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Las Cenizas de Sión

Vie Jun 13, 2008 2:46 am

Bueo pues aqui voy a poner por capítulos mi libro sobre el Holocausto; espero que os guste ^^ serían las memorias de un preso y de un médico nazi


PRÓLOGO

¿Qué es la libertad? Según el diccionario la libertad es el estado o condición del que no está esclavo, para responsabilizarse de sus actos. Pero yo voy más allá ¿cual es el sentimiento de libertad? ¿El de ser responsables de nuestros actos? ¿A caso un bebé recién nacido es responsable de sus actos? No. ¿Es que entonces el ser humano no nace libre? Puesto que un bebé no es responsable de si mismo no es libre, ERROR. Todo, o al menos afortunadamente casi todo ser, nace en libertad, pero ¿Qué es la libertad? Apartemos por un momento los diccionarios a un lado, pasemos a los sentimientos, ¿Cómo explicar la libertad? La auténtica libertad depende de cada ser, de lo que esperemos de la vida, para un animal la libertad puede ser volar, correr, nadar… y no tendría auténtica libertad porque no sabe lo que es, pero para un hombre… llegar a encontrar la paz, el amor. Es la mayor pregunta existencial en torno a la vida, y cada uno le da una respuesta diferente… la libertad define al ser humano, es la base de la vida, te pueden privar del huso de la libertad pero no de la libertad en sí misma, es decir, nadie puede coaccionar a otro a amar, puede hacer que le diga que le ame, pero que no lo sienta en realidad. Por eso no importan las circunstancias o la gente, ni siquiera lo que signifique en sí, la libertad no está fuera, la libertad es algo que está dentro de nosotros…

ALLAN: SANGRE INOCENTE


Supongo que cuando entré todo fue diferente, cuanto conocía cambió aquella tarde nubosa de un mayo de 1944, aquí, entre gotas de lluvia y lágrimas secas, aquí comienza mi historia. Me detuvieron a la fuerza, registrándome y desposeyéndome de todo aquello que tuviera valor alguno tanto material como personal. Poco más tarde me metieron bruscamente y sin ninguna explicación en un tren. No sé cuánto tiempo pasé allí, aproximadamente unos tres, cuatro o quizá hasta cinco días. Eran claramente trenes para mercancías. La muerte sonaba a la par con el traqueteo del tren. Todos íbamos de pie, sin podernos mover, apoyados como podíamos contra aquellas paredes cochambrosas, todos apiñados buscando un poco de aire, entre paredes de apenas nueve metros de largo por tres de alto, el hambre se clavaba en el estómago, como una daga penetrante y puntiaguda, que iba penetrando hasta llevarse cruelmente a los más débiles.

Pero lo peor era aquella sed desértica, que recorría la garganta hasta dejarla seca por completo, odiaba aquella sed que corroía y desecaba mi garganta, cuarteándola. Recuerdo que a uno de los hombres que venía con nosotros se le ocurrió la gran idea de coger nieve por entre unos pequeñísimos ventanucos superiores que había en el tren y repartirlos entre los pocos que quedaban con vida y gracias a ello ahora puedo estar contando esta historia, pronto se acabó ese precioso y helado bien y la sed volvió cruelmente a mordernos las gargantas… a veces abrían de golpe los vagones la luz entraba intensamente brillante, cegándonos por unos instantes, en los que no podíamos ver nada hasta pasados unos minutos después de haber vuelto a cerrar los vagones, una de esas veces coincidió que yo estaba en la sombra y no me cegó tanto, fue una visión dantesca, los nazis retiraban los cuerpos de la gente como un campesino retira uvas de las viñas. Los perros ladraban fuertemente con enloquecida impaciencia y nos hacían echarnos hacia la parte de atrás de los vagones, Muchos morían dentro sin esperanza alguna, pero ¿una vez en el destino… todavía quedaba alguna? A veces vuelvo a preguntarme una y otra vez si ellos tuvieron más suerte, de no haber tenido que ver lo que yo vi, de no haber tenido que cargar el peso que yo cargué en mi conciencia…

