Publicado: Lun Ago 24, 2009 10:44 pm
por Bitxo
IV.

Recorrieron agachados los campos vacíos hasta una línea de fresnos que los separaban del camino. Iliá no podía reprimir la reverberancia de la última vez que estuvo en aquellos campos. Nada más bajar el terraplén había vuelto a sentirse desnudo en aquel inmenso espacio diáfano. El hecho de que fuese época de siembra no hacía más que empeorar el ataque de pánico. Una noche como aquella, hacía dos meses, salvó milagrosamente su vida.

Donde estaban, el terreno se hundía lo suficiente como para que no pudieran ver nada en los extremos del camino. Didenko fue hacia el lado que llevaba a Lokhozva, y Kuchma al contrario, hacia la carretera que unía Slonim con Berezkova. Al cabo de unos momentos, ambos dieron señales con el brazo de que estaba despejado y se reunieron con Didenko. Baranov les guió hasta un bosquecillo donde pudieron esconderse de nuevo.

- Camarada politruk – susurró Baranov-, siempre que venimos aquí un par de hombres se quedan escondidos en el borde de este bosque que da al camino para emboscar a los milicianos o a los alemanes si se presentan. El resto va a la granja de Potapov.
- Me parece bien. Didenko y Babkin pueden quedarse aquí. Didenko tiene más experiencia en combate que Babkin, y tú que yo o que Kuchma. Y Kuchma conoce a la gente de por aquí.
- Estoy de acuerdo.
- Vamos, pues.

La granja de Potapov era una isba más bien grande con un anexo y un establo separado. Junto a este, una troika abandonada por la falta de caballos parecía esperar tiempos mejores.

- Kuchma, tú eres lo más parecido a un granjero. Llama a la puerta y comprueba que Potapov no tenga compañía.

El muchacho se aprestó a cumplir la orden del politruk. A cada metro que recorría hacia la puerta de la isba miraba hacia un lado y otro para comprobar que estaba todo despejado.

- Ya no parece un campesino –se burló Baranov.

Por fin llamó a la puerta y al cabo de unos interminables segundos esta se abrió dejando escapar la luz del interior. Hubo cuchicheos y Kuchma dio la señal. Baranov e Iliá fueron a la carrera y entraron en la isba a la velocidad del rayo. Iliá tardó un instante en acostumbrarse a la luz de la lámpara de queroseno. Recobrado pudo captar de inmediato la incomodidad de Potapov, quien ya sacaba vodka para ellos, y de Arina, su esposa, quien continuó frunziendo como si aquello no fuese con ella.

- Potapov, este es el camarada Iliá –arrancó Baranov-. Es el politruk de nuestro grupo.

Potapov dilató un poco más las pupilas al oir la palabra politruk.

- Ah, un politruk. Es un honor tener a un hombre del Partido en mi humilde casa.

Iliá pensó que Potapov era cualquier cosa menos humilde. La isba era más grande de lo normal y el anexo indicaba que su familia había proliferado y se había quedado allí cómodamente al haber trabajo y comida para todos. La troika de afuera era otro signo de tiempos mejores. En las alacenas aún podían verse algunas piezas de porcelana de la GFZ que destacaban sobre las de barro más comunes. De hecho el hogar estaba bien equipado con toda clase de utensilios y ropa del hogar. En una de las paredes pendía un gobelino de un icono religioso probablemente recuperado tras el fin del dominio bolchevique. Potapov olía a nuevo kulak y puede que la guerra le hubiera dejado la casa vacía de hijos y caballos, pero aún podía mantener una forma de vida que no correspondía exactamente con el término humilde, dados los tiempos.

