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Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:51 pm

V.

Se podía oir la voz aflautada de un búho espectador de la tensión del momento. Kuchma allí de pie, con el cuchillo en la mano, pendulando entre su sentido del deber de soldado y del de hermano. Babkin, Mijaíl e Iliá, expectantes, sin saber qué hacer o decir. Segundos más tarde, Kuchma guardaba el cuchillo en el cinto y se daba media vuelta, internándose en Baranavichy, la guarida del enemigo.

- Mierda… -se repetía Mijaíl-. Ya sabía yo que…
- ¡Calla y piensa en qué hacer! –le cortó un cada vez más nervioso Iliá.
- ¡No podemos dejarle solo!

Babkin había agarrado de la solapa a Iliá y le había aflojado de inmediato, recordando que era su superior. Pero Kuchma era su amigo. Era un mujik al igual que él, con pérdidas y vivencias similares, y comprendía mejor que nadie los sentimientos de Kuchma.

- Si nos cogen los alemanes nos torturarán para obligarnos a contar secretos del grupo Vasily.

Babkin miraba atónito a Iliá, como si no quisiera creer que había escuchado aquellas palabras.

- Pero… ¡No podemos dejarle solo!

Iliá soltó un bufido de fastidio y miró a Mijaíl en busca de respuestas.

- Los dos tenéis razón. Pero Kuchma… Maldita sea, Iliá, a Kuchma seguro que lo atraparán si va solo. Le falta experiencia en combate y ahora ni tan siquiera piensa con la cabeza. Igualmente los alemanes tendrán a quién apresar para torturar.

Iliá bajó la cabeza y trató de pensar. Pero no había otra solución. O se arriesgaban, o igualmente los alemanes tendrían a un prisionero. El golpe de Rogov quedaría contrarrestado por el impacto de ver a un partisano colgando en la plaza del pueblo.

- Esta bien, está bien. Haremos lo siguiente: Babkin, tú ves a por Kuchma y dile que le acompañaremos, pero que debe esperar a que Mijaíl y yo escondamos el cuerpo de Rogov. No podemos deambular por ahí y que salte la alarma porque descubren su cadáver. ¿Estamos?
- ¡Voy, camarada politruk!

Iliá no sabía que un cadáver pesaba tanto. Rogov se desangraba conforme lo trasladaban al huerto cercano. Mijaíl se quedó con él acomodándolo junto a la valla donde aún habían hierbas altas, y disimulándolo con nieve. Iliá se encargó de borrar el rastro de sangre y huellas en la calle. Luego se reunieron con Babkin y Kuchma en la siguiente calle. Iliá miró severo al chico que bajaba la mirada. Se podía oir la música procedente del teatro.

- Está bien, vamos a ese maldito teatro.

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Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:52 pm

VI.

A cada paso que daba, Iliá sentía reunirse con una muerte segura. Habían convenido que lo mejor era no esconderse, mezcándose entre la gente como si fueran otros mujiks. Para ello habían revisado su indumentaria, cuidando de que no estuviese manchada de la sangre de Rogov, y habían enterrado las PPD en la nieve al lado de una isba cercana. Las únicas armas que portaban eran las pistolas Tokarev y los cuchillos, y por debajo de la gruesa pelliza para que nadie lo notara. Iliá, además, se aseguró de que Babkin escondiera bien su reloj alemán.

- No me parece buena idea que entremos solos ahí. Pueden fijarse en nosotros. Es mejor esperar a que entre más gente.
- Eso está muy bien, camarada politruk, pero es tarde y no creo que venga nadie ya. Si acaso saldrán para irse a su casa –se impacientó Kuchma.
- Kuchma, u obedeces mis órdenes o le pido a Vasily que te mande fusilar. Ahora eres un soldado, no un mujik. ¿Está claro?

Kuchma volvió a agachar la cabeza.

- Sí, camarada politruk.
- Y otra cosa –añadió Iliá visiblemente enfadado con el muchacho-, ahí dentro ni se te ocurra llamarme “camarada politruk”.

En ese momento se oyó al otro lado de la calle unas voces.

- Con que no vendría nadie, ¿eh? –reprendió de nuevo Iliá a Kuchma.

Las voces se acercaron y, al mismo tiempo que sus uniformes, se denotaron como alemanas. Un grupo de seis soldados que, al igual que Rogov, cruzaban sus brazos para retener el calor contra su pecho, se acercaban al teatro. Maldita mi suerte, pensó Iliá, lógicamente los únicos que tenían que venir a esta hora al teatro son soldados que han terminado su guardia. Iba a reprimir cualquier comentario a tan molesto hecho cuando vio que Kuchma, impaciente como siempre, echaba a andar tras los soldados. Babkin, indeciso, miró a Iliá y, al verlo a este pasmado y temiendo por su amigo, siguió sus pasos.

- Es mejor espabilar ahora.

Mijaíl le había susurrado al oído al tiempo que le agarraba del brazo y lo arrastraba consigo tras los chicos. Iliá sentía que se le aflojaban las piernas al caminar tras los alemanes, al tiempo que sentía un profundo asco al oirles hablar o reir. Los soldados ni se percataron de que tras ellos andaban cuatro partisanos que acababan de asesinar al jefe de la milicia local. Abrieron la puerta del teatro y, antes de cerrarse, los cuatro se agolparon para entrar mezclándose cuanto antes entre la gente. Allí dentro, el calor y el humo resultaban sofocantes en comparación con la nítida helada de la noche. La música que se escuchaba en aquel momento era la canción de Razin, el héroe cosaco que se rebeló contra el zar y acabó descuartizado en la Plaza Roja. En el centro varios mujiks y soldados alemanes borrachos bailban con torpeza, mientras que en derredor se limitaban a balancearse al son dulce y estridente a la vez de las balalaikas, las cuales mezclaban con destreza toda la carga de nostalgia y apoteosis que sólo el folclore ruso puede regalar.

Desde la isla boscosa
En el ancho y raudo río
Orgullosamente navegaban
Las barcazas cosacas.


Iliá sentía precipitarse a otro mundo donde no era más que un extranjero fuera de lugar. Sin embargo, él era ruso y no tenía por qué sentirse así. Había reconocido de inmediato la canción y hasta podía percatarse de que, tanto los músicos como la chica que la cantaba, hacían lo que podían para reencarnar el espítiru del líder popular que trató de llevar libertad y prosperidad a su pueblo.

A la delantera está Stenka Razin
con su princesa a su lado,
para la boda arreglada,
y él alegre y borracho.


Si no era él el extranjero, si eran aquellos alemanes que habían irrumpido en su tierra, ¿por qué se sentía así? Iliá tuvo que hacer un esfuerzo por no derramar lágrimas al dejarse llevar por la melancolía de los acordes. ¿Demasiado tiempo en Gutka, donde sólo se oían a los pájaros trinar?

Desde atrás viene un murmullo:
“¡Nos cambió por una mujer!
Pasó una noche con ella
y a la mañana es mujer también."


¿Era porque él era un partisano rodeado de enemigos? Sin embargo allí se sentía extrañamente seguro. Nadie parecía darse cuenta de qué era y le ignoraban mientras cantaban y se mecían, apoyando su ebriedad en el de al lado.

Este murmullo y risas
escucha el terrible atamán,
Y con mano poderosa
arrebató a la princesa persa.


¿O era porque no podía participar de aquella alegría? Iliá bajó insconcientemente la cabeza. Sí, exactamente. Pero no sólo no podía participar de aquella alegría, sino que no podía hacerlo al lado de los alemanes. Iliá se pasmaba al ver a aquellos mujiks cantar, bailar, beber y reir codo con codo con el enemigo, con quienes habían llenado la tierra de sus ancestros con miles de cadáveres.

Sus espesas cejas se unieron,
se prepara una tormenta;
la sangre furiosa se agolpó
en los ojos del atamán.


¿Cómo podía ser aquello? Iliá lo veía y no lo creía. Aquellas gentes no podían ser todos como Rogov. No podían ser unos sátrapas que se aprovechasen de la situación impuesta por los alemanes, aquellos a quienes debían odiar por haberles invadido e impuestos sufrimientos sin fin.

"¡De nada tendré pena,
Daré rienda a la furia!"
Se escucha su voz poderosa
Por la costa del lugar.


La sangre se le subía a la cabeza y la notaba palpitar en la sien. Aquello no podía ser cierto. Con todo su ser se negaba a creer que sus compatriotas confraternizaban con el enemigo. Apretaba los puños y los dientes, y miraba furioso a su alrededor.

Volga, Volga, madre natural
Volga, río ruso,
Nunca viste regalo tal
De un cosaco del Don.


La música se enardecía e Iliá desfallecía por no estallar, por no sacar su Tokarev de la pelliza y dar allí mismo una lección de patriotismo a todos aquellos campesinos estúpidos y borrachos.

- Vamos, Iliá…

Pero el politruk no podía desasirse de su ira, y la voz de Mijaíl se perdía tras la del coro de voces guturales que destrozaban la letra de la canción.

Para que no haya discordia
entre gente libre
Volga, Volga, madre natural
He aquí, ¡toma a la princesa!


Él no estaba en Gutka para eso. No había visto morir a tanta gente valerosa, contemplando cómo su vida se apagaba sin que él pudiera evitarlo. Vidas cercenadas por la avaricia del alemán que ahora se divertía con sus recuerdos. Unos recuerdos perdidos en un bosque sombrío y recuperados ahora de manera obscena y brutal.

- Estás llamando la atención, Iliá…

Agarra con mano poderosa
él a la bella princesa
y por la borda la lanza
a las raudas olas.


Podía ya notar el frío de la corredera de la Tokarev. No sabía cómo había llegado la mano allí, bajo la pelliza, pero sí que el duro acero parecía de pronto suave al tacto.

- Maldita sea, Iliá… ¡Reacciona!

"¿Qué les pasa, hermanos, tristes?
Hey, tú, Filka, vamos, ¡danza!
¡Hagamos una canción atrevida
en memoria del alma de ella!.."


La mano se había acoplado, asiendo la culata, insertando el dedo en el guardamonte. Pero un brusco tirón hizo que la soltara mientras luchaba por mantener el equilibrio y recobrar la conciencia. Mijaíl lo llevaba casi arrastrándolo mientras simulaba estar borracho. Más adelante pudo distinguier a Babkin y a Kuchma que les miraban con preocupación.

- Perdonadme –expresó Iliá atorado-. No se qué me ha pasado.
- Kuchma ha preguntado por su hermana a una de las chicas y dice que está en el camerino –dijo Mijaíl, como si nada hubiera estado a punto de suceder.
- ¿Podemos entrar en ese camerino?
- Sí, porque Kuchma ha dicho que es un primo de ella que le trae noticias de su familia en Slonim. El problema es que el camerino es para todas las chicas, así que va a estar difícil hablar con ella en privado.
- No lo creo, si ella colabora.
- ¿Qué quieres decir? –se exaltó Kuchma.

Iliá miró a Kuchma otra vez enfadado y no quiso darle explicaciones. Cada vez le fastidiaba más estar en aquel antro de cobardes y traidores.

- Vamos a ver a tu hermana –se limitó a decir.

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Última edición por Bitxo el Sab Oct 03, 2009 4:56 pm, editado 1 vez en total

Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:53 pm

VII.

Un pasillo tras el escenario conducía al camerino. La muchacha que les guiaba iba muy maquillada y resultaba muy bella y grácil con su vestido de campesina. La puerta se abrió y los partisanos, con Kuchma a la cabeza, entraron en el camerino. La habitación estaba bien iluminada y allí Iliá apercibía mejor los rasgos de las chicas, algunas de las cuales se estaban desmaquillando. Sin el maquillaje vuelven a ser unas campesinas, pensó al fijarse en el maltrato que el sol y la penuria había impuesto en las jóvenes.

- ¡Nadia!
- ¡Kuchma!

Los jóvenes hermanos se abrazaron durante largo tiempo, sollozando. Mijaíl, Babkin e Iliá se mantuvieron al margen, expectantes. Ninguno de los tres podía evitar pensar más en el peligro que corrían que en la felicidad de aquel reencuentro. Iliá, además, recordaba las palabras e Petrenko y su conversación con Mijaíl.

- Nadia… ¿podemos hablar en privado?
- Sí, Kuchma, anda, ven…

La chica cogió la mano del hermano y lo condujo hacia fuera. Los otros tres partisanos les siguieron. Nadia no pareció sorprenderse de aquella compañía e Iliá supuso que conocía la situación de partisano de su hermano. Más al fondo del pasillo había otra puerta que daba a la calle. Cruzaron hasta el otro lado y Nadia entró en una isba. Allí el calor no era tan sofocante como en el teatro ni había tanta luz como en el camerino. Era una isba muy sencilla, sin nada que la decorase.

- ¿Dónde estamos? –preguntó Iliá.

Nadia le miró incómoda y aquello confirmó la sospecha del politruk de que sabían que eran partisanos.

- Vivo aquí –dijo sin dejar de conformar una sonrisa.

Mijaíl miró a Iliá, pero no dijo nada. Kuchma sólo tenía ojos para su hermana.

- Nadia, he venido para rescatarte.
- ¿Rescatarme? –preguntó confusa Nadia.
- Sí, Nadia, para llevarte conmigo al bosque. He matado a Rogov. Ya no volverá a hacerte daño.

El rostro de Nadia tranmutó de la felicidad a la perplejidad, y de inmediato zozobró hacia la tristeza. Kuchma, en cambio, continuaba irradiando su ignorancia sobredimensionando las cuencas de los ojos. Iliá se puso aún más nervioso y miró de reojo a los otros dos. Mijaíl se llevaba la mano bajo la pelliza y Babkin le imitaba. Él decidió hacer lo mismo.

- Kuchma, hermano, es cierto que Rogov me trató mal. Y si le has matado a ese cerdo has hecho bien. Pero yo aquí estoy bien. Trabajar en el teatro me da para comer y evita que me deporten a Alemania.

Kuchma parpadeó dos veces.

- ¿Y esta isba de quién es? –intervino Iliá.
- Es mía, bueno…
- ¿Es tuya? ¿El teatro te da como para haberte hecho esta isba? Esta isba está en el centro del pueblo. Debe llevar aquí mucho tiempo.
- No, no… -Nadia trataba de reponerse, pero se la veía muy azorada- Era de unos judíos que se los llevaron a otro lugar.
- ¿A otro lugar? ¿A dónde?
- Pues… No lo se. Yo…
- ¿No sabes a dónde llevan a los judíos los alemanes? ¿No sabes nada de la fosa que hay junto al camino a Polonka?
- Yo… No…

Nadia se debatía y evitaba la mirada inquisitiva de Iliá.