Cuando me bajaron de noche en aquel sitio aún más sucio que el desastroso tren, si cabe y si a eso en lo que yo había venido se le podía llamar tren, advertí que las vías dividían el campo en dos mitades. Recuerdo que mucha gente gritaba y era golpeada, se nos obligó a dejar nuestros equipajes en el transporte donde llegamos, aunque yo no llevaba nada pues me habían detenido en plena calle. Nos juntaron a todos los que habíamos sobrevivido. Estábamos en una especie de patio, recuerdo que hacía mucho frío y el aire se llenaba de vaho al respirar, la lluvia me calaba hondo, y en cierto modo lo agradecí, pues me mojaba los resecos labios. Yo llevaba mi impecable traje añil, ahora embarrado de mugriento lodo negro hasta más allá de mis rodillas cubriendo mis, en otro tiempo, relucientes mocasines. El abrigo me llegaba hasta los tobillos, por lo que di gracias en aquella glacial noche, aunque estuviera algo mojado el abrigo seguía manteniéndome caliente, aunque por poco tiempo… el abrigo era negro, haciendo un curioso contraste con la estrella amarilla de mi pecho, toda la gente judía debía llevarla, sin excepciones, adoraba aquel abrigo, pues mi madre se lo hizo a mi padre cuando aún vivían ambos y me decía que de mayor yo podía llevarlo, mi hermanastra Margot me decía que ya era hora de que tuviera un abrigo decente, de hecho prácticamente todos los Hannuka* me regalaba uno, pero yo seguía poniéndome aquella ajada gabardina, estaba hecho un desastre, pero en ese lugar poco importaba el aspecto que yo pudiera tener.

Di una vuelta en redondo. A mi alrededor se apiñaba gente toda clase y condición, completamente desorientados y desconcertados, pero sobre todo con auténtico terror de lo que pudiera pasar, la verdad es que era como para tenerlo, no sabíamos que hacer, y de haberlo sabido tampoco hubiéramos podido hacer nada para evitarlo… únicamente podíamos esperar…esperar la vida, esperar la muerte, esperar a que alguien nos contara que estaba sucediendo en aquel horrible lugar. Lo primero que se grabó en mi mente para siempre en medio de toda aquella confusión y desorden, fue su olor, por curioso que parezca recuerdo que el patio tenía aquel olor dulzón y metalizado, justo el que se obtiene cuando juntas barro con sangre, sangre inocente…

De pronto y sin previo aviso el propio silencio calló para dejar aparecer a un general, que había hecho su entrada como la de un dios a venerar, con su uniforme negro, engalanado y condecorado, del que solo se veía el alto cuello, pues el resto estaba cubierto con una gabardina del mismo color, a juego con los negros y ceñidos guantes de piel que ahora comenzaba a quitarse, el uniforme iba acompañado de unas botas negras, brillantes, con aspecto de frío metal, relucientes filos mortales, dispuestos a clavarse en la piel de lleno sin ningún remordimiento y en su brazo la maldita cruz gamada en negro sobre un circulo blanco. Nos miraba muy por encima del hombro, como si fuésemos peligrosos insectos a los que hay que aplastar, a los que hay que eliminar rápidamente y sin dejar ninguna huella o rastro de haber existido alguna vez, su corto pelo negro extremadamente repeinado y pegado literalmente a la cabeza con raya a un lado, tremendamente engominado, hacía resaltar su extrema palidez, hasta un punto enfermizo, considerado supuestamente bello entonces, los rasgos muy marcados, debía tener unos cincuenta años o quizá más, el gesto calmado y duro, como esculpido en roca, malicioso, inquebrantable, como incorruptible granito, sin fisura alguna, al igual que todo su cuerpo, bajo y fornido, en una rígida postura militar, con la piernas entreabiertas. Sus ojos brillaron, sus orejas acrecentaban esa mirada perversa, aquella mirada… me heló por dentro, aunque solo fue de pasada, su mirada me enfrió de tal forma que el frío y la desesperanza se podían cortar con el filo de un cuchillo, los otros soldados parecían subordinarse como si él fuese un ser superior, aunque no se correspondía precisamente con el modelo de raza aria* defendido por los nazis. En ese momento sentí que nosotros éramos las presas y él un león hambriento y necesitara devorar algo vorazmente, era un león a punto de engullirnos…

El general habló sobresaltándome, sin darme tiempo alguno a reaccionar o pensar algo, aunque supuse que ese era uno de sus objetivos principales.

- ¡SILENCIO!- Su voz sonaba fría, distante y decidida, con un molesto toque de superioridad.
Un niño de unos siete u ocho años comenzó a gimotear, hasta que poco más tarde rompió a llorar en mitad de aquel silencio sepulcral, las lágrimas le caían por ambos lados de su cara morena, acrecentando aún más sus facciones de niño, las gotas le mojaban los ojos y los hacían de un extraño color verde marino casi escondido por aquel pelo castaño que le rozaba los hombros sobrepasando el sucio cuello de su pequeñas vestimenta desteñida, cuyos pantalones le quedaban extremadamente cortos y estrechos, muy por encima de aquellos viejos y carcomidos zapatos marrones en los que acababa de caer una gran lágrima salada

- ¡He dicho silencio!- Nuestro oscuro carcelero lo decía a voz en grito, aunque al niño no parecía importarle, pues este seguía llorando más fuerte aún, o al menos eso me pareció a mí - No lo volveré a repetir ¡SILENCIO!

