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Crónicas Signal desde el frente

Sab Dic 12, 2009 10:14 pm

Una de mis aficiones dentro de este mundo son las revistas Signal; las famosas revistas de propaganda alemana durante la SGM. Pues bien, los contenidos de esta son de lo más variopinto, y entre éstos encontramos espectaculares crónicas desde los diferentes frentes de batalla, mezcla de romanticismo y realidad que las hace tener un estilo inconfundible.

Asi pues, me he propuesto ir trayendo poco a poco algunas de estas crónicas que a mi parecer resultan interesantes para el lector y que aportan datos curiosos. Espero que no os aburran mucho. Os dejo con la primera de ellas.

UNA PARTE DEL INFIERNO DE STALINGRADO; LA CIUDAD DE 35 KM DE LONGITUD.


Hoy, la cuarta actuación. Naturalmente sobre Stalingrado. Soy ametrallador del comandante que manda la escuadrilla. Comenzarnos a elevarnos sobre el Don: una mirada a los arenosos meandros del río cosaco y después se extiende la niebla sobre el cuadro. Una abertura en las nubes y se contempla abajo Kalatch, que hace semanas era una cabeza de puente duramente disputada. Nos deslizamos a través de de las movedizas nubes hasta que la nieve aclara. Un baño en luz difusa hasta aclarar el límite superior de la capa. Las maquinas surgen de la gigantesca masa como buzos del abismo. Se aboveda sobre nosotros un firmamento cálido y luminoso que forma un arco inconmensurable. Las sutiles gotas de los aviones se deslizan como visas a través de una lente de cuarzo tallado sobre la marea de luz. Libres como jóvenes dioses, cabalgamos sobre prados de nubes blancas como nieve.

Solo antes de llegar al Volga atravesamos esta capa como un ascensor vibrante en el gris amorfo. ¡Otra vez la tierra! Esta sumida en sombras crepusculares. ¡Atención los cazas! Por bellas que sean las torres de nubes en cada momento pueden surgir tras ellas las huestes enemigas. Las cadenas se arrastran y serpentean con intervalos ascendiendo y cayendo sin cesar hacia el Este, hacia Stalingrado.
¡Artillería antiaérea detrás de nosotros! Allí brotan las negras flores de muerte de la artillería antiaérea. Sus baterías se encuentran en la clara isla de arena donde el Volga se escinde en dos brazos. La ciudad está sobre la margen occidental. Una prolongada lombriz de más de 35 Km. de longitud; ¡una lombriz del diablo! Las calles semejan un tablero de ajedrez. Establecimientos industriales y fortificaciones en medio de los barrios habitados. Nos deslizamos a través del humo y del vapor que en anchas columnas se eleva de los bloques de casa incendiados.

¡Picado!


Descendemos. Entre las nubes oscuras de los antiaéreos se mezclan vedijas de humos de la artillería de mediano calibre. Nuestra maquina tiene bastante velocidad. La tierra gira en el abismo ardiente. ¡Prepararse!, grita el comandante y entonces comienza, en lento crescendo., un estrépito infernal que aumente constantemente y que acaba por ensordecer a todos los ruidos e incluso acalla todas las sensaciones. Funcionan las sirenas. Me sujeto con firmeza.

Recibo el picado casi con alivio. Al principio, parece oscilarse como un globo olvidado y se extienden las manos buscando un asidero en el vacío. Pero el cuerpo se habitúa rápidamente a la vertiginosa caída y me vuelvo hacía abajo para ver el objetivo. Los bloques de cas parecen volar hacia nosotros. La violencia de la caída esfuma los contornos hasta que todo se transforma en una confusa marcha amarillenta de color con chispas centellantes.
En el brutal impulso del principio dirijo la mirada hacia el fuselaje, que se eleva vertical en el cielo, y veo a los camaradas lanzándose desde las nubes como una guirnalda que se deshace. Llevamos una velocidad endiablada. Contemplo como macizos rascacielos de cuyas filas de ventanas surgen llamaradas de incendio. El ímpetu de las maquinas nos arrebata irremediablemente de allí. El comandante observa el ataque de su escuadrilla. ¡Puntos que se abaten sobre el grandioso fuego de artificio!. Algo deslumbra que parece magnesio ardiendo o brillante arco voltaico.

Ha oscurecido ya, y sobre las aguas del Volga resurge súbitamente una chispa. Y entonces se eleva un enorme ramillete de fuego rojo y amarillo que en el crepúsculo azulado permanece durante segundos sobre la ciudad incendiada. La antorcha de Stalingrado. Palidece lentamente y con titubeos y se arrastran sobre el río grasientas volutas de humo negro.

¡Mi escuadrilla!

Nuestro aparato es el primero que aterriza y cuando damos con plomo en las piernas los primeros pasos el comandante me tiende un cigarrillo. En el oeste el solo se hunde con fantástica incandescencia. Sobre la llanura se estremece un violado polvo luminoso y la luna creciente se yergue resplandeciente en el sur.

Sobre los tejados.
¿Vuela usted con el capitán K? ¡Ya puede agarrarse!. Le gusta con delirio el vuelo rasante y más de una vez ha barrido las calles de Stalingrado con la corriente de su hélice...” Así me despidieron los camaradas.

