Publicado: Lun Jun 28, 2010 7:16 pm
por Bitxo
IX.

Seis hombres armados y enemigos cruzaban juntos los campos al sur de Zherebilovichi. Karl había pedido a Iliá que se abstuvieran de matar soldados alemanes en caso de ser descubiertos. Al menos mientras existiera la posibilidad de que él pudiera engañarles. Iliá había aceptado encantado. Lo único que le faltaba es que se armara un tiroteo y apareciera allí media Alemania. También habían convenido que los dos alemanes irían en cabeza tanto para guiarles como para que, si eran avistados por una patrulla, esta se tranquilizara al ver que eran de los suyos. Iliá había tratado de imponer que él también fuera en cabeza, pues consideraba la posibilidad de una encerrona. Pero la lógica se impuso y tuvo que ceder en aras de la seguridad del grupo.

No avanzaron demasiado hasta que Karl hizo señas para que se detuvieran. Allá, a unos doscientos metros, había una isba de donde emergía una tenue luz por la ventana.

- ¿Es allí? -preguntó Iliá.
- Sí.
- ¿Y no hay guardias? -preguntó desconfiado.
- Sí que los hay, pero no los vemos aún. Se esconden porque su jefe no quiere llamar la atención. Con un poco de paciencia los iremos descubriendo y trazaremos un plan.
- Pues no tenemos toda la noche.
- ¿Tienes ganas de morir?
- No. De lo que tengo ganas es de librarme de tí y regresar a Gutka.
- Si te sirve de consuelo, a mí tampoco me agrada la idea de que me pillen con partisanos.
- Al menos tenemos un punto en común. Ninguno de los dos queremos morir como traidores.

Iliá y Karl se miraron un par de segundos. Con toda probabilidad, pensó, ninguno sabía qué veía en el otro. ¿Cómo era posible que él, el patriota que odiaba a los alemanes, el politruk que había instigado ese odio visceral en sus camaradas ahora estuviese allí compartiendo objetivo con aquel oficial?

- Me han dicho que esta mañana os habéis portado muy bien en el bosque.

Iliá se movió molesto. Ya se había dado cuenta de la habilidad del Capitán para captar la tensión del momento y lograr rebajarla con un comentario destinado al agrado.

- Sí. Os hemos dado una buena paliza -replicó altivo.
- Bueno... Por lo que se no pensaron que fuérais tantos. Por otro lado no te creas que están del todo descontentos.
- Pues deberían.
- No. Consideran que os han debilitado sobremanera y que ya no sois una amenaza seria para las comunicaciones, que era de lo que se trataba.
- Espera que llegue el invierno y verás.

Karl se sonrió.

- ¿En serio crees que aguantareis tanto tiempo?
- Aguantaremos lo que haga falta.
- Tu amigo Stalin se rendirá antes.
- Claro, como cuando os acercasteis a Moscú...

Ahora fue el alemán el que se mostró molesto, pero no dijo nada. Le dijo algo a su soldado y este inició un acercamiento hacia la isba.

- Es hora de moverse. Hay dos soldados de las SS. Uno está en la pared izquierda, tras esos arbustos que tapan la cerca. El otro vigila la puerta desde los manzanos, allí, ¿lo ves?

Iliá tuvo que admitir para sus adentros que mientras él se enfrentaba en una discusión sin sentido su homólogo había estado muy atento.

- Vamos pues. Nosotros nos encargaremos del que está más lejos, si te parece. Somos más y nos coordinaremos mejor entre nosotros que con tu soldado que no habla nuestro idioma.
- Me parece bien. Y nada de disparos.
- ¿Nos oísteis cuando matamos a Rogov?

Karl se sonrió otra vez.

- Como ves, también hay gentuza entre los soviéticos. Yo mismo le hubiera matado por lo que le hizo a Nadia. Pero os adelantasteis.

Iliá siguió a sus tres partisanos que ya se arrastraban hacia el huerto de manzanos en la oscuridad de la noche. Por señas convinieron que los dos mujiks se quedarían vigilando en el borde del terreno por si alguno pretendía entrar o salir de la casa. Él y Mijaíl se encargarían del vigilante.

Los segundos transcurrieron con una densidad agobiante. Se movían milímetro a milímetro, sin hacer ruido, ahogando la respiración. El soldado de las SS era una sombra que se confundía con el árbol donde se apoyaba. Parecía relajado, confiado en que nada habría de suceder. Faltaban unos pocos metros, un par de árboles. Iliá y Mijaíl se habían separado un poco para acometerlo por dos lados a la vez. La sangre se bombeaba con violencia y el sudor se refrescaba erizando la piel. Entonces se oyó junto a la casa un breve tumulto de cuerpos que chocan y un gemido apagado apenas había nacido. El soldado se irguió como por un resorte y quiso empuñar su MP. Pero Mijaíl ya se había abalanzado sobre él desde atrás y le tapaba la boca al tiempo que le inmovilizaba el brazo. Iliá se lanzó contra él pero recibió una patada que restó fuerza a su puñalada. Sin pensárselo dos veces, Iliá sacó la hoja de acero y volvió a hundirla haciendo fuerza con todo su cuerpo, empujando a los dos hombres hasta derrumbarlos en el suelo. Una vez sobre él, tuvo que hacer un esfuerzo por sacar el puñal e iba a hundirlo de nuevo cuando vio la hoja de Mijaíl abrir la garganta. Ambos se quedaron ya quietos hasta que el soldado dejó de convulsionar.

Un asqueado Iliá dio nuevas instrucciones a los mujiks para que aguardaran allí vigilantes. Karl ya estaba en la puerta y su soldado vigilaba desde donde yacía su víctima. Se miraron un momento y asintieron. Mijaíl abrió la puerta de una patada y los dos oficiales entraron en tromba. Iliá no vió otra cosa que no fuera al oficial de las SS en calzoncillos al lado de una cama. Se echó sobre él con toda su furia y lo apuñaló una y otra vez notando cómo algo caliente y pegajoso se adhería a su pecho y su cara. El sabor de la sangre lo excitó aún más y le asestó la puñalada final por debajo de la nuez. Cuando se incorporó vio a Karl a su lado con los brazos colgando y su puñal en la mano. Le miraba asombrado por su ferocidad y se limitó a guardar el puñal.

- Bien -dijo al fin-, ¿qué hacemos con la niña?

Iliá ladeó la cabeza y vio la por fin. Estaba acurrucada en la esquina y se cubría el rostro con dos brazitos que, junto a las piernas flexionadas, daban una idea de su escualidez. Iliá resopló y se levantó. Karl le ofreció un pañuelo y le hizo señas para que se secara la sangre de la cara. Aquella era la segunda criatura que salvaba esa noche. Y también la segunda que le veía como un animal salvaje. Tragó de nuevo una saliva espesa como su cabeza y miró al Capitán alemán.

- Se nos hace tarde para regresar con alguna seguridad. ¿Puedes hacerte cargo de ella?
- No puedo llevarla al pueblo. No conviene que me vean con ella. En realidad, no me conviene que me vean. Pero supongo que dejándola cerca de alguna granja bastará.

Iliá asintió.

- Vámonos, pues. Pero antes tengo que hacer una cosa.

Se agachó sobre el cadáver del oficial y le arrancó los galones y las insignias.

- ¿Un trofeo? -inquirió Karl.
- Yo también tengo mis problemas con mis superiores. Con esto alejaré sospechas de mí y de mis soldados.

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