Publicado: Sab Oct 03, 2009 4:51 pm
por Bitxo
IV.

A Rogov parecía enderezarle el frío. Caminaba con torpeza bajo el efecto del vodka dando pasos cortos para no resbalar ni perder el equilibrio, y parecía sujetarse así mismo al llevar cruzados los brazos frente al pecho. Iliá observaba más a Kuchma y a Babkin que a Rogov, si bien no dejaba de interesarse por aquel hombre que se había granjeado el odio de toda la comarca. Era la primera vez que le veía y, allí en la oscuridad, el enjuto hombre que escondía el rostro en la ousanka (gorro ruso) le producía una decepción acrecentada por su estado de ebriedad.

- Más nos vale que lo hagan rápido y sin ruido –susurró.
- Lo harán bien –contestó Mijaíl-. Están motivados.

Iliá tuvo que reprimir una carcajada ante el comentario de su amigo, pero se esforzó por no llamar la atención. Rogov se acercaba sin saberlo hacia su muerte. Una muerte garantizada por su contínuo aprovechamiento de la situación. Le estará bien empleado, pensaba.

Faltaban unos metros. Unos interminables pasitos inseguros en la nieve. La helada le mantenía en pie y para los vigilantes partisanos era lo único que se la hacía recordar. Iliá sentía hervir su sangre en el cuerpo e imaginaba el rojo elemento fluir por las venas de los muchachos a la velocidad del rayo. Rogov iba a morir. Aquello que parecía imposible meses atrás estaba a punto de suceder. Le matarían y regresarían a Gutka como si cualquier cosa, no sin antes beber aguardiente y fumar papirosi en la isba de Petrenko. La justicia por fin regresaba a los habitantes de aquella región bielorrusa, de igual manera que regresaba en el lejano frente, en las batallas que libraba el Ejército para expulsar a los alemanes de Moscú. Matar a Rogov resultaba la manera partisana de proclamar una victoria cercana, de restaurar la confianza en el régimen y en sí mismos.

Dos bultos surgieron tras la valla del huerto. Los cuerpos chocaron y se oyó un conato de grito. Pero Babkin ya le tapaba la boca desde atrás al tiempo que lo agarraba de un brazo. Kuchma le golpeó en el estómago para ganar tiempo y sacar el cuchillo. Iliá no lo vio dudar ni un segundo cuando comenzó a apuñalarle. Babkin, viendo que se quedaba atrás, soltó el brazo de Rogov para coger su cuchillo y clavárselo por los riñones. Rogov debía ser un hombre fuerte pues, pese al ímpetu de los jóvenes, no cesó de forcejear y se mantuvo en pie hasta la novena puñalada. Entonces cayó de rodillas al suelo, y del golpe cayó su sangre en la nieve. Ya no hacía falta sujetarlo ni amordazarlo y los partisanos podían ahora ganar impulso en sus cuchilladas, atravesando con facilidad la pelliza. La terrible escena comenzó a molestar a Iliá.

- ¡Chssst! –les llamó la atención para pasarse un dedo por la garganta- ¡Acabad ya!

Kuchma estaba demasiado enardecido para atender a Iliá, pero Babkin sí se percató y cumplió la orden. Echó hacia atrás la cabeza de Rogov agarrándola por la ousanka y le rajó de oreja a oreja. Un borbotón de sangre se liberó del cuerpo que se precipitaba hacia atrás. Rogov había muerto y todos contenieron un ¡hurra!. Babkin dio un golpe en el hombro de Kuchma para sonsacarlo de su éxtasis y echó a correr hacia donde estaban Iliá y Mijaíl. Pero Kuchma se quedó allí parado, de pie con el cuchillo en la mano, desde donde goteaba la sangre.

- Pero… ¿qué hace? ¡Ven, maldita sea!

Kuchma seguía quieto, mirándoles como si no les viera y volteando la cabeza a cada momento hacia el interior de Baranavichy.

- Mierda… -se oyó a Mijaíl.
- Pero, ¿no me ha seguido? –inquirió Babkin que ya se reunía con ellos.
- No se qué hace ese estúpido –se enfadaba Iliá.
- Quiere quedarse, el muy idiota.
- ¿Qué dices, Mijaíl? ¿Quedarse?

- Perdonadme… -se oyó susurrar a Kuchma-. Debo ir a por mi hermana.

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