Mientras hablaba su oscura sombra se acercaba más y más, hasta que pude ver que llevaba algo en su mano, era negro, brillante, pulido, reluciente, era… eso era… ¡un arma! La sangre se agolpó bruscamente en mi cabeza, buscando una salida desesperadamente, el cuerpo se me heló de golpe, y se puso a temblar como una hoja en otoño a punto de desprenderse del árbol, apreté los dientes y los oí chirriar por dentro, una sacudida me recorrió de arriba abajo la espina dorsal en un escalofrío interminable, no sería capaz ¿O sí?

- Te lo diré por última vez ¡CALLATE! - Esta vez le gritaba en plena cara al niño que increíblemente paró de golpe.
- No.
- ¿Cómo has dicho? - dijo incrédulo - No pienso tolerar eso.

El general levantó su brazo, sin apenas inmutarse, apuntó con el arma a la cabeza del niño, lo hizo como si aquello fuera completamente normal, ahora sabía que el arma no solo sería para intimidar al niño, respiré, cerré lo ojos, tan fuertemente que comenzó a dolerme la parte frontal de la cabeza, sabía que la realidad estaba ahí fuera, esperándome acechante, pero no quería enfrentarme a ella.

- ¿Un mocoso se atreve a desafiarme?

Oía aquella voz, recuerdo perfectamente aquella voz de acero que me calaba hondo y de repente aquella horrible cesó, y se oyó un único disparo, a bocajarro, el aire pareció cortarse dejando de ser respirable y la poca distancia que me separaba tanto del general como del niño hizo que la sangre me salpicara en plena cara, noté cada gota de sudor frío que recorría mis entrañas, sentía que mi cuerpo y mi mente se bloqueaba protectora cerrándose por completo mientras todas aquellas gélidas partículas acuosas resbalaban por mi cara y mi cuerpo, me sentía al borde de un gran precipicio helado que no daba a ninguna parte, sin nade a quien yo le perteneciera realmente, sin nadie que nos tendiera una mano salvadora o que se fijara e la desesperanza que comenzaba a extender su reino entre los que nos encontrábamos allí, dos surcos transparentes, invisibles a ojos ajenos resbalaron por mis mejillas, sollozos inaudibles exteriormente pero los cuales yo no podía eludir, la sensación era demasiado fuerte como para poder huir o refugiarse en la calidez de la ayuda, fue en ese momento, en ese preciso instante cuando me di cuenta de que por mucho que yo intentara evitar la realidad cubriéndola con mis engaños, o tratara de cegarme a mi mismo por un solo minuto, me di cuenta de que la verdad no iba a cambiar, así que mi burbuja explotó de pronto y supe solo entonces que todos los nombres que se le habían dado antes a este sito eran una pura falacia, pues me encontraba en un auténtico campo de exterminio…

Noté que me empezaba a marear, tenía el estómago revuelto, habían sido demasiadas cosas juntas. El general se dio la vuelta hacia mí, encontrándome cara a cara con él, me dio mi corazón se volcó en seco y mi sensación de vértigo aumentó estrepitosamente, me sentía como si me hubiese tirado de un avión en marcha a gran altura y estuviera a punto de estrellarme contra el suelo sin remedio, para no parecer tan desesperado, intenté limpiarme, la sangre del niño y el sudor que empapaba mi cara, con el dorso de la mano, pero no hubo tiempo de lamentos, pasamos a una extraña sala donde nos dividieron, y no había que ser muy listo para saber que la fila izquierda no volvería a ver jamás la luz del sol… yo fui a la derecha y aún me pregunto si realmente mereció la pena…

- Pareces asustado y un gran candidato para ser el primero - comentó con sorna aquel dudoso adalid al que llamábamos general

Me hubiera gustado preguntar "¿El primero en qué?" Pero no podía articular sonido alguno, mis cuerdas vocales se habían afinado y encogido hasta casi desaparecer, no sabía que quería de mí aquel general, pero sin duda no sería nada bueno, levanté la vista y tanto el como otros subordinados comenzaron a gritarnos para que fuéramos a trompicones hacia una extraña sala en la que se comenzó a agolpar un gran número de personas, el general volcó su felina mirada hacia mí y me habló de manera absolutamente autoritaria.

- Ven y extiende tu mano izquierda.

