Leyendo "La Piel" de Curzio Malaparte, encontré estos fragmentos que me llamaron mucho la atención:
"Me había detenido en el centro de la plazuela de la Cappella Vecchia, y miraba hacia arriba las ventanas de Lady Hamilton, estrechando con fuerza el brazo de Jeanlouis. No quería bajar los ojos, mirar en torno a mí. Sabía lo que habría visto allá, delante de nosotros, al pie del muro que sirve de fondo al patio de la parte de la Sinagoga. Sabía que allí, delante de nosotros, a pocos pasos de mí (oía las risas pálidas de los chiquillos, la ronca voz de los goumiers) estaba el mercado de los chiquillos, que incluso aquel día, a aquella hora, en aquel momento, chiquillos de ocho a diez años, semidesnudos, estaban sentados delante de los soldados marroquíes, que los observaban atentamente, los elegían, contrataban el precio con las horribles mujeres desdentadas, con el rostro descarnado y flaccido cubierto de afeites, que hacían el comercio de aquellos pequeños esclavos.
Jamás, en tantos siglos de miseria y de esclavitud, se habían visto en Nápoles cosas semejantes. Siempre, en Nápoles, se había vendido de todo, pero nunca chiquillos. En Nápoles se había hecho comercio de todo, pero jamás de los chiquillos. En Nápoles no se habían vendido nunca chiquillos por las calles. En Nápoles los chiquillos eran sagrados. Son la única cosa sagrada que puede haber en Nápoles. El pueblo napolitano es un pueblo generoso, el más humano de todos los pueblos de la tierra, el único pueblo de la tierra que aun la familia más pobre, entre sus chiquillos, sus diez, sus doce chiquillos, cría un huérfano recogido en el Ospedale deglo Innocenti; y era entre todos el más sagrado, el mejor vestido, el mejor alimentado, porque era «il figlio della Madonna» y trae fortuna a los demás chiquillos. Se podía decir todo de los napolitanos, todo, pero no que vendiesen a sus chiquillos por las calles.
Y ahora, en la plazuela de la Cappella Vecchia, en el corazón de Nápoles, al pie de los nobles palacios de Monte di Dio, del Chiatamone, de la Piazza dei Martiri, al lado de la Sinagoga, los soldados marroquíes iban a comprar por muy poco dinero los chiquillos napolitanos.
Los sobaban, les alzaban la ropa, metían sus largos y expertos dedos negros por entre los botones de los pantaloncitos y contrataban el precio mostrando los dedos de la mano.
Los chiquillos estaban sentados a lo largo del muro contemplando los compradores; se reían masticando caramelos, pero no tenían esa habitual tranquilidad alegre de los chiquillos napolitanos, no se hablaban entre sí, no gritaban, no cantaban, no gastaban bromas ni burlas. Era evidente que tenían miedo. Las madres, o aquellas mujeres huesudas y pintadas que se decían madres, los tenían agarrados por un brazo, casi temerosas de que los marroquíes se los llevasen sin pagarlos; después tomaban el dinero, lo contaban, se alejaban con el chiquillo agarrado del brazo y un goumier los seguía con el rostro agujereado por las viruelas, los ojos centelleantes de lujuria bajo la punta de su capote pardo puesto sobre la cabeza."
Unos minutos después, Malaparte es invitado a comer con los oficiales franceses del general Guillaume en la Comandancia Francesa, y se produce la siguiente escena:
(...) "el general Guillaume me preguntó de repente por qué razón las autoridades italianas no sólo no prohiben el mercado de chiquillos, sino que parecen no darse cuenta siquiera de tal inmundicia.
—Es una vergüenza —añadió—. He echado de aquí cien veces a esas desvergonzadas y sus desgraciados chiquillos; he advertido cien veces a las autoridades italianas, he hablado yo mismo incluso con el arzobispo de Nápoles, el cardenal Ascalesi. Todo inútil. He prohibido a mis goumiers tomar esos chiquillos, los he amenazado con hacerlos fusilar si no obedecían. La tentación es demasiado fuerte para ellos. Un goumier no podrá jamás comprender que pueda estar prohibido comprar lo que se vende en el mercado público. Pertenece a las autoridades italianas evitarlo, detener a estas madres desnaturalizadas, encerrar estos chiquillos en un colegio. Yo no puedo hacer nada.