- Pero… ¿qué haces? ¡Es mi hermana!

Kuchma parecía refugiarse en el enfado con Iliá de la inesperada respuesta de su hermana. Era como si se zafase del desengaño de un encuentro idealizado echándole a él la culpa.

- Kuchma, te recuerdo que eres un soldado y yo tu oficial al mando.
- ¡Es mi hermana, maldita sea! ¿Por qué le haces esas preguntas?

En ese momento se abrió la puerta de la isba. Un hombre alto descubrió los cabellos rubios al quitarse la gorra y se quedó parado en el vano de la puerta. Iliá se quedó embobado dos segundos mirando la placa metálica que pendía de una cadena en su pecho, donde unos garabatos fosforescentes rezaban Feldgendarmerie bajo el águila alemana. A la izquierda, otra águila naranja y, a la derecha, la plateada del Ejército, ambas portando la esvástica en sus garras. Al tercer segundo vio cómo Mijaíl, el cual debió reaccionar al oir la puerta y se había deslizado al otro lado de esta, sacaba su Tokarev y lo amartillaba. Bendito Mijaíl, pensó Iliá al tiempo que tragaba saliva y reparaba en la charretera con dos distintivos amarillos.

El alemán se recuperó de la sorpresa de ver a Iliá, Babkin y Kuchma en la isba. A Mijaíl no podía verlo porque se lo tapaba la puerta abierta. Indeciso, se decidió a hablar titubeando un ruso con marcado acento alemán.

- Esto… Yo… Nadia, no te vi en el teatro y pensé que estabas mal…

Nadia se repuso también y actuó con naturalidad.

- Klaus, te presento a mi primo de Slonim, Kuchma, y sus amigos…
- Iliá, yo me llamo Iliá.
- Babkin, señor.
- Amigos, él es el Capitán Klaus Bachmann.

El alemán les sonrió educadamente y avanzó un paso más. Entonces la puerta se cerró tras él y, al girarse extrañado, tuvo que enfocar los ojos para discernir con claridad el cañón de la Tokarev que Mijaíl le encaraba justo a la altura de la frente.

- Una sola palabra y te reviento la cabeza.

Iliá era la primera vez que veía a Mijaíl en acción, y muy agradecido comprobaba que era uno de los mejores.

- ¡No, no le matéis! ¡Por favor, no le matéis!

Nadia se había arrojado a los pies de Iliá y este trataba de apartarla empujándola con la rodilla. La chica se levantó entonces y se abrazó a su hermano.

- Kuchma… Por favor, hermano… Diles que no le maten…

Iliá podía ver la cara de horror de Kuchma. Instintivamente había llevado los brazos a la espalda de su hermana pero, sin completar el abrazo, se mantenían absurdos a mitad de camino. La chica, sintiendo la falta de afecto, se separó y se enjugó las lágrimas tratando de recobrarse. El alemán y Mijaíl se miraban fijamente sin decirse nada. Todos allí comprendían lo que significaba que el Capitán pidiera auxilio o que la Tokarev tronara en el silencio de la noche.

- Vosotros no entendéis nada… -se oyó de nuevo a Nadia- No entendéis lo difícil que le resulta sobrevivir a una mujer en esta maldita guerra. Vosotros sóis hombres y os váis al bosque para combatir. Pero aquí quedamos las mujeres con los viejos y los niños y los alemanes o los milicianos pueden hacer con nosotras lo que les plazca.
- Pero, Nadia… He venido a salvarte. He venido a llevarte conmigo al bosque. Allí estarás a salvo.
- ¿A salvo? –Nadia se permitió una mirada donde se mezclaba la ira, el reproche y la burla- La guerra es cosa de hombres. Antes o después morirás, Kuchma, en un absurdo combate. ¿Y qué será de mí entonces? ¿Cómo esperas que pueda vivir en el bosque? Allí no hay lugar para un chica y tú lo sabes, hermano. Yo no puedo vivir allí, no puedo con esta guerra… Aquí es donde estoy a salvo. Klaus me protege y se porta muy bien conmigo. Para él soy algo más que una mercancía o una mula para el arado.
- Pero… Nadia… Él… ¡Es alemán!
- Es un hombre que me cuida, Kuchma. Perdóname, pero ni tú ni padre podéis hacer eso. Gracias a Klaus estoy bien alimentada y vestida. Y no tengo por qué ir a Alemania a trabajar. Él me quiere y yo… -Nadia se ruborizaba y Kuchma dejaba su boca abierta mientras sus ojos se precipitaban al vacío-. Las mujeres no somos nadie, Kuchma… Permite que tu hermana goze de alguna felicidad.

Ahora la chica había levantado la mirada buscando la de su hermano. Iliá tuvo que admirarse por su esfuerzo en mostrarse digna. Pero ahora no tenía tiempo de analizar la densidad del reencuentro.

- Alemán, veo que conoces nuestro idioma.

El Capitán se giró hacia Iliá.

- Sí, Nadia me enseñó.
- Pues escúchame bien porque no te lo voy a repetir. Tú y la chica os venís con nosotros hasta que estemos a salvo fuera de Baranavichy. Una sola palabra, un solo movimiento y os matamos a los dos. ¿Estamos?
- Comprendo. Pero, ¿y luego? Se que vas a matarme. Pero quiero tu palabra de que la dejarás vivir. Lleváosla al bosque, pues aquí sospecharían de ella y la colgarían para vengarme.

Iliá no supo en ese momento qué le sorprendió más, que el alemán aceptase con tamaña serenidad su suerte, que tratase de salvar a la chica o que pudiera confiar en la palabra de un partisano.

- Puedes estar seguro de que la chica vivirá. Te doy mi palabra de oficial.

El alemán abrió un poco más los ojos al descubrir que Iliá también era un oficial.

- De oficial a oficial, pues –contestó manteniéndose digno.
- Aquí no va a morir nadie –espetó Nadia con fuego en los ojos-. Si él tiene que morir, moriremos todos pues me pondré a gritar. Prométeme ahora mismo que respetarás su vida.

La chica sostuvo la mirada de Iliá, manteniendo vivas las llamas que crepitaban en su interior. El politruk entendió que no cedería ni bajo amenaza de muerte. Lo ideal era matar al alemán allí mismo, pero no podía utilizar la Tokarev porque el estampido alertaría a sus soldados, ni tampoco el cuchillo porque la chica tendría tiempo de gritar. En la cabeza de Iliá emergió una voz conocida desde el abismo de la memoria: La situación es esta…, y otra vez maldijo su suerte.

- Está bien. Tú ganas. El trato es el siguiente. Nos ayudaréis a salir de aquí acompañándonos hasta que estemos cerca del bosque. Si topamos con soldados, diréis que vamos a una fiesta en una granja camino a Polanka a donde han llegado tus familiares de Slonim. Una vez estemos a salvo, os dejaremos libres. ¿Estamos de acuerdo?
- Estamos de acuerdo –dijo el alemán.

Nadia agarró a Iliá por las solapas del abrigo.

- ¿Tengo o no tengo tu palabra? -sus ojos centelleaban.
- La tienes.

Mijaíl bajó el arma y se la guardó en el bolsillo del abrigo para tenerla más a mano. El resto hizo lo mismo.

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Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:54 pm

VIII.

Afuera, la intensa helada les galvanizó y les devolvió la serenidad. Las lágrimas de Nadia se escarchaban y el alemán caminaba erguido envuelto por la piel de su abrigo. Mijaíl y Babkin no se separaban de él e Iliá vigilaba a Kuchma y a su hermana. Baranavichy parecía más sombrío que nunca e Iliá temía que Baranov no lograra entretener a los alemanes lo suficiente.

- Es mejor darse prisa. Además, si andamos escondidos llamaremos la atención –les dijo.
- ¿Recogemos las subametralladoras? –preguntó Mijaíl.
- Pienso que será lo mejor. Podemos esconderlas bajo el abrigo.

Llegaron hasta la isba donde habían enterrado las PPD sin que vieran a nadie. Kuchma las desenterró mientras el resto vigilaba. El alemán les miraba sin decir palabra, pero Iliá pensó que admiraba la destreza y valor de los partisanos. Quién sabe. Igual está comprendiendo cómo logramos hacerles la vida imposible. Continuaron sin problemas hasta llegar a la calle donde vivía Rogov. Al fondo se veían dos soldados patrullando. El grupo se escondió tras la esquina y el vaho que salía de sus bocas denotó la velocidad a la que latían sus corazones.

- ¿Qué hacemos? –susurró Babkin-. No podemos continuar sin que nos vean. ¿Damos la vuelta por atrás?
- No. Quiero salir de aquí cuanto antes. No se cómo le va a Baranov. Si ese camión cargado de tropas llega aquí, será nuestro fin.

Acto seguido Iliá sacó su Tokarev y la amartilló en la sien de Nadia. Kuchma abrió más los ojos, pero no dijo nada. Iliá hizo una seña a Babkin y este se colocó tras su amigo. No era momento para nada más que obedecer órdenes. Todos eran conscientes de que Iliá se la jugaba y de que el tiempo era un factor en su contra. ¿Hasta qué punto apreciaría aquél alemán la vida de la muchacha?

- Alemán, será mejor que te deshagas de ellos. A la menor sospecha la mato. Mijaíl, procura tener a tiro a él también. Si nos traicionas, te doy mi palabra de que caerás con nosotros.
- ¿De oficial a oficial?

Iliá no parpadeó ante la mofa del Capitán.

- De oficial a oficial.

El alemán se dirigió con paso seguro hacia sus soldados. Llamó su atención y se puso a hablar con ellos. Los dos soldados parecían contarle algo y todos temieron lo peor. ¿Habrían descubierto el cadáver de Rogov?

- ¿Le tienes a tiro?
- Sí, no te preocupes que él caerá también.

Pero los soldados se marcharon en dirección contraria y el Capitán les hizo una seña para que saliesen. No sin dudar, doblaron la esquina y le alcanzaron.

- ¿Habéis matado a Rogov? –les preguntó.
- ¿Han descubierto su cadáver? –preguntó a su vez Iliá.
- No, pero le están buscando. Su mujer alertó a mis hombres de que aún no había regresado a casa. Les he mandado a buscarlo a otra casa donde tiene a su amante.
- Debemos darnos prisa, entonces.
- No se preocupen. También les he dicho que salgo del pueblo hacia una granja para la supuesta fiesta, tal y como quedamos. Como ves, estoy cumpliendo con mi parte.

Iliá no dijo nada. Se limitó a continuar la marcha. No quería tener nada que agradecerle.

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Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:54 pm

IX.

Verse en el campo abierto aumentó la moral de los partisanos. A ello contribuyó el hecho de poder sacar sus PPD de debajo del abrigo. Pero aún quedaba distancia por ganar para sentirse a salvo y apretaron el paso. Iliá trató de pensar en cuanto había sucedido y, sobre todo, en la actitud del alemán. Pero la fatiga y el frío le impedían concentrarse. Realmente, aún no había tomado una decisión definitiva sobre qué hacer con el Capitán. Pero tenía muy presente que, de matarle, la vida de Nadia correría serio peligro. En cualquier caso, la chica odiaría para siempre a su hermano. ¿Y acaso no había vuelto a sentir, en la isba de Petrenko, la necesidad de hacer las cosas mejor? ¿No estaba él en contra de sembrar el odio entre los soviéticos? A Iliá le gustaba pensar que pertenecía a una nueva clase de bolcheviques. La que sería capaz de perdonar y convencer.

- ¿Pasaremos por la granja de mi padre?
- No, Babkin. Mejor no le comprometamos. Además, si vamos entre Zherebilovichi y Polonka atajaremos algo del camino.

La helada correteaba sin tropiezo en los campos nevados. Nadia se esforzaba en seguir el paso y soportar el frío. De cuando en cuando, el alemán la ayudaba y se cruzaban entre ellos palabras de afecto. Iliá daba entender por señas a Babkin que vigilase a su amigo por si se dejaba llevar por la ira. Pero lo cierto es que Kuchma permanecía callado, caminando mirando al suelo e ignorando por completo a su hermana y a su novio alemán. ¿En qué pensaría ahora Kuchma? Iliá trató de ponerse en su lugar, pero no pudo. También trataba de perfilar cómo ayudarle en la charla que necesariamente habría de tener con él. Sin lugar a dudas, sería la prueba más difícil para el politruk. Galvanizar a los hombres haciéndoles odiar al enemigo fue relativamente fácil. Hacerles ver que los soviéticos colaboracionistas eran unos traidores, también. Pero aquello era muy diferente. No se sentía con fuerzas para tratar siquiera de convencer al chico de que su hermana era una traidora. Él mismo había admirado su fortaleza cuando le obligó a respetar la vida del alemán, y también se había sorprendido por la entereza de este y su preocupación por la chica. La tienes, había contestado a su petición de honor, y su voz había emergido de alguna sima profunda y olvidada en Gutka.

Y Gutka se veía por fin delante de ellos como una barrera oscura capaz de imponerse a las estrellas. Iliá no pudo evitar mirarlas por última vez antes de penetrar en el bosque. Las precisaba llegado el momento de tomar su última decisión, de demostrar qué debía prevalecer en su ánimo de combatiente tras las líneas enemigas. De hombre culto obligado a llevar una lucha desigual en un bosque que lo enterraba en vida junto a hombres de una rudeza que había mimado y amplificado, basando en ello su propio sistema de supervivencia personal y nacional. Miles de ojos te observan, se agobiaba. Queda mucho por hacer.

Iliá notó, de pronto, que el grupo se había detenido. Los árboles les rodeaban y con ellos revivía la opresión de Baranavichy. Nadie decía nada, esperando que fuese él quien lo hiciera. Les miró uno a uno. Babkin le miraba acongojado desde un rostro donde la sangre había huído por efecto de la helada, confiriéndole un aspecto todavía más aniñado. Babkin sentía temor por Kuchma. Este, en cambio, no levantaba la mirada del suelo. La vergüenza es el sentimiento que invade al ser humano cuando se percata de una situación que no ha sabido preveer. Mijaíl le escrutaba circunspecto. Su amigo Mijaíl entendería una decisión de un oficial, pero sólo aprobaría la de un ser humano. El alemán también le miraba tratando de adivinar en su rostro. Quería prepararse para lo peor y mantenerse digno. Iliá se había preguntado en el pasado hasta qué punto un alemán podía estar preparado para sentirse juzgado. Si aquél que tenía delante era la respuesta, debía admitir su entereza por más que le molestase. Y Nadia… La chica no le observaba. Al contrario, le fulminaba con su mirada. Podía sentir la proyección de sus ojos atravesarle cual metralla ardiente. Nadia le estaba juzgando y a él le tocaba sentir el peso del juicio. Si esa ira era el veredicto, si Iliá podía ver en esa sencilla campesina a un pueblo ruso abandonado a su suerte en manos del enemigo, a un pueblo que se había visto obligado a convivir y hasta depender de él para su supervivencia, entonces es que algo se había hecho mal, muy mal. Por fin Iliá había entendido perfectamente por qué se sentía tan atraído por las estrellas. Las estrellas nos pertenecen era la mentira de Gutka. Allí las estrellas no se veían. La protección del bosque lo impedía. Iliá tenía ahora ante sí a todas las estrellas de Rusia en los ojos incandescentes de aquella muchacha, y le hacían sentir hasta qué punto se equivocaba Vasily y todos los que eran como él. Sin duda no era fácil ser comunista en aquellos tiempos que parecían obligar un alejamiento del pueblo.