Me llevó ante unas mesas donde me tomaron el nombre antes de hacer lo mismo con el brazo Lo dejé allí extendido, quizá por miedo, quizá por duda, dejé mi muñeca al descubierto, dentro de aquella estancia ya no llovía, pero debido a la humedad el ambiente comenzaba a hacerse bochornoso, al igual que la situación, lo cual no contribuía precisamente a controlar mi alterado estado, el subordinado del otro lado de la esa se acercó a mí mientras yo cerraba de nuevo los ojos, el dolor que sentí no puedo describirlo con palabras, pero me llegó al alma y lo siguiente que pude recordar sin que me fallara la memoria es ese característico y agobiante olor a acre que se forma cuando se atraviesa la carne, no, no era solo el olor… abrí los ojos llorosos y miré hacia abajo confirmando mis peores sospechas, ¡Me habían tatuado el brazo hasta casi quemármelo! Me habían marcado como al ganado, imprimiéndome el número

743550

que aún hoy llevo marcado, me quedé helado, de piedra, me habían tatuado como si fuera un animal salvaje al que había que domesticar a la fuerza, y seguían allí de pie, como si se estuvieran tomando una taza de té y charlando sobre el tiempo, aquel horrible desprecio me hacía hervir la sangre, me daban ganas de salirme de la fila y gritar ferozmente hasta quedarme completamente afónico y sin voz que no iba a obedecerles, que no era un objeto que ellos pudieran usar, que tenía sentimientos, pero de haberlo hecho lo más posible es que hubiera acabado con una bala en alguna parte del cuerpo…

Poco más tarde nos dieron, bueno, nos tiraron con cierto desprecio un sucio y ajado uniforme de franela, a descoloridas rayas azules y blancas, con una especie de boinas redondas planas de igual aspecto, el uniforme coincidía con el número de la muñeca, eran harapos miserables, tanto es así que era corriente ver a gente que lo había perdido parcial o totalmente, eso contando con que a nadie le quedaba bien, y parecía como si ya hubieran pertenecido a alguien.... sólo a los prisioneros de guerra soviéticos se les permitía seguir llevando sus uniformes, estos andaban en pequeños grupos por el campo y casi nunca se acercaban a otros presos. Nos raparon el pelo y nos distribuyeron en barracones, aunque había otras barracas en el campo generalmente eran de una sola planta, tan solo algunas eran de dos, en la entrada de estas marcaban el bloque con un número en una placa. Cuando pasé y miré todo me sorprendió, pero no precisamente por su grandiosidad, el alojamiento era vergonzoso hasta para un animal, comparado, un establo era un lujoso hotel, con sus deplorables literas de tres alturas, formadas por planchas de madera, que aquí se conocían como pritschen*, originariamente estaban construidas y diseñadas para albergar a unos seis o siete presos tirando por lo alto, y en cada una había por lo menos quince, por si fuera poco el techo de la barraca estaba en un estado cochambroso de modo que al llover el agua se filtraba y los camastros altos quedaban literalmente inundados, eso era todo cuanto había, bueno eso y tristeza... en cuanto a la gente… solo había de dos tipos, los famélicos, enfermizamente demacrados y los nuevos, creo que incluso podríamos hacer un tercer grupo, los kapos*, que a pesar de llevar tiempo en el campo parecían conservarse sospechosamente bien, se encargaban de "mantener el orden" o al menos eso decían ellos, aunque más bien yo pienso que simplemente ahorraban el trabajo a los nazis, pues la mayoría de las veces nos usaban como simple "carne de cañón" vendían tu pellejo con tal de vivir un segundo más, creo que yo no hubiera sido capaz de serlo, de llevar conmigo la carga de la traición a mi propio pueblo… ellos conseguían seguir viviendo, sí, pero ¿A qué precio? Vivir no era solo respirar y comer, yo sé de muchos que lo hacen y no por ello son seres humanos, no por ello son seres racionales, en el campo había que dejar tus principios, o al menos parte de ellos, ¿Era más feliz el que conseguía sobrevivir a costa de sacrificar al otro? ¿Era simplemente humano? De haber tenido que hacer algo semejante no podría dormir, ellos eran simples muñecos de nuestros captores, marionetas del diablo que nos perseguía, así que en cierto modo esos traidores eran como semi-nazis, tenía claro que no quería convertirme en uno de ellos, pero en ese lugar no podías elegir por ti mismo, no era cuestión de querer o no, sino de poder o no, al cabo de los años y después de esta experiencia me he dado cuenta que el mejor regalo que alguien puede hacerte es el de lograr decidir tu propio destino, así que yo no quería bajo ningún concepto terminar así, pero ¿Lo conseguiría?, en esa lucha de mis principios contra mi instinto de supervivencia algo distrajo mi atención

