"¡Dios, mira como sube esa hija de puta!".
Frase que supuestamente espetó Paul Tibbets cuando vio la explosión de la bomba.
Los doce tripulantes del B-29, con nombre de mujer, que a las 8:15 a.m. del 6 de agosto de 1945 lanzó la primera bomba atómica, nunca se arrepintieron. Más bien vivieron y algunos todavía viven orgullosos "de haber puesto fin" a la Segunda Guerra Mundial y sobre todo de "haber protegido la vida" de más de un millón de soldados norteamericanos.
Paul Tibbets, comandante de aquella misión macabra, murió en septiembre de 2004 con una convicción tajante e invariable: "En igual circunstancia volvería a hacer lo mismo".
PAUL WATERFIELD TIBBETS,JR., hijo de Paul Warfield Tibbets y Enola Gay Tibbets )
ADIESTRADO PARA MATAR
En una entrevista concedida a un reportero, luego de años de mutismo absoluto, Tibbets reconoció que sabía de los rumores que circulaban sobre su alcoholismo o su locura. Justo era lo que más le molestaba. No podía tolerar que lo catalogaran como un militar arrepentido, de moral endeble, que llegó a la conclusión de que había cometido un acto abominable. No era cierto.
Las 14 medallas que ostentaba —otorgadas por el Ejército norteamericano a los "grandes" soldados— posiblemente le ayudaron a concientizar que no debía arrepentirse de lo que lo había hecho famoso y merecedor de los mayores méritos ante sus superiores. Quizá necesitaba creérselo para vivir.
Un año estuvieron ensayando los tripulantes del bombardero el lanzamiento del artefacto nuclear y aún no estaba claro si funcionaría. Por obra y gracia de dos pactos militares secretos firmados por Batista, la base aérea cubana de San Antonio de los Baños fue utilizada en enero de 1945 para los entrenamientos, mientras que la base de San Julián en Pinar del Río y una pista camagüeyana, completaron el periplo, según un reportaje del colega Luis Hernández Serrano, publicado en JR (6 de agosto de 1995).
Luego, aislados de todo contacto con el exterior, aguardaron durante semanas a que llegaran las órdenes de la misión. En la madrugada previa el entonces coronel ordenó pintar en el fuselaje del avión el nombre de soltera de su madre. El Enola Gay alzó vuelo.
Tibbets jamás cambió ni una coma de lo que siempre declaró con orgullo: "Fue una orden que obedecí, como había sido adiestrado".
EL COPILOTO
Posiblemente al mito del arrepentimiento contribuyó la frase que supuestamente dijera uno de ellos: "¡Dios mío, qué hemos hecho!". Ni eso fue cierto. Lo que realmente dijo el capitán Robert Lewis, quien llevaba un diario fue: "¡Guau, menudo pepinazo!".
Cuando el Enola Gay regresó a la base y Tibbets leyó lo que su copiloto había escrito, le dijo que lo cambiara por algo más apropiado.
En 1971 Lewis vendió su diario por 37 000 dólares. Nadie sabe quién es su propietario y su valor hoy, según los especialistas, podría superar el medio millón de dólares. Antes de la venta, Lewis se lo mostró a un periodista. "04:25. Me pasa los controles del avión"… "08:14. El coronel nos ordena que nos coloquemos las gafas especiales Polaroid contra el fogonazo". "08:15. Las compuertas del compartimiento de bombas del Enola Gay se abrieron y la primera bomba atómica se libera del anclaje".
Lewis prosiguió con sus anotaciones: "08:16. A los 43 segundos del lanzamiento y tras casi seis millas de caída, la bomba detonó sobre Hiroshima. La cabina de vuelo se iluminó con una extraña luz. Era como asomarse al infierno. A continuación llegó la onda de choque, una masa de aire tan comprimida que parecía sólido".
Después de todo, Lewis definió años más tarde lo que le provocaba haber estado allí. Para él "solo fue un trabajo más. Hicimos de este mundo un lugar más seguro. Desde entonces nadie ha osado lanzar otra bomba atómica. Desearía ser recordado como el hombre que contribuyó a hacerlo posible".
NI AQUELLA NOCHE NI DESDE ENTONCES
Theodore Van Kirk, que en 1945 tenía 24 años, era el navegante del bombardero que arrojó Little Boy. Su participación en lo que él mismo calificara como una misión perfecta, también está signada por el orgullo del deber cumplido.
"Creo honestamente que el uso de la bomba atómica salvó vidas a la larga. Se salvaron muchas vidas, en su mayoría de japoneses", afirmó a la AP el 8 de mayo pasado, este veterano de 84 años, en un asilo para ancianos cerca de la base de Stone Mountain.
"Creo personalmente que no debería haber ninguna bomba atómica en el mundo: me gustaría ver que fuesen abolidas en su totalidad. Pero si alguien tiene una, quiero tener una más que mi enemigo".
Al igual que sus compañeros, Van Kirk alega que se limitó a hacer lo que los demás soldados hicieron durante la guerra: "ayudar a ponerle fin". Y luego siguió con su vida. Pero como Tibbets, se molesta con las teorías del arrepentimiento.
