternero. En el camino se quedó Clemens, un hombre de la 2ª escuadra con la rodilla completamente destrozada y tres soldados más de la 3ª a los que apenas conocía, salvo de vista. Klubber estaba bastante afectado, después de todo, él si les conocía. Si no lo hubiera estado es cuando realmente sería algo raro.
Algunos de los prisioneros eran comunistas declarados, otros judíos, y la gran mayoría no tenían nada que perder salvo lo que les estábamos arrebatando. Si no recuerdo mal, antes o después, la mayor parte de ellos acabaron fusilados.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Lun Ene 20, 2014 8:13 pm

Buen relato compañero Wyrm :D :wink: .

Saludos Cordiales¡¡

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Lun Ene 20, 2014 9:26 pm

Gracias He-111 ;)
Vamos entonces con la tercera parte de la historia de nuestro oficial con memoria eidética. Espero que os guste... Gracias.



14 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Estoy contento. Esta tarde tropecé de casualidad con una pequeña caja de madera enmohecida semienterrada en la trinchera. Estaba cerrada con un pequeño candado. Tomé mi PPsH y golpeé con la culata hasta que conseguí romperlo. En su interior descubrí un pequeño tesoro en forma de tabaco. También había un mechero al que alguien le había grabado hace tiempo una desgastada cruz de hierro y un nombre prácticamente ilegible, así como una petaca a la que aún le quedaban un par de amargos tragos. Creo que, si el gusto no me falla, es vodka. ¿Quién se desprendería de algo así?

Me senté y apoyé el arma a mi lado, ese compañero que nunca te abandona, y después encendí uno de los cigarros. Machorka...
Perdí la noción del tiempo y por un instante me evadí de todo cuanto me rodeaba. Sabía mal, muy mal, pero la sensación de tranquilidad que por un momento sentí no se me va a olvidar en la vida.
Sin embargo el rugido de un motor cercano me sacó de mi ensimismamiento. Saqué levemente la cabeza de la trinchera, y ahí estaba, en movimiento a poco menos de doscientos metros. ¡Era un maldito KV-1A! ¿Qué hacía en solitario por tierra de nadie? Y, más importante todavía, ¿De dónde narices había salido?
Apagué el cigarro y lo tapé con algo de tierra húmeda. Si me descubrían, estaba perdido. Contuve la respiración durante tanto tiempo como pude, y preparé el arma con sumo cuidado. Si debía morir, al menos no iba a ser sin defenderme.
De repente vi como sus cinco tripulantes se bajaron del carro y, dándome la espalda, se pusieron todos a mear. Eso es algo que no aconsejo ni al peor de mis enemigos. Qué horror. Mear a decenas de grados bajo cero es una de las peores torturas a la que te pueden someter.
A punto estuve de vaciar el cargador sobre ellos y librarles de ese doloroso momento, pero no lo hice. Esperé. Finalmente, entre risas y comentarios que no llegué a entender pero sí a oír, dado que el frío propaga mejor el sonido, se volvieron a montar en su blindado y continuaron su camino hacia al este.

Esa cómica escena me trajo el recuerdo de los acontecimientos siguientes al asalto a Rogoźno, que de cómicos tienen bastante poco.
Estaba yo orinando en unas malezas, junto a otros tres o cuatro soldados, cuando se me acercó por detrás el Oberleutnant Ohms.
- Volkmar -Me dijo-. Lamento lo de Clemens, sé que era un buen soldado.
- Si, lo era. Y un buen amigo también. -Respondí. Terminé en el arbusto y me giré. El teniente estaba nervioso, se le notaba. Se encendió un cigarro y me ofreció uno que acepté de buena gana. Después, pregunté-: ¿Deseaba algo más, Herr Ohms?
- Sí, así es. Necesito que me haga un informe de lo sucedido en Rogoźno lo antes posible. Pero no vine por eso; sé que eres diligente y lo hubieras hecho sin necesidad de recordártelo. Quiero que piense en un sustituto para el puesto de Clemens. Usted conoce mejor que nadie a esos chicos. Confiará en alguien.
- Sí, señor -Afirmé, aunque realmente no era así. Todos mis hombres sabían lo que hacían, pero no estaba seguro de si sabrían manejar escuadrillas o llevarían a más hombres a la muerte. Finalmente, contesté-. El soldado Sterl.
- Perfecto Volkmar. Ahora busque a Döbel y a Klubber, nos vamos. Han llegado unos camiones y Herr Sönner ha dado orden de montarnos.
- Entendido. -Contesté.
Quería haber preguntado "¿Ya?" o "¿Por qué?", pero esas no son preguntas que un soldado deba hacer, y menos delante de ojos indiscretos.
Con el cigarro aun sin encender saludé marcialmente al teniente y me fui, maldiciendo para mis adentros. Todos los muchachos teníamos la esperanza de que nos dejasen descansar una noche, sólo una, pero no fue así.
Estábamos haciendo uso de un nuevo método conocido como la guerra relámpago, y a la infantería nos tenían martirizados. En casi una semana apenas había dormido unas horas por día, estábamos agotados y casi no nos daban tiempo ni para comer.

Durante la noche atravesamos cuatro pueblos y pudimos más o menos descansar. A mí me tocó redactar lo ocurrido durante la tarde anterior, pero gracias al monótono ruido del Opel que nos transportaba también conseguí dormir un par de horas. Finalmente, sin que hubiera salido aún el sol, llegamos a un descampado cerca de Gniezno, donde estaba ya montado el campamento. Era una ciudad al sureste de Rogoźno.
Allí nos informaron de que la 1ª Compañía y los pelotones 2º y 3º de la 2ª, iban a asaltar la ciudad a primera hora de la mañana. Mientras tanto, el primer pelotón, nosotros, debíamos evitar a toda costa que los soldados que consiguieran escapar sobrepasasen nuestra línea al sur de Gniezno.
La razón era simple: Era un enclave para el paso de suministros, un lugar de vital importancia, y los soldados polacos allí refugiados podían atacar la retaguardia de las unidades situadas al sur del Vístula, entre Wloclawek y Konin, si nada les impedía retirarse y reorganizarse. Ahí, es donde entrábamos nosotros.

Mientras que los que iban a tomar la ciudad se preparaban para el asalto o descansaban un rato antes de entrar en acción, a nosotros nos condujeron hasta nuestra zona de despliegue. Se trataba de una ancha carretera de tierra apelmazada, rodeada por dos grandes campos de cereales de casi metro y medio de altura.
El Oberleutnant Ohms ordenó que mi escuadra se posicionara en la calzada, mientras que la 2ª y la 3ª estarían a izquierda y derecha respectivamente, camuflados por el trigal. Él estaría con la tercera.
Cavamos durante toda la noche y con ayuda de unos sacos creamos un parapeto lo suficientemente ancho y alto como para posicionar la Mg-34 y cubrir también a otro par de soldados más, entre ellos Sterl, el nuevo encargado de la semiescuadra de la ametralladora. El resto nos posicionaríamos detrás.

Recuerdo que miré el reloj. Eran las 8:00 de la mañana, hora alemana. Varias escuadrillas de Stuka sobrevolaron la ciudad soltando sus cargas explosivas y, entonces, empezó a azotarnos el nerviosismo previo a la batalla. En cualquier momento tendríamos que entrar en acción.
Me paré al lado de cada uno de mis nueve infantes -Aún no habíamos recibido remplazo para el hueco dejado por Clemens-, y les di ánimos. Creo que es lo que todo sargento debe hacer, preocuparse un poco por los hombres a su cargo. Después, esperamos.
Tras una hora de incertidumbre, los primeros uniformes marrones se vieron en el horizonte. Eran diez. Miré hacia la derecha buscando a Ohms y, con gestos, me ordenó que esperase. Nadie disparó. Cuando se acercaron un poco más, el teniente gritó algo en polaco, creo que quiso decir que tirasen las armas. Los infantes obedecieron e hicimos diez prisioneros sin disparar ni un solo tiro. Dos de los soldados de la segunda les pusieron cuerpo a tierra entre el trigal, y los mantuvieron encañonados para que no intentasen nada.
Sonreímos triunfales. Si todo iba a ser así, sería coser y cantar. Pronto, muy pronto, descubriríamos que estábamos completamente equivocados.

