Publicado: Dom Jun 27, 2010 2:30 am
por Bitxo
La situación (IV).
Vova y los hombres del bosque (1): Una mirada triste.


I.

Los dos botones le miraban con insistencia demoledora. Eran lo único que destacaba en aquella bola de tela de saco rellena de trapo, cosida a un cuerpo y extremidades de iguales materiales. Estaba cansado y pese a que la guapa muchacha le había dado de comer antes de partir, aún sentía en el estómago el vacío de días de penuria mientras vagabundeaba por los campos llevándose briznas a la boca, o mendigaba por el pueblo un trozo de pan. La muchacha le había dado una taza de leche tan blanca como su piel, y una rebanada de pan negruzco untado con manteca. Guarda esto para el camino, le dijo dándole unos blinis envueltos en un pañuelo también blanco. Luego se había agachado hasta colocar su bonito rostro con diminutas pecas a la altura del suyo, y le había dado el muñeco. Llévaselo a los hombres del bosque, había añadido con tanta seriedad que sus labios se habían apretado hasta hacer desaparecer la sangre y el azul de sus ojos parecía querer envolverle. ¡Era tan limpia y bonita la muchacha! ¡Se había portado tan cariñosamente con él! Ahora los botones le exigían el cumplimiento del encargo. Pregunta por Kuchma y por su oficial, el politruk Iliá. ¿Te acordarás? Kuchma. Iliá. Él había asentido tantas veces como había escuchado aquellos nombres, con un nerviosismo surgido de la rareza de aquella petición. Normalmente los mayores le solicitaban ayuda para acarrear la fruta o el grano, pero nunca para ir a ver a los hombres del bosque. ¿Quiénes eran aquellos hombres del bosque? ¿Por qué debía llevarles aquel feo muñeco de tela de saco y trapo que le miraba severo desde los botones? ¡Los mayores eran tan extraños! Siempre atareados y con prisas sino borrachos, exhalando humo de papirosi. Pero la muchacha era diferente. Había sido cariñosa con él, y le había dado de comer sin pedirle que acarreara pesados sacos de donde no le permitían coger nada para sí. Y por ello quería cumplir su encargo. Lo haría lo mejor que pudiese y regresaría para demostrarle que lo había hecho Quizás así su rostro blanco moteado y el azul de sus ojos se iluminaran, y sus labios dejaran de apretarse para sonreir. ¡Qué bonita resultaría la muchacha al sonreir! Y, ¿quién sabe? A lo mejor le daba más leche y pan. ¿Y si le daba más blinis? Nunca nadie le había dado blinis. Pan y leche sí, pero nunca blinis. Y ahora podía sentir el aroma de aquellas maravillas rellenas de patata que guardaba en el bolsillo de la chaqueta. Podía sentirlo incluso a pesar del penetrante olor a pino. Miró hacia delante tratando de descubrir algo tras los árboles, pero sólo se adivinaban más y más troncos. Una eternidad de espesura amenazadora donde no parecía haber nadie. Palpó los blinis con la mano y decidió que pararía a descansar y a comérselos. Guárdalos para el camino, le había dicho la muchacha. Y él lo había hecho. Pese al hambre que tenía, los había guardado mientras recorría los campos entre Baranavichy y aquel bosque, y había seguido haciéndolo al internarse en él. Era justo, entonces, que por fin pudiera comérselos. Estaba seguro de que la muchacha no se enojaría si le viese. Se sentó sobre un tronco caído y extrajo uno de los blinis. La base aún tenía pegada algo de manteca gelatinosa que pringaba sus dedos y, la parte superior, dorada por el fuego, confería al enrollado un aspecto maravilloso. Ya en la boca, tras romper la coraza, la patata se mezclaba con la gelatina y colmaba todas sus espectativas.

- ¿Qué haces tú aquí?

Se levantó como por un resorte y logró enfocar la figura que tenía a su lado, a unos metros. Era un hombre fornido que parecía nacer de unas botas que le llegaban casi hasta las rodillas, donde embutía el pantalón. Sobre la chaqueta se veía un cinturón con un cuchillo y un extraño objeto que, supuso, era lo que llamaban una granada. Portaba un fusil y calaba la gorra hasta las cejas. Guardó de inmediato el blini a medio comer y, tragando a toda prisa el bocado junto al susto, le preguntó:

- ¿Eres un hombre del bosque?

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