- Podéis iros.

Nadia liberó toda la tensión acumulada con un suspiro. Sus cejas se había relajado, sus pupilas dilatado y sus labios, en lugar de apretarse hasta tornarse blancos, esbozaron una sonrisa. Babkin también sonreía, contento de que el daño a su amigo se hubiera minimizado. Este demostraba su estado de ánimo pendulando de la intención de decir algo marcando un óvalo con su boca, a demostrar su alegría curvándolos. Mijaíl también sonreía. Le miraba demostrando la satisfacción de quien se informa que su amigo ha aprobado un examen. El alemán también ser relajó. Librarse de la muerte no era cosa que pudiera disimular.

- Nadia. Dile a mi pueblo que lo haré lo mejor que pueda.

La aludida miró al politruk sin entender, pero el alemán alzó las cejas.

- Estoy seguro de ello –dijo.

Iliá se dio la vuelta e inició su marcha de regreso al campamento, esquivando las raíces de Gutka. Kuchma le siguió de inmediato, evitándose tener que conversar con su hermana.

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Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:54 pm

X.

Aún era de noche cuando regresaron al campamento. Kuchma y Babkin fueron a por algo caliente y pudieron disfrutar del privilegio de dormir calientes en la enfermería. Iliá fue a informar a Vasily y se enteró de que Baranov había llegado hacía una hora, calculando que el camión con tropas llegó a Baranavichy poco después de que ellos lograran salir de allí. Al salir vio que Mijaíl le había estado esperando.

- ¿Quieres que hablemos?
- ¿Ahora tú también eres un politruk?
- Todos necesitamos hablar de nuestras cosas, Iliá.
- No quiero hablar. Para ser más concretos, no te quiero oír hablar. Pero, si me prometes quedarte callado, me gustaría que me acompañases al claro que hay fuera del campamento. Ya sabes, a Vasily no le gusta que nadie salga de aquí solo. Son normas de seguridad.
- Está bien. Te acompañaré.

Iliá necesitaba ver otra vez las estrellas, sentir que le aprobaban. Miraba absorto los cúmulos de puntitos tililantes allá donde Gutka no había vencido. Pensaba en Nadia, la muchacha cuyo nombre se había grabado en su memoria gracias a su esfuerzo por ser algo más que una mula para el arado, o un mero entretenimiento en un mundo de hombres envilecidos. Pero también en algo más.

- Mijaíl…
- ¿Ahora quieres que hable?

Iliá se arripintió de haber abierto la boca y trató de resolver por sí mismo lo que le angustiaba.

- Vamos, Iliá, era una broma…

Sentía una opresión agobiante en la garganta y en el estómago, como si su cuerpo tratase de contener cuanto había en la mente. También un frío narcotizante en el borde de los ojos. Algo húmedo y sincero se estaba congelando allí.

- ¿Tú crees que estarán a salvo?
- ¿Quién?

Iliá se revolvió furioso y, agarrando a su amigo del abrigo, lo empujó contra un tronco. No contento con ello, proseguía malgastando las fuerzas que le quedaban tratando de levantarlo.

- ¡Iliá, tranquilízate!
- ¿Crees que mi familia estará bien? ¡Tú sabes más que yo de la guerra! Cuando estuviste en la granja de Potapov viste más que yo aquí en el bosque. ¿Crees que pudieron huir tras nuestras filas?

Iliá cedió el impulso conforme se agotaba en su esfuerzo, y escondía la cabeza en el pecho de su amigo. El caudal de los ojos había aumentado considerablemente y las lágrimas ya podían correr por el rostro. Mijaíl le abrazó y le dio palmaditas en la espalda.

- Estarán bien, Iliá. Estarán bien. No debes preocuparte más.

FIN

Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 6:13 pm

En dos palabras:

¡Sencillamente excelente! :D

Poco más puedo decir salvo darte las gracias por algo tan bueno en todos los sentidos. :)

Saludos.

Re: La situación.

Dom Oct 04, 2009 2:40 am

Gracias a ti, hombre. Faltaría más :D .

Re: La situación.

Lun Oct 05, 2009 8:04 pm

No tengo palabras para describirlo, Bitxo. Siempre se dice que segundas partes nunca fueron buenas. Y no fue ese el caso. Y siguiendo con ese razonamiento, una tercera parte se supone que es peor. Y tampoco es ese el caso. Muy al contrario, te vas superando cada vez más. Si la segunda parte superaba a la primera, esta tercera supera, con creces a las dos anteriores. ¿Habrá cuarta parte? Ojalá así sea.

Re: La situación.

Mar Oct 06, 2009 12:25 am

Gracias. Se hará lo que se pueda. Aún no tengo una idea clara, y menos un guión.

Re: La situación.

Sab Oct 31, 2009 5:21 pm

Al fin he podido leerlo todo. La verdad Bitxo, no me ha decepcionado.
No dejais de sonprenderme con vuestras historias (Anibal, grognard, Bitxo, Paradise ...).
Os estoy muy agradecido. Seguid así

Saludos. :mrgreen: :wink:

Re: La situación.

Lun Nov 23, 2009 7:22 pm

No tenfo palabras, menuda historia esta. Esta muy bien expuesta.

Saludos a ti, Bitxo.

Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:30 am

La situación (IV).
Vova y los hombres del bosque (1): Una mirada triste.


I.

Los dos botones le miraban con insistencia demoledora. Eran lo único que destacaba en aquella bola de tela de saco rellena de trapo, cosida a un cuerpo y extremidades de iguales materiales. Estaba cansado y pese a que la guapa muchacha le había dado de comer antes de partir, aún sentía en el estómago el vacío de días de penuria mientras vagabundeaba por los campos llevándose briznas a la boca, o mendigaba por el pueblo un trozo de pan. La muchacha le había dado una taza de leche tan blanca como su piel, y una rebanada de pan negruzco untado con manteca. Guarda esto para el camino, le dijo dándole unos blinis envueltos en un pañuelo también blanco. Luego se había agachado hasta colocar su bonito rostro con diminutas pecas a la altura del suyo, y le había dado el muñeco. Llévaselo a los hombres del bosque, había añadido con tanta seriedad que sus labios se habían apretado hasta hacer desaparecer la sangre y el azul de sus ojos parecía querer envolverle. ¡Era tan limpia y bonita la muchacha! ¡Se había portado tan cariñosamente con él! Ahora los botones le exigían el cumplimiento del encargo. Pregunta por Kuchma y por su oficial, el politruk Iliá. ¿Te acordarás? Kuchma. Iliá. Él había asentido tantas veces como había escuchado aquellos nombres, con un nerviosismo surgido de la rareza de aquella petición. Normalmente los mayores le solicitaban ayuda para acarrear la fruta o el grano, pero nunca para ir a ver a los hombres del bosque. ¿Quiénes eran aquellos hombres del bosque? ¿Por qué debía llevarles aquel feo muñeco de tela de saco y trapo que le miraba severo desde los botones? ¡Los mayores eran tan extraños! Siempre atareados y con prisas sino borrachos, exhalando humo de papirosi. Pero la muchacha era diferente. Había sido cariñosa con él, y le había dado de comer sin pedirle que acarreara pesados sacos de donde no le permitían coger nada para sí. Y por ello quería cumplir su encargo. Lo haría lo mejor que pudiese y regresaría para demostrarle que lo había hecho Quizás así su rostro blanco moteado y el azul de sus ojos se iluminaran, y sus labios dejaran de apretarse para sonreir. ¡Qué bonita resultaría la muchacha al sonreir! Y, ¿quién sabe? A lo mejor le daba más leche y pan. ¿Y si le daba más blinis? Nunca nadie le había dado blinis. Pan y leche sí, pero nunca blinis. Y ahora podía sentir el aroma de aquellas maravillas rellenas de patata que guardaba en el bolsillo de la chaqueta. Podía sentirlo incluso a pesar del penetrante olor a pino. Miró hacia delante tratando de descubrir algo tras los árboles, pero sólo se adivinaban más y más troncos. Una eternidad de espesura amenazadora donde no parecía haber nadie. Palpó los blinis con la mano y decidió que pararía a descansar y a comérselos. Guárdalos para el camino, le había dicho la muchacha. Y él lo había hecho. Pese al hambre que tenía, los había guardado mientras recorría los campos entre Baranavichy y aquel bosque, y había seguido haciéndolo al internarse en él. Era justo, entonces, que por fin pudiera comérselos. Estaba seguro de que la muchacha no se enojaría si le viese. Se sentó sobre un tronco caído y extrajo uno de los blinis. La base aún tenía pegada algo de manteca gelatinosa que pringaba sus dedos y, la parte superior, dorada por el fuego, confería al enrollado un aspecto maravilloso. Ya en la boca, tras romper la coraza, la patata se mezclaba con la gelatina y colmaba todas sus espectativas.

- ¿Qué haces tú aquí?

Se levantó como por un resorte y logró enfocar la figura que tenía a su lado, a unos metros. Era un hombre fornido que parecía nacer de unas botas que le llegaban casi hasta las rodillas, donde embutía el pantalón. Sobre la chaqueta se veía un cinturón con un cuchillo y un extraño objeto que, supuso, era lo que llamaban una granada. Portaba un fusil y calaba la gorra hasta las cejas. Guardó de inmediato el blini a medio comer y, tragando a toda prisa el bocado junto al susto, le preguntó:

- ¿Eres un hombre del bosque?

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:32 am

II.

En el campamento la vida se aceleraba conforme se alargaba el día. El invierno había pasado y no se oyeron, como anhelaban, los cañones del Ejército Rojo. Peor, los alemanes habían recuperado su dominio en la zona y a los partisanos les resultaba otra vez muy difícil salir del bosque. Pronto el día se alargaría demasiado como para poder alcanzar la vía del ferrocarril con relativa facilidad, y la moral descendía en picado. Y ello sucedía aún más desde que Vasili había ordenado ampliar la fortificación del campamento. A nadie allí se le escapaba que el General temía un ataque de los alemanes, ahora que disponían de más tropas gracias a su cada vez más recuperada movilidad.

Iliá supervisaba el trabajo de su grupo. Mijaíl, Kuchma y Babkin habían talado varios árboles y, sudando sin cesar, los habían despojado de sus ramas. Ahora conformaban un parapeto en un sector donde la trinchera apenas tenía protección. Kuchma y Babkin habían estado discutiendo sobre la mejor disposición del parapeto, pero Mijaíl zanjó el tema dando buenos motivos para colocarlo donde él consideraba el mejor sitio.

- Estos parapetos deben servirnos para protejernos de las ametralladoras. Y, fijaos, aquí hay una buena línea de tiro desde allá, entre aquellos pinos. ¿Lo véis?
- Muy bien, Mijaíl.

Iliá sonreía a su amigo al comprobar que disfrutaba de su labor de profesor de aquellos jóvenes mujiks. Mijaíl, a su vez, le miraba con sorna como diciéndole Podrías limpiar de ramas aquél tronco. Y lo cierto es que Iliá estaba deseoso de colaborar más, pero él era un oficial y aVasili le gustaba que sus oficiales se hiciesen notar como tales. O bien, como pensaba Iliá, le disgustaba que fuesen mejores que él.

Entonces algo llamó su atención. Los partisanos se congregaban en la entrada oeste del campamento y no tardó en discernirse el contenido del murmullo que se había generado. ¡Baranov ha traído un niño!. Pronto pudo ver al mencionado salir de entre el gentío y dirigirse hacia la isba de Vasili. Tras este iba su fiel Didenko y otros tres miembros de su grupo cuyos nombres no recordaba. Y entre ellos una figura menuda y extremadamente delgada. Unos zapatos rotos, unos pantalones que le quedaban ya grandes, una chaqueta sucia y también holgada. Y, bajo la gorra, una cabeza muy redonda que resultaba desproporcionada a la fragilidad del cuerpo. Baranov le observó un instante e Iliá se extrañó de que lo hiciera. Se había acostumbrado a que el gran Baranov le ignorase, así como su hazaña de penetrar en Baranavichy y asesinar a Rogov.

- ¡Un niño!
- Sí, es un niño –contestó Iliá a su grupo-. ¿Se habrá perdido en el bosque?
- ¿Y qué haría un niño en el bosque? –preguntó Mijaíl.
- ¿Tú no ibas al bosque de pequeño?
- Sí, acompañaba a mi padre a cazar. Pero no iba nunca solo. Me daba miedo.

Iliá miró sorprendido a su amigo. Era la primera vez que le oía haber sentido miedo. Nunca había imaginado a un pequeño Mijaíl esforzándose por seguir el paso de su padre por el bosque, tratando de no tropezar con las raíces o no pisar las ramas caídas para guardar silencio. Lo imaginó ahora observando a su padre agazaparse, y descubriendo a un ciervo frente a ellos, parcialmente escondido entre los troncos. Intentó componer su rostro unos quince años más joven, un rostro alisado y descolorido, con ojos como chispas eléctricas que se anticipaban a la descarga del Mosin. ¿Había entendido el pequeño Mijaíl la necesidad de matar a aquél bello animal? ¿Había sentido temor ante el estampido del fusil?

- Parece que Vasili te reclama.

Iliá se volteó saliendo de su ensimismamiento y vio a Denin hacerle señas desde la isba del General.

- ¿Qué querrá ahora?

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:33 am

III.

- Entre, Iliá.

Vasili no disimulaba su enfado, pero el invitado no podía saber por qué estaba enfadado el General. Dentro, Baranov custodiaba al niño que había traído al campamento. Y el niño, al oir su nombre, había ladeado la cabeza para impregnarle del marrón lumínico de sus ojos.

- ¿Eres tú Iliá?
- ¡Cállate niño!

Iliá interpretó la disonancia entre la voz aguda pero tranquila del niño, y la grave pero nerviosa del General como el motivo de su estado de nervios.

- Este niño sólo quiere hablar contigo o con Kuchma.