Media hora después el suelo comenzó a vibrar. Parecía una columna de blindados en movimiento, pero no, se trataba de una maldita unidad de caballería que avanzaba velozmente hacia nuestra posición. Eran treinta, cuarenta, o quizás más, y estaban armados con pistolas, puntiagudas lanzas y afilados sables.
Una vez más miré a Ohms y, de nuevo, nos mandó esperar. Gritó la palabra mágica ("¡Fuego!") cuando el enemigo se encontraba a doscientos metros, y entonces la ametralladora de Sterl comenzó a soltar mortales ráfagas.
Las escuadras de cada lado comenzaron a disparar, saliendo de su escondite, y nosotros hicimos lo propio. La sangre de las montura se mezclaba con la de los jinetes, pero su velocidad y determinación causó estragos entre la cansada voluntad de algunos soldados y éstos, asustados, se replegaron sin haber recibido tal orden. Mis hombres aguantaron estoicamente, hasta que el combate se convirtió en una violenta carga de caballería digna de la época medieval.
Desmonté a un soldado que pretendía pasarme por encima y le golpeé con la culata como si se tratase de un candado. Después disparé a otro, y maté a un tercero que acababa de atravesar de una lanzada el hombro de Kroll, uno de nuestros mejores tiradores. El soldado gritaba de dolor retorciéndose en el suelo con un palo de dos metros atravesando parte de su clavícula.
Me quedé un instante atontado mirando la dantesca escena, y a poco estuve de perder la cabeza por no prestar atención. Usando el subfusil a modo de escudo, bloqueé la estocada de un jinete justo en el momento en que rozaba mi cabellera, pero el muy canalla logró cortarme los dedos meñique y anular de cuajo. Caí al suelo sangrando abundantemente por la herida y, entre gritos de dolor, disparé como buenamente pude. Abatí tanto a la montura como al jinete, y la bestia equina a poco estuvo de aplastarme.

Miré hacia los lados, conmocionado. Nuestra posición, relativamente segura según nos habían informado, se acababa de convertir en una batalla campal a la antigua usanza. Los gritos de dolor y los relinchos de los animales se mezclaban con disparos y con golpes secos dados con las culatas de nuestros rifles.
Con la diestra aún temblando por el dolor, cambié el cargador y desde el suelo abatí a otros tres jinetes, antes de tener que enfrentarme a un cuarto armado únicamente con el cuchillo reglamentario. Finalmente la carga fue rechazada, pero las pérdidas fueron irreemplazables.

Los soldados que huyeron asustados, tres miembros de la 2ª y la 3ª escuadra, fueron masacrados cuando la carga atravesó nuestras líneas. Otros dos infantes de la 2ª causaron baja, así como un soldado más de la 3ª, el Unterfeldwebel Klubber. En la mía Kroll estaba herido grave y Dietmar había fallecido, desangrado a causa de la pérdida de un brazo.
El pelotón estaba diezmado, pero por suerte no tuvimos más combates. Mi escuadra contaba entonces con siete soldados, pero era la que mejor cara tenía tras lo sucedido aquel día. La pérdida de Klubber fue lo más duro, era un buen compañero. Y es verdad, aunque siempre diga lo mismo...

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Vie Ene 24, 2014 9:44 pm

Pues la trama en este tercer capítulo no decae... Buen relato Wyrm :)

Saludos

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Sab Ene 25, 2014 12:06 am

Agradezco tus palabras Ramcke. En cuanto tenga tiempo para continuar lo que ya tengo empezado, habrá una cuarta entrega :twisted:

Saludos.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Sab Ene 25, 2014 2:51 am

Tiene muy buena pinta, Wyrm... Por poner alguna pega, algunos detalles de tipo histórico y estilístico, pero sumamente interesante, la verdad. Y en cuanto a las críticas, es que yo soy muy pejiguera, como dicen en mi tierra.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Sab Ene 25, 2014 9:51 am

Está para ser criticado, Grognard. :wink:
No soy escritor ni historiador, es sólo un pequeño hobby, por lo que habrá fallos seguro. Soy consciente de ello desde antes de haberme puesto con el relato. Y más contando con que tampoco soy un "experto" en tropas (Y menos alemanas), y los rangos, las formaciones, etc... me pueden bailar un poco.

Gracias. :twisted:

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Sab Ene 25, 2014 11:17 pm

15 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Otro día más... Tengo hambre y frío, mucho frío. Está nevando y tira bastante viento. Es una ventisca, una tempestad como las que sólo pueden darse en este inhóspito paraje perdido de la mano de Dios.
Me obligo a andar y a estirar los músculos, pero no aguantaré mucho más en este maldito lugar abandonado a su suerte. Mañana saldré en busca de otro sitio donde resguardarme, y quizás antes de que anochezca vaya a cazar algo. No soy capaz de resignarme a morir así. No he esquivado balas durante años para acabar de esta manera.
Con suerte, mucha suerte, quizás Döbel siga aún con vida. Igual hasta hay alguien más con él. Le vi correr hacia el norte cuando nos perseguían, debiera salir a buscarle... Sí, saldré a buscarle...
Sin embargo, no puedo evitar preguntarme si realmente quedará alguien con vida o si sólo intento llenar mi cabeza con falsas esperanzas. Sea como fuere, continuaré con mi historia. Es la única forma que tengo ahora mismo de evadirme de la miseria que me rodea...

Después de nuestro último combate se nos trasladó al norte, atravesando la zona del bosque de Tuchola. Por ese lugar ya había arrasado el 8º Regimiento y no encontramos resistencia, cosa que agradecimos.
Aún así, la caminata que nos pegamos fue digna de merecer la Cruz de Caballero, y el odio que empezábamos a profesar hacia el ausente hauptmann de nuestra compañía se agravó cuando, agotados después de llevar todo el día de marcha, le vimos pasar a nuestro lado montado en un viejo carromato. Nos observaba con semblante altivo a través de sus pequeñas gafas redondas, mientras dos hermosos corceles tiraban de su vehículo. En aquel instante todos pensamos mil y un insultos, y mil y una maneras de acabar con él.

La Campaña de Polonia podría decirse que fue rápida, pero no indolora. Las heridas de los últimos enfrentamientos eran aún muy recientes, pero aguantábamos bien el tirón. Kroll viajó junto a nosotros con su brazo derecho en cabestrillo y un enorme vendaje cubriéndole el hombro y parte del torso, y yo, bueno, yo mostraba mi mejor cara pese a la pérdida de dos de mis dedos. Visto lo visto, era un mal menor.
Incluso nuestros camaradas caídos nos acompañaron, no literalmente, y brindamos por ellos con un par de botellas de slivovitz que tomamos "prestadas" de una bodega local. Era gente con la que habíamos compartido prácticamente todo un año, y su recuerdo aún estaba muy presente; demasiado para algunos, que no pudieron reprimir las lágrimas. Gracias al alcohol, esas lágrimas pronto se tornaron en risas.

Durante el trayecto cruzamos varios pueblos donde los nuestros ya estaban asentados. Ventanas y balconadas mostraban sábanas y camisas blancas en señal de rendición, mezcladas con distintas banderas rojas plagadas de esvásticas que algunos soldados habían colgado. Finalmente llegamos a nuestro destino, Świecie, una ciudad a orillas del Vístula.
Ocupamos un edificio de tres plantas desde donde se podía ver el río, y mandamos a los muchachos a dormir en cualquiera de los pisos superiores. Döbel y yo, sentados en el portal bajo la tenue luz de una lámpara, nos quitábamos las grandes ampollas de nuestros pies, pasándolas por el cuchillo, mientras discutíamos la idea de si recibiríamos pronto los reemplazos necesarios para nuestro diezmado pelotón. Habían pasado casi dos días, y no teníamos noticias al respecto.

Dicho y hecho. Acabábamos de acostarnos, o eso me pareció, cuando alguien encendió la luz de nuestra habitación. Era el capitán Sönner, acompañado por el teniente Ohms y un estirado suboficial.
Rápidamente nos levantamos, en calzones, y nos pusimos en posición de firmes. Herr Sönner nos miraba con gesto indiferente, algo a lo que ya estábamos acostumbrados, y al poco habló:
- Elija una cama, Theodor. Ellos serán sus compañeros de pelotón. El fedwebel...
- Volkmar, señor... -Interrumpió nuestro oberleutnant-. El feldwebel Volkmar y el unterfeldwebel Döbel.
- Gracias, Friedrich -Añadió el hauptmann. Después me señaló y dijo-: Vístase y acompáñeme, tengo una tarea para usted, feldwebel Volkmar.
- Sí, señor -Contesté. Después posé mi mirada en Ohms, que ocupaba un discreto segundo plano, y le vi encogerse de hombros con el morro torcido. Yo estaba agotado, pero qué otra cosa podía hacer más que obedecer las órdenes...

