Publicado: Sab Oct 03, 2009 4:53 pm
por Bitxo
VII.

Un pasillo tras el escenario conducía al camerino. La muchacha que les guiaba iba muy maquillada y resultaba muy bella y grácil con su vestido de campesina. La puerta se abrió y los partisanos, con Kuchma a la cabeza, entraron en el camerino. La habitación estaba bien iluminada y allí Iliá apercibía mejor los rasgos de las chicas, algunas de las cuales se estaban desmaquillando. Sin el maquillaje vuelven a ser unas campesinas, pensó al fijarse en el maltrato que el sol y la penuria había impuesto en las jóvenes.

- ¡Nadia!
- ¡Kuchma!

Los jóvenes hermanos se abrazaron durante largo tiempo, sollozando. Mijaíl, Babkin e Iliá se mantuvieron al margen, expectantes. Ninguno de los tres podía evitar pensar más en el peligro que corrían que en la felicidad de aquel reencuentro. Iliá, además, recordaba las palabras e Petrenko y su conversación con Mijaíl.

- Nadia… ¿podemos hablar en privado?
- Sí, Kuchma, anda, ven…

La chica cogió la mano del hermano y lo condujo hacia fuera. Los otros tres partisanos les siguieron. Nadia no pareció sorprenderse de aquella compañía e Iliá supuso que conocía la situación de partisano de su hermano. Más al fondo del pasillo había otra puerta que daba a la calle. Cruzaron hasta el otro lado y Nadia entró en una isba. Allí el calor no era tan sofocante como en el teatro ni había tanta luz como en el camerino. Era una isba muy sencilla, sin nada que la decorase.

- ¿Dónde estamos? –preguntó Iliá.

Nadia le miró incómoda y aquello confirmó la sospecha del politruk de que sabían que eran partisanos.

- Vivo aquí –dijo sin dejar de conformar una sonrisa.

Mijaíl miró a Iliá, pero no dijo nada. Kuchma sólo tenía ojos para su hermana.

- Nadia, he venido para rescatarte.
- ¿Rescatarme? –preguntó confusa Nadia.
- Sí, Nadia, para llevarte conmigo al bosque. He matado a Rogov. Ya no volverá a hacerte daño.

El rostro de Nadia tranmutó de la felicidad a la perplejidad, y de inmediato zozobró hacia la tristeza. Kuchma, en cambio, continuaba irradiando su ignorancia sobredimensionando las cuencas de los ojos. Iliá se puso aún más nervioso y miró de reojo a los otros dos. Mijaíl se llevaba la mano bajo la pelliza y Babkin le imitaba. Él decidió hacer lo mismo.

- Kuchma, hermano, es cierto que Rogov me trató mal. Y si le has matado a ese cerdo has hecho bien. Pero yo aquí estoy bien. Trabajar en el teatro me da para comer y evita que me deporten a Alemania.

Kuchma parpadeó dos veces.

- ¿Y esta isba de quién es? –intervino Iliá.
- Es mía, bueno…
- ¿Es tuya? ¿El teatro te da como para haberte hecho esta isba? Esta isba está en el centro del pueblo. Debe llevar aquí mucho tiempo.
- No, no… -Nadia trataba de reponerse, pero se la veía muy azorada- Era de unos judíos que se los llevaron a otro lugar.
- ¿A otro lugar? ¿A dónde?
- Pues… No lo se. Yo…
- ¿No sabes a dónde llevan a los judíos los alemanes? ¿No sabes nada de la fosa que hay junto al camino a Polonka?
- Yo… No…

Nadia se debatía y evitaba la mirada inquisitiva de Iliá.

- Pero… ¿qué haces? ¡Es mi hermana!

Kuchma parecía refugiarse en el enfado con Iliá de la inesperada respuesta de su hermana. Era como si se zafase del desengaño de un encuentro idealizado echándole a él la culpa.

- Kuchma, te recuerdo que eres un soldado y yo tu oficial al mando.
- ¡Es mi hermana, maldita sea! ¿Por qué le haces esas preguntas?

En ese momento se abrió la puerta de la isba. Un hombre alto descubrió los cabellos rubios al quitarse la gorra y se quedó parado en el vano de la puerta. Iliá se quedó embobado dos segundos mirando la placa metálica que pendía de una cadena en su pecho, donde unos garabatos fosforescentes rezaban Feldgendarmerie bajo el águila alemana. A la izquierda, otra águila naranja y, a la derecha, la plateada del Ejército, ambas portando la esvástica en sus garras. Al tercer segundo vio cómo Mijaíl, el cual debió reaccionar al oir la puerta y se había deslizado al otro lado de esta, sacaba su Tokarev y lo amartillaba. Bendito Mijaíl, pensó Iliá al tiempo que tragaba saliva y reparaba en la charretera con dos distintivos amarillos.

El alemán se recuperó de la sorpresa de ver a Iliá, Babkin y Kuchma en la isba. A Mijaíl no podía verlo porque se lo tapaba la puerta abierta. Indeciso, se decidió a hablar titubeando un ruso con marcado acento alemán.

- Esto… Yo… Nadia, no te vi en el teatro y pensé que estabas mal…

Nadia se repuso también y actuó con naturalidad.

- Klaus, te presento a mi primo de Slonim, Kuchma, y sus amigos…
- Iliá, yo me llamo Iliá.
- Babkin, señor.
- Amigos, él es el Capitán Klaus Bachmann.

