Publicado: Sab Oct 03, 2009 4:48 pm
por Bitxo
La situación (III): Nadia. Nadie.

I.

El humo expelido se acumulaba en el bajo techo de la isba de Petrenko, el padre de Babkin. Liudmila, la madre, ya hacía tiempo que se había retirado dejando a los hombres en su cháchara sobre aquello que tanto detestaba: la guerra. Padre e hijo se sentían felices de poder estar juntos tomando vodka y fumando papirosi sin miedo a un arresto. El invierno había caído sobre los alemanes cual justicia divina y sus tropas estaban empeñadas en un caos de agrupaciones inconexas que hacían frente a la furia de un Ejército Rojo que les devolvía la gentileza de tratar de llegar a Moscú. La escasa Feldgendarmerie igualmente buscaba refugio del frío y de las alocadas salidas de Gutka del grupo Vasili. Aquellos eran buenos tiempos para los partisanos y para todos los soviéticos entre Baranavichy y Slonim que estaban de su parte. Granjeros que como Petrenko tenían algún hijo escondido en el bosque y que por fin podían reunirse durante la noche.

Iliá no podía eludirse de aquella atmósfera de extraña felicidad. Con las buenas noticias que llegaban desde el frente, la facilidad con la que llevaban a cabo sus misiones de sabotaje al estar los alemanes escondidos y aquella sorprendente reunión familiar. Ciertamente, tras meses radicado en Gutka, la pequeña isba de Petrenko repleta de humo resultaba sumamente grata. Pero había algo más. Mijaíl estaba con él. Desde que se uniera al grupo, Vasili había mostrado su desconfianza al no mandarles juntos en una salida. A Mijaíl siempre le había mandado con Baranov. Con él, en cambio, había sido más indulgente y le había permitido comandar sus propias salidas, pero no sin la compañía de Kuchma y Babkin. Esa mañana, Demin le había dicho el acostumbrado Vasili quiere verte, solo que Vasili no le había dicho lo de siempre.

- Iliá, pienso que ya es hora de que usted y su amigo Mijaíl vayan juntos en una salida.

Vasili le había observado tratando de captar alguna reacción involuntaria en su rostro. Y a Iliá no le cabía la menor duda de que la había encontrado, pues siempre había deseado salir del bosque con Mijaíl. Él era, ante todo, su amigo. No era sólo un compañero de armas con el que entablar la misma conversación políticamente correcta mientras iban y venían por Gutka. Y fuera de allí, Iliá estaba deseoso de poder contar con algo más que un profesional del sabotaje, del asesinato o de la extorsión; de contar con alguien en quien realmente podía confiar más allá de un interés mutuo en salvar la vida. Porque Mijaíl era su amigo y eso era un lujo que muy pocos podían disponer en aquel mundo de odio y muerte, venganza y presunción de valor.

- ¿Ya confía usted en nosotros, camarada General?
- Bueno, no voy a negar que ambos han prestado un gran servicio en la lucha contra el enemigo. Y Didenko desea regresar con Baranov. Ya sabe. Los dos están igual de locos.
- Por mi parte no voy a negar que me alegra la noticia.
- Lo se. He pensado que esta noche podríais ir a ver a Petrenko para lo de siempre, comida e información. Que os acompañen Kuchma y, por supuesto, Babkin.

Y allí estaban él, Mijaíl, Kuchma y un feliz Babkin contento de poder reunirse con su padre, y además de que este le mostrara lo orgulloso que estaba de su hijo por su lucha contra el invasor. En aquella pequeña isba apartada de Zherebilovichi, casi enterrada por la nieve, Iliá absorvía toda aquella bienaventuranza y veía en ella un signo de un futuro próspero donde ellos, los nuevos bolcheviques, los héroes que derrotarían al fascismo alemán, sentarían la base para una nueva sociedad donde el gobierno fuese capaz de convencer a todos aquellos mujiks que habían sufrido el azote del invasor. Miraba de reojo a su amigo Mijaíl, tan refractario siempre a compartir su ilusión por un mundo mejor, y se regocijaba al ver que incluso él no podía escapar de la magia del momento, con el rostro enrojecido por el vodka y los ojos entrecerrados por la persistencia del papirosi, mostrando en todo momento una amable sonrisa y dando señales de aprobación a los constantes guiños entre padre e hijo. Probablemente, pensaba, la escena le recordase alguna otra análoga en su propio hogar. Un padre contento con su hijo por la tarea realizada en la granja. Un padre apenas disfrutado porque se lo llevó el Partido… Sí, quedaba mucho por hacer. Pero se podía hacer. Ese preciso momento en la isba de Petrenko era una prueba de ello.

