Publicado: Dom May 03, 2009 3:55 am
por Anibal clar
Hola a todos.
Ya que he roto el hielo, aprovecho y aquí os dejo un mini-relato mío hecho a principios de marzo,
Así que el mismo día 2 por el mismo precio.
Espero que os guste. Aviso, es un poco triste.

EL PINTOR DEL CABALLO BLANCO


El 1 de Septiembre de 1927 vino al mundo Michael Stumpff en un pueblecito alemán. Su padre había perdido una pierna en la Gran Guerra y recibía una pequeña pensión del estado, lo cual era decir muy poco en aquellos tiempos de crisis. Así que Clara, su madre, que era maestra de escuela, sostenía económicamente aquella familia que sólo ellos tres componían.
Los tiempos eran muy complicados en Alemania, y Michael fue creciendo en un ambiente muy difícil. Cuando cumplió 4 años, el vecino de la casita de al lado de la suya, el señor Stressemann, le regaló una foto en la que se veía un caballo blanco en un prado. Era una foto en color, de las primeras de la época, y a Michael le gustó mucho.
Desde ese día siempre tenía entre sus manitas un lápiz y se afanaba en dibujar el caballo de la foto que le había regalado Stressemann.
A los 5 años comenzó a ir a la escuela y a conocer a muchos otros niños, pero enseguida se hizo amigo de uno pelirrojo porque llevaba un pañuelo que tenía bordado un pequeño caballito. Los dos se hicieron muy amigos y solían estar siempre juntos en el patio de la escuela y también en clase, donde gustaban de ser muy revoltosos hasta que la profesora les regañaba y a veces terminaba castigándoles.
A Hans Hoffmann, que era el nombre del amigo de Michael, le gustaba más una espada de madera que los caballos que dibujaba su compañero de aventuras, pero aún en aquella discrepancia de pareceres, pasaron los siguientes años en armonía, y aquella amistad se hizo verdaderamente extraordinaria.
En 1937, ambos amigos se tuvieron que desplazar del pueblecito donde vivían a un colegio de Dresde, que les cogía a 13 kilómetros, porque su profesora había enfermado y no podía continuar con las clases que impartía.
Michael acababa de cumplir 10 años. Llevaba siempre en su cartera muchos dibujos hechos por él con lápices de colores y la foto que le había regalado Stressemann. La mayoría de esos dibujos eran de caballos, pero también tenía muchos otros del campo, de pajaritos y de cosas que solían tener que ver con la naturaleza. Su afición por dibujar le hacía a veces un poco distraído y eso le costaba a veces suspender, aunque su profesor estaba muy contento porque, como solía decir: “este chico tiene madera de artista”.
Un día, al salir de la escuela, ambos amigos se encaminaban hacia la plaza donde les esperaba el autobús para llevarles a su pueblo, cuando vieron una muchedumbre vestida con unas camisas de color pardo que venía en dirección hacia ellos.
Aquel gentío se paró a 10 metros y entraron en una tienda. Se escucharon gritos en su interior y de repente, salieron de dentro aquellos brutos y sacaron a rastras a un señor al que le dieron un puñetazo y le rompieron la nariz. Michael se asustó bastante y corrió a esconderse detrás de la esquina, pero Hans se quedó como petrificado en su sitio. Uno de los de la camisa parda reparó en él y se acercó. Michael vio como hablaba con su amigo y le regalaba algo. Al momento todos aquellos hombres dieron media vuelta y se fueron por donde habían venido, dejando tendido en el suelo al señor de la nariz rota.
Michael corrió a acercarse a Hans. Le preguntó:
- ¿Qué te ha dado ese hombre?
- Esto. Mira que bonito.
Le enseñó una insignia en la cual se veía una cruz muy rara cuyos 4 brazos acababan en ángulos de 90 grados. Al pie de la cruz se leía NSDAP.
- A mi no me parece tan bonita, dijo Michael.
- Pues sí que lo es. Respondió Hans. Lo que pasa es que como no te han dado una a ti tienes envidia.
- Yo no tengo envidia. Sólo que no me gusta.
Y con esta conversación llegaron a la plaza donde cogieron el autobús que les llevó al pueblo.