Le cedí mi cama al nuevo suboficial con intención de empezar nuestra relación con buen pie, y me presenté formalmente mientras me vestía. Döbel hizo lo mismo, aunque permaneció tendido en su catre, cubriéndose los ojos con el brazo.
Theodor Müller, unterfeldwebel; vino del 3er Regimiento de reemplazos junto con casi una docena de infantes para rellenar los huecos de nuestras escuadras. Otros muchos fueron a parar a otras unidades de la 3ª División.
Tenía veintipocos años y la clara pose de un joven alemán orgulloso. Era majo, aunque no en todo estuviéramos de acuerdo -sobre todo con el tema de los judíos-, y parecía saber lo que hacía. Veintipocos seguía teniendo cuando la ametralladora de un tanque polaco, un 7TP, le acribilló a balazos una semana después, el mismo día que Ohms murió.

Cuando terminé de vestirme salí al pasillo. Allí estaba el oberleutnant Ohms, fumando, y un metro más allá estaba Sönner, esperándome impaciente junto a la escalera. Me cuadré y pregunté que se requería de mí. Ohms me señaló con la mirada al capitán, y éste me hizo seguirle hasta la azotea del edificio.
Una vez allí me prestó sus binoculares para observar un ferry que estaba atracado en la otra orilla del río, junto a un pequeño embarcadero. Alrededor de él había un buen número de soldados polacos y una ametralladora que apuntaba hacia nuestra ribera.
- ¿Lo ve? -Me preguntó.
- Si -Respondí-. Pero no entiendo qué quiere decirme, señor.
- Le creía más perspicaz, feldwebel. Quiero que me consiga ese barco. Con él podremos atravesar el río sin necesidad de puentes o botes de remos. Rodearíamos Chełmno en cuestión de horas con prácticamente todos nuestros efectivos.
- Señor, ¿Me permite una pequeña observación?
- Adelante -Me respondió, afirmando con la cabeza.
- Yo no tengo la menor idea de manejar un cacharro de esos.
- Friedrich, encárguese usted de los detalles -Contestó el hauptmann sin hacer mención a lo que yo había dicho.
- Si, mi capitán -Respondió Ohms.
Ambos se saludaron marcialmente y la esmirriada figura del hauptmann desapareció por las escaleras. Al poco le vimos marchar calle abajo, directo al cuartel.
El teniente me ofreció un cigarro y él se encendió otro pese a que acababa de tirar uno hacía escasos minutos. Después comenzó a hablarme de la "operación".
- Según creemos, Volkmar, esperan que ataquemos Chełmno por el puente que hay al Sur, pero confían en que no podemos rodearles. Si pudiéramos tomarles por sorpresa, sería un duro golpe para las topas afincadas en la ciudad. No podrían retirarse.
- Lo comprendo, señor, y no tengo problemas en cumplir con la tarea encomendada. Mi duda reside en cómo traeremos el transbordador. Que yo sepa, ninguno de mis hombres sabe pilotar un barco de esas características.
- Busque al gefreiter Geist, de la tercera escuadra. Él sabrá, era pescador -Me respondió-. Para cruzar el río tiene dos barcas de remos escondidas en la orilla un kilómetro al norte. Además de Geist, necesitará ocho hombres más. Si no quiere tener la responsabilidad de elegirlos, pida voluntarios.
Calló unos segundos mientras yo miraba hacia el horizonte, después me dijo:
- Volkmar, ¿Realmente se encuentra en condiciones?
- Claro, mi teniente -Dije, aunque realmente estaba mintiendo. Odiaba y temía los barcos a partes iguales. Era un miedo que nunca he podido entender, ni tampoco he conseguido superar. Suspiré y finalmente añadí-: Les traeré el barco...
Ohms se fue tras darme ánimos, y me quedé un par de minutos en la azotea mirando al vacío. Una vez más me había guardado un cargador repleto de preguntas, que se quedaron sin respuesta. como por ejemplo "¿Por qué yo?", pero la más importante era una que sólo yo podía responder "¿Conseguiría aparcar ese miedo irracional aunque fuera por un instante?".

Por si no ha quedado claro... Odio los barcos...

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Lun Feb 03, 2014 11:46 pm

15 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Ya está. Lo tengo claro. Terminaré de plasmar en este escrito lo sucedido durante la "operación ferry", y abandonaré este condenado lugar. Sea para bien, o para mal.
Necesito moverme, estirar los músculos. Los pies me empiezan a arder, y todos sabemos que eso no es bueno; no es nada bueno.
Quizás sea que el hambre me ofusca la mente, que chupar chuzos de hielo me esté congelando el cerebro, o que la idea de quedarme inválido debido a la gangrena me esté volviendo loco, pero lo cierto es que me estoy agobiando. Necesito aire, salir a campo abierto, moverme libremente...
Sí, es cierto que las probabilidades de morir ahí fuera crecen exponencialmente, máxime cuando no cuento con ropa de camuflaje ni con un abrigo sin agujeros o rasgaduras para resguardarme del frío, pero lo necesito.
Sea como fuere, si mi orientación no me falla debo de estar por la zona norte de Marinovka. Dónde, o a qué distancia, no estoy seguro.

Hace cinco días que el primer pelotón recibió la orden de avanzar hacia el oeste para hacer contacto con el enemigo. Necesitamos salir de este cerco en el que nos tienen metidos los ruskis, y éramos los encargados de encontrar algún tipo de brecha en su perímetro. El Hauptmann Adolf von Topf, sustituto del desaparecido Hauptmann Sönner, creyó que era una buena idea. El problema, además bastante grave, fue que de esa patrulla no volvimos ni la quinta parte de los que partimos.
Estábamos en una arboleda a orillas del río Karpovka, nevaba ligeramente y había una espesa niebla. Íbamos en completo silencio y espaciados, pero no nos enteramos de nada hasta que fue demasiado tarde...

Las balas escupidas por las ametralladoras enemigas comenzaron a cortar el aire, y los hombres del pelotón empezaron a caer moscas. Pude resguardarme tras un árbol y vociferé para que todos hicieran lo mismo, con orden de retirada. Habíamos llegado hasta su línea y debíamos retroceder.
Poco después empezó la lluvia de proyectiles, y el viento trajo hasta nosotros el inconfundible sonido de los T-34 en movimiento. Cuando me disponía a salir corriendo de mi parapeto, algo hizo explosión a mi lado. Desperté ensordecido y aún aturdido, mientras Döbel y un soldado de la 2ª escuadra me llevaban arrastras por la nieve.
Todo el mundo corría en desbandada, a lo loco. Me puse en pie e intenté, en vano, destaponarme los oídos. La densa niebla impedía ver si nos perseguían los rusos, o por dónde narices corrían nuestros camaradas. Los proyectiles creaban surtidores de nieve a nuestro alrededor, y en más de una ocasión fuimos bañados en nieve mientras huíamos del enemigo.
Grité para crear un punto de reunión, pero eso sólo causó que los rusos nos disparasen más y con mayor precisión.
Cuando conseguimos escapar de nuestros perseguidores, no sabíamos ni donde estábamos. El desconcierto era general, la niebla nos había hecho correr hacia direcciones totalmente distintas y el tiempo que pasé inconsciente mientras me arrastraban no ayudaba en absoluto.

Siete. Siete soldados, contándonos a Döbel, y a mí, era lo que quedaba de la patrulla de combate. Habíamos partido todo el primer pelotón prácticamente al completo, y eso era lo poco que quedaba de él. Atrás dejamos heridos, sintiéndolo en el alma, y podría afirmar que otros tantos soldados se perdieron en la arboleda a causa de la niebla y el miedo generalizado...

En Polonia ocurrió todo lo contrario, aunque me costó sangre y sudor cumplir con mi cometido.
Pedí voluntarios para que me acompañasen en la misión encomendada por Sönner, y doce soldados se ofrecieron. Escogí a ocho, entre ellos al gefreiter Sterl, que con Geist y un servidor hacíamos los diez; cinco para cada bote de remos, y dos mandos intermedios.
Recorrimos la ribera sin incidentes, y encontramos los botes donde el oberleutnant Ohms me dijo, escondidas un kilómetro al norte de Świecie. Los llevamos hasta el río, y yo sujetaba uno mientras los soldados se montaban. La mandíbula ya me dolía a causa de la tensión, y aún no había subido a bordo. Las manos me temblaban visiblemente y un sudor frío me caída por la frente hasta el punto de que el soldado Fritz, de la 1ª escuadra, la mía, me preguntó si me encontraba bien. No tuve palabras para responder, porque si hubiera abierto la boca no sé que hubiera salido.
Me agarré con todas mis fuerzas a los lados del bote, e intenté contener a mi descompuesto estómago. Durante la silenciosa travesía por el río recé más que en toda la guerra, y sólo me sentí a salvo cuando logré poner los pies en tierra en la orilla opuesta. Suspiré verdaderamente aliviado.