Vasili depositaba ahora en él su cólera. Si a Vasili le gustaba que los oficiales se hiciesen notar como tales, su papel como General, como jefe de los partisanos de Gutka no podía quedar entredicho. Y menos por un chiquillo.

- No le conozco, camarada General.

Iliá demostraba su desconcierto con un titubeo en la voz. ¿Quién era ese niño? ¿Por qué quería hablar con él?

- Baranov lo encontró en el bosque, y os estaba buscando a tí y a Kuchma. Kuchma es ese mujik de tu grupo, ¿no?
- Sí, camarada General. Él y Babkin liquidaron a Rogov.

Pero Vasili no estaba como para que el recuerdo del asesinato de Rogov le contentase.

- ¡Denin! Tráete a ese Kuchma a ver si conoce al crío.

No tardó en aparecer el joven mujik por el vano de la puerta, visiblemente asustado. Iliá podía comprender su miedo. Nunca había sido requerido por el General. Es más, allí sólo entraba un partisano para ser duramente interrogado y, quizás, para ser conducido ante un pelotón de fusilamiento. Y Kuchma podía temer que Vasili se enterase de que su hermana era la amante del Capitán de la Feldgendarmerie de Baranavichy. ¿Por qué podrían estar allí, si no, Baranov y ese crío? ¿Quizás ese crío podría contar allí la verdadera historia del asesinato de Rogov? ¿No estaba allí también Iliá, el oficial responsable de que se liberase a aquél Capitán y a la traidora de su hermana?

- ¿Conoces a este niño?
- No… No, mi camarada General… Le juro que yo…

Pero Vasili ya se había girado hacia el chiquillo y lo abrasaba con las llamaradas de sus ojos.

- ¿Quién te ha enviado?

El niño le miró asustado, pero no tardó en reponerse y le contestó con una mezcla de simpatía habitual en los niños, y de altivez inusual.

- La muchacha bonita de Baranavichy.

Iliá y Kuchma sintieron temblar sus piernas.

- ¿Qué muchacha bonita? ¿No sabes su nombre?

El niño negó con la cabeza. E Iliá y Kuchma se contuvieron para no soltar un bufido.

- Me dio pan y leche –el niño se llevó la mano instintivamente al bolsillo-. También me dio este muñeco tan feo y me dijo que se lo diera a Iliá o a Kuchma.

El niño mostró un muñeco hecho con tela de saco, con dos botones cosidos a guisa de ojos. Todos se quedaron perplejos. Vasili arrebató el muñeco de las manos del niño, el cual mostró su indignación chillando que era para Iliá.

- ¡Cállate, maldita sea! –bramó Vasili, enmudeciendo al crío.

El General observó aquella especie de espantapájaros reducido a la mínima expresión. Le dio una y otra vuelta y lo lanzó al suelo furioso.

- ¿Y esa muchacha no te dijo nada más?

El niño negó con la cabeza, ya sin atreverse a abrir la boca. Iliá recogió el muñeco del suelo y lo observó detenidamente. Luego lo apretó y percibió algo más que trapo en su interior. Sacó su cuchillo y cortó la costura de la espalda. Ante la mirada atónita de los presentes, extrajo un rollito de papel. Iliá comenzó a leer su contenido sin percatarse de que había dejado a su General como el estúpido que era.

- Alemanes reúnen tropas para atacaros el martes..

Todos se mantuvieron en silencio hasta que Vasili respingó su cabeza como para espabilarse.

- ¿Qué día es hoy?
- Domingo, camarada General.

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:36 am

IV.

Las tareas de fortificación se aceleraron sobremanera. Los partisanos estaban preocupados por la inminencia del ataque, y el miedo les impulsaba más que cualquier cosa que pudiera decirles Iliá. En una reunión mantenida entre los oficiales y el General, se había convenido talar los árboles necesarios fuera del campamento, en tal de que este fuese lo menos visible posible desde el aire. Se revisó el único cañón antitanque que se había recuperado tras el desastre que sufrió la división cuando la invasión, así como un cañón de infantería y algunos morteros. También se potenciaron las patrullas por el bosque, en tal de adivinar algún preparativo alemán. Vasili reunía una y otra vez a sus oficiales mostrándose cada vez más nervioso. En cada reunión se repetía el mismo ritual tres o cuatro veces al día. Vasili encabezaba la mesa cubierta por un mapa de la extinta división que no servía para nada dada su escala operativa, pero que le otorgaba un aire de solemnidad que el General debía sentir indispensable para hacer frente a su inseguridad. Sobre el mapa del Ejército cuyas líneas se hallaban a 300 kms de allí, otro mapa más pequeño y hecho a mano representaba a Gutka y los alrededores. Este era el mapa que les servía.

- Camaradas, pienso que está claro que los alemanes no pueden introducir carros en el bosque…

El ritual se iniciaba de esta manera. Vasili temía a muchas cosas, pero a nada como a los carros. Y sin duda este temor era justificado. Los carros habían pulverizado a la división en junio pasado y sólo la barrera impenetrable de Gutka había salvado la vida a aquella agrupación de hombres. Gutka y las prisas alemanas por avanzar. Desde entonces llevaban una vida miserable de privaciones y arriesgadas aventuras en una tierra que antaño era propia y ahora sentían extraña y llena de peligros. Una tierra donde ya no eran soldados, sino bandidos que atemorizaban a sus compatriotas.

- No mi camarada General. El bosque es demasiado denso como para que puedan introducir un solo carro.

Baranov o Dedkin solían contestar de esta manera al General. Lo hacían sin mirarle. Ninguno de los presentes le miraba porque no deseaban incomodarle en su estado cercano a la histeria. Y lo cierto es que Vasili tampoco les miraba a ellos, quizás por temor a ver reflejado su miedo en aquellos rostros que se esforzaban por interpretar una impasibilidad radicada en el cada vez más lejano recuerdo de una vida marcial en los cuarteles. Todos miraban el mapa, pero el grande, el del Ejército, no el pequeño trazado con lápices robados en alguna parte. Todos miraban 300 kilómetros más allá, en dirección Moscú, donde el Ejército Rojo había sido detenido en su contraofensiva de invierno. Trescientos kilómetros… Parecía poco cuando uno depositaba sus esperanzas en aquel mapa de una división extinta. Pero era mucho cuando uno se arriesgaba la vida para poder recorrer una decena.

- ¿Creeis que nos atacarán con aviones?

Este era el segundo gran temor de Vasili. Si los carros habían perforado la línea para reaparecer en la retaguardia, las aviones habían sembrado el caos en todo el sector operacional de la división, desbaratando las comunicaciones y cualquier intento de reorganización. A Iliá no le gustaba Vasili. Aun a sabiendas de que no era una mente brillante, no le consideraba un incompetente como otros supervivientes, quienes descargaban sobre él toda su frustación por la derrota de junio. A Iliá no le gustaba Vasili porque le consideraba un cobarde peligroso capaz de hacer fusilar a cualquier soldado para ganarse un respeto que no le era posible alcanzar por otros medios. Entendía, por tanto, el pavor que necesariamente debía sentir el General tras haber visto horrorizado cómo se evaporaba su divisón ante el ímpetu alemán. Ahora, con muchos menos medios, resultaba comprensible que se mostrase nervioso.

- El campamento es visible desde el aire, pero no creemos que puedan disponer de muchos aparatos, si es que disponen de alguno. Es de suponer que sus fuerzas aéreas están en el frente.

La tercera cuestión la preguntaba Vasili a sabiendas de que nadie podía responderle. ¿Cuántos alemanes les atacarían? ¿Habían decidido limpiar las bolsas de resistentes en la retaguardia antes de continuar la marcha hacia el este? De ser así podían esperar numerosos efectivos. Aquella era una zona de tránsito, tanto por carretera como por ferrocarril, así que resultaba muy posible que los alemanes, antes de iniciar una nueva ofensiva, quisieran asegurar la recepción de suministros y refuerzos. Pero Iliá tenía sus ideas al respecto y, ante el silencio de Dedkin y Baranov, se decidió a exponerlas.

- Mi camarada General, yo no creo que sean demasiados.

Todos le miraron sorprendidos.

- ¿Y cómo puedes estar tan seguro?

Baranov llevaba un tiempo demostrando que no le gustaba Iliá. En realidad nunca le gustó, pero mientras estuviera radicado en sus charlas políticas, no le molestaba. Sin embargo, Iliá se había convertido en un buen partisano, logrando un grupo fiel y bien coordinado. Desde que Iliá lograra entrar en Baranavichy, asesinar a Rogov y salir de allí sin perder a ningún hombre, Baranov se mostraba visiblemente celoso. Y menos mal que no sabe nada del resto, se mofaba Mijaíl.

- Adelante, Iliá, desarrolle su idea.
- Camarada General, yo pienso que los alemanes querrán avanzar cuanto antes. Han visto que nuestro Ejército se ha reorganizado y les ha dado una buena paliza ante Moscú. Ahora saben que deben acabar con nosotros cuanto antes si no quieren perder la guerra. Así que no se entretendrán aniquilando las bolsas de resistencia. Iniciarán una ofensiva lo antes posible y con todos los pertrechos que puedan reunir, sean hombres o máquinas. Y tampoco creo que tengan de todo esto hasta el punto de hacer ambas cosas a la vez.
- Pero entonces... ¿para qué atacarnos? –dudaba Vasili
- Porque quieren asegurar esta ruta de suministros, sin duda, pero también porque no saben cuántos somos. Estoy seguro de que nos consideran aún como al principio, antes de que se nos unieran los mujiks, y antes de que nos organizáramos. Creen que con un golpe de mano será suficiente como para desbandarnos y aniquilarnos.
- Ojalá esté en lo cierto, camarada politruk. Pero, aún así, todos esos mujiks que se nos han unido no nos hacen más fuertes ahora. Nos vienen bien para nuestra labor partisana, pero no están preparados para una batalla normal. Saben robar, sabotear y asesinar, pero no combatir. Y tampoco disponemos de muchas armas ni municiones.
- Camarada General, si me permite continuar exponiendo mis ideas...
- Prosiga Iliá.
- Es cierto que no tenemos suficientes armas y municiones, pero el terreno es bueno para defenderse y, si estoy en lo cierto, los alemanes se retirarán ante una resistencia seria por no disponer de suficientes efectivos. Entonces se limitarán a continuar vigilando la carretera y el ferrocarril.
- Sí pero no podemos ofrecer una resistencia seria con pocas armas, municiones y soldados de verdad.
- Sí que podemos, camarada General. Podemos si sabemos de antemano por dónde nos atacarán. Para ello bastará con poner vigías en el lindero del bosque. Una vez nos comuniquen por qué lado vienen, nos volcaremos allí con todo lo que tengamos.
- No es mala idea, politruk. Depende de que usted no se equivoque con la estrategia alemana, pero tampoco veo que podamos hacer algo mejor.

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:38 am

V.

Al salir de la isba de Vasili, Kuchma e Iliá respiraron más tranquilos. Hablaron en voz baja acerca de las posibilidades de que el General pudiera enterarse de la verdadera historia del asesinato de Rogov. Nadia había hecho muy bien al avisarles tomando toda clase de precauciones y no podían hacer más que estarles agradecidos. Pero la muchacha no podía saber el clima de paranoia perpetua en el campamento de Gutka, donde cualquier sospecha de traición podía llevar a un partisano ante el pelotón de fusilamiento. Mientras hablaban de esto Iliá se percató de que el niño se había sentado no muy lejos de allí y, mirando a un lado y otro, como si deseara comprobar que no le viesen, se llevaba la mano al bolsillo.

- Kuchma, continúa con la labor de fortificación. ¡Y no hagáis pelear a Mijail!

Iliá se acercó al niño por detrás y le asustó sin querer. El niño sacó de inmediato la mano del bolsillo y el politruk observó que la tenía pringada de aceite o algo similar.

- Puedes sacar de ahí lo que tengas para comer. No voy a quitártelo. Es más, lo mejor es que te lo comas ahora aquí conmigo, pues así nadie te lo quitará.

El niño volvió a introducir su mano en el bolsillo y sacó lo que tenía allí.

- ¡Blinis! ¡Haces bien en esconderlos!

El niño comenzó a devorar el blini no sin inquietud.

- ¿Te los dio ella, verdad?

El niño asintió.

- ¿Te dijo algo más sobre Kuchma o sobre mí?

El niño negó con la cabeza y el politruk se relajó un poco más. Resultaba muy importante que el niño no pudiera contar que Nadia y Kuchma eran hermanos.

- ¿Estuviste en casa de la chica?

El niño volvió a asentir sin dejar de devorar el blini.

- ¿Había allí un alemán? ¿Un oficial llamado Karl?

El niño negó ahora de nuevo. Iliá se paró a pensar. Nadia estaba actuando a espaldas del Capitán alemán, pese a que resultaba evidente su enamoramiento. ¿Lo haría porque no se fiaba, pese a todo, o por no implicarle si era descubierta?

- ¿Hace mucho que conoces a esa chica?

El niño negó con la cabeza mientras apuraba el último bocado de blini.

- ¿Eres de Baranavichy?

El niño le miró esta vez y la claridad y redondez de sus ojos retornaron a Iliá a una inocencia olvidada.

- No. Soy de Slonim.
- ¿Y tus padres?

Iliá consternó la mirada al ver que el niño volvía a negarle la candidez de su mirada y, simplemente, se encogía de hombros. Aquello, sin duda, significaba lo peor. Numerosos niños había quedado huérfanos por la guerra y deambulaban hambrientos de aquí para allá.

- Está bien. No voy a molestarte más. Tan sólo dime tu nombre.

De nuevo sus ojos le iluminaron. Vova . Y sacó otro blini del bolsillo.

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:40 am

VI.

- ¿Has logrado averiguar algo?

Mijaíl no había tardado ni dos segundos en preguntarle al verlo de nuevo entre ellos.

- Que es un huérfano de Slonim y que no conoce al Capitán alemán.
- ¿Nadia a actuado a espaldas de él?
- ¿Y qué esperabas, que un alemán nos ayudara?
- Ya, eso es evidente. Es de suponer que se preocupa por su hermano.
- Ese niño no debería estar aquí -cambió de tema Iliá.
- Cierto, pero ni sueñes con que Vasili nos permita devolverlo. Primero pensaría que queremos desertar justo antes de que nos ataquen. Luego sería una locura porque fuera del bosque estará todo infectado de alemanes. Y Vasili no se la jugará a perder partisanos cuando le hacen falta, y menos un oficial, y menos aún cuando pueden interrogarlos y descubrir que estamos avisados.
- Lo se. Pero si salimos de esta lo primero que debemos hacer es sacar a esa criatura de aquí.
- Saldremos de esta, Iliá. Estamos avisados y el bosque nos ofrece muy buena cobertura.
- Eso espero, Mijaíl. Eso espero.