Se me acercó con gesto decidido y actitud resuelta un hombre de corriente estatura media, tendría entre treinta y cuarenta años, aunque supuse acertadamente que aquí todos ellos debían parecer mayores de lo que en realidad eran, con el pelo rubio horriblemente sucio y pavorosamente maltratado, era muy corto, se le notaba bastante una perilla en el mentón, tenía unos profundos ojos miel, de un alegre y extraño brillo infantil recóndito y centelleante, recuerdo perfectamente aquel fulgor animadamente divertido y a la vez tristemente melancólico, quizá tirando más hacia el marrón castaño que hacia un amarillo ambarino más marcado, pero lo que primero se me quedó grabado de él fue su sonrisa aunque un tanto deslucida su gesto relucía entre toda la oscuridad como una moneda nueva y a pesar de todo ese miedo de toda la incertidumbre de aquel lugar el chocantemente sonreía… siempre sonreía… Por su recia complexión podía haber sido un atlético deportista, pero no aquí, pues parecía tan demacrado, macilento y escuálido como el resto de los demás presos, yo a pesar de compartir su delgadez, aunque debo añadir que no tan extrema, era muy diferente de su aspecto, pues yo era moreno azabache como la noche y de ojos azul oscuro, azul mar y me obligo a decir que bastante enclenque y canijo, incluso antes de todo esto, el hombre habló antes siquiera de que pudiera cuestionarme quien era…

- Hola, yo soy Alfred Wagner, pero me suelen llamar Wanny, tú eres nuevo aquí ¿verdad?
- Sí - le tendí la mano y se la estreché preguntándome a mí mismo que otra cosa podía decir - soy Allan Bolch.
- Ven, te buscaré una litera - sonreí, era el primer gesto amable desde hacía mucho tiempo, realmente quizá demasiado - Nos paramos ante una desastrosa fila de literas de horrible aspecto insalubre.
- Yo duermo abajo- dijo Wanny- el es Otto Lederman, duerme arriba.

Lo dijo señalando a un hombre que tenía pinta de haber entrado ya ampliamente en los cincuenta, con su pelo cano pesar de tenerlo al igual que Wanny prácticamente rapado parecía extrañamente más largo, su barba blanco nieve, aquellas cejas profundamente marcadas. Tenía pinta de hechicero, de sabio, de mago de cuento, con sus ojos encendidos y brillantes como estrellas, fuertemente complacientes, inamovibles, de complexión alta y fina, con cierta elegancia y galantería.

Él se levantó afable y estrechó su fina mano contra la mía, lo que más me sorprendió fue el tremendo vigor con que lo hacía.

- ¿Quieres la de en medio? Aunque sé que está al lado de una ventana… - Wanny me habló distraídamente.
- Sí, no me importa - le respondí, Wanny siguió hablando descuidadamente y con aire indudablemente seguro, pero esta vez hacia Otto, quien le miraba profundamente atento.
- ¿Qué Leddy un buen día? - dijo con cierto tono irónico.
- ¡Cállate Alfy!
- ¡No me llames así, odio mi nombre!
- ¿Por qué?- intervine yo- a mí me gusta.
- Pues a mí no.
- ¡Oh vamos, cuéntale la historia! - sonrió Otto.
- ¿Qué historia?- cada vez me gustaba más estar con ellos.
- La de mi nombre, pero no te interesará.
- ¡Sí! - exclamé.
- Bueno - comenzó no sin una cierta mirada de reproche hacia Otto - en mi familia antes de que yo naciera tenían un gato, un precioso gato siamés, de mi abuela, a menudo bromeaba diciendo que él era el único que la escuchaba realmente, la verdad es que toda mi familia adoraba a aquel gato, todos le apreciaban, un día el gato murió, todos se llevaron un disgusto tremendo, en fin… el gato se llamaba Alfred y me lo pusieron en su honor… - Intenté contenerme, dominarme y sonreír a un mismo tiempo pero no pude, me fue imposible, solté una pequeña risa.
- Lo siento ja, ja de verdad.
- Ríe, llorarás mañana.