Hablaba lentamente; me parecía que las palabras le doliesen en la boca.
Yo me eché a reír. ¡Detener a esas madres desnaturalizadas! ¡Encerrar a los chiquillos en un colegio! ¡No quedaba ya nada en Nápoles, nada en Europa; todo podrido, todo destruido, todo derrumbado, casas, iglesias, hospitales, padres, madres, hijos, tíos, abuelos, primos, todos kaputt! Me reía, y esta risa fuerte y dolorosa me daba dolor de estómago. ¡Las autoridades italianas! ¡Un hatajo de ladrones y de bellacos que hasta el día anterior habían metido en la cárcel a la gente en nombre de Mussolini y ahora la metían en nombre de Roosevelt, de Churchill y de Stalin! ¡Unos granujas que hasta el día anterior habían hecho de amos en nombre de la tiranía y ahora lo hacían en nombre de la libertad! ¿Qué les importa a las autoridades italianas que ciertas madres desnaturalizadas vendiesen a sus chiquillos por las plazas? Un hatajo de bellacos, todos del primero al último, demasiado ocupados en limpiar los zapatos del vencedor para poder ocuparse de tonterías. «¿Detener a las madres? — decía yo—. ¿Qué madres? ¿Prohibirles vender a sus hijos? ¿Y por qué? ¿No son suyos los chiquillos? ¿Son acaso del Estado, del Gobierno, de la política, de los sindicatos, de los partidos políticos? Son de sus madres, y las madres tienen derecho a hacer con ellos lo que les parezca. Tienen hambre y tienen también el derecho de vender a sus hijos para saciarla. Es mejor venderlos que comérselos. Tienen derecho a vender uno o dos chiquillos entre diez para saciar el hambre de los demás. Y, además, ¿qué madres? ¿De qué madres quiere usted hablar?»
—No sé —dijo el general Guillaume, profundamente asombrado —, hablo de esas desgraciadas que venden a sus hijos por las calles.
—¿Qué madres? —dije yo—. ¿de qué madres me habla? ¿Son acaso madres esas mujeres? ¿Son mujeres? ¿Y los padres? ¿No tienen padres esos chiquillos? ¿Son acaso hombres estos padres? ¿Y nosotros? ¿Somos acaso hombres nosotros?
—Ecoutez — dijo el general Guillaume —, je me fous de vos mères, de vos autorités, de votre sacré pays. Pero los chiquillos, ¡ah, eso nol Si hoy se venden los chiquillos quiere decir que se han vendido siempre. ¡Y es una vergüenza para Italia!
—No —dije yo—,_ en Nápoles no se han vendido nunca los chiquillos. No hubiera creído jamás que el hambre pudiese llegar a tanto. Pero la culpa no es nuestra.
—¿Quiere usted decir que es nuestra? —preguntó el general Guillaume.
—No, no es culpa de ustedes; es culpa de los chiquillos.
—¿De los chiquillos? ¿De qué chiquillos?
—De los chiquillos, de esos chiquillos. Ustedes no saben la raza terrible que son los chiquillos de Italia. Y no en Italia sólo, sino en toda Europa. Son ellos quienes obligan a sus padres a venderlos en el mercado público. ¿Y saben ustedes por qué? Para hacer dinero, para poder mantener a sus amantes y llevar una vida de lujo. Hoy día no hay chiquillo en toda Europa que no tenga amantes, caballos, automóviles, castillos y cuenta en el Banco. Todos Rotschild. Ustedes no imaginan siquiera hasta qué punto de degradación moral han llegado los chiquillos, nuestros chiquillos, en toda Europa. Naturalmente, nadie quiere que sea dicho. En Europa está prohibido decir estas cosas. Pero es así. Si las madres no vendiesen a sus chiquillos, ¿sabe usted lo que pasaría? Que los chiquillos, para hacer dinero, venderían a sus madres".
Estos dos pasajes me trajeron a la mente información que había leído acerca del comportamiento de las tropas marroquíes francesas en Italia, los "goumiers", quienes fueron dejando un rastro de destrucción, saqueos y violaciones en su trayecto a través de Italia. Utilizados por el V Ejército como carne de cañón, infantería de asalto de élite en Montecassino, una vez expulsaron a las tropas alemanas, se dedicaron a devastar los pueblos y aldeas de los alrededores.
