Gracias a la restauración del orden de la mano de la Reichswerh y de los Freikorps, el gobierno provisional pudo celebrar las elecciones con una participación del 83% de los alemanes. El resultado fue una abrumadora demostración de que la sociedad alemana se inclinaba por la apuesta democrática, con más de un 75% de los votos destinados a la denominada coalición de Weimar, repartidos entre los socialdemócratas del SPD y los centristas ZP y DDP, quedando marginados los partidos antirrepublicanos monárquicos o nacionalistas tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha.
Sin embargo, el apoyo en el ejército y en los Freikorps sentó una base desde donde los movimientos reaccionarios de la derecha pudieron actuar con impunidad y ganar un prestigio de defensores de la nación ante la amenaza bolchevique nada despreciable. Cuando, tras el asesinato de Kurt Eisner (USPD) a mando del conde Arco Valley, la extrema izquierda reaccionó, azuzada por Lenin y Bela Kun, proclamando la República Soviética de Baviera, esta fue aplastada por un ataque combinado del ejército y Freikorps, operación culminada con la ejecución sumarísima de 161 miembros del consejo bávaro con total impunidad. Desde su visión de defensores de la patria, sus componentes no quisieron ver que la facilidad con la que desarrollaron la operación era directamente proporcional al rechazo del pueblo bávaro al consejo bávaro, que no estuvo apoyado ni tan siquiera por el KPD.
La permisividad del gobierno de Ebert hacia los Freikorps se debe a dos vertientes. La primera, práctica, suponía el doble problema de desmovilizar a millones de soldados y buscarles trabajo y asilo social a los mutilados, así como a las viudas y huérfanos, y la anulación defensiva que suponía Versalles para una república que temía tanto a una invasión exterior como a una revolución interior. La segunda, política, viene de la mano de la primera: con los Freikorps, Ebert lograba tanto aplastar los movimientos de la extrema izquierda, eliminando así a la competencia, como contentar a la derecha, mejor adherida a una sociedad conservadora y mejor defendida por una rápida movilización de la burguesía y de los grandes industriales y terratenientes. De esta manera, Gustav Noske apoyaría la proliferación de los Freikorps que alcanzarían hasta un total de 400.000 hombres, una cifra demasiado alta para ampararla sólo con una necesidad de defensa interior. En ellos, los veteranos reacios a la reinserción civil e imposibilitados a la reincorporación a la Reichswerh dadas las limitaciones de Versalles, encontraban un espacio donde perpetuar la experiencia de la trinchera, mantener un culto a la virilidad y al uso de la violencia para resolver los problemas de la nación; y desde donde se retroalimentaba la amargura de la derrota, alejando el fantasma de la culpabilidad mediante el desafecto a la experiencia democrática, encabezada por aquellos a quienes consideraban responsables de la desaventura militar, y embadurnándose con un nihilismo y con un coraje patriótico que supondría una permanencia de la amenaza de la extrema derecha sobre el parlamento. La opción del SPD por estos cuerpos libres, desestimando la propuesta de creación de milicias de izquierdas pudo suponerle una ventaja a corto plazo, pero con el tiempo se volvería en su contra. La disolución de algunas unidades, tal y como exigía Versalles, conllevo a que dos de las unidades llamadas a su disolución, las brigadas de marina Ehrhardt y Loewenfeld, participaran en el golpe de Kapp y Lüttwitz cuyo objetivo era precisamente impedir esta disolución. Ante la negativa de von Seeckt a sofocar el golpe con sus tropas, la resistencia a la dictadura militar provino del pueblo mediante la huelga general. Los golpistas cedieron y se planearon elecciones para el 6 de junio de 1920. Hubo una amnistía general y von Seeckt, lejos de ser castigado, fue promovido al mando supremo del ejército. En la subsecuente reorganización de la Reichswerh no sólo se reincorporaron numerosos Freikorps disueltos, sino que se reconstituyeron ante la amenaza polaca en la Alta Silesia. En cualquier caso, el resto de miembros fue recogido por una serie de ligas patrióticas destinadas a reunirlos para evitar la evaporación del movimiento derechista contrarrevolucionario. Por otra parte, Ehrhardt formaría la Organización Cónsul, una agrupación terrorista de extrema derecha que perpetraría la mayoría de los asesinatos políticos del momento.