Respiré con calma unos segundos y me centré. Repartí los hombres en tres grupos de fuego -Sterl con tres, Geist con otros tres y Fritz conmigo-, y mientras nosotros íbamos por la orilla, a ellos les ordené separarse tierra adentro, con intención de crear varios frentes. Antes de separarnos, di prioridad de eliminar a la ametralladora y a cualquier soldado sobre el barco, pero nada de disparar a lo loco porque podríamos hundirlo, si no lo hacían antes ellos. Primero dispararía yo, y después el resto.
Y así fue que caímos sobre los polacos sin que se lo esperaran, moviéndonos despacio hacia su estática posición alrededor del embarcadero. La noche nos ayudó, está claro, porque de día eso jamás lo hubiéramos podido hacer. Nos superaban ampliamente en número, mínimo 2 a 1, pero no tenían coberturas y con el fuego cruzado todo fue coser y cantar.

Sólo dispare una vez. El primer disparo, y con el que abatí al operador de la ametralladora. Del resto se encargaron mis muchachos. En un primer momento pensé en lanzar una granada sobre el nido, pero no quería volar el barco por error, así que mantuve a los soldados a tiro pero sin accionar el gatillo. Dos infantes eslavos saltaron al agua desde el pequeño muelle. Otros cuatro se rindieron y los tomamos como prisioneros. El resto, se puede imaginar que no acabaron bien. Es lo que tiene la guerra.

Uno de los voluntarios que me acompañaron, llamado Otto Müller, me demostró cuan bajo puede caer un hombre cuando le descubrí disparando entre risas a la pareja de polacos que luchaban por mantenerse a flote en el río. La corriente era fuerte, muy fuerte, y bastante tenían ya con nadar cargando con una pesada mochila como para que un imbécil les estuviera disparando. Me imaginaba a mi mismo cayéndome de un bote y me daban escalofríos. Le quité el arma antes de que matase a ninguno, y él me amenazó con contárselo al teniente.
No he llegado hasta donde estoy aceptando que un subordinado profiera tonterías, y en ese momento creí oportuno que el soldado Müller volviera en uno de los botes. La sonrisa le desapareció del rostro, pero yo le mostré la mía. Las amenazas para otro.

Geist, que sabía cómo navegar en ese ferry, y en otros muchos tipos de barcos, pronto tuvo el transbordador listo. Tan pronto como el humo salió por su chimenea, fui atacado nuevamente por los sudores, por las ganas de vomitar, los mareos y el malestar general. Me subí, agarrado a una barandilla como aquel que se va a caer, y allí permanecí quieto como un palo hasta que en la otra orilla decidí saltar para no estar más tiempo a bordo. Habíamos cumplido.

El resultado fue un herido leve a cambio de un barco y cuatro prisioneros. El mismísimo Sönner me dio la enhorabuena.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mar Feb 04, 2014 7:55 pm

A la atención del Hauptmann Adolf von Topf, Comandante de la Compañía 2 del 29º Regimiento de Granaderos, 3ª División de Infantería Motorizada
Asunto/Referencia: Oficial encontrado
17 de Diciembre de 1942, 10:30 horas


¡Herr hauptmann!
Un pelotón de reconocimiento de la 376ª División de infantería (mot.) ha localizado durante la pasada noche a un oberleutnant de su compañía que responde al nombre de Ernst Volkmar Heß, en una zona quince kilómetros al sureste del nuestro cuartel general.
Presenta un grave caso de hipotermia, y el Stabsarzt que le ha examinado cree que ha salvado la vida de milagro. De momento permanece inconsciente en nuestro hospital de campaña, pero está estable. Le mantendremos en observación y trataremos de que se reponga lo antes posible para que pueda volver con los suyos.

Hemos deducido su nombre gracias a unas cartas sin destinatario que llevaba encima y que habían sido escritas recientemente. Quien lo encontró me las remitió con intención de que preparase algún tipo de proceso judicial.
Le ahorraré lo que en ellas expresa su oficial, pero le puedo asegurar que si esos escritos hubieran caído en otras manos, Herr von Topf, ahora mismo le estaría escribiendo por el fusilamiento de un oficial de su compañía tras un proceso sumarísimo. Sin embargo, no ha sido así.

Se le seguirá informando de los progresos médicos de su subordinado.

Firmado:
Generalleutnant von Daniels, al mando de la 376.ª División de infantería (mot.) (1)







1: Dicho Generalleutnant realmente era el que estaba al mando de la 376.ª Div. Inf. Mot., pero se trata de un texto completamente ficticio.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mar Feb 04, 2014 11:16 pm

Supongo que las aventuras y desventuras del oberleutnant Heß no acabarán aquí. ¿Verdad que no, Wyrm? :twisted:

Buen trabajo.

Saludos.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Feb 05, 2014 11:09 am

Hola Capi.
Me da que sus desventuras no acabarán ahí, no, aunque estuve tentado a que le ocurriera alguna cosa mala... :twisted:

Saludos y gracias! ;)

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Lun Feb 10, 2014 7:57 pm

Informe médico preliminar del Oberleutnant Ernst Volkmar Heß
Realizado por Corinna Vogel, enfermera jefe.

17 de Diciembre de 1942


El paciente, de 30 ó 31 años de edad y de nacionalidad alemana, ha llegado inconsciente al hospital de campaña de la 376ª División de Infantería a las 7:35 horas del día de hoy. Mide cerca 1,80 metros y pesa en torno a los 75 kilogramos.

Marcas o heridas visibles:
  • Falta de los dedos meñique y anular de la mano izquierda.
  • Varias heridas y hematomas a la altura del hueso cigomático derecho. No revisten gravedad.
A falta de soldbuch donde anotar las posesiones del soldado para que le sean restituidas una vez finalice su convalecencia, procedo a inventariar sus pertenencias:
  • Uniforme y abrigo de invierno. Ambos con sus correspondientes hombreras de oficial y el águila del Heer en el pecho.
  • Gorro de campo, mitones, botas, jersey y pantalones del Heer.
  • Cinturón con bayoneta, pala, cantimplora (Vacía), fundas para cargadores (Vacías), y funda de pistola (Sin arma).
  • Unos binoculares y un reloj de pulsera (Roto).
  • Tres cigarros, petaca (Vacía) y mechero.
  • 5 cartas sin destinatario.
  • Subfusil ruso y un cargador de tambor.
  • Insignias:
      Cinta de la Ostmedaille, cinta de la Cruz de Hierro de 2ª Clase, Cruz de Hierro de 1ª Clase, placa de asalto de infantería en plata (Rota), placa de herido en negro, credencial de destrucción de tanque en plata.
Notas sobre su estado al llegar al hospital:
  • Inconsciencia.
  • Síntomas de hipotermia: Labios, dedos y orejas con tonalidad azulada; pulso bajo.
  • Deshidratación.
  • Posible infección en los dedos del pie derecho.
Notas sobre su estado actual, tras exámen:
  • Continúa inconsciente, pero estable.
  • Pulso normal recuperado.
  • Recuperando el color de la piel.
  • La infección del pie derecho no reviste gravedad; se recomendará limpieza diaria, y mantener los pies secos.


Resultado del informe médico preliminar:
    No necesita hospitalización. Apto para el combate una vez termine su recuperación.

Supervisado y revisado:
Dr. Méd. Emil Kope,
Stabsarzt de la 376ª División de Infantería Motorizada

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Feb 12, 2014 9:08 pm

24 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Desperté hace cuatro días sobre una cómoda camilla, en una espartana y fría habitación de hospital. A decir verdad, cualquier lecho por pobre que fuera me resultaba cómodo después de haber estado durante tanto tiempo en el helado frente ruso, pero ese catre, sin duda alguna, era especialmente confortable.
No sabía cuánto tiempo había pasado inconsciente, qué había ocurrido, ni cómo había llegado hasta ahí. Sólo sabía que estaba vivo, y que mis últimos recuerdos estaban demasiado borrosos como para sacar algo en claro, por extraño que parezca en mi. Sea como fuere, estaba a salvo y eso era suficiente.