Al llegar a su casa, Michael les contó a sus padres lo que había pasado en Dresde y les preguntó quienes eran aquellos individuos del uniforme pardo, pero no obtuvo respuesta. Mientras cenaban, Clara puso la radio. A Michael le gustaba bastante escuchar música en la radio, pero aquella noche se tuvo que quedar con las ganas. En lugar de música, estaba hablando un señor que gritaba mucho y que decía cosas sobre Austria. Se escuchaban muchos aplausos. Pero eso a Michael no le interesaba, así que se fue a su habitación y sacó algo de su cartera. Era la foto del caballo blanco. Le relajaba mucho ver aquella foto, tanto que se quedó dormido y cuando entró su madre tuvo que meterle en la cama y arroparle.
Pasó el tiempo. Michael cumplía 12 años. Era 1 de Septiembre de 1939. Cuando llegó aquella mañana al colegio, el ambiente era casi festivo. ¿Cuál era el motivo? Alemania había invadido Polonia. Había estallado la guerra que llevaría al país a la gloria. Eso decían casi todos. Pero Michael no podía entender que una guerra fuera motivo de alegría. Nadie le felicitó por su cumpleaños. No se acordaban. Ni siquiera el pelirrojo Hans se acordó. Siempre llevaba en el pecho la insignia que le había regalado aquel tipo de la camisa parda. Michael le preguntó:
- Hans, ¿no sabes qué día es hoy?
- Claro. Hoy es el día que nuestra amada patria empieza a acabar con sus enemigos.
- ¿Nuestra patria? Hoy es mi cumpleaños.
- Deberías avergonzarte. Pensar en tu cumpleaños en un día como hoy.
- Pero Hans, ¿no vas a felicitarme?
- No. Felicítame tú a mi.
- ¿a ti? ¿por qué?
- Porque en cuanto salgamos de clase me voy a apuntar a las juventudes nacionalsocialistas. Espero que tú también te apuntes.
- ¿Para qué? Yo no soy nacionalsocialista y no me gusta la violencia.
- Ah, se me olvidaba. A ti sólo te gustan los caballos blancos. Y dibujar toda esa basura.
Pero tienes que empezar a ser un hombre. Y ayudar en la lucha.
- Yo no tengo enemigos. No tengo odio.
- ¿No vas a ayudar a Alemania?
- No te entiendo, Hans.
- Ya veo que no. Eres un cobarde.
- Yo no soy ningún cobarde.
Hans no quiso seguir con la conversación y salió de clase. Tenía un año más que Michael y era bastante más corpulento. Se alistó en las juventudes nacionalsocialistas. En los meses siguientes, Hans se distanció bastante de Michael. Lideraba un grupo en clase de chicos de las juventudes, los cuales eran bastantes agresivos. Muchas veces pegaban a sus compañeros que no pensaban como ellos. A un chico judío le habían partido varias veces los labios, hasta que su padre decidió no llevarle más a la escuela.
Michael se encontraba bastante sólo en aquel entorno, pero se refugiaba en sus dibujos y eso le servía para evadirse del mundo que le rodeaba. Casi no hablaba con Hans, pero él le seguía queriendo como su mejor amigo. Le daba lástima que hubiera caído en aquella espiral de violencia, pero por más que se lo decía, no hacía sino empeorar las cosas.
Los compañeros de Hans, los que eran de las juventudes, estaban deseando coger a Michael y romperle todos los dibujos, y destrozarle en su cara aquella dichosa foto del caballo blanco. Y luego darle una buena paliza. Pero Hans los contenía siempre, porque para eso era el jefe de aquella pandilla de matones, porque, en el fondo, no podía olvidar que Michael había sido siempre su amigo y que habían pasado juntos un montón de aventuras.
Los padres de Michael estaban muy preocupados por el futuro de su hijo. Aunque en aquel invierno de 1940 sólo tenía 12 años y medio, y no cabía en temer en su incorporación a filas, ¿qué panorama podía esperarle?
En los meses siguientes, Alemania derrotó a Francia y paseaba sus ejércitos por toda Europa.
Pero la violencia en el interior del país iba a más.
Un día de marzo de 1941, Hans no fue al colegio. Estaba enfermo. A la salida de clase, Michael se encaminó hacia el autobús, como de costumbre. No reparó en que le seguían algunos compañeros. Le rodearon.
- Hoy no está aquí Hans para protegerte.
Michael no les hizo caso y siguió caminando. Más apresuradamente. Pero alguien le hizo la zancadilla y cayó al suelo de bruces.