Recojo aquí algunos fragmentos de otras fuentes:
Es el 11 de mayo. Los puntos fuertes alemanes resisten 48 horas, luego los defensores son aplastados y despedazados. Ante los desencadenados Goumiers ya no hay montañas desiertas, sino pueblos habitados y llenos de botin.
Comienza asi un saqueo sin precedentes. Durante dos semanas, la población inerme de los pueblos esta en manos de estos obsesos. Los dos pueblos mas martirizados son Ausonia y Esperia. En la practica, ninguna mujer escapa de sus violencias. Se registran casos lamentables: madres que se hacen matar por defender a sus hijas, hombres que sufren la misma suerte que las mujeres a las que tratan de defender. En Esperia, una anciana de 80 años y su hija de 60 son salvajemente viloladas y torturadas.
En total, en las dos aldeas, las victimas son 500, pero muchos casos no se denunciaro por pudor, siendo la cifra pues mucho mayor. Ademas, casi todas las victimas quedaron contagiadas de enfermedades venereas.
Despues de la conquista de roma, los Goumiers seran repatriados o empleados en el frente frances.
las gentes se acordaran de su terrible gesta y llamaran "marroquinadas" a todas las violencias que en el futuro deban sufrir por parte de las tropas aliadas.
Fuente: http://www.forosegundaguerra.com/viewto ... f=4&t=3837 (tomado de La Segunda Guerra Mundial de Sarpe)
Testimonio de Gemma Notarianni en la aldea de Valvori, recogido en el libro “Monte Cassino” de Mattew Parker:
“…De pronto alguien gritó: ¡Los soldados han llegado!”, y en esas salimos a mirar. Pero no eran soldados, eran los goumiers (tropas irregulares de montaña marroquíes). En la pequeña colina que estaba frente a nosotros pudimos escuchar gritos, mujeres gritando”.
La razón del griterío era provocada por la actitud de las tropas atacantes, que comenzaron a violar a las mujeres a punta de pistola. Gemma Notarianni prosigue: “Nosotros creíamos que una vez que estuviéramos tras las líneas aliadas nuestros problemas habrían terminado. De hecho, no habían hecho más que comenzar. Los soldados encañonaban al hombre y violaban a la mujer. Prácticamente todas las mujeres que fueron violadas por ellos murieron tras una larga agonía”.
Fuente: http://www.forosegundaguerra.com/viewto ... f=4&t=3837
Sin embargo, los logros militares de la Goumiers en Italia fueron acompañados por numerosos informes de crímenes de guerra. Un excepcional número de marroquíes -muchos de ellos sin juicio- fueron ejecutados por presuntamente asesinar, violar y saquear en su camino a través del paisaje italiano. Las autoridades francesas trataron de solventar el problema mediante la importación de cierto número de mujeres bereberes para servir como "seguidoras" en la retraguardia, exclusivamente para los Goumiers. Según fuentes italianas, más de 7.000 personas fueron violadas por Goumiers. Estas violaciones, más tarde conocida en Italia como Marocchinate, se realizaron mujeres, niños y hombres, entre ellos algunos sacerdotes. El alcalde de Esperia (una comuna en la provincia de Frosinone), informó de que en su ciudad, 700 mujeres de un total de 2.500 habitantes fueron violadas, y que algunos habían muerto como resultado de ello. En el norte del Lacio y el sur de Toscana, se afirma que la Goumiers violaron y asesinaron a las mujeres y los hombres jóvenes, incluidos miembros de los partisanos, tras la retirada de los alemanes. Por otra parte un periodista británico comentó: "El Goumier se han convertido en un leyenda, una broma ... No se lleva cuenta de sus violaciones o los demás actos porque son demasiados excéntricos para que pasen por ciertos."
En el cuerpo expedicionario francés 15 soldados fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento y otros 54 condenados a trabajos forzados en las prisiones militares por actos de violación o asesinato.
Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki/Goumier (Traducción Propia)
Incluso el cine se hizo eco de lo sucedido. En la película "Dos mujeres" (Vittorio de Sica, 1960), protagonizada por Sofía Loren y que cuenta la historia de una madre y su hija que huyen de Roma, en el convencimiento de que lejos de la ciudad, lograrán apartarse de los horrores de la guerra, y que ésta durará poco. Pero lo cierto es que la realidad es bien distinta, y cruel, pues serán víctimas de una violación en el interior de una iglesia por un grupo de goumiers.