Sólo Kuchma podía irrumpir con su ansiedad habitual en aquel reducto inmerso en la guerra.

- Petrenko, ¿tiene usted alguna novedad sobre Rogov?

Todos allí sabían que si Kuchma preguntaba por Rogov era porque, en realidad, preguntaba por la oportunidad de matarle y rescatar a su hermana Nadia.

- Rogov… Ese maldito asesino…

Mencionar a Rogov suponía llamar siempre a la rabia, al odio y a la venganza que todo partisano y granjero afín sentían por su culpa. Pero hacerlo en la isba de Petrenko era además lanzarlo a la consternación.

- Ese maldito perro mató a mi Feklenko…
- Padre, acabaremos con él. Te doy mi palabra.

La voluptuosidad del papirosi se quebró en un instante, y el vodka ya no inspiraba más que una violencia difícilmente contenida.

- Si no fuese tan viejo, Babkin, estaría en el bosque con vosotros -Petrenko se había apoyado en su ira para sobreponerse a la tristeza-. Escuchadme bien todos. Rogov ha perdido poder en la misma medida que lo han perdido los alemanes. Su milicia ya no es tan valiente desde que ellos se han refugiado en Baranvichy y Slonim y apenas salen de allí.
- Es cierto que ya no hay tantos alemanes por aquí. Eso se nota mucho en nuestras salidas –aseveró Mijaíl.
- Sí –se rió un poco Petrenko-, a ellos no les gusta nuestro invierno. Empeñaron toda su reserva en el frente y ahora no quedan muchos por aquí. Los pocos que quedan se limitan a vigilar como pueden el ferrocarril y algunos cruces en la carretera. En Baranavichy no hay muchos, y suelen estar borrachos o dormidos. Ya no hay tanta disciplina como antes. Casi todos van a una especie de teatro que ha montado Rogov y Stepanchuk, el starosta, para que se entretengan. Rogov va allí cada noche y se emborracha con los oficiales. Luego regresa solo a casa muy tarde.
- ¿Dices que regresa solo a casa? ¿No le acompaña ningún miliciano?
- No, no. Él está enamorado de una de las actrices, una tal Katia. Prefiere ir y venir solo porque piensa que así no se enterará Niusa, su mujer.

Todos se rieron de aquello. ¡El gran Rogov temeroso de su mujer!

- Es el momento perfecto para ajustar cuentas –expresó Kuchma lo que todos pensaban.
- Sí, estoy de acuerdo. Pero debemos regresar a Gutka para avisar a Vasily. Ya sabéis que no debemos actuar por nuestra cuenta –aclaró Iliá.
- Baranov sí actúa por su cuenta –se enfadó Kuchma.
- Pero yo no me llamo Baranov. Además, Vasily puede disponer de más información de utilidad. Él recoge información de todos nosotros. Y es ya tarde. No llegaríamos a Baranavichy antes del amanecer y sería imposible actuar de día. De hecho debemos regresar ya a Gutka.
- Muchacho, haz caso al politruk. No es buena idea que os precipitéis. Aún queda invierno por delante y esa Katia parece que no soltará a Rogov mientras este pueda protegerla.
- Está bien, está bien. Tenéis razón –admitió Kuchma-. Petrenko, ¿sabe usted algo de Nadia, mi hermana?

El rostro de Petrenko se ensombreció y todos temieron lo peor.

- Hijo, escucha, tu hermana está viva. Pero es mejor que no vayas a buscarla.
- ¿Y por qué no debo ir a buscarla?
- Hijo, hay cosas que tú aún no sabes de la guerra. Para tí la guerra es Gutka y no sabes todo lo que pasa por aquí.
- ¿A qué te refieres?
- Muchacho, sigue el consejo de este anciano. No busques a tu hermana. Ella sabe cómo sobrevivir. Es valiente y hace lo único que puede hacer. Tú no puedes ayudarla ahora.
- Pero… ¡No entiendo nada!
- Iliá, marchaos ya. Se os hace tarde y si os demoráis correréis un peligro innecesario.

Todos se levantaron y recogieron los atillos donde habían metido la harina y la panceta que les había guardado Petrenko. Kuchma estaba muy confuso, pero entendió que debían marcharse cuanto antes. El viejo asió a Iliá antes de que saliera por la puerta y acercó su desdentada boca a su oído.

- No permitas que vaya a buscarla. Es muy joven y no lo entenderá.

El propio Iliá no entendía a qué se refería, pero intuyó que el anciano sabía de lo que hablaba y agradeció su consejo. Ya fuera, el frío les cortaba la piel del rostro y se concentraron en caminar para no quedarse congelados.

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