Como reacción al golpe de Kapp, hubo otro intento en forma de rebelión desde la izquierda en la cuenca del Rurh de la mano de Max Holz, que logró escapar pese a la despiadada represión efectuada, una vez más, por una combinación del ejército y los Freikorps. Tras un fracasado intento de huelga general y varios enfrentamientos, Holz fue finalmente atrapado y condenado a cadena perpetua.
Freikorps en Berlin
La actitud de los Aliados supondría otro factor de desestabilización. Si bien las indemnizaciones, como se ha demostrado, no supusieron un verdadero lastre para la recuperación económica alemana, la manera en que estas fueron llevadas a cabo, el abuso de los vencedores que llegarían a usurpar la soberanía alemana con el alegato de la defensa de los derechos de las nacionalidades en tal de incrementar las fronteras en el centro del continente, aunadas a la cláusula de la culpabilidad, sí provocaron una falta de confianza del pueblo alemán en su nuevo gobierno, pese a que incluso los partidos que fueron más proclives a la paz se mostraran muy críticos y mostraran con dureza su rechazo. La pérdida de Alsacia y Lorena, de territorios cedidos a Polonia y el incumplimiento del plebiscito sobre Silesia, así como la anticipación del pago de las indemnizaciones mediante la entrega de material ferroviario, minerales y buques, o la ya mencionada anulación de la capacidad defensiva del país, serían argumentos esgrimidos por la oposición ante la, al menos, aparente humillación a la que era sometido el gobierno en curso. A ello hay que añadir la presión de la extrema derecha que usaría el asesinato político, casi siempre a manos de la Organización Cónsul, como medio de desestabilización.
El Reichstag.
Todo lo expuesto no basta, sin embargo, para explicar el deterioro de la confianza de la sociedad alemana en su aventura democrática. La rápida movilización de la clase media ya mencionada no fue correspondida con la debida atención por parte de los que deberían haber sido sus partidos representativos, un DDP y un ZP más inclinados a favorecer al gran industrial o al terrateniente, por lo que buscaría en otros representantes, como de hecho encontraría en el NSDAP, la solución a su exclusión de la política ya sufrida durante el imperio. Por otra parte, estando el centro dividido por su confesión religiosa, quedaba debilitado e imposibilitado para crecer.
El esfuerzo en el mantenimiento de la coalición de Weimar provocaría una paralización del debate sobre la nacionalización de la energía y las grandes industrias, y sobre el poder de los consejos de obreros a la hora de cogestionar las empresas, lo que provocaría la frustación de la clase obrera, si bien sí lograron fructificar las ideas compartidas por los miembros de la coalición en torno a la protección social.
Otro factor de desgaste fue la propia desconfianza de los artífices de la constitución de Weimar, Hugo Preuss y Max Webber, en el parlamento como garantía suficiente ante una crisis. Como medio para garantizar la estabilidad se creó la figura del presidente de la república, elegido por votación directa y dotado de poderes extraordinarios a través del artículo nú48 ante situaciones de emergencia. Esta postura equilibrista entre el parlamento y un poder por encima de este acabaría por provocar que la sociedad alemana se acostumbrase al uso y abuso de dicho artículo y, por tanto, a tener una imagen de debilidad parlamentaria frente a la figura de un hombre fuerte capaz de resolver los problemas de la nación.
No sería, sin embargo, un golpe militar procedente del ejército, de los cuerpos libres o de las ligas patrióticas, ni una revolución bolchevique apoyada desde Rusia o Hungría, lo que daría fin a la experiencia democrática alemana, aprovechando todas sus debilidades y las condiciones de Versalles. Desde ese cosmos de fragmentos desafectos con la república, anidados en el ejército o los cuerpos libres y las ligas, y en la clase media, emergería y sabría agrupar toda esa desilusión en una fuerza que aprovecharía cada filtración en el barco democrático. No sería un oficial de prestigio el que encabezaría el movimiento destinado a tumbar al parlamento, sino un desconocido desarraigado el que, tras una fatal experiencia golpista, aprendería a usar los resortes democráticos para borrarlos de inmediato una vez alcanzó el poder.