Los resultados de las elecciones presidenciales anunciaban la fragilidad de la República desde la defección de importantes sectores liberales y católicos y la pérdida de confianza en general de los alemanes en sus partidos más representativos. Los resonantes éxitos en materia de política internacional logrados por Stresemann otorgan una imagen engañosa de aparente estabilidad, porque si bien el nacionalsocialismo estuvo dado por muerto hasta la siguiente crisis económica, no deja de ser cierto que el caldo de cultivo seguiría intacto, por muy atenuado que estuviese por la recuperación de la moneda o por las dificultades temporales por las que atravesaban sus enemigos más acérrimos.
El Tratado de Locarno, firmado en diciembre de 1925, supone lo que parecía imposible, el acercamiento francoalemán de la mano de Aristide Briand y de Gustav Stresemann. El tratado suponía el reconocimiento de las fronteras occidentales, aceptando Alsacia y Lorena como territorio francés. A cambio los aliados evacuaron a sus tropas de Renania. Visto por Chamberlain como la verdadera línea divisoria entre los años de guerra y los años de paz, lo cierto es que Alemania no quiso firmar un acuerdo similar en sus fronteras orientales, con Polonia o Checoslovaquia, si bien estos países sí lograron un acuerdo de protección con Francia. Lo cierto es que una de las premisas para el siguiente éxito internacional de Stresemann, el ingreso de Alemania en la Sociedad de Naciones, sería la revisión de la frontera oriental, recuperando a Danzig y el corredor, así como la Alta Silesia. Por otro lado, que Stresemann lograra que la Alemania vencida y humillada se sentara en la mesa al mismo nivel que las potencias victoriosas no borraba el hecho de que los estadistas británicos y franceses compitieron sin reflexionar con Stresemann en enfatizar el significado moral de la aceptación voluntaria de Alemania de algunas de las obligaciones aceptadas bajo coacción en Versalles (E.H.Carr), lo que conllevó a la agitación nacionalista dentro de Alemania, provocando la salida del gobierno por parte del DNVP.
Conferencia de Locarno
Los problemas internos también tuvieron su peso en la aparente estabilidad de la República. La crisis inflacionista había alterado la relación de fuerza entre empresarios y trabajadores, y el intento de mantener su posición de fuerza por parte de los primeros ante cualquier revisión derivada de la estabilidad económica provocó la politización y, por tanto, el enfrentamiento entre los partidos de la Coalición de Weimar que alcanzaría a la ley más importante elaborada por la República, la indemnización de los parados mediante un seguro financiado por los propios trabajadores y los empresarios. Las tensiones entre empresarios y la República, cuya mayor manifestación fue el cierre patronal en la cuenca del Ruhr en respuesta al avance comunista en los sindicatos y la ineficacia gubernamental en solucionar el conflicto, derivada esta de la confrontación política entre los grandes partidos y la imposibilidad de formar gobiernos estables de amplia representación. Si bien entonces los empresarios no apoyarían al nacionalsocialismo de una manera decidida, no deja de ser cierto que comenzaran a vislumbrar la posibilidad de apoyar a un autoritarismo que demoliera las relaciones laborales nacidas con la República.
Una vez más, la clase media se vería desamparada de los grandes partidos, centrados bien en los industriales, los terratenientes o en los obreros. El ahogo al que era sometido el pequeño comercio por parte de las grandes superficies y por las dificultades de lograr créditos dentro de las normas de restricción de la recuperación económica provocó que se afanara en buscar un remedo en los partidos de interés ante la erosión que sufría el prestigio y la posición social de la burguesía ante su visión de la modernidad identificada con los grandes partidos, que debilitaron sobre todo a los dos partidos liberales, preparándose el camino para su futura vocación en el nacionalsocialismo.