Kuchma y Babkin se acercaron también. Kuchma estaba visiblemente nervioso y musitó como excusa que ya habían terminado de emplazar la Maxim donde les había indicado Mijaíl.

-Tranquilo, Kuchma. De momento está todo bajo control.
- Camarada politruk... No se si temo más al ataque alemán o a que Vasili se entere de lo de mi hermana.

Iliá observó un momento al mujik con la cabeza gacha. La congoja y la vergüenza se apoderaban de él y roían su temprana hombría cual legión de termitas los troncos caídos de Gutka.

- Kuchma, tú y yo no hemos hablado aún de lo de tu hermana.
- No, camarada politruk...
- ¿Quieres que hablemos ahora?
- Lo que desee, camarada politruk...

Iliá frunció el ceño. Resultaba evidente que Kuchma no deseaba hablar de ello. Desde aquella noche había tratado de mantener una charla con el muchacho para tratar de ayudarle, pero este se había zafado siempre de una manera u otra. Lo cierto es que al propio Iliá le incomodaba tener que hablar de aquello, entre otras cosas porque no sabía muy bien qué decirle.

- Está bien. No quiero presionarte. Mañana nos espera un día muy duro y quiero que estés descansado y concentrado para el combate. Así que no pienses más en ello, no sea que los nervios no te dejen dormir esta noche. ¿De acuerdo?
- Gracias, camarada politruk...

¿Y quién habría de dormir aquella noche? Los hombres habían enmudecido durante la tarde y para cuando el sol se dejaba vencer no sólo su tono anaranjado presagiaba un ocaso anunciado. ¿Sobrevivirían? Iliá se preguntaba qué pensaban aquellos partisanos que daban vueltas sobre sí mismos en nidos improvisados junto a las defensas construidas, incapaces de soñar con algo agradable que les ayudase a dormir. Iliá se lo preguntaba porque cada vez que trataba de escarbar en su propio cerebro le resultaba más fácil hacerlo a través de los demás. Los veteranos temían una reiteración de la batalla de la división cuando los alemanes penetraron en su sector hacía ya un año. Los mujiks que se habían sumado a la aventura partisana temían su primer combate en toda regla. Lo de mañana no iba a ser una escaramuza con una patrulla que los hubiese avistado mientras saboteaban o se avituallaban. Iba a ser una batalla en toda la extensión de la palabra. Los mujiks habían aprendido a manejar armas ligeras, pero no se habían enfrentado nunca a la presión de una ametralladora ni a una granizada de morteros. Y lo que era peor, los veteranos, los soldados de verdad supervivientes a la matanza del cerco tampoco podían presumir de ello, pues su primeros y únicos dos contactos con la guerra de verdad fueron tan cortos como caóticos. Correr por el bosque como perseguidos por el diablo, o deambular cual almas en pena entre montones de cadáveres no había sido precisamente una buena escuela de batalla. Pero, al menos, contaban con el adiestramiento en los cuarteles. Un adiestramiento que el politruk dudaba que compensase las penosas experiencias y los negros presagios que debían atormentar a todos sin excepeción aquella noche.

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:42 am

VII.

- ¡Vienen por allí! ¡Vienen por allí!

Iliá y Mijaíl, como todos en aquel momento, prestaron atención para averiguar qué lado significaba por allí. Hubo carreras apresuradas y un Vasili frenético dando órdenes que ya conocían todos. Y por fin, tras un titubeo eterno, los dos amigos comprobaron aterrados que sus compañeros se agolpaban hacia ellos, trasladando armas y municiones.

- ¿Podemos tener más mala suerte? -rugió Mijaíl.
- Míralo por el lado bueno. Sufriremos lo más duro del fuego, pero estaremos mejor parapetados al estar ubicados justo en las defensas.
- Anoche estuviste pensando mucho, ¿verdad?
- No podía dormir.
- Yo tampoco. Y te daré un consejo. Cuando oigas a los morteros que sepas que vienen a por tí. Así que agáchate y no levantes la cabeza hasta que exploten.
- ¿Habéis oído a Mijaíl?

Iliá se había vuelto hacia los mujiks, observando cómo se apretujaban contra los troncos que habían dispuesto el día anterior, tensos como cuerdas de balalaika y no menos frágiles que estas.

- Sí, camarada politruk.
- Kuchma, si quieres ayudar a tu hermana ahora es la ocasión de hacerlo.

Iliá había acercado su rostro al del muchacho y le había penetrado con su mirada. El chico se galvanizó y asintió con la cabeza, empuñando con fuerza su Mosin. Iliá observó un momento la barrera de árboles de donde no tardarían en emerger los alemanes y se apostó junto a Mijaíl.

- Eres un buen politruk, todo hay que decirlo.
- Reserva tu moral para cuando nos pateen el culo.
- No lo harán. Estoy seguro de que hoy no lo harán.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? -preguntó un Iliá sorprendido por la entereza de su amigo.
- Esto es un bosque muy denso. No son los trigales. Y ellos deben tomar la posición y salir de entre los árboles, mientras que nosotros debemos mantenerla tras los parapetos y en las trincheras. No habrán podido introducir armas pesadas y les resultará difícil hacer un agujero en nuestra línea.
- Todo ello es muy cierto, pero yo aún confío más en otra cosa.
- ¿En cuál?
- En que prefieran reservar sus fuerzas para el Ejército Rojo en el frente, en lugar de malgastarlas aquí con nosotros.

Iliá se volvió hacia Babkin y Kuchma.

- Escuchadme bien. No hay por qué quedarse aquí quietos. Si centran su fuego contra nuestra posición nos moveremos a otra. Pero nada de correr a lo loco. Hay que ir agachados sin asomar la cabeza por el parapeto. Y si tenemos que retirarnos a la trinchera central, pues se hace de manera ordenada y se vuelve a combatir allí. No hay lugar a donde ir. ¿Estamos?

La respuesta fue un estampido sordo muy seguido de otros. Iliá se quedó un segundo atolondrado ante la premura del ataque y reaccionó al oir gritar a Mijaíl.

- ¡Agachaos! ¡Son los morteros!

Las explosiones se sucedieron aquí y allá, pero ninguna pareció andar acertada. Luego hubo un momento de silencio.

- No os asoméis que ya tendrán tiradores apostados y los artilleros estarán corrigiendo el tiro.

Efectivamente sonaron algunos disparos y muchos partisanos devolvieron el fuego con frenesí mientras los oficiales se afanaban por acallarles para que no desperdiciaran la munición. Luego otra vez los estampidos de los morteros, solo que esta vez sí se acercaban peligrosamente a los parapetos. Iliá sintió cómo el aire y la tierra arrancada golpeaba los troncos y un olor acre hacía que le picase la nariz. Entonces llegó una catarata de fuego que le hizo recordar los trágicos momentos de la batalla del cerco. Los alemanes habían comenzado a hacer funcionar sus ametralladoras mientras castigaban las defensas del campamento con sus morteros.

- ¡Maldita sea! -exclamó Iliá dispuesto a asomarse para disparar- ¡Van a avanzar ya!

Mijaíl le agarró del cuello de la camisa y lo derrumbó hacia atrás.

- ¡Aún no! ¡Aún no! Se están posicionando todavía y cubriendo su despliegue.

Iliá se acurrucó en la trinchera maldiciéndolo todo. Se preocupó un momento de echar una ojeada a Babkin y a Kuchma y vio que los mujiks parecían desencajados por el miedo. Tenía la seguridad de que si no comenzaba pronto a pegar tiros, aquellos muchachos acabarían iniciando la temida estampida. Tratando de dominar su propio estado de nervios, iba a decirle a Mijaíl que le daba igual si venían ya o no los alemanes, que él iba a ponerse a disparar, pero los morteros desviaron su fuego hacia la retaguardia y Mijaíl, también con los ojos desorbitados, comenzó a vociferar enloquecido ¡Ahora! ¡Ahora vienen!. Acto seguido se erguía y enfocaba su Mosin hacia alguna parte y se ponía a disparar. Iliá se levantó al tiempo que gritaba a los mujiks, ¡Vamos, maldita sea! y trataba de emular a su amigo escudriñando entre el humo y la polvareda para lograr hacer algo más que desperdiciar balas. Y así estuvo un tiempo tan indeterminado como casi imposible de imaginar que tuviera cabida en una vida humana, hasta que se hartó de oir a las balas alemanas impactar en los parapetos, de oir alaridos y de imaginar lo que estaban soportando los de más atrás que, sin una protección adecuada, sufrían el envite de los morteros. Podía oir crepitar a la Degtyaryova situada a unos veinte metros a su derecha, y a la Maxim a su izquierda, y se animó a disparar contra la neblina donde creía adivinar algún remolino que pudiera ser provocado por el movimiento enemigo.

Pronto el humo comenzó a disiparse y el cuadro se tornó más aterrador, pudiéndose ver a los alemanes afanarse por tomar cobertura sin cesar de ganar posiciones aventajadas y siempre cubiertos por un generoso chorro de balas procedentes de sus ametralladoras. Iliá apretó aún más las mandíbulas y se puso a gritar a sus compañeros.

- ¡Allí, allí! ¡Malditos sean! ¡Disparad a aquellos de allí!

Y pudo sorprenderse de que Mijaíl y los mujiks le habían escuchado y dirigían toda su tensión hacia unos alemanes que trataban de colocar su ametralladora ligera tras uno de los tocones de los árboles que habían cortado. Pero igualmente los alemanes se había percatado y comenzaban a concentrar su fuego de fusilería sobre ellos, obligándoles a permanecer más tiempo agachados que disparando.

- ¡Iliá, que los chicos nos cubran y tiramos granadas!
- ¡No creo que unas limonkas vayan a ayudarnos! ¡Están lejos!
- Por eso quiero que nos cubran, porque vamos a acercarnos.

Iliá le miró enloquecido y, lo que era peor, en aquel momento la idea no le resultó más descabellada que todo aquel caos que le rodeaba. De alguna manera logró reunir algo de sentido común y comprender que si los alemanes lograban montar aquella ametralladora, el asalto arreciaría y podría provocar el pánico de los mujiks.

- ¡Babkin, Kuchma! ¡Disparad a esos cabrones cuanto podáis y sin agachar la cabeza!

Iliá supuso que había mostrado a Mijaíl el mismo rostro que veía en los muchachos.

- ¡Vamos, vamos!

Y los dos campesinos se pusieron a disparar como locos mientras Iliá, creyendo ser el primero, se aprestaba a arrastrar su vientre por el borde del parapeto solo para encontrar los talones de un Mijaíl que ya repteaba en línea recta hacia la ametralladora alemana. Avanzando unos metros se percató de que la idea no debía ser tan mala, pues los alemanes ni se percataban de ellos, disparando siempre hacia el parapeto. Lograron avanzar lo justo para lanzar las granadas y, allí tumbados a la par, se miraron y tragaron saliva embarrada. Iliá se incorporó ayudándose con la izquierda hasta ponerse de rodillas y arqueó el brazo implorando a lo desconocido para que no le matasen en aquel instante. Lanzaron sus granadas hacia la ganada posición alemana y se volvieron a tumbar en el suelo sin preocuparse por su efecto, iniciando una carrera de lagartijas hacia la mayor seguridad de la trinchera. Cuando, junto a Mijaíl, Iliá se dejó caer de cabeza en ella desde el parapeto no podía creer que estuviera vivo. Menos que los mujiks no sólo siguieran vivos también, sino que les felicitasen por su éxito. Sintió ganas de gritar, pero las paredes de su garganta se pegaban a causa de una mucosidad pastosa.

Pero no había tiempo que perder. Ahora que el peligro más cercano había sido conjurado, había que ocuparse de los fusileros que se habían quedado huérfanos de su ametralladora. Allí, en medio de la nada, entre la espesura de los árboles y los parapetos, aquellos soldados alemanes fueron cayendo uno tras otro sin poder rechazar el fuego que les llegaba desde los parapetos. A la postre, los escasos morteros de los que disponían los partisanos comenzaron a acosar todo aquel terreno. Vasili, pensó Iliá, había sido lo suficientemente inteligente para reservarlos para el momento crítico. Y lo más increíble, aquellos hombres acechados en sus madrigueras, probablemente hartos de tanto acoso, enloquecidos por los silbidos de los proyectiles y sin otro fuelle que no fuese la rabia y la desesperanza, salieron de sus escondrijos empujados por los de atrás que buscaban cobertura ante el fuego de los morteros enemigos. Iliá contempló alucinado a aquellos brutos saltar de sus parapetos aserrados por las ráfagas alemanas y correr hacia un enemigo apurado y sorprendido, empuñando sus Mosin, sus PPD y sus Tokarev, lanzando limonkas a diestro y siniestro, gritando sin cesar desde unas mandíbulas que parecían pertenecer a un animal en lugar de a un ser humano. No pudo evitar sentir pánico al percibir con todos sus sentidos una reedición de la batalla del cerco, y tuvo un reflejo de esconderse. Pero Mijaíl tiró de él mientras gritaba a los mujiks.

- ¡Vamos! ¡Ahora o nunca!

E Iliá se rehizo y gritó a su vez ¡Adelante!, saltando del parapeto y recorriendo de nuevo el camino que antes había hecho arrastrándose, solo que ahora sentía que sus pies le levitaban y que sus manos pugnaban por coordinarse de manera que no le cayese el fusil al suelo ni errase los disparos. Y allí, donde las balas se cruzaban a escasos metros, donde la vida y la muerte se encontraban furtivamente creando momentos insólitos en una orgía de violencia desenfrenada, Iliá mataba y lograba captar cuales fotogramas cada óvalo que se fruncía tras el estallido de su Mosin, cada par de círculos blancos que le dedicaban una última mirada de odio, de cólera, de sorpresa y de temor, pero también de una súplica instantánea, porque los muertos eran ahora ellos y porque él se sentía renacer cada vez que les disparaba, cada vez que les remataba en el suelo. Y al final no quedaba más que aquello, dispararles en el suelo o hundirles la bayoneta si ya no restaban las balas, hasta permitir que las piernas se venciesen e hiciesen chocar las rodillas en el suelo, apoyarse con los puños cerrados y no poder evitar la onda sísmica que batía su cuerpo, ni que su estómago se rebelase tratando de expulsar el moco untado de saliva que se frenaba nada más contactar con el aire.

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Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:43 am

VIII.