Iba a abrir la boca pera replicarle, pero me di cuenta en mi interior que de un modo u otra llevaba razón… así que simplemente me subí a mi cama callado, me sorprendió que Otto y Wanny siguiesen hablando de manera tan amigable… de pronto no me sentía tan solo y vacío por dentro, de vez en cuando me reía o comentaba algo. Las luces se apagaron extinguiéndose al mismo tiempo que se hizo el completo silencio, mañana sería un día duro, demasiado duro, todos se fueron a dormir, pero yo no me sentía seguro entre aquellas paredes, mi desazón acentuaba mi insomnio, ¿Qué me iba a pasar? Hay cuestiones cuyas respuestas ya conocemos, sabía que me esperaba dolor y muerte pero por un cruel e inhumano engaño de mi mente me negaba a verlo, era como si me hubieran atado una venda de lino alrededor de los ojos, nadie puede saber el destino que le aguarda y quizá sea mejor así ya que de otra forma intentaríamos cambiarlo, pero en este caso mi futuro me hacía un guiño, desde luego no me esperaba nada alegre o festivo, pero no quiero volver a ver el sufrimiento, el desconsuelo, tan solo me quedaba pensar que todo aquello cambiaría algún día, tendría que cambiar, un mundo incapaz de cambiar por sí mismo es un mundo sin sueños, sin ilusión, sin luz… percibí de pronto un ambiente helado y fuerte que acechaba bestial, pero aunque hubiera tenido astillas encendidas en las manos o por todo el cuerpo hubiera dado igual, hubiera sentido el mismo frío, un frío que ignoraba al propio Sol, al propio fuego, tan intenso que no podría describirlo con palabras, a veces estas no bastan para expresar como te sientes, como piensas, pero tenía claro que el único tren que cogería otra vez sería el de vuelta a casa…

Apoyé la cabeza contra el gélido cristal, su escarchada superficie imperfecta me calmó, cerré los ojos, de inmediato sentí una armoniosa paz que pensaba haber perdido, un inmenso sosiego, entonces me acordé de cómo había empezado todo aquel terrible lío perverso… comenzó con una carta, un simple, horrible y maldito mensaje, parecía mentira que un corriente y amarillento trozo de papel pudiera traer tanto espanto… un día de primavera de finales de abril de 1944, que, de no haber estado en plena segunda guerra mundial no habría tenido nada de particular, excepto por su extraña calidez, realmente nunca pensé que iba a ocurrir, pero aquella soleada mañana sucedió, llegó hasta mí deslizándose por el buzón, miré a ambos lados, nadie, ni un alma, ninguno presente, ningún testigo de mi desgracia, con la guerra nadie salía ya… entré en casa, me senté en mi mecedora lacada, junto a la ventana, sabía que aquel sobre constituía el mal, era mi destino fatal, y aún así lo abrí, oyendo como se rajaba, era el único sonido que se escuchaba por toda mi casa, un tanto sombría en mi opinión, herencia de familia, de altos muros y lóbregas estancias, mi parte favorita era la librería me encantaba refugiarme entre aquellas estanterías que iban del suelo al techo, con sus gruesos volúmenes, ajados libros de antiguas historia hebreas.

El sonido de la carta al romperse y abrirse resquebrajándose en jirones se repitió por toda la casa, en mi calmado oído, e lo infinito del alma… desdoblé la hoja con una mezcla de humillante vergüenza, ultrajado desprecio y odioso resentimiento, no era justo pero era real, leí muy rápidamente el contenido, deslizando mis ojos suavemente pero de forma acelerada de lado a lado, la alejé un poco y la miré, parecía un simple formulario, casi como si estuviesen acostumbrados a mandarlos, querían que me presentase "voluntario" en menos de "una semana" en sus cuarteles, yo mismo tenía que llevarme al degolladero, el tono que usaban era el que se emplearía para un peligroso criminal al que había que quitar de en medio, cerré los ojos y tomé el escrito fuertemente en torno a mi puño, delante de mis sentidos pasaron como un torrente de imágenes una gran cantidad de sentimientos, sobre todo de cuando era pequeño, de la primera vez que toqué emocionado un violín, mi instrumento favorito desde que tengo algo de memoria, el aliento de la muerte pasaba por las cortinas, haciendo que estas se movieran y ulularan con el viento. La carta, ahora hecha añicos sobre el suelo m intranquilizaba, por supuesto en caso de que no fuese las SS* vendrían a buscarme a mi casa; vendrían a cumplir con la ley, mejor dicho con su ley, la que ellos habían creado e impuesto a base de toda aquella mezquina brutalidad y miserable violencia, eso me daría un par de días, tres a lo sumo, desde luego no iban a cumplir ni mucho menos la semana escrita en la carta, así que era hora de encontrar un lugar donde esconderme y pasar desapercibido y rápido ya que el tiempo jugaba en mi contra, con un poco de suerte conseguiría pasar la frontera, no sabía cuanto tiempo iba a durar esa persecución, así que pensé en algo que puede comprar víveres y conciencias a un mismo tiempo, el dinero, cogí todo lo que tenía a mano, que era relativamente bien poco, aunque ahora me culpo por no haberlo escondido en un lugar mejor. Salí precipitadamente hacia la puerta, que dejé entreabierta, pero me paré y me di la vuelta tocando la vieja verja del patio, realmente no quería irme, había pasado toda mi vida allí y ahora tenía que irme, ¿Quiénes eran para tratar así a la gente? - La autoridad - pensó otra parte de mí casi inconsciente, sería mejor irme ya antes de que vinieran… la gente me miraba por la calle, era por mi estrella de trapo amarilla con la palabra "judío" escrita en ella y prendida a la altura del corazón… la ley mandaba que la llevásemos todos los judíos, en un principio yo personalmente me sentía orgulloso de aquella estrella, no era nada deshonroso llevar la estrella de David prendida del pecho, cuando nos juntábamos muchos judíos solíamos parecer un pedazo del luminoso y brillante cielo estrellado, en un mundo oscuro, frío y apagado, pero ya casi no había judíos por las calles, simplemente habían ido desapareciendo… aunque yo tampoco podía pararme a observar a las personas que circulaban por allí, por dos razones fundamentales, una era la del tiempo, del cual yo carecía y otra era que me estaba prohibido pararme en la mayoría de comercios o lugares en general, incluida la propia calle, y suficientes problemas tenía ya como para andar buscando más, miré el reloj, estaba vestido como para ir a una fiesta, se iba a celebrar en casa de Frederic Bardoch, mi antiguo compañero de clase y amigo, él se las había ideado para aparecer en unas listas o algo así, él siempre se las ingeniaba para todo, tenía un auténtico don de gentes, o al menos eso pensaba, cosas en las que yo podía tardar en hablar con la gente días e incluso meses él lo solucionaba en unos minutos, su aspecto era de lo más extraño, ondulado pelo de color fuego, con ojos grises, rostro pecoso lo cual él odiaba con toda su fuerza, los rasgos no eran muy angulosos, pero se diferenciaban claramente, nunca pasaba desapercibido, y tampoco había término medio con él, pero lo que más me impresionaba de Fred era esa manera de encandilar a cualquiera que él quisiera y metérselo en el bolsillo, esa labia le había sacado de situaciones extremadamente complicadas, así que se las había ingeniado para ser absuelto de lo que nosotros llamábamos inocentemente "campos de trabajo". Había organizado una cena e iría gente importante y no solo de nuestra posición, de manera que me convenía ir a la fiesta.