A mi alrededor había otras siete camas más, todas reservadas para oficiales. Me habían vestido con un ridículo pijama de rayas, el mismo que vestían todos mis compañeros de habitación, y no pude evitar soltar una sonrisa de alivio tras mirarme de arriba a abajo y comprobar que mis pies continuaban en su sitio, limpios y secos.
Estaba anocheciendo. Todos mis compañeros yacían dormidos salvo uno, el que estaba justo a mi izquierda. Me tendió la mano y se presentó como Albert Hebbel, Oberleutnant de artillería, militar de cuarenta y pocos años al que le alcanzó un proyectil en plena pierna cuando huía de la inminente explosión de su vehículo. Por suerte, o por desgracia, ya no volvería más al frente y no tendría que enfrentarse de nuevo a los endiablados tanques soviéticos.

Me contó que estábamos en un antiguo colegio de la ciudad de Novyy Rogachik convertido en hospital de la 376ª División de Infantería, nuestra vecina en el frente, y que llevaba inconsciente desde que llegué prácticamente muerto a primera hora del 17 de Diciembre. Al parecer me equivoqué de dirección; la baja temperatura debió de hacer estragos en mi cabeza, pues ni con las estrellas logré orientarme correctamente. Había estado dormido durante casi tres días.

En aquel momento, justo cuando el oficial de artillería iba a decirme quiénes eran los demás hospitalizados de nuestra habitación, entró por la puerta algo que ya había olvidado, una mujer. No me malinterpretes, no era una mujer cualquiera, sino una de belleza sin parangón. Me quedé atontado, extasiado. Ni siquiera escuchaba los gritos que resonaban por todo el edificio.
Vestía como una enfermera, pero estaba brillante incluso con el desgastado y sucio delantal blanco. Aquel día no lo supe, pero sí más tarde. Se llamaba Elisa y era la enfermera encargada de nuestra habitación junto con la enfermera jefe y el propio Stabsarzt.
Sin embargo, su hermosura se vio eclipsada por la figura de su acompañante, un Hauptmann de la Feldgendarmerie que, cargando con un maletín de cuero negro y de aspecto pesado, se acercó hasta mi cama sin mirar hacia ningún otro lado.
- ¿Volkmar Heß, Ernst? -Me preguntó, aunque estaba seguro de que ya lo sabía antes de preguntar. Parecía como si hubiera sabido el momento exacto en el que iba a despertar.
- Sí, Herr Hauptmann -Respondí, levantándome todo lo rápido que pude de la cama y taconeando descalzo.
- Debe acompañarme.

No tenía ni idea de qué ocurría, pero una orden es una orden y más si viene de un miembro de la Feldgendarmerie. El médico del hospital, el Stabsarzt Emil Kope, le cedió su propio despacho para tratar conmigo a solas.
El investigador se presentó como el Hauptmann von Korff, oficial de investigación y mando accidental de las unidades del 541º Batallón de la Feldgendarmerie destinadas en la región de Stalingrado.
Al parecer había sospechas de que yo pretendía desertar y, aunque el Comandante de la 376ª División de Infantería no quiso dar parte, alguien si lo hizo. ¿Quién? Aún no lo sé, pero estoy en ello.

Lo siguiente es un extracto del interrogatorio al que fui sometido. La verdad es que el oficial fue cortés, aunque después comprobé que la piel del oso ya estaba vendida antes de cazarlo...

Hauptmann von Korff
Supongo que sabe por qué estamos aquí, ¿verdad?

Oberleutnant Volkmar
Puedo imaginarlo, Herr Hauptmann, pero, si no le importa, me gustaría que usted me lo dijera, más que nada, para estar seguro.

Hauptmann von Korff
Hay quien cree que usted estaba desertando cuando le encontraron, Volkmar, y yo estoy aquí para averiguar si eso es verdad. ¿Mejor así?

Oberleutnant Volkmar
Sí. Gracias, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
¿Dónde iba, Volkmar? ¿Desertaba?

Oberleutnant Volkmar
Por descontado que no, Herr Hauptmann. Buscaba el puesto de mando del primer batallón. Tenía que hablar con mi superior, el Hauptmann von Topf.

Hauptmann von Korff
¿Está seguro de eso?

Oberleutnant Volkmar
Claro, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
Entonces, no lo entiendo. Veamos, según tengo entendido, la última misión que le fue encomendada estaba fechada a día 10 de Diciembre. ¿Cierto?

Oberleutnant Volkmar
Cierto, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
Le encontraron durante la madrugada día 17, una semana después, solo, y en un lugar bastante lejos de su puesto de mando. ¿Puede explicarlo?

Oberleutnant Volkmar
Me perdí, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
Te perdiste... ¿Y tus hombres?

Oberleutnant Volkmar
Sólo sobrevivieron seis de todo el primer pelotón, señor. Ordené al feldwebel Döbel que se dirigiera al norte, porque los rusos nos pisaban los talones. Por ese flanco estaba el segundo pelotón.
Yo, mientras tanto, quise volver hasta nuestra antigua posición, pero no la encontré. Como le acabo de decir, Herr Hauptmann, me perdí.

Hauptmann von Korff
Curioso. Los últimos hombres que le vieron están abonando la estepa rusa, incluido su amigo, el feldwebel Döbel. ¿Casualidad o causalidad? -Me mantuve en silencio, aceptando el hecho de que mi amigo Döbel había muerto, quizás por mi culpa. Entonces von Korff volvió a insistir-: Pregunto, ¿casualidad o causalidad?

Oberleutnant Volkmar
No entiendo la pregunta, señor.

Hauptmann von Korff
Le creía más perspicaz, Volkmar. Lo que digo es que me parece mucha coincidencia que el único superviviente sea usted, y porque marchó en una dirección totalmente contraria a la de sus hombres.

Oberleutnant Volkmar
Creí que...

Hauptmann von Korff
No me importa lo que crea, Volkmar...

Oberleutnant Volkmar
Herr Hauptmann...

Hauptmann von Korff
Bien, sigamos. Durante esa semana perdido, ¿buscó activamente su puesto de mando?

Oberleutnant Volkmar
No, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
Entiendo. Al menos ha sido sincero.

Oberleutnant Volkmar
Si me permite, Her Hauptmann...

Hauptmann von Korff
Adelante.

Oberleutnant Volkmar
No he mentido en ningún momento, señor.

Hauptmann von Korff
Claro, Volkmar, no ha mentido, pero hay muchos flecos sueltos en su historia. Además de lo anterior, me han comentado que expresó ciertos sentimientos derrotistas en unas cartas. ¿Cierto?

Oberleutnant Volkmar
Sí, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
¿Sabe que el derrotismo está penado?

Oberleutnant Volkmar
Sí, Herr Hauptmann.

Hauptmann von Korff
¿Sabe cuál es la pena para un desertor derrotista?

Oberleutnant Volkmar
Me la imagino, señor...

Hauptmann von Korff
Efectivamente, muerte por fusilamiento -El estómago se me hizo un nudo-. Sin embargo, Volkmar, dada la cercanía de las festividades navideñas, y que su superior, el Hauptmann von Topf, y su Comandante de División, el Generalleutnant Helmuth Schlömer, han solicitado un indulto por buena conducta, el Führer ha permitido que se te conmute la pena -No entendía nada. Nadie me había interrogado hasta entonces, pero ya se había hecho efectiva la condena y hasta se había conmutado en cosa de cuatro días. Lo acepté, no me quedaba otra-. Dado que es un soldado competente, Volkmar, que es un veterano y que algunos altos mandos han intentado que vuelva lo antes posible a su unidad dada la escasez de efectivos, se te ha permitido la rehabilitación sirviendo una vez más a tu patria. En este caso, en una unidad de empleo especial.
El Stabsarzt ha firmado tu salida para el día 24 de Diciembre, hasta entonces permanecerás aquí, recluido. Un camión te recogerá entonces y conocerás tu próximo destino.

Oberleutnant Volkmar
Gracias, Herr Hauptmann...

Hauptmann von Korff
Espero que no nos volvamos a ver, Volkmar, o, si nos vemos, que sea en otras circunstancias.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Feb 12, 2014 9:55 pm

¿Cómo? ¿Una unidad especial? Espero que el autor dé la oportunidad de rehabilitarse con honores al Oberleutnant Volkmar o aquí va a pasar algo similar a cuando Conan Doyle decidió que Holmes hiciera salto de trampolín en la catarata de Reichenbach. :mrgreen:

Saludos.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Feb 12, 2014 10:04 pm

Ya te dije, Capi, que las desventuras del señor Volkmar no iban a acabar ahí... :twisted:

Gracias por el comentario, saludos ;)

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mar Feb 18, 2014 5:52 pm

Bueno, con este relato acaba el "paseo" de nuestro Oberleutnant por Polonia. Ahora toca decidir qué ocurrirá con él en "el presente". Salir del kessel es una tarea prácticamente imposible, así que veremos qué ocurre con nuestro hombre...