- ¿Aún no sabes nada de tus hijos? –Baranov parecía dispuesto a iniciar el interrogatorio.
- ¿Mis hijos? ¡No, no se nada de ellos! Quizás hayan muerto en el frente o estén prisioneros, no lo se.
- ¿Quién te ayuda en el campo?
- ¿Que quién me ayuda? Bueno, los muchachos de Safonov me ayudan mucho. Claro, que se llevan una parte.
- Comprendo. No te deben ir mal del todos las cosas por lo que veo.
- ¿Por qué lo dices? –el viejo Potapov se iba poniendo cada vez más nervioso y hasta Arina parecía salir de su ensimismamiento con miradas de reojo.
- Veo que aún te queda porcelana por vender y mantienes tu troika. ¿Y ese gobelino? Sacarías algo por él.
- No, el gobelino no. Es un recuerdo de familia. Y la troika, mientras pueda, no quiero deshacerme de ella. Quién sabe, a lo mejor vienen tiempos mejores.
- ¿Tiempos mejores? –irrumpió Iliá enfadado-. Los tiempos mejores vendrán cuando expulsemos a los alemanes de nuestra tierra.
- Sí, sí –Potapov estaba ya casi histérico-. A eso me refería.
- ¿Cómo es que la troika no te la han robado los alemanes? –retomó el interrogatorio Baranov.
- Bueno, no lo se. Ellos tienen camiones, ¿no? Quizás no les haga falta un carro tan viejo. Se llevaron los caballos, eso sí.
- Y, dime Potapov, si los muchachos de Safonov te ayudan… ¿Cómo es que están en la milicia de Rogov? ¿Pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo? Mejor dicho las tres, porque seguro que también ayudan a su padre.

Potapov abría ya tanto los ojos y la boca mientras trataba de balbucear alguna excusa que resultaba patético. Baranov se aprestó a rematarlo con la última pregunta:

- ¿Quién es ese hombre que nadie conoce, Potapov? ¿A quién tienes escondido en el granero?

Al mismo tiempo Baranov hizo una seña y Kuchma comenzó a subir la escalera que daba a la planta de arriba, la cual era utilizada como granero, con su pistola Nagant en la mano. Iliá trataba a su vez salir de su asombro. ¿Un hombre que nadie conoce? ¿Quién? ¿Por qué nadie le había dicho nada?

- Por… por favor no nos hagáis daño –tartamudeaba Potapov-. No tengo ayuda y tengo que sobrevivir. Ese hombre no quiere saber nada de la guerra y le escondo a cambio de su trabajo. Vamos, ¡siempre os doy comida y os informo de cuanto se! ¡Llevaos lo que queráis! ¡Arina, sácales harina y panceta!

Arina dio un brinco en la silla y abandonó un cojín forrado de colorines.

- ¡Quieto, no te muevas!

Iliá se precipitó hacia las escaleras al oir el grito de Kuchma. Al llegar arriba apuntó de inmediato a la sombra de al lado de la ventana y le apuntó con el fusil. Sin duda aquél hombre había tratado de saltar para huir, pero se detuvo al ver la Nagant de Kuchma.

- Hola, politruk.

Iliá se quedó helado. Estaba seguro de recordar aquella voz y trató de forzar la vista en la oscuridad. Kuchma ya había prendido un candil y por fin se pudo ver el rostro del hombre.

- Kuchma, vete abajo con Baranov. Recoged toda la comida que podáis.

Kuchma bajó para unirse a la crisis nerviosa de la planta baja, donde un Potapov daba órdenes a su esposa que correteaba a un lado a otro sacando los alimentos escondidos.

- Me alegra mucho saber que estás vivo, Mijaíl.
- Lo mismo digo, Iliá.

El silencio inundó el granero y sólo se oían las súplicas de Potapov. Ambos se miraban fijamente sin saber qué decir.

- No puedo dejarte escapar. Lo sabes. Además, ¿a dónde irías? ¿a otra granja para vivir como esclavo?
- En esta tierra sólo se puede ser esclavo. Esclavo de un granjero. Esclavo de los alemanes o esclavo de los partisanos. ¿Qué más da? Al menos aquí no tengo que dejarme matar ante las ametralladoras alemanas y no me falta la comida.
- Ahora todo es distinto, Mijaíl. En el bosque no se vive tan mal y hacemos lo que debemos.
- Yo lo que debo hacer es sobrevivir.
- Con nosotros tendrás más posibilidades. Los alemanes no se atreven a adentrarse en el bosque.
- Ya, claro, ¿y quién me dice que no me van a fusilar tus amigos?
- Ya te salvé de eso una vez, ¿recuerdas?
- ¿Y crees que puedes conseguirlo otra vez? Te lo agradezco, Iliá, pero no deseo ser un partisano. Dentro de poco los alemanes os vencerán y surgirá un nuevo gobierno. Sólo tengo que tener paciencia.
- ¡Los alemanes no nos vencerán! Sus fuerzas están exhaustas. Ni tan siquiera son capaces de controlar debidamente el territorio que ocupan.
- ¡Y no les hace falta! Sólo quedáis unos cuantos cabezotas como tú en los bosques. En los campos y ciudades casi todo el mundo está de parte de los alemanes. Antes o depués tu amigo Stalin tendrá que pactar con ellos y se acabará la guerra. Los alemanes se irán y seremos libres.
- ¿Eso piensas? ¡Qué ignorante eres! Los alemanes nos están exterminando. Hay fosas repletas de cadáveres por todas partes. Y cuando ganen, ¿quién dice que se irán? Han venido aquí para quedarse con nuestra tierra. Se quedarán y seguirás siendo un esclavo. Un esclavo de un nuevo kulak esclavo de los alemanes.