Había logrado deshacerse del vómito pegado a la barbilla y se había incorporado mirando a su alrededor con actitud indefinida entre absorto y atolondrado. Todo parecía borroso, sin que fuese capaz de dilucidar si era que no veía o no quería ver. De pronto algo reaccionó en su cabeza y surgió la idea que había martilleado su cabeza cuando se debatía aturdida por los mareos y las náuseas. ¿Y Mijaíl? ¿Y Babkin? ¿Y Kuchma? Trató entonces de enfocar los ojos y discernir los rostros más allá de las formas. Pero lo primero que se identificó con claridad fueron los estampidos de los fusiles. Más allá del claro del campamento y de los tocones, la lucha proseguía entre los árboles. Aun de manera más aislada, dejando más espacio y tiempo para la cordura, proseguían los gritos, los disparos y las explosiones de las granadas.

- ¡Camarada politruk!

Había oído la voz de Babkin a su espalda justo cuando percibía con claridad a los partisanos brincar sobre los cadáveres hacia el interior del bosque.

- ¿Debemos continuar?

Ahora que se había volteado, eran los rostros de los dos mujiks a su cargo lo único que veía con nitidiez sobre un fondo de marrones y verdes difuminados. La rigidez en las facciones denotaba su estado nervioso y sus mejillas se contraían hacia dentro como si la cabeza esbozara el deseo de su pensamiento que no podía ser otro que el de desaparecer.

- ¿Y Mijaíl?
- ¡Estoy aquí!

Mijaíl estaba unos metros más allá, acurrucado en el suelo pero sin dejar de apuntar al horizonte inmediato de árboles con su Mosin. La imagen de aquel soldado compañero y amigo, que no había sucumbido al fragor del combate, forzó un resorte en su interior y se rehizo un poco.

-¿Cómo andamos de munición? Porque a mí no me queda.

- Me quedan un par de balas nada más.
- A mí cuatro, camarada politruk.

Iliá miró a Mijaíl y este se limitó a negar con la cabeza.

- Entonces regresaremos a por más y, si vemos que merece la pena, volveremos. Pero me parece que los alemanes no van a parar de correr hasta que salgan del bosque, por lo menos. Y fuera de este no podemos combatirles.

Los cuatro caminaron hacia el campamento fijando la vista en el parapeto del cual habían emergido. Ninguno, se percató Iliá, quiso mirar los restos de la orgían de violencia que se había desencadenado unos minutos antes y de la cual habían sido protagonistas. El interior del campamento tampoco había escapado de la refriega, pues aquí y allá moteaban los pequeños cráteres ocasionados por los morteros. Las isbas que hacían de enfermería, almacén y hasta la del General Vasili estaban también afectadas. En el suelo, los pocos sanitarios con los que contaban se afanaban por atender a una multitud de heridos. Iliá sabía que muchos de ellos morirían a falta de una atención adecuada, dados los escasos recursos con los que disponían, así que las bajas sufridas se elevarían en los siguientes días. La batalla, aunque ganada, había tenido un alto coste para ellos. Entonces le llamó la atención una menuda figura que parecía iluminar la escena con la claridad de sus ojos inmersos en la desproporcionada cabeza. Aquel niño, Vova, erguido de tórax y cuello pero laxo a la vez por la fragilidad de sus extremidades, contemplaba los heridos y los muertos, registraba sus alaridos y el olor de la sangre con su lógica infantil. Porque aquel era el desenlace, y no el que vitoreaban los partisanos que arribaban del bosque y comenzaban a congregarse para beber y presumir de valor. Allí, Vova, el niño mensajero, el niño que les había salvado al advertirles del peligro, se ofrecía como la imagen de la tristeza más absoluta desde su extraña pero acertada combinación de rigidez y debilidad, de luz imposible desde ojos tan apagados. Iliá volvió a sentirse juzgado.

- Kuchma y Babkin, no parece que esto vaya a continuar, pero id igualmente a por munición.

Los muchachos se encaminaron hacia la isba que hacía de almacén e Iliá se volvió hacia Mijaíl.

- Tenemos que sacar a ese niño de aquí.
- Ahora ya ha pasado lo peor, Iliá.
- Ese niño no puede estar aquí, Mijaíl.
- ¿Y tiene que ser ahora, con un montón de alemanes cabreados fuera del bosque?
- Ahora se estarán reorganizando para regresar a Baranavichy.
- Sí, pero igualmente serán un montón. ¡Es demasiado peligroso!

Iliá tuvo que asentir, por más que le disgustara.

- Está bien, pero a la noche nos lo llevamos. Bueno, si es que estás conimgo en esto.
- ¡Pues claro que sí, Iliá! Pero, ¿qué te pasa? Sospecho que algo tienes en la cabeza.

Iliá rehuyó la mirada inquisitiva de su amigo.

- ¿Cómo vas a lograr que Vasili te de permiso?
- Creo que se cómo convencerle.

FIN

Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:46 am

Hola a todos. Como veis esto va a ser un doble capítulo. Este que he subido ahora estaba escrito hace tiempo, pero no quise publicarlo hasta no tener su segunda parte. En un par de días colgaré el otro. Así no teneis que leer tanto de golpe.

Espero que sea de vuestro agrado...

Re: La situación.

Dom Jun 27, 2010 2:39 pm

Me has dejado con la intriga Bitxo. La verdad es que echaba de menos una historia como estas, ya que Aníbal no escribe :wink: . Espero al continuación. Camarada Bitxo.

Saludos. :mrgreen:

Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:00 pm

Pues no te voy a hacer esperar más...

Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:01 pm

La situación (V)
Vova y los hombres del bosque (2): Por cuanto hacemos.


I.

- ¿Aún te quedan blinis?

Vova agachó la cabeza sin decir nada.

- No te preocupes. No quiero quitártelos. Lo que quiero es que te los comas. Se que has pasado un mal rato y debes reponerte.

Llevó la mano al bolsillo y sacó un blini a medio devorar. Iliá vio cómo la gelatina y la pasta de patata lograban reconfortar al niño pese a que masticaba con dificultad, probablemente al borde del colapso.

- Muy bien -le dijo a tiempo que lo cubría con una manta-. Ahora quiero que te recuestes aquí y trates de dormir. No te puedo prometer nada, pero quizás esta noche pueda llevarte de nuevo a casa. ¿Te gustaría estar otra vez con la muchacha que te dio esos blinis?

Iliá tuvo que reprimir un sollozo al contemplar la tenue sonrisa de Vova. Sus pupilas se habían dilatado y conferían ahora ternura a un cuerpo raquítico, abochornado por la ropa demasiado grande y coronado por una cabeza no menos desproporcionada.

- Pues entonces ya sabes lo que tienes que hacer. Debes comer y descansar. Debes recuperar fuerzas para la caminata de esta noche. Y si esta noche no te puedo llevar, no te preocupes que podré otro día. Cuanto más descanses, más fuerte estarás. No querrás que esa muchacha tan bonita te vea así de débil, ¿verdad?

Negó con la cabeza mientras mantenía la sonrisa. Iliá no sabía qué había drogado de aquella manera al niño, si la ingestión del enrollado o la mención de Nadia. Se dispuso a dejarlo allí para dirigirse a la isba de Vasili cuando su vocecilla, casi un susurro, le dejó helado.

- ¿Tú también tuviste miedo?

Ahora fue Iliá quien agachó la cabeza, como si quisiera mirar en su interior. Recuperó unos instantes las vivencias de la batalla y no pudo encontrar otra cosa que no fuera miedo.

- Sí. Yo también tuve miedo. Mucho miedo.

Iliá iba a reponerse, pero la siguiente andanada le machacó por completo.

- ¿Por qué os matais?

Allí estaba Vova o, mejor dicho, sus dos discos radiantes que le envolvían sin la suerte de cegarle, sin concederle la excusa para cerrar sus ojos y dejar así de enfrentarse a los suyos. Iliá huyó, no obstante, de la acometida de luz y peregrinó por los montículos plagados de pecas que debieran haber sido más redondos, deslizándose por unos surcos tempranos hasta unos labios rosados, extrañamente limpios de la tierra que ensuciaba la cara y que dejaban asomar dos dientes blancos y desarrollados. Más abajo, una barbilla pequeña ayudaba a que aquella cabeza resultase más circular y acorde a su edad.

- Porque tenemos miedo.

Iliá persistía en la búsqueda de detalles en aquel rostro, sin poder evitar del todo recordarse clavando la bayoneta a los alemanes heridos en el suelo. Había combatido, sí, pero también había asesinado sin piedad. ¿Era así la guerra? Hasta ahora, como partisano, había matado otras veces. Incluso se había sentido dispuesto a hacerlo en un cuerpo a cuerpo. Pero aquello era diferente. No era lo mismo hundir una hoja de acero en un hombre armado que hundirla en un hombre herido en el suelo que balbuceaba una piedad evaporada por el terror.

- Ahora ya ha pasado todo. Anda, duérmete.

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Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:02 pm

II.

Iliá notaba hervir su sangre y fue derecho hacia la isba del General. Pero el bueno de Mijaíl estaba al acecho y le interceptó a mitad de camino, algo que no podía lograr otra cosa más que molestarle.

- ¿Qué quieres, Mijaíl?
- ¡Eh! No quiero que vayas a ver al General estando tan enfadado. Prefiero que vayas más sereno y con la sangre fría.

Pero Iliá pensaba justo lo contrario. Sentía precisar aquella energía provocada por la ira que le hacía sentir la idea de haberse convertido en un asesino.

- Ahora no estoy para sus bromas, soldado.
- Soy tu soldado, Iliá, pero también tu amigo. Y no bromeo en absoluto.

Iliá se serenó un poco, no sin soltar un bufido.

- Mira, ahora estás agotado. Nosotros hemos comido y bebido mientras tú hacías de niñera. Y me parece muy noble por tu parte, pero debes descansar un poco. No estás en condiciones de jugártela ante el General. Te conozco un poco y se que tu carácter te puede, nos puede, jugar una mala pasada.

Mijaíl había recalcado nos puede. Si antes había apelado a su amistad, ahora lo hacía a su responsabilidad. Vasili era más zorro de lo que parecía y muy bien podía aprovechar su estado de ánimo para tratar de averiguar por qué una misteriosa muchacha de Baranavichy había enviado un mensaje a Iliá y a Kuchma, una simple mujik, cuando afirmaban no conocerla.

- Está bien, está bien. Tienes razón.
- Vamos a sentarnos allí. Tengo comida y bebida. Incluso tabaco. Vasili ha soltado prenda para recompensarnos. Dicen que no cabe en sí de alegría.
- No es para tanto. Hemos tenido muchas bajas, y más habrán por falta de atención sanitaria.
- ¿Y qué esperabas? Muchos de nosotros son mujiks sin entrenamiento. No disponemos de tantas ametralladoras ni de munición como los alemanes. Para mí que no ha estado tan mal.
- ¿No ha estado tan mal? -Iliá tenía la cabeza en su penitencia personal- Mira, no se lo que esperaba. Pero desde luego que no era lo que ha pasado.
- ¿Y qué es lo que ha pasado?

Era evidente que Mijaíl no le entendía. Iliá pendulaba entre su deseo de desahogarse y su deseo de ocultar su vergüenza.

- No lo se... Yo estaba allí y... no se por qué...
-¿...qué?

Iliá soltó otro bufido. Se sentía al borde del llanto y el nudo en la garganta le bloqueaba el paso del aire.

- ¿Tú también lo has hecho, Mijaíl?

Iliá adivinó sus ojos desorbitados en la mueca de extrañeza de su amigo.

- ¿Hacer el qué?
- Asesinarles. Asesinarles en el suelo, cuando estaban heridos y desarmados.

Iliá recuperó entonces ese instante en el que apoyaba el peso de su cuerpo en la culata del Mosin para hundir la bayoneta. Ese preciso instante en el que los ojos del desdichado dejaban de mirarle para desviarse a un infinito que parecía cercano. Mijaíl ensombreció su rostro y asintió.

- Todos lo hemos hecho, Iliá. Todos. Los partisanos no podemos mantener prisioneros.
- No creo que pensara en ello en ese momento.
- Lo se. No pensabas en nada. Estabas enloquecido por el miedo, como cualquier otro. Pero consuélate pensando en que cumpliste con tu deber.
- ¿Ahora vuelves a ser tú el politruk?
- No. Pero no puedo decirte nada más ni nada mejor. La guerra es así. Nos convierte en animales. Mi padre combatió en la pasada guerra y en la civil. Él ya me lo había explicado.
- ¿Por eso querías huir? ¿Para quedar ajeno a todo esto?
- Sí. Pero tú tenías razón. No se puede huir. La guerra nos alcanza a todos. Incluso a esa criatura.
- Tenemos que sacarle de aquí, Mijaíl. Este no es lugar para él.
- Ya sabes que te doy la razón en eso y que te acompañaré con gusto.
- Gracias, Mijaíl. En cuanto descanse un poco hablaré con el General.

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Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:04 pm

III.

- Dile al General que deseo hablar con él.

Denin se sobresaltó al oir al politruk. No había podido dormir mucho al verse obligado a compartir la histeria de Vasili y alzó la cabeza con brusquedad, avergonzado y enfadado a la vez por resultar sorprendido en su cabezadita.

- Sí, sí... -zozobró- Ahora se lo comunico.

Iliá escudriñó la isba del General. La fachada estaba ennegrecida y los troncos presentaban magulladuras blancas. Un desgarro en la hierba indicaba que un proyectil de mortero había impactado muy cerca de la base, pero no había logrado causar daños de importancia. Dentro, en las sombras, se adivinaba a un Denin enturbiar el sueño de su General.

- Un momento, Iliá. Ahora le atiende el General.

Denin se colocó lo más marcialmente posible que le permitía su estado de fatiga. Estoy de suerte, pensó Iliá, Vasili estará igual o peor que este. Al poco un sonido desconocido por excesivamente gutural emergió de la garganta del General y Denin dio paso al politruk. El rostro de Vasili reflejaba su agotamiento. Dispuso con torpeza dos vasos para el vodka y ofreció papirosi a su invitado.

- ¡Una gran victoria! -exclamó esbozando una sonrisa descomunal e inesperada en su rostro- ¡Su táctica dio resultado! ¡Me dio usted un buen consejo!

Vasili había separado los brazos del cuerpo como si se dispusiera a abrazarle pero, en lugar de ello, se sentó y le hizo ademán para que le siguiera. Una vez sentados frente a frente, se observaron unos instantes. Vasili parpadeó.

- No parece usted muy contento, camarada politruk.
- Verá, camarada General, pienso que nos hemos librado por los pelos.
- Pues a mí me parece que le hemos dado una buena zurra a esos alemanes.
- Cierto, pero hemos sufrido muchas bajas y sufriremos más entre los heridos a los que no podemos atender debidamente.