Volamos y el capitán canta en voz baja. El motor zumba con uniformidad y casi adormecido. Tenemos buena visibilidad y un viento impetuoso ha barrido la tierra. ¡Va todo tan rápido…! Otra vez gira bajo nosotros la ciudad y las baterías antiaéreas callan porque esta mañana hemos tapado con bombas pesadas las bocas de los enardecidos artilleros. Pasamos a los picados sin vernos molestados. Zumbidos y estruendos, la maquina tiembla y todo el cuerpo se estremece. Todavía más abajo, aún más cerca… dentro de los ondeantes jirones de barro. Pasa el humo rozando la cabina y veo repentinamente la margen del Volga: balsas y gabarras de madera, vigas candentes y voraces llamas.

Habla la ametralladora.


A nuestra izquierda queda Stalingrado; aquí está la fábrica de conservas de pescado por la cual se combate hace ya días. Arde y de sus instalaciones se elevan espirales de humo mientras en sus trémulos flancos se estremece el reflejo de las bombas que hacen explosión. Por encima veo un Ju-87 que gana altura mientras el pesado proyectil cae con velocidad acelerada. ¡Allí está el sitio Mammut de cereales! Sabemos que los soviets han albergado entre sus espesos muros puestos de combate para armas pesadas de infantería y que han transformado en una fortaleza su gigantesca y erguida masa. Vemos a nuestros pies puestos telegráficos. ¡Ya pasaron!

Alarma nocturna.

En nuestro fortín. […] Zumba fuera un motor y empieza clamoroso el estruendo de los antiaéreos. ¡Afuera! Luna llena. En el este se balancea con resplandor anaranjado una bomba luminosa. Llamea y se producen sordas sacudidas. ¡Explosiones de bombas! La artillería antiaérea escupe estrellas y los reflectores resbalan sobre la vía Láctea. ¡Ahí están! UN punto de luz en los tentáculos de los pulpos luminosos. Del avión se desprenden puntos claros. ¡Paracaidistas! ¡Alarma!

El lugar se anima en pocos segundos y las órdenes retumban en la noche. Zumban sin pausa los aviones y detonan las series de bombas. Arde el bosque de encinas secas como yesca, con oscuras llamas rojas.

Lucha sin cuartel.

¡Por la mañana, al mediodía, por la tarde, siempre Stalingrado! Y así desde hace semanas. El enemigo se defiende fantásticamente y nosotros atacamos con fanatismo aún mayor. Otro objetivo: los tanques soviéticos atacan desde el norte y deben aflojar la asfixiante argolla del Volga. Zona de ataque en las cercanías de la estación de Kotluban. Hay una niebla endiablada y la tierra está como cubierta de seda gris. ¡Allí está la estación y el ferrocarril! Toda la trinchera está llena de baterías enemigas empotradas. Comienzan a atronar las sirenas. Curva, amplio círculo y ascenso. ¡Nuevo ataque! Una tupida red de hilos azulado se dirige hacia nosotros y se acerca alevosamente. Disparamos hacia atrás con proyectiles de huella luminosa.

Continuamos volando.

Los heridos que regresan cuentan que cada piedra es un abrigo, cada cas una fortaleza. Si las bombas los destruyen, los escombros son ocupados de nuevo por la noche. El soldado de infantería se abre paso metro a metro hasta Stalingrado.
¡Continuamos volando! Día tras día, operación tras operación. Nos alegramos cuando hay alguna novedad; por ejemplo la de hoy: “hemos cargado bombas incendiarias. Cuando nos separamos del blanco los escombros centellean como un cementerio en día de ánimas. ¡Millares de luces! ¡Te ganamos Stalingrado! ¡Hasta ahora lo hemos tomado todo!


Fuente:
Selección extraida de la Edición especial del Berliner Illustrierte Zeitung. Ediciones El Arquero, 1987.


Saludos.
Última edición por Balthasar Woll el Dom Dic 13, 2009 12:37 am, editado 1 vez en total

Re: Crónicas Signal desde el frente

Sab Dic 12, 2009 11:53 pm

Me ha gustado mucho, Bobby. La narración es tan exquisita que hasta parece bucólico el infierno que se describe.

Re: Crónicas Signal desde el frente

Dom Dic 13, 2009 3:31 am

¿Se puede saber si las crónicas son originales del autor o si han sido "adornadas" por los redactores de Signal? El lenguaje me parece demasiado eufórico y propagandístico. Aunque nunca se sabe.

Re: Crónicas Signal desde el frente

Dom Dic 13, 2009 12:41 pm

Por eso comentaba que estas crónicas tienen mitad de realidad y mitad de romanticismo. En este caso el combatiente contó una experiencia a un redactor de Signal, y éste se encargó de dar forma a la entrevista. En otros casos, es el propio corresponsal quien cuenta en primera persona sus experiencias con alguna división o algo por el estilo, y desde luego el estilo viene siendo muy parecido.

Saludos.

Re: Crónicas Signal desde el frente

Dom Dic 13, 2009 5:59 pm

Me lo imaginaba por el "estilo" de la narración. Demasiado poético, grandilocuente y "wagneriano". Gracias por la aclaración, Bobby.
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