Mientras iba caminando el largo trayecto que me separaba de Fred, puesto que tampoco se me permitía ir en ningún medio de transporte público, me iba preguntando porqué nos odiaban tanto, y a cada paso que daba esa pregunta, me iba abriendo la cabeza, me la iba taladrando hasta no poder aguantarlo ¿Por qué eran tan crueles? ¿Qué les habíamos hecho para merecer ese castigo? Aún hoy busco esa respuesta, pero nunca llegaría, ni a la respuesta, ni a la fiesta de Fred, de camino algo imprevisto iba a cambiar mi vida para siempre…





HERMAN: CENA DE GLORIA

El murmullo de los prisioneros había cedido ante la noche, sería mejor así, la llegada de nuevos prisioneros era de todo menos calmada, en especial para los médicos como yo, que corríamos de un lado a otro seleccionando a quienes podían sernos útiles, era un caos de papeleo movido de un lado para otro comprobando que el sujeto en cuestión estaba sano en realidad y que su aparente estado higiénico no era consecuencia de ninguna treta; habíamos visto de todo, desde cortes para maquillar las mejillas con sangre para que pareciesen jugosas y salubre hasta la suplantación de cadáveres y cosas por el estilo, cada afluencia de gente me hacía pensar que cuanto más veía mis sentidos se afilaban de una manera destacable, todavía recordaba cuando siendo ya un médico experimentado y creyendo haberlo visto todo me mandaron aquí, la primera semana me di cuenta de que no había sido más que un principiante, el hospital, incluso contando con que estábamos en período de guerra era un patio de recreo comparado con lo que allí se daba; eran frecuentes las infecciones, la tuberculosis, y demás enfermedades definitivamente poco agradables para la humanidad, nuestra primera tarea era seleccionar las personas que podían servir al futuro del Reich.