Vasili asintió. Estaba claro que el politruk venía dispuesto a amargarle la fiesta.

- Camarada General, si recuerda, mi idea era que los alemanes no sabían de cuántos efectivos disponíamos. Pienso que no han atacado con todas sus fuerzas. Y no sabemos si están en condiciones de poder hacerlo ahora que ellos también han sufrido muchas bajas. Lo único que sabemos es que por aquí están pasando muchas tropas últimamente. Y serán para el frente, no lo dudo, pero preocupa el hecho de que nos haya querido borrar del mapa. Repito que no sabemos sus intenciones ahora.
- Tiene usted razón, Iliá. Me doy cuenta de que es un hombre inteligente. Y bien, ¿qué sugiere? No podemos hacer gran cosa más allá de estar atentos.
- Podemos intentar informarnos de sus intenciones.
- ¡Buf! Una salida del bosque resulta muy peligroso ahora. Lo único que me falta es que capturen a unos partisanos y los alemanes puedan averiguar más de nosotros que al revés. ¿Cómo íbamos, en todo caso, a averiguar las intenciones de los alemanes? Lo único de lo que nos pueden informar los granjeros es lo que ya sabemos: que han aumentado en número y que el tráfico de tropas hacia el frente es más importante que antes.

Iliá llegó a dudar de que Vasili fuese realmente tan torpe. ¿Acaso le gustaba que se lo explicasen todo? Tenía cierta pericipa militar, sí, y la prueba de ello la había dado ese mismo día al reservarse sus escasos morteros para el momento preciso. Pero desde luego no estaba a la altura como jefe de partisanos.

- Camarada General, olvida usted que un niño nos trajo un mensaje de alguien que me conoce a mí y a Kuchma. No sabemos quién es ni a qué se dedica para poder obtener una información tan precisa de los alemanes. Quizás sea un mujik que trabaje para ellos y pueda oirles hablar o, por qué no, un miliciano de Stepanchuk.
- ¿Del starosta que ha sustituído a Rogov?
- Sí, lo considero lo más probable por facilidad para estar en contacto con los alemanes. Sería raro que un granjero o un mujik se enterase de algo así.
- Pero Stepanchuk no se mete con nosotros a no ser que desee lavar la cara ante los alemanes. Nos tiene miedo tras lo de Rogov. Además, el crío mencionó a una muchacha, ¿no lo recuerda?
- Es cierto, pero ello no impide que uno de sus milicianos haya simpatizado con nuestra causa y utilice a su novia o a su hermana.

Vasili asintió. Iliá comprobaba que le iba convenciendo, al tiempo que alejaba una sospecha sobre él por el misterioso mensajero.

- Camarada General, déjeme que salga esta noche con el niño para tratar de averiguar algo.
- ¿Con el niño? -Vasili desorbitaba sus ojos y arqueaba las cejas- ¿Está usted loco? ¿Cómo va a cargar con un crío en una peligrosísima misión a Baranavichy y justo tras una batalla? ¡Los alemanes estarán en guardia! Habrá habido allá una bronca descomunal por el fracaso de esta mañana, y cada oficial habrá ladrado lo suyo a sus soldados. Ni sueñe con que anden despistados. ¡Y en verano! ¡Siendo la noche tan corta y estando todo infestado de esos malnacidos!
- No iré a Baranavichy, camarada General.

Vasili mantenía las facciones desencajadas, pero por asombro ahora.

- ¿Entonces?
- Iré a la granja de Petrenko y dejaré el niño a su cuidado. Cuando Petrenko vaya al mercado de Baranavichy, tratará de averiguar quién le envió. Con un poco de paciencia, y a través de Petrenko, podremos obtener información preciosa de los alemanes y sin poner en peligro ni a un partisano, ni a ese informador.
- Es buena idea. Pero ello no nos supondrá saber nada en un plazo corto. No veo por qué arriesgarnos precisamente esta noche.
- Sí, pero no podemos dormirnos. Puede que los alemanes nos ataquen mañana mismo otra vez, pero puede que precisen unos días para ello y pasado mañana hay mercado en Baranavichy.

Vasili dudaba.

- ¿Y cómo es que ese informador o informadora le conoce a usted?

Iliá tembló al comprobar que no había sido más zorro que su General. No le cabía le menor duda de que Vasili sospechaba algo, sin poder hacerse una idea concreta. Algo escapaba a su control y ello azuzaba su natural cobardía. Y nada resultaba más peligroso que un líder de partisanos cobarde.

- No lo se. Quizás sea por lo de Rogov. Petrenko sabe que fuimos nosotros. Su hijo fue uno de los que le apuñalaron.
- Suena posible -Vasili le clavaba la mirada-. Lo que no acabo de ver es qué necesidad tiene de cargar con ese crío si Petrenko conoce al informador.
- ¿Y si no lo conoce? El informador nos mandó a ese niño directamente a nosotros.

El General volvió a escarbar en su mente. Resopló y se movió nervioso en el taburete.

- Está bien -dijo finalmente-. Le dejaré partir esta noche pero con una condición.
- La que usted mande, camarada General.
- Que no se dejarán atrapar vivos por los alemanes. No puedo permitirme el lujo de que les interroguen y averigüen nuestra debilidad ahora, especialmente en cuanto a munición se refiere.
- Tiene usted mi palabra, camarada General. Y respondo por mis hombres.
- Pues buena suerte, entonces.

Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:06 pm

IV.

El pequeño Vova se afanaba en seguir el paso de aquellos cuatro hombres. Intentaba, además, hacerlo sin ruido, fijándose en las ramas caídas, en las raíces y arbustos que iban emergiendo de la oscuridad. Si aquel bosque le había dado miedo de día, ahora, cuando los huecos entre los troncos parecían enormes bocas capaces de engullirles, cuando desde las sombras de los recovecos acechaban no sabía qué terribles peligros, y cuando las guturales voces de los búhos parecían advertir la presencia de alguna bestia poderosa como la que narraban los cuentos de la babushka; Vova sentía su estómago encogerse de manera desconocida pese al hambre que sentía, que había sentido siempre desde que los adultos se pusieron de acuerdo para destruirlo todo. ¿Por qué peleaban de aquella manera? Vova también había peleado con otros niños. Pero sus peleas no prendían fuego a las granjas ni hacían desaparecer a los hombres que debían segar los campos. ¿Por qué los adultos se habían decidido a destrozarlo todo? ¿Acaso su padre no le había hecho trabajar hasta que el agotamiento provocaba el temblor de las rodillas? ¿Acaso no le había amonestado una y otra vez por no cumplir con sus deberes, o por hacer alguna travesura, amenazándole con no darle el borsch humeante que desorbitaba sus ojos e inundaba con su aroma su estómago, como si lo hubiera devorado antes siquiera de haberlo probado? Vova no lo entendía, y quería reprocharles todo aquel desbarajuste que provocaban con su riña. Pero les tenía miedo y no se atrevía a decir nada. Aquel mundo de adultos que ya era duro de por sí, se había envilecido y la compasión había desaparecido por completo de la faz de la tierra. Ahora los adultos eran más hoscos que nunca, unos portaban armas y otros tenían miedo de amanecer colgados en la plaza del pueblo. Sí, sí. Vova había visto cómo se mecían aquellos cuerpos vacíos pero rígidos que enseñaban la lengua desde un rostro morado. Había visto también cadáveres en los caminos y rostros angustiados que miraban la tierra que hendían los agujeros donde debían descansar para siempre. Vova no iba a decirles nada a los adultos. Les tenía miedo. Mucho miedo. Por ello les obedecía siempre. Con suerte, además, lograba algo para comer. Porque Vova no sólo tenía miedo a los adultos, sino también al hambre que sufría. Una angustia que no parecía tener fin y que le impedía incluso dormir bien por las noches.

¿Sería siempre así? No, se decía. Ahora no obedecía por miedo o, al menos, no sólo por ello. Ahora seguía a aquellos cuatro hombres del bosque por algo más que el miedo y el hambre. Los seguía llevando a cabo un esfuerzo descomunal porque quería ver a la guapa muchacha de Baranavichy. Ella le sonreiría provocando un tumulto en las pecas de las mejillas, como cuando el viento juega con las espigas y las mece de aquí para allá, poniéndolas de acuerdo en una coreografía que se extendía hasta el horizonte, tan enorme y tan espectacular. ¡Y sí! Le serviría un cuenco de leche blanquísima como su piel y una hogaza de pan del color de sus cabellos anudados sobre una nuca limpia que reflejaba la luz en las vértebras. Le retiraría con dulzura la gorra y le acariciaría la cabeza sin importarle cuán sucia era, o cuántos piojos deambularan por ella. Entonces, como si su dicha fuese poca, le preguntaría si tenía mucha hambre. Y él asintiría frenético, contagiándose de la sonrisa de ella, correspondiendo a la blancura de sus dientes dispuesto en una hilera bien proporcionada con sus incisivos saltones con los que tan bien desgranaba las kukuruzas que robaba en los campos. Y la guapa muchacha se dirigiría al fogón para poner en la sartén unos blinis que le había preparado. Él la atisbaría desde la mesa mientras engulliría el pan mojado en la leche que ya resbalaría fresca en sus labios, e identificaría la fragancia de la pasta de patata sudando en el aceite con el coqueto lazo del delantal en la cintura de ella.

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Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:08 pm

V.

Iliá caminaba junto a aquel niño y no cesaba de observarlo. Le resultaba extraordinario su ímpetu al tratar de seguirles el paso, pese a su frágil apariencia. Inclinaba la cabeza hacia adelante, como para ayudarse con su peso, y acompañaba siempre con el brazo contrario al pie que adelantaba. Era como si una extraordinaria energía emanase de alguna obsesión que, de alguna manera, le vinculaba. Sin duda, pensaba, el pequeño tenía también un objetivo aquella noche. Quizás, quién sabe, tras la virulenta escena de la batalla, quisiese huir de la guerra como antes deseaba hacerlo Mijaíl. Si un adulto soñaba con ello, ¿por qué no aquél niño desgraciado, arrancado de una vida junto a sus padres? A Mijaíl también le habían arrancado de su padre. Lo habían hecho ellos, los bolcheviques. No, no. Él no había hecho eso. Él soñaba con un mundo mejor y había topado con una guerra y con un bosque que parecía el vientre terrible de una madre que lo había olvidado en su seno.

Y ahora tenía la oportunidad de resarcirse otra vez de su destino. La primera vez fue cuando perdonó la vida de aquél alemán. Allí, en el lindero de Gutka, se había rebelado por primera vez a sus designios al permitir que un enemigo escapara de sus fauces. Aún no entendía del todo cómo había logrado hacerlo, pero lo cierto es que se había visto recompensado. Todos allí, desde el alemán hasta sus soldados y amigos, pasando por aquella muchacha que forjaba su propio destino más allá de lo esperado, le habían mostrado su gratitud y su agrado por su buena acción. Y el rédito iba más allá. Un niño huérfano, quizás el menos apto y el que menos motivos tenía para ello, se había adentrado sólo en el bosque para advertirles del peligro que corrían. Lo había hecho por mandato de aquella chica que se pintaba y vestía para el enemigo, cubriendo como si fuese motivo de vergüenza su semblante de sencilla campesina. Todo era muy extraño y excitante a la vez. Iliá sentía que pactaba con el diablo o, incluso, que quizás lo traicionase pues el diablo era otro. En cualquier caso estaba decidido. Pondría a ese niño a salvo importándole un bledo si recababa o no información. Le pondría a salvo porque él les había salvado. Lo haría porque así le apartaría de personas como él. Asesinos, hombres despojados de toda humanidad, arrollados por el miedo a morir o, peor, a morir por nada. Él sería un asesino, pero sería un asesino que buscara siempre la redención.

- Vova, ¿estás cansado?

Y Vova le miraba desde una candidez olvidada, como si le reclamase una parte que le perteneciese. Negaba con la cabeza y proseguía tenaz. Un niño desafiando a Gutka, luchando para liberarse de él. Iliá no podía evitar sentir tanta congoja como admiración por aquella criatura abandonada. Se lo imaginaba como una abeja demasiado alejada de la colmena, buscando una flor donde encontrar la dulzura añorada y llevando a cabo los mismos movimientos mecánicos que había aprendido y en los que depositaba su confianza en poder regresar.

Ya estamos llegando, se oyó a Mijaíl, y el final de Gutka parecía tanto una liberación como un peligro inmediato. Otearon el horizonte de campos en busca de alemanes y resolvieron que dos de ellos debían adelantarse para hacer el reconocimiento.

- Esto ha sido idea mía, así que iré yo con un voluntario -dijo Iliá.
- Iliá, ¿por qué no me dejas a mí las tareas de soldado?

Iliá miró a Mijaíl. Siempre había estado dispuesto a arriesgarse por él pero, aquella vez, parecía más dispuesto que nunca. Vova había logrado perturbar de alguna manera los sentimientos de aquellos hombres. Mijaíl, sin duda, también tenía un objetivo aquella noche. Probablemente el mismo que el suyo. ¿Soñaba Mijaíl con poner a salvo de la guerra a aquel niño, cuando él no lo había logrado?

- ¿Quién acompañará a Mijaíl?
- Yo, camarada politruk. Soy el que más tiene que ver con este asunto.

Kuchma... Tan aturdido estaba con sus pensamientos que se había olvidado de Kuchma. Parecía ser que Kuchma aún se sentía culpable. O quizás se sintiese orgulloso de su hermana y quisiese estar a la altura, como si pudiera evitar un bochorno aún mayor del sufrido ahora que tenía la oportunidad.

- Está bien. Babkin y yo nos quedaremos aquí con el niño. No os alejéis más de donde alcance la vista y hacerdnos una seña para que os sigamos. Nos iremos escalonando hasta llegar a la granja de Petrenko.

Mijaíl y Kuchma se afanaron en recorrer el campo agachados, no sin detenerse a menudo para ojear a su alrededor. Iliá se volteó hacia Babkin.

- Esta noche verás otra vez a tu padre.
- Sí. Y estoy muy contento por ello.

Iliá sonrió. Babkin también tenía su objetivo para aquella noche.

- Camarada politruk... ¿Podría hacerme usted un favor?
- Tú dirás.
- Cuando veamos a mi padre... ¿Podría decirle que hoy me he portado bien en la batalla?

Iliá sintió una oleada de calor.

- ¿Acaso puedo decirle otra cosa?