- Ja, ja, ja. Se reían a carcajadas los chicos de las juventudes.
- ¿Y ahora qué? Le preguntaron a Michael. ¿nos vas a hacer cara o te vas a mear en los pantalones?
- Dejadme en paz. Yo no os he hecho nada.
- Tú eres enemigo de Alemania.
- No, no. Yo no soy enemigo de nadie.
Le sujetaron entre dos y le quitaron la cartera. La abrieron y empezaron a sacar sus dibujos. Comenzaron a romperlos.
- Por favor, no me rompáis los dibujos.
Pero ya era tarde. Todos los dibujos que llevaba en la cartera estaban rotos y pisoteados por el suelo.
- ¿Esto qué es?
Habían encontrado la foto del caballo blanco que Michael llevaba en un bolsillo lateral de la cartera.
- No, no, no. Por favor no me rompáis eso. Haré lo que queráis pero no me rompáis eso.
- ¿Ah, si? Ponte de rodillas y suplica. Suplica.
Michael se puso de rodillas y tuvo que sufrir todos los insultos humillantes de aquella verdadera pandilla de salvajes. Milagrosamente no rompieron la foto. Se la tiraron al suelo y cuando fue a recogerla, le dieron una patada y le rompieron una costilla. Se quedó tirado en la acera hasta que el conductor del autobús, que le estaba buscando, dio con él, recogió lo que quedaba de sus cosas, y le llevó a su casa.
Sus padres le sacaron del colegio y decidieron cambiar de aires. Se fueron a vivir a Aquisgrán, y allí reanudó cuando se recuperó Michael, sus clases.
Echaba bastante de menos a Hans, pero aquella guerra separaba a muchos amigos y Michael pensó que cuando acabara, volvería a ver a su compañero.
En Aquisgrán la vida fue diferente. A mediados de 1943 se enteró que al señor Strssemann le habían llevado a un campo de concentración, aunque no sabía el motivo. Le parecía raro que un hombre como Stressemann pudiera hacer algo que le supusiera ser llevado a un campo de concentración.
De mediados de 1943 a mediados de 1944 las cosas fueron terribles para Alemania. Sus ejércitos retrocedían en todos los frentes y los bombardeos aliados estaban destrozando las ciudades. En mayo de 1944, una tía de Hans fue a vivir a Aquisgrán y por casualidad se encontró con Michael. Le contó que su sobrino, que ahora tenía 17 años y medio, se había alistado después de pasar unas pruebas muy difíciles en una formación de las SS que se llamaba Hitlerjugend y que contaba en sus filas con soldados muy jóvenes y muy fanáticos. Ellos tenían que defender el futuro de Alemania.
El 6 de Junio de 1944 se produjo el desembarco de Normandía. Todos los periódicos hablaban de ello. Michael se enteró que aquella unidad donde estaba Hans fue enviada los días siguientes a contener a las tropas aliadas. Se luchó con mucha fiereza. Y dicha lucha continuaba.
Una tarde al volver del colegio, cuando entró en casa, vio a su madre muy apenada.
- Toma esta carta. La ha traído la tía de Hans. Es para ti.
Michael cogió la carta. Temía leerla. Era la letra de Hans. En el sobre ponía: Para mi hermano Michael Stumpff.
Abrió la carta y comenzó a leer.
Queridísimo Michael
Si lees esta carta, querrá decir que he muerto en combate.
Quiero que sepas que siempre te he tenido presente, desde que dejamos de vernos en Dresde, y aunque la última época nos hablábamos poco, siempre sentí por ti admiración, y sólo por una absurda vanidad, no quería reconocer delante de los demás lo que era obvio, que el único que tenía razón eras tú, y que la única alegría de aquella clase eran tus dibujos.
Desde el día que aquellos camisas pardas me regalaron la insignia del partido, sólo desee luchar, sin darme cuenta que la lucha sin razón sólo conduce al desastre, a este desastre donde hemos llevado a Alemania.
Espero que no cambies nunca, que cuando acabe la guerra consigas ser un gran artista, y que me recuerdes siempre con cariño, desde el cielo o donde quiera que esté, te apoyaré siempre, no te rindas nunca por desesperada que sea la situación y seguro que saldrás adelante porque tienes el impulso del que tiene el alma limpia.
