Hola a todos.
Si bien es sobradamente conocida la historia de Vasili Zaitsev en Stalingrado, también hubo otros francotiradores dentro del Ejército Rojo que tomaron parte en la citada batalla, que quizás quedaron ensombrecidos por la figura de Zaitsev, pero que convendría no olvidar. Uno de ellos es Anatoli Ivanovich Chejov.
Os paso la entrevista que Vasili Grossman le hizo en octubre de 1942, en plena batalla de Stalingrado. El relato es estremecedor y vale la pena leerlo.
"Anatoli Ivanovich Chejov, nacido en 1923. “Nos trasladamos a Kazán en 1931. Fui a llí a la escuela durante siete años. Entonces mi padre comenzó a beber y dejó a mi madre. También estaban mis dos hermanos. Tuve que dejar la escuela aunque era un buen alumno. Me gustaba mucho la geografía, pero tuve que dejarlo... El 29 de marzo de 1942 apareció un anuncio y me presenté voluntario para la escuela de francotiradores. De hecho, de niño nunca había disparado, ni siquiera una escopeta de perdigones. Mi primera experiencia fue un fusil de pequeño calibre, con el que sólo hice nueve blancos de cincuenta. El teniente se enfadó mucho: “Notas excelentes en todas las materias, pero disparas muy mal. Nunca conseguiremos nada de ti.” Pero no me desanimé. Comencé a estudiar teoría y armas. En primer lugar, la experiencia de disparar con un auténtico fusil: tiros al pecho y a la cabeza. Nos dieron tres rondas y di en el blanco (en todas ellas). A partir de entonces me convertí en el mejor tirador. Me presenté voluntario para el frente.
Quería ser capaz de vencer al enemigo por mí mismo. Ya pensé en ello cuando leí el periódico. Quería ser famoso. Aprendí a evaluar las distancias a ojo. No necesitaba un dispositivo óptico. ¿Mis libros favoritos? De hecho no leo mucho. Mi padre se emborrachaba y todos nos escondíamos, a veces no podía hacer mis tareas escolares. Nunca tuve mi propio rincón.
Participé en el ataque de la mañana del 15 de septiembre. Avanzaba hacia Mamaiev Kurgan... Tuve la sensación de que no era una verdadera guerra, que simplemente estaba enseñándole a mi sección a camuflarse en el campo y disparar. Gritamos “¡Hurra!” y corrimos doscientos metros. Entonces su ametralladora abrió fuego y vimos que no íbamos a poder avanzar. Me arrastré como me habían enseñado, y caí en un atrampa. Había tres ametralladoras a mi alrededor y un tanque. Me había planteado una tarea, así que no miré atrás. Sabía que mi sección no me abandonaría. Disparaba a bocajarro, a una distancia de cinco metros. Los encargados de la ametralladora estaban frente a mí. Los tumbé a los dos. A continuación tres ametralladoras, un tanque y un mortero comenzaron a dispararme al mismo tiempo. Mis cuatro soldados y yo nos metimos en un cráter desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la noche... Después de eso fui nombrado jefe de un pelotón de morteros.
Cuando me dieron un fusil de francotirador, elegí un lugar en el quinto piso. Había un muro y su sombra me ocultaba. Cuando salió el sol me deslicé hacia abajo por las escaleras. Desde allí veía la casa alemana a un centenar de metros de distancia. Había subfusiles y ametralladoras. Permanecían aquí durante el día, ocultándose en los sótanos. Salí a las cuatro de la madrugada, cuando empezaba a amanecer. El primer Fritz salió a buscar algo de agua para que sus jefes se lavaran. El sol ya se estaba levantando. Corrió hacia mí. No miraba mucho a las caras. Miraba sus uniformes. Los comandantes llevan pantalones, chaquetas y gorras, van sin correas; los soldados llevan botas.
Me senté al final de una escalera. Dispuse mi fusil tras la reja de una forma que el humo se dispersara a lo largo del muro. Al principio salían a caminar. Tumbé a nueve el primer día y diecisiete en dos días. Enviaban a mujeres, y maté a dos de cinco. El tercer día, mirando a una tronera, vi a un francotirador. Esperé y disparé. Cayó y gritó algo en alemán. Dejaron de transportar minas y de ir por agua. Maté a cuatro Fritzes en ocho días.
Cuando hacía sol podía distinguir mi sombra en el muro cuando me movía, así que no les disparaba cuando hacía sol. Apareció un nuevo francotirador en la ventana abierta... Ese francotirador me había arrinconado. Me disparó cuatro veces pero falló. Por supuesto fue una pena tener que dejarlo. Bueno, nunca han bebido del Volga. Iban por agua y llevaban informes, alimentos y municiones... Bebían agua sucia de las locomotoras. Iban a conseguir agua por la mañana, con un cubo.