Babkin sonrió dividiendo en dos su cabeza. Debía sentirse muy orgulloso. Aquellos mujiks no eran como él. Para ellos la guerra era una aventura donde podían hacer algo más que arar el campo y ser tratados como animales. Podían ganarse un respeto y una gloria que se les había negado durante siglos, y para ellos manejar un fusil o una bayoneta era mucho más digno que manejar una hazada. Para un universitario como Iliá, en cambio, suponía una catástrofe sin igual en sus aspiraciones culturales. Para postre, aquella guerra daba al traste con su ilusión de joven bolchevique de corregir los excesos revolucionarios.

- Vamos, está el camino libre.

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Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:09 pm

VI.

Estaban al sur de Zherebilovichi y habían esquivado ya un par de patrullas alemanas. Todos habían temido que el niño provocara algún ruido o hablase en voz alta en el peor momento, pero lo cierto es que Vova se había portado muy bien y la aventura proseguía sin mayores dificultades. Iliá se percataba de que las obligadas paradas para otear eran agradecidas por el niño al borde de sus fuerzas.

-Ya falta poco.

Avanzaron a través de los campos, siempre agazapados, hasta que llegaron al camino que llevaba a la isba de Petrenko. Decidieron que irían sólo los dos mujiks con el niño para llamar lo menos posible la atención. Iliá se agachó para ponerse a la altura del crío y le puso las manos sobre los hombros.

- Vamos a dejarte en casa de unos amigos. Son buenas personas. Ellos te llevarán a Baranavichy muy pronto, cuando vayan al mercado. Entonces podrás ver a esa muchacha que te envió al bosque. ¿Contento?

Vova asintió varias veces.

- Babkin, se que es tu padre, pero entretente lo menos posible. Corremos mucho peligro aquí. Ya le diré a tu padre lo bien que te has comportado hoy en otra ocasión.
- No se preocupe, camarada politruk.

Iliá observó cómo se alejaban los muchachos con el chiquillo, siempre vigilantes y cuidando no hacer ruido. Luego se volteó hacia Mijaíl.

- Esperemos que no tengan problemas.
- Me ha extrañado que los mandases solos. Pensé que iría yo con Babkin.
- Ya tienen experiencia como partisanos. Incluso ya saben lo que es un combate. Pienso que es mejor que nos quedemos tú y yo a vigilar por si vienen los alemanes. Y ellos llaman la atención menos que nosotros.
- Sí, en parte tienes razón. En realidad, se mire como se mire, no hay una solución perfecta. Te confesaré que nunca antes he pasado tanto miedo en una salida.
- Será porque esto está infestado de alemanes. Está claro que sus mandos están enfadados por la derrota de esta mañana, y no quieren ninguna acción partisana que les acabe de humillar.
- Correcto. Pero me parece que, después de haberme salvado milagrosamente hoy en la batalla, la idea de morir ahora cuando podría haberme quedado en el bosque me choca un poco.
- Siento mucho haberte metido en este lío, Mijaíl.
- ¡No lo sientas! Estoy orgulloso de ayudarte en esto. Es la mejor misión hasta ahora y con diferencia. Por una vez nos la jugamos por una cuestión de humanidad, y no por la patria.
- La verdad es que necesito salvar a ese crío. No me preguntes por qué, pues ni yo mismo alcanzo a verlo con claridad. Sólo se que si le miro a los ojos, me dan ganas de llorar y siento la necesidad de ponerlo lo más lejos posible de todo esto. Si pudiera sacarlo de Rusia, lo haría.
- Estoy seguro de ello, Iliá. ¿Sabes? A veces me preocupas. Eres demasiado buena persona. No vivimos tiempos para el idealismo.
- ¿Y tú qué?
- Yo no soy tan idealista como tú. Soy más práctico.
- ¿Que tú no eres tan idealista? ¡Si pretendías quedar al margen de la guerra!
- Por eso mismo. Pretendía quedar al margen de la guerra. Me importan un rábano Stalin y Hitler. Nunca entenderé que esos dos hayan podido entrometerse en mi vida de esta manera. Pero tú eres peor. Mucho peor. A tí sí te importa esta guerra. Quieres ganar esta guerra y, además, pretendes hacerlo manteniendo intacta tu humanidad. Y eso, te lo advierto, es imposible. Ya lo has comprobado esta mañana.

Iliá agachó la cabeza. ¿Cuánto tardaría en olvidar, si es que podía, sus terribles acciones al final de la batalla? ¿Podría algún día superar la vergüenza que sufría ahora?

- ¿Y tú no pretendes salvaguardar tu humanidad? ¿Qué haces aquí, entonces?
- Lo mismo que tú, Iliá. Me estoy resarciendo por el hecho de haber visto cómo se me arrancaba una porción de mi ser. Pero soy consciente de que lo he perdido. Es más, antes del combate ya era consciente de lo que iba a pasar. A mí me resulta más fácil digerirlo que a tí. Quizás porque yo no pretendo cambiar el mundo, como tú. Porque eso es lo que tú quieres. Sueñas con un mundo mejor. Yo me conformo con que el mundo no me cambie a mí. Y, a estas alturas, ya ni eso.

Iliá escudriñó a su amigo en la oscuridad. Mijaíl, sin duda, no era un comunista. Su manera de pensar le resultaba egoísta pero, en cambio, no podía dejar de admirar su sentido para mantener el equilibrio entre el realismo y la ética. No pretendía cambiar el mundo, pero era muy capaz de arriesgar su vida por sus compañeros o por un niño huérfano que, probablemente, no volvería a ver. Puede que Mijaíl no fuese un idealista, pero su humanidad resultaba tan inamovible como la del soñador más alocado. ¿Y él? ¿Hasta qué punto el realismo se confrontaría con su idealismo sin hacer mella? ¿Hasta qué punto podría cambiar el mundo sin que se viera arrollado por la viceversa? Allí, atrapado en el bosque, poco podía cambiar. ¿Era esta aventura tan arriesgada una pretensión de cambiar las cosas? Trataba de escarbar en su interior, pero todo era más oscuro y enmarañado que las noches de Gutka.

- Es interesante lo que dices. Tengas más razón o no, y pase lo que pase, lo cierto es que estamos en las mismas. Hoy hemos combatido juntos, hemos asesinado por igual y ahora aquí estamos por un niño que cuando te mira parece decirte lo mal que lo has hecho todo.

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Re: La situación.

Lun Jun 28, 2010 7:12 pm

VII.

Al cabo de una media hora llegaron los mujiks de entre las sombras.

- ¿Y bien? -les inquirió Iliá.
- Mi padre se ha quedado con el niño y me ha prometido llevarlo a Baranavichy para que vuelva a ver a Nadia. Él tratará de informarse a través de ella.
- No creo que esté muy interesada en jugarse más el cuello por nosotros -dijo Mijaíl.
- Tú eso no lo sabes. Ya lo ha hecho una vez, ¿recuerdas?

Kuchma estaba visiblemente enfadado, y Mijaíl se mordió la lengua. No era momento para broncas. Babkin prosiguió con su informe.

- Me ha dicho que hay muchas tropas alemanas, pero parece que están de paso porque no se despliegan con sus equipos. Paran aquí y luego continúan hacia el este.
- ¿Querrán reanudar su ofensiva contra Moscú?
- No lo se, pero pasan más trenes que antes, así como columnas de infantería y de camiones.
- Lo que está claro es que van a reanudar su ofensiva ahora que el barro se ha secado.
- Sin duda Mijaíl -aprobó Iliá-. Y eso sólo puede significar que nuestro Ejército aún tardará en rescatarnos.

El ánimo decayó en todos. Iliá lo comprobó en sus vagas miradas hacia la hierba.

- Venga, salgamos cuanto antes de aquí.

Iniciaron el camino de regreso y, al no ir acompañados por el niño, pudieron avanzar más deprisa pese a las precauciones. Por fortuna en aquella zona los campos se turnaban con bosquecillos, sin duda restos de lo que Gutka llegó a ser antes de que las hachas abrieran paso a los campesinos. Los campos, además, también ofrecían un buen escondrijo pues aún no se había cosechado y el trigo era lo bastante alto como para camuflar a un hombre si se agachaba. Y para ayudarles aún más, la luna era menguante. Iliá pensaba en todo esto para darse ánimos y pensar en que podría regresar al campamento sin acabar envuelto en un tiroteo imposible contra una patrulla alemana cuando, de pronto, vio a Mijaíl tirarse al suelo y hacer señas para que sus compañeros hicieran lo mismo. Todos se precipitaron aplastando las espigas y con los nervios tan a flor de piel que parecían anudarse con estas. Estuvieron unos segundos así, quietos y mudos, esperando lo peor.

- ¿Alemanes? -susurró Iliá.
- En ese bosquecillo.
- Mierda, podría haber sido al revés. Aquí estamos vendidos.
- ¿Nos han visto? -preguntó acobardado Kuchma.
- Sí, porque vi a uno agacharse justo cuando lo hice yo.
- ¿Cuántos eran?
- Sólo he visto a uno.

Iliá sentía su corazón bombear la sangre de tal manera que amenazaba con reventar las sienes. Pero había algo que no cuadraba.

- ¿Estás seguro de que era un alemán?
- Pues claro que sí. Al menos llevaba el casco alemán.
- ¿Y por qué no nos disparan?
- Querrán emboscarnos.
- Es raro. Lo normal es que disparen y así alertan a los demás.
- Maldita sea, Iliá, ¡no se por qué no nos disparan! Pero aquí no podemos quedarnos.
- Para salir de este campo el camino más corto es ir hacia ellos. Y desde allí Gutka no queda tan lejos.
- ¿En qué estás pensando, politruk?
- En que si tiene que haber jaleo, cuanto más cerca del bosque mejor. Si quieren emboscarnos, lo mejor será aprovecharnos de ello.
- Si nos acercamos seremos un blanco fácil. Ahora aún estamos lejos para que nos acierten en la oscuridad.
- Si empiezan los tiros, esto se llenará de alemanes y poco importará eso. Yo digo que nos arrastremos hacia ellos, separándonos, y tratemos de cazarlos cuanto antes para salir pitando de aquí hacia el bosque. Al primer disparo vendrán más, muchos más, y no tendremos escapatoria. Nuestra única opción es que llevemos la iniciativa.

Iliá oyó el bufido de Mijaíl, y vio cómo asentía.

- Está bien. Pero ahora no dejemos a los chicos solos.

Iliá comenzó a arrastrarse con Babkin por la derecha, y los otros dos por la izquierda. A cada metroque recorrían le extrañaba más que no disparasen. Era casi imposible que no vieran los trigales moverse. Se esforzó por amplificar la capacidad de sus oídos, pero sólo lograba oír el crujir de las espigas y el rumor de sus cuerpos al rozar contra la tierra. Ahora será cuando muera, pensaba, y se lamentaba por haber metido en aquella aventura tan peligrosa a sus amigos. Sin embargo, se acercaban al bosquecillo y sonaba ningún estampido de fusil. ¿Se habría equivocado Mijaíl? ¿Y si era un campesino? ¿Y si Vasili había mandado a alguien más? Pero todo ello resultaba igual de extraño que fuesen alemanes y no les disparasen. ¿Y si no los habían visto? ¿Y si era una patrulla sin ganas de jugarse la vida? Quizás fuesen soldados supervivientes a la batalla y no tuviesen moral para un nuevo enfrentamiento.

En cualquier caso habían alcanzado el bosquecillo. Iliá suponía que Mijaíl y Kuchma también lo habrían hecho. Los alemanes, o quienes fueran, si había más de uno, estarían escondidos entre ellos o habrían huído. ¿Y si era eso? Podrían haber optado por huir para buscar a una patrulla cercana. En ese caso había que darse prisa.

- ¡Vamos, Babkin! No pequemos de cautos que el tiempo corre en nuestra contra.
Los dedos parecían contagiarse del acero de la PPD, y los pies encontraban la manera de encontrar con agilidad los huecos en el terreno libres de ramas en tal de avanzar lo más rápido y silencioso posible. Con todo era inevitable sentir un crujir desde el suelo que helaba la sangre y desorbitaba los ojos. Cada sombra parecía a punto de vomitar una amenaza letal, y cada lado opuesto del tronco el final del camino. Ambos avanzaban en paralelo y a cada paso se encorvaban y barrían con el cañón del subfusil buscando al enemigo. Iliá pensó que no debía faltar mucho para encontrarse con Mijaíl cuando vio a Babkin apoyar la culata de su PPD en el pecho. Se agachó instintivamente y escudriñó la oscuridad sin ver nada.

- He visto a un alemán -susurró Babkin, mientras indicaba que debía estar a su derecha.

Iliá no lograba ver ni oir nada. Decidió moverse un poco hacia donde podría estar el alemán. Entonces, como una exhalación, este apareció casi por su espalda sin darle tiempo a girarse. Iliá cerró los ojos tras enfocar el cañón del Mauser, pero no oyó estampido alguno. Volvió a abrirlos y, para su asombro, el alemán se llevaba el índice a los labios para indicarle que no gritase. Acto seguido apareció Babkin y encañonó al soldado, mirando perplejo a Iliá sin saber qué hacer. El politruk entendió que el muchacho no sabía si debía disparar, pues el alemán no dejaba de apuntarle, inmutable, con su fusil.

- No dispares, Babkin. Espera un poco -le susurró.

Unos segundos después arribaron Mijaíl y Kuchma y, como antes Babkin, se quedaron pasmados ante la escena y sin saber qué hacer más allá de apuntar con sus armas al soldado alemán. Durante unos instantes Mijaíl e Iliá se miraron con la esperanza de captar en el otro algún tipo de señal que indicara un plan preconcebido. Pero lo cierto es que ninguno de los dos sabía qué hacer.

- ¿Hablas nuestro idioma? -se atrevió a preguntar Mijaíl.

El alemán negó con la cabeza.

- Pero lo entiendes -insistió.

La cabeza del soldado se balanceó dando a enteder que un poco. Iliá no tenía claro qué le impresionaba más, si la robustez de aquel cuerpo tan rígido como imperturbable, terminado con un rostro ancho y cuadrado que emergía de un cuello corto y atajado abruptamente por el casco; o la boca del cañón del Mauser justo delante de su nariz. Trataba de pensar... ¿Qué estaba pasando allí? ¿Por qué no le había matado? ¿Por qué le había indicado que guardara silencio? ¿Habrían más y esperaba que arribasen?

- Hola, Iliá.

La mención de su nombre le sorprendió de tal manera que pudo olvidarse de estar encañonado para volteare con brusquedad. Todos lo hicieron a excepción del soldado que le apuntaba obstinado como si fuera la estatua ecuestre de una plaza.

- ¿Tú? -reaccionó Mijaíl.
- Hola Mijaíl. Hola, Kuchma. Me alegra mucho saber que estás bien. Tu hermana estaba muy preocupada por tí.

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