No estés triste y recuerda que para ti fueron los últimos pensamientos de tu amigo
Hans Hoffmann

Michael se quedó pensativo. Volvió a leer la carta. Una lágrima rodó por su mejilla. A esa lágrima se unieron inmediatamente muchas más.
El dolor que sentía dentro de su corazón era inmenso. Sólo una cosa podía paliar algo aquel sentimiento. Michael abrió un cajón y sacó la foto del caballo blanco.
Los siguientes meses la cosa empeoró aún más y la derrota alemana era inminente. En septiembre de 1944 Michael cumplió 17 años. Fue su cumpleaños más triste. No había clases porque los bombardeos no lo permitían, así que su única distracción seguía siendo dibujar, ahora más que nunca, porque el color de esos dibujos suyos eran lo único que no era negro dentro de la casa familiar. Su padre estaba bastante enfermo y terminó por fallecer el 10 de noviembre de aquel infausto año.
De este modo, Michael y Clara, su madre, se quedaron solos ante la horrible perspectiva que se presentaba ante ellos en particular y en el país en general.
Pero las cosas podían empeorar aún. Y empeoraron.
El 23 de enero de 1945 dos oficiales alemanes se presentaron en casa de Michael, eran poco más de las 9 de la mañana.


-¿Señora Stumpff? Preguntó el más alto de los dos oficiales.
- Si. ¿Qué quieren? ¿Qué pasa?
- Señora, lo lamento mucho. Venimos a llevarnos a su hijo.
- ¿¿A mi hijo??
- Si señora. Es necesario para el ejército.
- Pero mi hijo solo tiene 17 años.
- Lo lamentamos señora, hay muchos de 16 y de 15 en el frente. El Reich necesita a su hijo.
- No. Por favor. No se lo lleven. Es lo único que tengo. No se lleven a mi Michael, es lo único que tengo.
Michael estaba allí delante, contemplando el drama. No sabía que decir, pero si sabía que hacer. Había llegado su momento. El destino le estaba llamando. Consiguió consolar a su madre, no sin muchos esfuerzos. Cogió algunos efectos personales y se fue con los dos oficiales.
Clara se quedó sola en casa. Desconsolada. Pero pensó que pronto la guerra acabaría y volvería a ver a su hijo. Michael fue enviado al frente del este. Enseguida se hizo muy popular en su unidad, porque siempre estaba alegre, y sus dibujos les gustaban mucho a sus camaradas del frente, que siempre le pedían que les hiciera uno en sus ratos libres.
Se distinguió por un arrojo y valentía especial, le fue otorgada la cruz de hierro de segunda clase por destruir el sólo dos carros enemigos. Siempre que estaba en combate, llevaba encima su amuleto, la foto del caballo blanco.
Pero llegó el acto final. El 18 de abril la ofensiva soviética contra Berlín topó con una resistencia final encarnizada por parte de las tropas alemanas. La unidad de Michael estaba en pleno centro del avance ruso. El día 19 las defensas cedieron ante la abrumadora superioridad soviética. Se llegó al cuerpo a cuerpo. Michael se encontró en medio del asalto de las fuerzas de choque enemigas. Vio como sus compañeros iban cayendo uno a uno. Entonces buscó algo en su mochila. La fotografía. Ya la tenía entre las manos. Nada podía ocurrirle. Pero un soldado enemigo se plantó ante él. Michael sintió como la bayoneta le entraba entre las costillas y le alcanzaba el corazón. Pero no soltó la foto. Cayó al suelo y sus ojos se fueron cerrando. Vio a su amigo Hans. Venía a buscarle montado en un caballo blanco. Le tendió la mano.
- Vamos Michael, vamos. Sube.
Michael cogió la mano de su amigo y montó en el caballo. Se fue alejando hacia el cielo y se perdió con los dos muchachos entre las nubes. Para siempre.
Clara Stumpff se enteró de la muerte de su hijo después de la guerra. A los pocos dias de haber terminado. Aquisgrán estaba en la zona controlada por los aliados. Supo que a su hijo le habían concedido a título póstumo la cruz de hierro de primera clase. También tuvo la suerte de poder recuperar sus pocos efectos personales. Había unos pocos dibujos y una foto arrugada y manchada de sangre. La foto de un caballo blanco en una hermosa pradera.





Madrid, 9 de marzo de 2009 Aníbal Clar