Espero que os guste.




24 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Pasé los siguientes tres días encerrado en un cuartucho pequeño y húmedo en el primer piso del lazareto, que por no tener, no tenía ni cama. Estoy seguro de que ese rincón donde me recluyeron era el lugar donde los maestros soviéticos encerraban a los niños cuando se portaban mal o no hacían los deberes.
La única visita que recibí día sí y día también, y además varias veces al día, era la de la enfermera Elisa. Normalmente era cuando pasaba a cambiar mi orinal o a traerme un trozo de pan duro y mi cantimplora con agua recién descongelada, aunque a veces, pero sólo si tenía tiempo para charlar, me traía noticias del exterior. Ninguna buena, la verdad, pero verla durante unos minutos era suficiente para alegrarme el resto del día. Me supongo que tener cualquier tipo de trato conmigo más allá de sus servicios como enfermera, le hizo ganarse alguna que otra reprimenda por parte de la enfermera jefe, porque el último día apenas me dirigió la mirada.
Ni siquiera se me entregaron cuchillas de afeitar por miedo a que me quitara la vida, pero hoy, además de permitírseme un afeitado aunque fuera bajo estrecha vigilancia, Elisa me ha conseguido algo con lo que escribir. Gracias a su regalo de despedida puedo seguir plasmando mis recuerdos en papel.

Un par de corpulentos gendarmes con la medialuna metálica colgada al cuello custodiaron mi puerta día y noche, y a primera hora del día de hoy me entregaron mis pertenencias; asombrosamente, todas ellas.
Siendo sincero, me he quedado muy sorprendido de que hasta las cartas que tanto han dado que hablar se me hayan devuelto intactas. Supongo que, aunque parezca extraño, alguien de arriba habrá movido algunos hilos para tomarlas como "correo personal". Sea como fuere, el caso es que me han sido devueltas.
Una vez uniformado y pertrechado fui escoltado al exterior del hospital con ligeros empujones, nótese el sarcasmo, y allí esperaban dos Henschel 33G y tres SdKfz 6 atestados de soldados de rostro alicaído; por lo menos había media compañía. Además, detrás de cada semioruga había enganchada una pieza de artillería.
Me despedí de Elisa con la mirada, y ella levanto tímidamente la mano en respuesta. Tras eso, la muchacha volvió al interior del lazareto y yo me quedé a la espera de ver qué ocurría conmigo.

En ese momento se apeó del primer camión un Oberleutnant de mediana edad con cara de pocos amigos, en cuyo uniforme se podía ver perfectamente la bocamanga de la feldgendarmerie. Se me acercó y, sin decir nada, me arrancó ambas hombreras y las tiró al suelo, para después pisarlas con desprecio.
- ¡Bienvenido, escoria! -Me espetó-. Aquí mando yo, y sólo yo. Quizá fueras un teniente condecorado, pero ya no eres nada. Y no creas que porque hayas caído bien a algunos mandos te voy a tratar mejor que a cualquiera de estos cerdos. Eres igual, o incluso peor que el peor de ellos.
Aguanté el tipo, y él continúo con su monólogo:
- No quiero que me hables, salvo si te pido expresamente que lo hagas. ¿Me has entendido? -Callé, después de todo no me había pedido que hablase.-. Bien, bien, bien... Parece que por fin ha llegado un tipo listo al corral, y como me has caído bien, te contaré un secreto; serás el que lidere el ataque que tenemos programado para esta noche. Ahora súbete a uno de esos camiones, mierdecilla, los detalles se te darán por el camino.

De momento me ahorraré los pormenores de la misión, dado que aún no la hemos puesto en marcha, pero puedo asegurar que es una completa locura. Lo que sí que puedo decir es que mientras me comentaban a grandes rasgos lo que esta heterogénea unidad de prisioneros ha de hacer, la palabra fusilamiento apareció cada dos por tres.
Al parecer, el General Walter Heitz está de camino de convertir en legal el disparar a todo el que se rinda (1), y este Oberleutnant del que ahora soy subordinado parece ser su seguidor número uno, vamos, otro maldito Sönner, y encima con amigos fanáticos...

Mientras espero mi hora, y nunca mejor dicho, haré memoria para terminar de contar mi paso por Polonia.
Había pasado ya semana y media desde que se inició la Campaña de Septiembre y, pese a las pérdidas sufridas, algunas de ellas irreparables, aguantábamos todo lo que nos echasen encima. Siempre que podíamos estábamos en primera línea, y todos y cada uno de nosotros hacíamos todo cuanto estuviera en nuestra mano para lograr nuestros objetivos.
Así acabamos en los alrededores de Płock, habiendo empujado a los soldados polacos hacia la ribera opuesta del río Vístula. Todo había salido bien, y con pocas pérdidas humanas y materiales. La división tomó la ciudad y se asentó en ella.
Tuvimos tres días de descanso, durante los cuales sólo tuvimos que fortificar nuestras posiciones. Dormimos a pierna suelta, jugamos a las cartas durante horas, nos bebimos dos, tres o incluso cuatro botellas de slivovitz y, si nos hubieran dejado, hubiésemos conquistado Varsovia a base de agotar sus reservas de alcohol, ciudad que, por cierto, estaba ya bastante cerca.
Recuerdo que Döbel no paraba de repetir que podía oler el bigos que se estaba cocinando en la capital polaca, y hasta nos decía qué clase de condimentos le estaban echando. Le encantaba ese extraño revuelto. A mí, en cambio, me parecía asqueroso. Prefiero mil veces el eintopf con guisantes que nos daban para comer.

A las 6:00 horas del cuarto día en Płock hicimos de cabeza de lanza de todo el 29º Regimiento. Cruzamos el ancho puente metálico en formación táctica y alcanzamos sin problemas la ribera opuesta del Vístula.
Durante la primera hora todo fue bien, andábamos despreocupados bajo una lluvia típica de verano, como si la guerra en realidad no fuera con nosotros. Recuerdo que la conversación seguía siendo sobre platos de comida.
No sé cómo ni por qué, pero uno se acostumbra demasiado rápido a estar en el frente y se olvida de lo que realmente está haciendo.

Entonces, mientras andábamos por un camino rodeado de árboles en dirección a Gostynin, sonó un disparo entre los árboles. Instintivamente nos echamos cuerpo a tierra, y buscamos activamente al tirador. Recuerdo que miré a mi alrededor para comprobar que todos mis hombres se encontraban bien, hasta que escuché los gritos de dolor de alguien en nuestra retaguardia. Al mirar hacia el foco de los gritos descubrí que era el Oberleutnant Ohms; había sido herido.
Sin dudarlo un instante corrí hasta él, tras haber dicho al resto que aguantasen en su posición sin levantarse. En su posición se encontraba ya un joven sanitario.
El médico se empleó a fondo para salvar a nuestro oficial, pero acabó muriendo por el disparo recibido; la bala le atravesó el pecho. Sus últimas palabras fueron que le enviase a su mujer la carta que tenía guardada en la guerrera, y así lo hice en cuanto tuve ocasión.
A partir de ese momento el pelotón cayó en mis manos. Organicé a las escuadras para que batiesen el bosque que nos rodeaba. No quería más sorpresas desagradables.
Encontramos al asesino del Oberleutnant subido en un árbol, y fue abatido. También se localizó a otros tres pacos más que estaban escondidos en el bosque que rodea Gostynin. Hasta que conseguimos localizar e incapacitar a todos ellos fueron abatidos seis soldados más del pelotón, dos de los cuales fueron evacuados por graves heridas.
Al anochecer alcanzamos Gostynin, y si el plan de los tiradores polacos era retrasarnos, estaba claro que lo habían conseguido.

A primera hora del día siguiente el Hauptmann Sönner me hizo llamar. Ya había "pedido" un reemplazo para el Oberleutnant Ohms, pero hasta su llegada me tocaba seguir ejerciendo de líder del pelotón; no le quedaba más remedio.
Me dijo que el 8º Ejército estaba sufriendo graves pérdidas debido a un inesperado contraataque polaco, y que pronto llegarían a la ciudad; era momento de prepararse.
Y así fue. Al atardecer de ese mismo día los polacos llegaron hasta las puertas de Gostynin, pero nosotros les estábamos esperando desde hacía horas en nuestras posiciones defensivas alrededor del pueblo.