Aristide Briand
Mientras la República disfrutaba de su aparente estabilidad, Hitler se afanaba por disciplinar la dispersión que había sufrido su partido durante la prohibición. Para ello realizaría una gira destinada a asegurar su liderazgo sobre los líderes regionales que se habían organizado arreglo sus posibilidades y su propia visión del movimiento. La verdadera tarea de reorganización, sin embargo, fue llevada por personajes fieles a su persona como Amann, Bouhler o Schwarz dado que el propio Hitler renunciaba a este tipo de tareas burocráticas. Las nuevas directrices toparon con la resistencia de las facciones alojadas en el norte y el oeste como una reiteración de los enfrentamientos anteriores, si bien ahora no se trataba de discutir el papel carismático de Hitler, sino de atraerlo a su visión del nacionalsocialismo diferente a la de los radicales bávaros como Esser o Streicher. Para ello los dirigentes del norte crearon el Grupo de Trabajo Nacionalsocialista del Norte y el Noroeste (AG), encabezado por Strasser, Goebbels, Kaufmann, Pfeffer y Haase, contando con su propio órgano de prensa, el N-S Briefe. Gregor Strasser y su hermano menor Otto esbozaron un programa alternativo para el partido cuya única diferencia real era la mención a unos Estados Unidos Europeos y que no logró la aceptación deseada en el seno de la AG al ser denunciado como igualitarista y alejado del virtuosismo nacionalsocialista por Pfeffer y Hase. No obstante, la principal crítica era la supuesta simpatía de Otto y Goebbels hacia el comunismo, basada en la defensa de la Revolución Rusa como movimiento de liberación nacional en lugar de una simple dictadura judía. Lo cierto es que el conocido como strasserismo resultó una discrepancia de índole táctica nacida del entorno social diferente del nacionalsocialismo del norte y el bávaro, lo que le implicaba una mayor dosis de socialismo para hacer frente a la competencia comunista y socialista en las grandes ciudades sin alejarse del dogma populista o racista. Pero Hitler, alertado por Feder, encontraría en la AG una amenaza directa a su absolutismo precisamente por la elaboración de un programa propio, recordando cómo él mismo se había hecho con el control del partido precisamente al hacer suyo el programa original, y todo ello mientras se hallaba inmerso en su esfuerzo por reforzar su principio de caudillaje o Führerprinzip. La visión de Strasser de un programa distinto al comunista o al capitalista como alma del movimiento suponía cuestionar la visión de Hitler del carisma de su persona como alma en sí misma de un movimiento que no precisaba más que un programa genérico para encauzarle a las masas.
Goebbels
Para atajar la amenaza, Hitler convocó, desde el cuartel general de Munich, una reunión en Bamberg. Kaufmann no fue invitado, y Fobker y Pfeffer prefirieron no asistir, manifestando la división en el seno de la AG. La intervención de Hitler, de más de cuatro horas, se opuso a la revisión de la política internacional, apoyando a la alianza con Italia y Gran Bretaña y dejando a Rusia como un mero espacio para la expansión natural de Alemania. También se opuso al plebiscito para la expropiación sin derecho de indemnización de los bienes de la realeza, una propuesta de los comunistas en la que habían arrastrado a los socialdemócratas y con la que simpatizaba también la AG, alegando que esta también tenía derecho a la propiedad privada como cualquier otro alemán. Y, por supuesto, condenó la modificación a un programa que consideraba más que suficiente al añadir su liderazgo como garantía de unión entre las diferentes facciones nacionalsocialistas. Su triunfo fue absoluto ante la debilidad titubeante ofrecida por Strasser y aseguró las directrices que le interesaban, como la de anular cualquier coincidencia con la izquierda para poder acercarse a la derecha social y económica de Alemania e impedir una reiteración, esta vez en su contra, del arrebatamiento del programa fundacional y de toda su carga carismática. No contento con ello, optó por asegurar la disolución de la AG promocionando a sus miembros más proclives al adulamiento mediante un reconocimiento de su valía personal al tiempo que con ello trataba de resolver otros problemas de organización o de disidencia. Goebbels fue nombrado gauleiter de Berlin, donde el NSDAP sufría de una precariedad notoria, lo cual además le distanciaría aún más de Strasser hasta llegar a la confrontación. Pfeffer sustituiría a un Röhm insatisfecho con la exigencia de sumisión por parte de Hitler de las SA que había heredado de un Göring fugado al extranjero tras el fracasado golpe. El propio Strasser sustituiría a Esser como responsable de propaganda, pero sólo por estar demostrada su ineficiencia y no por ser una exigencia de la AG, pues el otro perseguido por esta, Streicher, no fue tocado.