El alemán les sonrió educadamente y avanzó un paso más. Entonces la puerta se cerró tras él y, al girarse extrañado, tuvo que enfocar los ojos para discernir con claridad el cañón de la Tokarev que Mijaíl le encaraba justo a la altura de la frente.

- Una sola palabra y te reviento la cabeza.

Iliá era la primera vez que veía a Mijaíl en acción, y muy agradecido comprobaba que era uno de los mejores.

- ¡No, no le matéis! ¡Por favor, no le matéis!

Nadia se había arrojado a los pies de Iliá y este trataba de apartarla empujándola con la rodilla. La chica se levantó entonces y se abrazó a su hermano.

- Kuchma… Por favor, hermano… Diles que no le maten…

Iliá podía ver la cara de horror de Kuchma. Instintivamente había llevado los brazos a la espalda de su hermana pero, sin completar el abrazo, se mantenían absurdos a mitad de camino. La chica, sintiendo la falta de afecto, se separó y se enjugó las lágrimas tratando de recobrarse. El alemán y Mijaíl se miraban fijamente sin decirse nada. Todos allí comprendían lo que significaba que el Capitán pidiera auxilio o que la Tokarev tronara en el silencio de la noche.

- Vosotros no entendéis nada… -se oyó de nuevo a Nadia- No entendéis lo difícil que le resulta sobrevivir a una mujer en esta maldita guerra. Vosotros sóis hombres y os váis al bosque para combatir. Pero aquí quedamos las mujeres con los viejos y los niños y los alemanes o los milicianos pueden hacer con nosotras lo que les plazca.
- Pero, Nadia… He venido a salvarte. He venido a llevarte conmigo al bosque. Allí estarás a salvo.
- ¿A salvo? –Nadia se permitió una mirada donde se mezclaba la ira, el reproche y la burla- La guerra es cosa de hombres. Antes o después morirás, Kuchma, en un absurdo combate. ¿Y qué será de mí entonces? ¿Cómo esperas que pueda vivir en el bosque? Allí no hay lugar para un chica y tú lo sabes, hermano. Yo no puedo vivir allí, no puedo con esta guerra… Aquí es donde estoy a salvo. Klaus me protege y se porta muy bien conmigo. Para él soy algo más que una mercancía o una mula para el arado.
- Pero… Nadia… Él… ¡Es alemán!
- Es un hombre que me cuida, Kuchma. Perdóname, pero ni tú ni padre podéis hacer eso. Gracias a Klaus estoy bien alimentada y vestida. Y no tengo por qué ir a Alemania a trabajar. Él me quiere y yo… -Nadia se ruborizaba y Kuchma dejaba su boca abierta mientras sus ojos se precipitaban al vacío-. Las mujeres no somos nadie, Kuchma… Permite que tu hermana goze de alguna felicidad.

Ahora la chica había levantado la mirada buscando la de su hermano. Iliá tuvo que admirarse por su esfuerzo en mostrarse digna. Pero ahora no tenía tiempo de analizar la densidad del reencuentro.

- Alemán, veo que conoces nuestro idioma.

El Capitán se giró hacia Iliá.

- Sí, Nadia me enseñó.
- Pues escúchame bien porque no te lo voy a repetir. Tú y la chica os venís con nosotros hasta que estemos a salvo fuera de Baranavichy. Una sola palabra, un solo movimiento y os matamos a los dos. ¿Estamos?
- Comprendo. Pero, ¿y luego? Se que vas a matarme. Pero quiero tu palabra de que la dejarás vivir. Lleváosla al bosque, pues aquí sospecharían de ella y la colgarían para vengarme.

Iliá no supo en ese momento qué le sorprendió más, que el alemán aceptase con tamaña serenidad su suerte, que tratase de salvar a la chica o que pudiera confiar en la palabra de un partisano.

- Puedes estar seguro de que la chica vivirá. Te doy mi palabra de oficial.

El alemán abrió un poco más los ojos al descubrir que Iliá también era un oficial.

- De oficial a oficial, pues –contestó manteniéndose digno.
- Aquí no va a morir nadie –espetó Nadia con fuego en los ojos-. Si él tiene que morir, moriremos todos pues me pondré a gritar. Prométeme ahora mismo que respetarás su vida.

La chica sostuvo la mirada de Iliá, manteniendo vivas las llamas que crepitaban en su interior. El politruk entendió que no cedería ni bajo amenaza de muerte. Lo ideal era matar al alemán allí mismo, pero no podía utilizar la Tokarev porque el estampido alertaría a sus soldados, ni tampoco el cuchillo porque la chica tendría tiempo de gritar. En la cabeza de Iliá emergió una voz conocida desde el abismo de la memoria: La situación es esta…, y otra vez maldijo su suerte.

- Está bien. Tú ganas. El trato es el siguiente. Nos ayudaréis a salir de aquí acompañándonos hasta que estemos cerca del bosque. Si topamos con soldados, diréis que vamos a una fiesta en una granja camino a Polanka a donde han llegado tus familiares de Slonim. Una vez estemos a salvo, os dejaremos libres. ¿Estamos de acuerdo?
- Estamos de acuerdo –dijo el alemán.

Nadia agarró a Iliá por las solapas del abrigo.

- ¿Tengo o no tengo tu palabra? -sus ojos centelleaban.
- La tienes.

Mijaíl bajó el arma y se la guardó en el bolsillo del abrigo para tenerla más a mano. El resto hizo lo mismo.

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