Publicado: Dom Sep 20, 2009 10:44 pm
por Mamaev Kurgan
LOCURA



El cielo estaba nublado. Las grises nubes se movían lentamente, acompañadas por el suave viento de la estepa. Vi a Schneider, estaba sollozando mientras releía una carta una y otra vez. A su lado, Oppenheimer, que estaba durmiendo. Noté una sonrisilla en sus labios. Soñaría con sus queridos. Herbert estaba sentado enfrente de una ametralladora, medio dormido. Para qué servía, si íbamos a matar personas iguales que nosotros. De repente pensé en mi hija y mi mujer. Me las imaginaba en casa, enfrente de la chimenea, calentándose mientras bebían un cuenco de sopa. El invierno alemán no da tregua.
Pero yo aquí, tenía frío, mucho frío. Ayer se llevaron a Klaus. Se volvió loco. Se pegó un tiro. Yo era lo que quería hacer. Un tiro. Se acabó. Acabar ya con esto. De repente, en la trinchera rusa, un pitido. Se pudo oír el “clac” que suena al calar la bayoneta. Suspiré. Centenares de rusos salieron de su trinchera, corriendo. Nos levantamos, cogimos nuestros fusiles medio congelados, y los apoyamos en el borde de la trinchera. Les miré a la cara. Desesperación. Agonía. Humillación. Vi a uno que mientras corría se clavó la bayoneta en la barriga. Cayó al suelo, inerte. Empecé a sollozar. No podía más. Los rusos se acercaban peligrosamente. Disparé. Di a un ruso en la pierna. Se cayó al suelo. Comenzó a llorar. Un comisario que iba detrás le arrastró y le obligó a levantarse. Él no podía, lloraba a moco tendido. Se negaba a levantarse. Acabó con él. Vi en la cara del comisario la desesperación, la obligación de hacer algo que él no quería. Pensé en la familia del ruso que acababa de matar. Me pegué cabezazos contra la pared de aquel agujero repugnante. No podía más. Sabía que nunca podría cargar con el peso de haber destrozado la vida de una familia. Sus hijos estarían en el colegio. Ni se lo imaginarían. Recordé cuando me alisté. Tenía ilusión de matar personas no alemanas. A mis espaldas, una vaga idea de lo que era la guerra real. Me la imaginaba fácil, llena de medallas, condecoraciones, y halagos. Mentira. Ya podría ser así. Maldije ese día.
Disparé otra vez. Di a un chico muy joven. Debía tener 15 años a lo sumo. La bala le reventó el casco, que voló en pedazos. Le hice una brecha enorme. No paraba de sangrar. Huyó. Corrió hacia su trinchera. Una ametralladora le disparó en la cabeza. No lo podía soportar. Cogí la pistola. Acabaría con todo esto. Apreté el gatillo…

Espero que lo disfrutéis leyéndolo como yo escribiéndolo.

Saludos¡¡