Que Hitler hubiese logrado, una vez más, cohesionar el partido y asegurar su liderazgo no significa que tuviese una estrategia clara a seguir para llegar al poder. Por un lado, la influencia de Strasser como jefe de propaganda y el empeño de Goebbels en Berlín, supuso una aceptación del denominado Plan Urbano para atraer a los obreros pese a que un discurso anticapitalista pudiera asustar a la clase alta alemana. Por otro, el filón habitual de la clase media se alarmaba por el uso de la violencia de las SA. Y que se decantase por la participación electoral no evidenciaba su renuncia total a la idea golpista. Esta vacilación en la estrategia a seguir conllevó al fracaso en las elecciones de 1928, a partir de las cuales el Plan Urbano sería abandonado sin haber sido reconocido de manera oficial, sin haber logrado sustraer al líder de su miedo a adoptar una postura específica donde se sentía seguro.
La principal traba para llegar al obrero era la disconformidad de Hitler en crear un sindicato, en el que no veía más que un debilitamiento del movimiento a través de negociaciones cotidianas y, otra vez, una amenaza a su papel carismático. Para tratar de lograr el mismo efecto de penetración en la clase obrera sin recurrir al sindicato, se crearon una serie de células obreras cuya función era la de acercarse al obrero sin definir al partido como un partido de clase y cuya organización diseminada y dependiente del partido no permitiese una amplitud de miras del sector strasserista. Sólo tardíamente se creó una Organización de Células de Empresa Nacional-Socialistas (NSBO) que no contaría no con el total apoyo del partido ni de los obreros. De manera similar, se crearon diversas organizaciones para alcanzar a otros sectores de la población como las Juventudes Hitlerianas, la Liga de Estudiantes, la de Juristas, de Médicos o la de Profesores, incluyendo una Femenina. La falta de implicación en la lucha obrerista se compensaría con la consabida táctica de invasión de las calles con las SA, esta vez combinada con la táctica electoralista, para lo cual fueron remodeladas en una visión más populista sin renunciar a lo paramilitar bien por la mencionada vacilación de Hitler a la hora de definir su estrategia, bien porque una desmovilización suponía una quiebra en la moral de sus filas siempre desafiantes.
Desfile de las SA
El NSDAP logró reactivar su militancia y ampliarla a los 100.000 afiliados, pero este éxito no se vió reflejado en las urnas. La falta de una organización sindical le impidió conectar tanto con el obrero como con el empresario al no mostrar más que principios confusos sin una precisión de los mismos. La clase media también se resintiría de esta carencia al no encontrar un medio decisivo a la hora de combatir a la izquierda y en cambio sufriría la presión de las SA en la calle que reducía la clientela y coaccionaba a los comerciantes para colocar en sus tiendas productos de merchandising destinados a finaciar las apuradas arcas del partido, que eran prendas de equipación para sus miembros confeccionadas por la compañía Hugo Boss. La financiación del partido se había resentido notablemente tras la fuga de los rusos blancos motivada por el fracaso del golpe y las ganancias como derecho de autor del libro Mi Lucha resultaban insuficientes, así como otros medios como la venta de carnets del partido. Albert Pietsch, el dueño de una empresa química de Munich fue el primer empresario que ayudó a Hitler a superar la amenaza de quiebra del partido solicitada por sus acreedores, pero sería Emil Kirdof, un empresario del carbón, el que salvaría al NSDAP al pagar todas sus deudas. Kirdof estaba asociado a Thyssen a traves de la empresa cofundada por ambos Verenigte Sthalwerke. En aquel entonces, Thyssen aún aspiraba a controlar a Hitler y le aportaba fondos, así como a influir en otros empresarios. Richard Wagner continuaría prestándole su apoyo igualmente, procurando que llevara una vida alejada de las privaciones.
De todas formas, el fracaso electoral implicaba una ausencia en los espacios institucionales y, por tanto, una barrera a la hora de influir en otras fuerzas nacionalistas y en los dirigentes de la economía alemana. Pese a que tanto Hitler como Strasser o Goebbels quisieron encontrar el éxito en la triplicación de diputados obtenidos respecto a 1924, o en mantener el porcentaje de votos en una época de cierta estabilidad republicana que se demostraba en una derrota general de la derecha y en una recuperación de los socialdemócratas, lo cierto es que los noticiarios habían dejado de prestar atención al NSDAP y más de un periodista lo declaró difunto. Hitler, que había logrado un movimiento cohesionado en torno a su persona, tendría que esperar a que una nueva crisis azotara Alemania para relanzarlo. En su discurso a los líderes del NSDAP tras el fracaso electoral, les animó diciendo: Lo que apenas existía hace diez años, hoy es una realidad.