Fue un combate caótico, demasiado caótico diría yo. Todo comenzó con una descarga de proyectiles explosivos que duró algo más de dos minutos, sin saber realmente de dónde venían o si eran nuestros o del enemigo, y para cuando finalmente pudimos reaccionar, teníamos a la infantería prácticamente encima y a los tanques intentando romper nuestras líneas en los flancos. Las pérdidas debido al ataque de artillería habían sido numerosas, pero no podíamos flaquear o perderíamos la iniciativa.
Durante la batalla, que duró más de tres horas, luchamos como animales. A oleadas, el enemigo se nos echaba encima, ya fuera a pie o a caballo, y no nos quedaba otra que repelerlos haciendo uso de todo cuanto teníamos al alcance: pistolas, rifles, bayonetas o incluso palos, ladrillos o piedras. Después se replegaban, para repetir la operación y cargar pocos minutos después.
Siempre que podía me dedicaba a estimular al pelotón para que no se dejasen desmoralizar por la superioridad polaca, superioridad que desapareció tras la primera hora de combate. Gritaba para que no se levantasen de sus posiciones o para que disparasen a discreción contra cualquier figura que se acercase lo suficiente. Recorría rápidamente nuestras defensas para comprobar que la línea del frente continuaba estando donde debía estar, y reforzaba aquellas posiciones que estaban algo más flojas.
Para ser la primera vez que dirigía tantos hombres, creo que no lo hice tan mal.

Finalmente, la batalla acabó. No sabría expresar con exactitud cuántos soldados murieron aquel día, pero sí que la división quedó bastante tocada. Los polacos acabaron huyendo con todos sus tanques destruidos o inutilizados, y nosotros avanzamos en pos de no dejarles reorganizarse y contraatacar de nuevo. Hicimos cientos de prisioneros. Como dato, nuestro pelotón contaba con sólo dos suboficiales, Döbel y yo, ningún oficial, y poco menos de quince hombres.

Lo que llevamos a cabo aquel día fue algo digno de mención, y al Hauptmann Sönner le concedieron poco después la Cruz de Caballero por la defensa tan bien organizada de la Compañía 2 durante la batalla en Gostynin. Siendo sincero, yo no le vi organizando nada, aunque siempre puedo equivocarme dado que bastante tenía yo ya.

Pocos días después de aquella batalla fuimos relevados del frente. Nos llevaron de vuelta a Alemania para reorganizar la división...





1: En lo que pongo en el relato hago referencia a lo siguiente:
ParadiseLost escribió:Un caso parecido es el del general Heitz, general en jefe del VIII Cuerpo de Ejército, que después de asumir el mando las tropas del general von Seydlitz, emitió una orden el 29 enero en la que se prohibía cualquier capitulación o izado de bandera blanca bajo pena de ser fusilado. Por culpa de esa orden, cuando el Estado Mayor del LI Cuerpo se entregaba a los rusos, los alemanes abrieron fuego por la espalda contra sus propios oficiales, muriendo dos de ellos.

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P.D.: Agradezco a Paradise el que me eche un cable de vez en cuando con información para el relato.

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Vie Feb 28, 2014 4:03 pm

Veamos, por insistencia de Mr. Miller ( :twisted: ), comento que el relato no está acabado, y que ya tengo parte escrita de lo siguiente que le ocurre a nuestro Oberleutnant. Sin embargo, el parón es debido a que estoy intentando visualizar más allá, buscando una posible huida del kessel, y propiciar que nuestro hombre acabe en otros frentes. No quiero emular a Conan Doyle, aún no... :roll:

Aunque sea un relato de ficción, intento acercarme a datos reales. Paradise me comentó que en Diciembre ya era imposible salir del cerco, aunque la zona más propicia para hacerlo sería el sureste, justo la zona opuesta de donde estaba desplegada la unidad de nuestro teniente.
Teniendo en cuenta estos datos y, que como también me dijo Paradise, es posible que el momento en que las tropas de Manstein estuvieron más cerca del Kessel fuera el 23 de Diciembre, pocos días antes de la fecha de la última carta de nuestro hombre, pido que los entendidos en la materia me den alguna idea, por vaga que sea. Si no, se me acabará ocurriendo algo, seguro, pero seguro que con un brainstorm lo sacaré antes... :P

La siguiente misión de Volkmar está en el horno, pero siempre puede dejarse para más adelante si tiene que realizar por obligación otra proeza antes para poder salir del lugar...

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mar Mar 04, 2014 1:50 pm

25 de Diciembre de 1942, región de Stalingrado

Empezaría esta carta deseando feliz Navidad a todo aquel que la lea, pero estaría mintiendo. Esta Navidad de feliz tiene muy poco, y tampoco tengo ganas de desear felicidad a nadie. Poco más puedo decir, aunque al menos sigo vivo.
Sin embargo, la gran mayoría de los soldados de la unidad en la que injustamente estoy sirviendo ha caído durante la noche. Como estoy al abrigo de cuatro paredes, aunque desde mi posición no parecen nada firmes, he decidido que me voy a permitir el lujo de escribir lo sucedido en las primeras horas de la operación antes de continuar nuestro camino. Y, ya de paso, los soldados que han sobrevivido a nuestro encuentro con la artillería soviética, descansan un momento, que se lo merecen como el que más.

La heterogénea unidad a la que estoy adscrito había estado aguardando en un refugio subterráneo en la zona de Marinovka hasta que les ordenaron avanzar hacia el sureste. Su líder, un tal Claus Hlaine, oberleutnant de la 14ª Panzerdivision, cayó en una escaramuza contra una patrulla rusa, y sus hombres quedaron al mando del unterfeldwebel Krueger, un cansado suboficial de cuarenta años que sólo deseaba volver a casa para estar con su familia.
Bajo el mando de Krueger estaba el unteroffizier Heinz, un joven muchacho de 20 años, y Ulrich Böhme, unteroffizier también, veterano fallschirmjäger de veintitantos que había combatido en Holanda y Creta antes de ser enviado al glorioso Frente del Este. Al parecer, Böhme había hecho un "amigo" con rango de Obersturmführer, quién le recomendó para pasar un tiempo en una unidad disciplinaria.
Junto a él siempre está un enorme bruto que parece su guardaespaldas, Franz Bittrich, que había estado en áfrica y lo mandaron a Siberia porque ni allí le querían, y también un trabajador de los ferrocarriles del Reich que vendía lo que pillaba a cambio de comida o favores sexuales, con tan mala suerte de que le cazaron; su nombre, Dieter Bielki, aunque le gustan que le llamen "Opa", quien hablaba ruso casi a la perfección.

A estos tres soldados parece que ni el diablo les quiere, porque aún continúan dando guerra, y nunca mejor dicho. Krueger y Heinz no tuvieron tanta suerte; de cincuenta que empezamos la misión, conmigo al mando, quedamos la mitad. Y, si sigue como hasta ahora, caeremos unos cuantos más antes de que acabe el día.

Sobre el papel la tarea que se nos encomendó parecía coser y cantar. Consistía en alcanzar un bunker alemán abandonado situado al sur de Bereslavka, un pequeño poblado ruso al sur de Novyy Rogachik. En el bunker, con las prisas y la proximidad del ejército rojo, se olvidaron una decena de cajas con documentos de gran importancia. En palabras textuales del Oberleutnant Keurz, Comandante de la unidad de empleo especial, "el Alto Mando alemán estima de vital importancia la recuperación intacta de dicho material"; había que cogerlas y, sin abrirlas, llevarlas de vuelta hasta Bereslavka.
Además, las tres piezas de artillería que arrastraban los semiorugas nos darían fuego de cobertura durante el avance y la retirada, impidiendo un contragolpe ruso al cubrir con sus proyectiles explosivos la vanguardia de una posible unidad soviética tras el bunker. Parecía algo muy simple pero, como siempre, sólo lo parecía.

Me hice con los hombres de la unidad tan rápido como pude; comprobé sus armas, la munición, sus puntos fuertes y débiles, y los repartí en dos grupos de aproximadamente veintidós soldados, con dos suboficiales al cargo y conmigo a la cabeza. Böhme y Heinz se encargarían de liderar los dos grupos mientras Krueger se convertía en mi mano de derecha, más que nada, por si me ocurría algo y él debía tomar el mando de toda la unidad.