Para mí es más cómodo disparar a un hombre cuando corre. Es más fácil para mi mano y mi ojo. Es más difícil cuando está quieto. Apareció el primero; caminó cinco metros. Le apunté inmediatamente, casi enfrente de él, a unos cuatro centímetros de su nariz.
Cuando recibí el fusil no podía ni pensar en matar a un ser humano: un alemán estuvo allí durante unos cuatro minutos, hablando, y le dejé ir. Cuando maté al primero, cayó inmediatamente. Otro corrió y se inclinó sobre el muerto, y lo tumbé también... Cuando maté por primera vez me eché a temblar: ¡Aquel hombre sólo iba a conseguir algo de agua!... Sentí miedo: ¡había matado a una persona! Entonces recordé a nuestro pueblo y comencé a matarlos in piedad.
El edificio de enfrente se había hundido hacia adentro, hasta el segundo piso. Había unos alemanes sentados en las escaleras, y otros en el segundo piso. Hay cajas fuertes, pero todo el dinero que había en ellas ha ardido.
En el Kurgan viven algunas chicas. Hacen fogatas y cocinan. Los oficiales alemanes van a verlas.
A veces ves la siguiente imagen: un Fritz que camina y un perro que le ladra desde un patio y va y mata al perro. Si oyes perros ladrando por la noche, eso significa que los Fritzes están haciendo algo allí, o deambulando, y los perros ladran.
Me he convertido en una bestia: mato, los odio como una cosa normal en mi vida. He matado a cuarenta hombres, tres en el pecho y a los demás en la cabeza. Cuando les disparas, ves como su cabeza se tuerce inmediatamente hacia atrás o hacia un lado. Arrojan sus armas y caen... A Pchelintsev también le daba grima matar al principio: “¿Cómo puedo hacerlo?”
He matado a dos oficiales. A uno en la colina, al otro, que iba vestido de blanco, junto al Banco del Estado. Todos los alemanes se pusieron en pie cuando se aproximaba y le saludaban. Estaba pasando revista. Iba a cruzar la calle y le alcancé en la cabeza. Cayó inmediatamente, levantando los pies calzados con zapatos.
A veces salgo del sótano por la noche, miro a mi alrededor y mi corazón canta, me gustaría pasar media hora en una ciudad viva. Salgo y pienso: el Volga fluye tan tranquilamente, ¿cómo pueden suceder cosas tan terribles aquí? Teníamos aquí a un hombre de Stalingrado. Le estuve preguntando donde estaban todos los clubes y teatros, y a punto de salir a dar una vuelta por el Volga."
Es interesante comentar que las mujeres a las que hacer referencia Chejov, eran evidentemente rusas. Los alemanes utilizaban a mujeres y niños huérfanos para las peligrosas tareas diarias como llenar las botellas de agua. A veces se les prometía un mendrugo d epan a cambio, y otras simplemente, se hacía a punta de pistola. Evidentemente, era preferible arriesgarse a buscar agua, y en consecuencia, seguir vivo, a ser ejecutado inmediatamente por una negativa como contestación.
Cuando los soviéticos se dieron cuanto de lo que sucedía, los soldados del Ejército Rojo comenzaron a matar a los niños y mujeres que colaboraban con los alemanes. Anthony Beevor cita en su libro Stalingrado, al rescpecto:
"Un precedente de esta impiedad había quedado establecido durante los primeros momentos del sitio de Stalingrado, cuando los civiles fueron utilizados por las tropas alemanas como un escudo. Stalin había dado inmediatamente la orden de que las tropas del Ejército Rojo deberían matar a todos los civiles que obedecieran las órdenes alemanas, incluso si actuaban bajo presión. Esta instrucción fue aplicada en Stalingrado. El enemigo –informaba la 37ª división de guardias fusileros- forzó a los civiles a ir adelante a recoger a los soldados y oficiales muertos. Nuestros soldados abrieron fuego sin importar quiénes trataban de tomar cadáveres fascistas."
Civiles en Stalingrado.
Valgan estas líneas para ilustrar la barbarie que se dio en la batalla de Stalingrado entre los Ejércitoas alemán y soviético.
Fuentes:
Un escritor en guerra, Vasili Grossman
Stalingrado, Antony Beevor
Fotografías:
Stalingrad, Anatomie einer Schalacht, Janusz Piekalkiewicz
Saludos