Baranov apareció desde las escaleras y miró un segundo a Mijaíl.

- Ya lo tenemos todo, Iliá. Debemos irnos –y mirando otra vez a Mijaíl-. Kuchma me ha dicho que ya os conocíais. Debes ser uno de los soldados de su compañía. Bienvenido, amigo, para ti se acabó ser esclavo del viejo.

Mijaíl no decía nada. Debía estar tratando de pensar a toda prisa qué debía hacer o decir. Se veía en su rostro que las dudas se agolpaban en su interior. Entonces se oyeron disparos desde el camino y Kuchma subió a toda prisa para advertir lo que habían supuesto.

- ¡Hay que darse prisa! Rogov está en el camino y Didenko y Babkin están luchando contra ellos. ¡No podrán aguantar mucho tiempo!
- ¡Vamos! –gritó Baranov.

Iliá agarró a Mijaíl del brazo y lo empujó para que fuese delante de él. Abajo Potapov y Arina se habían acurrucado en el suelo visiblemente espantados. Nada más salir de la isba vieron a Didenko y a Babkin correr hacia ellos desencajados.

- ¡Cubridnos! ¡Cubridnos!

Baranov, Iliá y Kuchma comenzaron a disparar hacia cualquier bulto en la noche, parapetados tras la troika. Desde el camino se devolvían las balas que se estrellaban en la pared de la isba, del establo o en la misma troika delante de sus narices.

- ¡Vamos, de uno en uno, corred hacia los árboles!

Babkin salió hacia allá y se perdió en la oscuridad. Inmediatamente después le siguió Kuchma. Los milicianos de Rogov se acercaban peligrosamente y no se podían contener.

- ¡Iliá, vete con tu amigo!
- Nos iremos todos, Baranov.

Iliá volvió a agarrar del brazo a Mijaíl y lo lanzó afuera. Al verse sin cobertura, Mijaíl reaccionó instintivamente y corrió hacia el bosquecillo.

- ¡Ahora o nunca, Baranov!

Los dos partisanos iniciaron una loca carrera tras Mijaíl. Afortunadamente, Didenko y Babkin no les habían abandonado y les cubrieron desde los árboles. Los milicianos no se atrevieron a avanzar más, y el grupo pudo retirarse escalonadamente hasta el extremo opuesto. Desde allí todos miraron con aprensión los campos vacíos. Había algo más de medio kilómetro hasta el bosque. Medio kilómetro de carrera agachado en la desnudez de aquellos campos. Reuniendo el valor necesario, se aprestaron a recorrer aquel espacio que parecía inmenso, pero tras un centenar de metros tuvieron que echarse al suelo porque los milicianos habían tratado de rodearles en el bosque y ahora aparecían por los costados.

- Si se han dividido para rodearnos en el bosque es porque están esperando a los alemanes –dijo Baranov-. Debemos llegar a Gutka cuanto antes.

Resolvieron volver a escalonarse. Unos se quedaban cuerpo a tierra disparando mientras el resto avanzaba unos metros más. Por suerte para ellos los milicianos, a sabiendas de que pronto llegarían los alemanes, no quisieron arriesgarse y disparaban desde lejos contra la oscuridad. El grupo pudo por fin alcanzar el bosque de Gutka e internarse en él a la carrera. Iliá no tuvo que recordar cómo corrió dos meses atrás en aquel mismo bosque cuando los alemanes rompieron la línea y la batalla se transmutó en una orgía de pánico.

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