A la hora de comer llegamos a Bereslavka, un fantasmal poblado ruso cubierto por una espesa capa de nieve. Varios edificios estaban derrumbados, pero la mayoría continuaban en pie.
Vigilados constantemente por uno o dos gendarmes armados hasta los dientes, algunos de los soldados comían, jugaban o descansaban mientras otros pensábamos en lo que se nos venía encima. Yo, por ejemplo, tomé mis binoculares y fui con Krueger y Böhme al edificio más alto para ver si podíamos localizar el objetivo. Se trataba de una vivienda de dos plantas con una amplia azotea, desde donde, agachados por si había tiradores por la zona, pudimos observar el bunker en la distancia, justo antes de un pequeño pero denso bosque.

El bunker, de origen ruso, estaba compuesto, y de momento continúa estándolo, por la edificación principal y un entramado de trincheras que lo rodean por tres de sus cuatro costados, dejando sin protección su parte trasera, la que da hacia Bereslavka. Al parecer, se intentó crear una trinchera que cubriera la única zona sin protección, pero se dejó a medio construir.
El fortín principal, de forma hexagonal, tiene unos cinco metros de diámetro y dos de alto. Es de hormigón y aún puede verse la estrella soviética sobre la puerta, aunque fue rayada y pintada con la Balkenkreuz encima.
Se nota que fue abandonado con prisas por sus últimos ocupantes, porque en el exterior se quedaron varias cajas con munición, un par de bidones de gasolina a medio vaciar, utensilios de construcción como picos y palas, e incluso dos bicicletas. En aquel momento me extrañaba que el lugar no hubiera sido tomado por Iván, y pronto caí en la cuenta de que algo olía muy mal. No tardé en descubrir el por qué.

A la Hora H, medianoche, la afanosos artilleros comenzaron a disparar sus tres piezas por encima del bunker. La maléfica risa del Oberleutnant Keurz se mezclaba con el ruido de las explosiones en el bosque, y, entre carcajada y carcajada, nos gritaba que avanzásemos sin mirar atrás o nos dispararía ahí mismo. Si de algo estaba seguro, es que no quería que mi tumba fuera Bereslavka.
Como nota personal, y hablando en serio, si a Keurz le hubieran puesto una de esas gorras con una brillante estrella roja, hubiera imitado a la perfección a un fanático Comisario Político del Ejército Rojo en vez de a un oficial del Heer.

El cielo se iluminaba de un tono anaranjado con cada explosión mientras nosotros, sin poder hacer otra cosa salvo darnos la vuelta y convertirnos realmente en traidores a la patria, avanzábamos sobre el objetivo.
Íbamos con el cuello encogido y la cabeza entre los hombros, mientras que otros, como Bittrich, corrían tanto como podían sin miedo a un disparo. También había quienes directamente preferían reptar, pese a las insistencias de Heinz, Böhme, Krueger y un servidor, de que se levantasen y avanzasen.

De pronto sonó una explosión muy cerca de mí. Caí al suelo bajo un surtidor de tierra húmeda y algo me cayó sobre el pecho. Pensaba que era una piedra hasta que al quitármela de encima comprobé que se trataba de parte de un pie con la bota claveteada aún humeante. He visto muchas cosas, pero aquello me superó y no pude reprimir el vómito.
Algo aturdido grité "¡Minas!", y rápidamente se escucharon réplicas entre los soldados, mientras los suboficiales daban el alto. Sin embargo, pese a la advertencia, aquello parece que no fue escuchado por todos, o no todos se quedaron quietos, y sonaron dos explosiones más. Los gritos de ayuda y los estertores se mezclaban con las explosiones que nos iluminaban a varios cientos de metros. Quizás fueran imaginaciones mías, pero podía escuchar a la perfección la risa del gendarme. Entonces comprendí por qué fuimos nosotros los elegidos para esta tarea...

Comprobando el terreno con la bayoneta, avanzábamos sobre seguro. No sé cuanto tardamos en recorrer el trayecto hasta el bunker, pero se me hizo eterno. Dos soldados más pisaron sendos explosivos, y un tercero recibió metralla en su pierna derecha, quedando tan rodeado de minas que nos fue imposible llegar hasta él. Se arrastró un par de metros hacia el soldado más próximo, pero explotó en mil pedazos. Fue rápido, a la par que horrible.

En el momento en que alcanzamos una de las trincheras, la artillería paró de disparar. Hubiera preferido que nos hubieran ayudado un poco más, por si las moscas, pero no puedo quejarme; al menos tuvimos cobertura de artillería durante el avance.
No hubo ningún disparo desde el bosque, desplegamos a los hombres en la trinchera y, mientras Heinz los organizaba, Krueger, Böhme y yo entramos al búnker.
Ahí estaban las cajas, cuyas dimensiones eran las justas para que un hombre pudiera cogerlas y cargarlas de vuelta. Eran de madera, y todas estaban selladas con clavos. El águila pintada en todos sus costados y un mensaje en la tapa: "Berlín: Cancillería Führer".

Agarré una pensando que serían documentos, como nos dijeron, y me deslomé. Pesaban más que un muerto, y eso que un cadáver pesa lo suyo. Era posible transportarlas, sí, y lo sigue siendo, pero sería un trabajo agotador, además de tener que atravesar de nuevo la zona plagada de minas, cosa que ahora me apetece tanto como en ese momento; vamos, nada.
¿Qué rayos tendrían en su interior? La curiosidad llamó a mi puerta, pero tengo orden explicita de no investigar. Si hubiera sido otro oficial posiblemente hubiera caído en la tentación, pero yo no. De momento, la profesionalidad ante todo.
Böhme estaba tan extrañado como yo, mientras que a Krueger parecía que le daba igual. Él estaba contento con poder inspeccionar y comprobar el funcionamiento de las tres Mg34 posicionadas en el fortín.

Entonces, una bengala de color verdoso iluminó la noche. Los tres nos volvimos y miramos por una de las rendijas del bunker. Rápidamente tomamos nuestras armas y comenzamos a ponernos nerviosos.
- ¡Los rusos se nos echan encima! -Gritamos.
Krueger agarró la Mg que apuntaba directamente sobre el bosque y esperó. Böhme y yo salimos al exterior, para ver desde una mejor posición lo que ocurría. Le mandé con sus hombres, aunque no hubiera hecho falta porque ya sabía lo que tenía que hacer, y yo corrí por la trinchera hasta colocarme en medio de la que discurría paralela al bosque, a escasos cien metros de la arboleda.

Sin embargo, lo que en ese momento nos cayó encima no fue precisamente la infantería, sino un ataque de artillería de los dichosos Órganos de Stalin. Su sonido, muy característico, nos permitió echarnos a tierra antes de que todo se convirtiera en un mar de fuego. Permanecí encogido y con la cabeza entre los brazos hasta que todo pasó. Ni idea de cuánto tiempo fue.
Parte de la trinchera de la izquierda había sido completamente destrozada, impacto directo, y las partes amputadas y no volatilizadas de los soldados que allí se encontraban en ese momento, que perfectamente podíamos haber sido cualquiera, se mezclaban con la humeante tierra removida.
Todo a nuestro alrededor había dejado de ser una estepa uniforme para convertirse en un complejo de cráteres de diversos tamaños. Varios soldados gritaban de dolor, mientras que otros ya no podían hacerlo.
Después miré hacia el bunker. También había sido alcanzado y estaba prácticamente derrumbado. Me acerqué a toda prisa gritándole a Krueger, pero el unterfeldwebel no respondió.

Entré al fortín a rastras, dado que la puerta había sido bloqueada con parte del hormigón del techo, y lo encontré agonizando, con ambas piernas aplastadas bajo una enorme roca y un alambre atravesándole el estómago. Me senté a su lado y, con sus últimas fuerzas, tomó mi pistola y se disparó.

Y aquí est... ¡Mierda, nos atacan!




PD: Algunos de los nombres de esta última carta de Volkmar es posible que suenen por el foro... :twisted: jejeje

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Jun 25, 2014 2:27 pm

No había descubierto este hilo hasta ahora, pero el relato es francamente bueno. Espero nuevas entregas.

P.D.: es muy fácil sacarlo de Stalingrado. Basta una buena herida.

Saludos

Re: Recuerdos... (Relato de ficción)

Mié Jun 25, 2014 4:09 pm

Gracias por el comentario Domper.
La siguiente entrega se retrasó (o mejor dicho, se ha retrasado) más de lo que me gustaría, pero no me olvido de Volkmar.
A ver si un día saco tiempo -tiempo de verdad- y me pongo un rato con él. :twisted:
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