Joseph Miller me apretó el hombro y balbuceó algo en mi espalda, era hora de ir a cenar, él era el verdadero encargado del campo o eso pensaba yo, los altos jerarcas lo podían ser de nombre pero él estaba ahí manejando el campo día a día si querías hacer algo oficial, léase por esto algo de cierto elevado nivel, debías acudir, desde mayo de 1944, a Richard Baer*, apodado entre los SS como "el pastelero" era más altivo que Arthur Liebehenschel* y aprovechaba siempre que podía para recordarte la importancia de su cargo, siempre mandaba órdenes pero nunca estaba allí para cumplirlas; si por el contario lo que querías era la inmediata ejecución de alguien, más cigarrillos o algo por el estilo tu hombre era Miller, había estado allí desde el principio y sabía a la perfección las "normas no escritas" de aquel lugar; por suerte para mí me llevaba relativamente bien con él, pero pobre de aquel que no tuviese mi misma posición, Miller no era un mal hombre en el sentido estricto, es decir, los he conocido peores, sobre todo en el frente, pero sí era enormemente cambiante de humor y violento, cualquier disputa subida de tono con él solía acabar en el mejor de los casos con un pasaporte para Rusia y en estas fechas la operación Barbarroja era un suicidio incluso para los soldados experimentados, me fijé en su uniforme, lo llevaba impecable y colocado.
- Quítate esa bata, no querrás cenar con el Reichsführer Himmler*.
- No, claro que no - sonreí para mis adentros, Miller iba a llevarse una de las sorpresas más grandes de su vida - tendrá que verme cuando menos decente, no vaya a ser que parezca el médico de un campo de trabajo alemán - ahora sé que fue la ironía la que me ayudó a tomarme todo aquello como una mera labor, como si estuviese en cualquier laboratorio.
- Cuando estés listo ven a cenar…
- Claro - me quité la bata, me sacudí el uniforme y acto seguido le seguí por el pasillo - ¿soy más rápido de lo que pensabas?

Antes ya de que llegase a contestarme estábamos plantados en el comedor, rodeados de un montón de soldados, platos y algarabía y en el centro de toda aquella marabunta se hallaba Himmler recibiendo elogios, podía ser aparentemente frío y distante pero le encantaba recibir todo tipo de aplausos por su conducta, seguramente ya habría oído cientos de veces el comentario que justo en ese momento le hacía un soldado, pero sacaba su faceta más artística y fingía prestar atención a aquel ser con tal de escuchar un halago más, tanto que me hacía cuestionarme si llegaba puntual por la cena-reunión o por la ingente cantidad de loas que ya sabía de antemano que iba a recibir, parecía haber cambiado mucho desde su ascenso al poder, sigo creyendo que Himmler encontró al enrolarse en el NSDAP las posibilidades de poder cumplir sus sueños de "ser alguien", y alguien muy diferente a aquel niño católico hablador que pedía galletas a su madre Anna; me miró; le miré; no hizo falta más, se acercó a mí y esperó, siguió haciendo tiempo apenas un minuto mientras me examinaba, sabía que nunca saldría de mis labios un solo enaltecimiento, decidió saludar y dejar el tiempo correr, mucho tiempo había pasado ya desde que el infante que antaño iba conmigo al colegio y no conseguía superar las clases de gimnasia se sentase ahora a mi lado en una cena donde se hablaba de cómo conquistaría el mundo, él me indicó que me sentara a su lado para más tarde recordar viejas andanzas infantiles, pero en realidad lo único que me divertía mínimamente era la expresión de la cara de Baer y Miller que tuvieron que frotarse los ojos al ver como Himmler me sonreía, después de todo para mí tal como le dije en voz baja siempre sería Heini.

A mitad de la cena mi nivel de atención había bajado y ya solo me quedaba absorto comigo mismo fingiendo una atención que no tenía, dejé a mi mente divagar con todo lo que estaba ocurriendo en ese momento, si volvía a escuchar otro encomio de Heini me levantaría para irme, pero cuando llegó no hice nada, simplemente me quedé pensando en la conducta humana, es curiosa, muy curiosa, todo el mundo quiere ser alabado por sus actos pero llegará un día en el que cada cual se quede a solas con la sinceridad y en ese momento todos los comentarios no sirvan de nada, un gran hombre dijo una vez que era mejor ser criticado por un sabio que alabado por un necio, pero el problema era que cuanto más ser rodea una persona de mentecatos buscando su propio ensalzamiento más se vuelve como ellos, y entonces habrá separado la línea que le unía a la humildad, pero más aún habrá hecho añicos la línea que le unía con la realidad, pues creará en su mente una burbuja difícil de explotar, ya que cuantos más comentarios en exceso positivos reciba más agradará de la misma forma él convirtiendo su vida y así mismo en un autómata, y casi con toda seguridad penalizara interiormente a aquel que contravenga sus pensamiento o acciones; pero esa noche decidí no divagar en exceso, estaba cansado, demasiado como para aguantar más tiempo aquella exorbitante película antigua que mezclaba el género bélico con el de cabaret en una dantesca escena y de pronto mientras iba de camino a la cama sentí que esa era justo la comparación más adecuada, Himmler era un actor en medio de toda aquel metraje, el problema se le presentaría cuando la grabación dejase de tener público…

Vie Jun 13, 2008 3:44 am

Bueno, muy bueno, sí señor. Felicidades. :)

Saludos.

Vie Jun 13, 2008 4:10 am

Gracias ^^ a ver si pronto posteo mas :)
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