El anciano mariscal, al hacerse inminente la derrota de Francia ante las columnas de Hitler, fue aconsejado para seguir (y dirigir) la lucha desde Argelia.
A los que le planteaban esta posibilidad les contestó que "la patria no se lleva en la suela de los zapatos", negándose en redondo a abandonar el país y (aunque con la muerte en el alma) dio las órdenes para gestionar la capitulación y el armisticio.