"Las imbecilidades que han circulado para fortalecer esos argumentos son increíbles. Ninguno de nosotros terminó loco, ni se hizo monje de clausura, como se rumoreó. Vivimos vidas normales. Estoy casado, tengo cuatro hijos y siete nietos", expresó seguro.
"Volvimos agotados de aquella misión. Pero no recuerdo que aquella noche hubiese tenido problemas para dormir. Y para que quede claro: Ni aquella noche ni desde entonces".
Morris Jeppson, el artillero que activó la bomba, no tenía una visión muy distinta al resto.
"Quizá eché una maldición, la verdad que no lo recuerdo. Pero entonces todos comenzaron a gritar que veían un flash increíble y segundos después nos golpeó la onda expansiva. Entonces supe que había detonado y habíamos cumplido con nuestro trabajo", recuerda con 82 años, desde su casa en las afueras de Las Vegas.
Sin un mínimo de pudor, también abordado con motivo del 60 aniversario del primer acto de terrorismo de Estado, Jeppson acotó: "De inmediato supe que muchos miles estaban muriendo allí abajo. Pero también que probablemente habíamos terminado con la guerra".
Por su parte, Bob Caron fue el primero en ver cómo se desarrollaba el espeluznante fenómeno. Desde su puesto de combate en la cola del Enola Gay, todavía alejándose y ya a unos 16 kilómetros de Hiroshima, fue quien tomó las fotos que acompañaron lo grandes titulares de los diarios.
El primer testigo de la onda expansiva de la bomba atómica relató luego: "Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes; comienzo a contarlos: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible".
A bordo también, Richard Nelson ya había radiado la noticia de que la misión había sido un éxito. En el segundo mensaje al general Farell iba la certeza del horror…. En el Centro de Operaciones 509 de la base Tinian, el alto mando leyó: "Todo perfecto. Éxito en todos los aspectos. Efectos visibles superiores a los de Álamo Gordo. Condiciones normales en el avión tras lanzamiento".
HIROSHIMA... SIN NUBOSIDAD
En uno de los tres B-29, el que controlaba el tiempo, iba el oficial Claude R. Eatherley, quien informaría, a las 6:05 a.m. cuando se iniciaba el ascenso hacia los 25 000 pies, los siguientes partes: "Cielo cubierto sobre Kokura", "Cubierto en Yokohama", "Nagasaki cubierto...", "Hiroshima sin nubosidad, tiempo muy bueno, visibilidad excelente".
Claude Robert Eatherley estuvo atormentado por más de tres décadas antes de su fallecimiento, en 1978, en los que pasó el resto de su vida repitiendo partes meteorológicos, ingresado por desórdenes mentales y conducta desajustada.
En 1945 evitó los homenajes que Norteamérica le prodigaba. No quiso ser "héroe", pese a la insistencia de su nación de considerarlo como tal. Trató de suicidarse en 1950, aniquilada su voluntad y desesperado por los recuerdos de su acción. Emocionalmente afectado comenzó una especie de autocastigo, escribiendo cartas a la tierra que había agredido, pidiendo disculpas y enviando algunos dólares en los sobres de correspondencia.
En 1953 en franca actitud incongruente, penetraba en algunos comercios apuntando con una pistola de juguete a los cajeros y abandonando después lo recaudado en la puerta dejándose apresar tranquilamente por la policía que, en vez de conducirlo a la cárcel, lo enviaba a los hospitales, para que fuese atendido y se diera una "justificación científica" a su conducta, en las que se alegaba enajenamiento de la realidad, pérdidas de los sentimientos e ideas fijas.
Este hombre, que no fue capaz de superar el recuerdo del 6 de agosto de 1945, vivió enloquecido a causa de su terrible diligencia, de la que resultó ser también una víctima y, además, por la incomprensión de su país que lo seguía declarando como "no responsable" de aquello por lo que él se sintió siempre culpable y no supo cómo expiar su crimen.
SIMULACROS
En octubre de 1976 el propio Paul Tibbets se prestó para protagonizar un simulacro de su maniobra para lanzar una réplica de la bomba en el cielo de Texas. Al llamado vuelo "conmemorativo" asistieron más de 40 000 personas, quienes aplaudieron, entre divertidos y asombrados, cuando el piloto dejó caer la falsa imitación de Little Boy. Una nube en forma de hongo, similar a la de 30 años antes, se esparció. Los muertos otra vez estuvieron ausentes de la memoria de quienes prepararon el grotesco espectáculo, como de los que lo contemplaron complacidos o indiferentes.
Más recientemente, en 2004, el Museo del Aire norteamericano anunció al Enola Gay como un prodigio técnico recién restaurado. En el largo proceso de reconstrucción se emplearon 20 años, 200 personas, 300 000 horas de trabajo y 12 millones de dólares. Un hangar del Museo de Aviación del Instituto Smithsoniano, en el aeropuerto de Dulles, cerca de Washington, y miles de espectadores se reunieron para el nuevo show.
http://www.portierramaryaire.com/
http://es.geocities.com/hiroshima204/nota4/7.htm