Publicado: Mié Nov 19, 2008 12:26 am
por grognard
Escribí este ¿relato, cuento, reflexión? en Abril de 1983, hace ya la friolera de 25 años (¡cómo pasa el tiempo!). Por aquella época yo estaba descubriendo la realidad de la SGM a través de las novelas de Sven Hassel. Con apenas 17 años he de reconocer que no sabía nada del mundo, y casi nada de la historia de la SGM, pero la lectura de las andanzas de Porta, Hermanito, el Legionario y el resto de la 2ª Sección de la 5ª Compañía del 27 Regimiento Blindado (Disciplinario) me causó un gran impacto, hasta el punto que me vi casi en la obligación moral de escribir algo sobre el tema. En ese tiempo estaba empezando a hacer unos tímidos primeros intentos como escritor, y el resultado es éste que podéis leer a continuación, dominado por una imagen recurrente que no podia dejar de encontrar: el color negro sobre el color rojo. Pido un poco de indulgencia en vuestra lectura, porque el tiempo no ha pasado en vano desde entonces.
Grognard



NEGRO SOBRE ROJO

Paso I: Presagios
El sol brilla, alto y rojo sobre el azul cielo sin nubes, sobre la roja tierra poblada de árboles, sobre la parda masa vociferante... Una voz estentórea y nerviosa retumba por los altavoces, arropada por el temor y el fanatismo. Rugen los tambores como animales acorralados, acompañados por el estridente quejido de las cornetas. Un ronco grito de animal hace vibrar el aire a su paso, mientras miles de brazos pardos ejecutan un armonioso movimiento, mecánico y frío. El trinar ahogado de los pájaros queda reemplazado por el batir de pies sobre el suelo, en un movimiento de autómatas. A su frente revolotea, trágica y cómicamente, un estandarte ondeante: una negra cruz aspeada sobre un fondo de color rojo sangre...

Paso II: Kristallnacht
Silencio. La noche ha extendido su negro y callado manto sobre la ciudad. La quietud se pasea, somnolienta y aburrida entre las calles oscuras. De pronto, el crujido de las ruedas de un camión, seguido de órdenes agrestes, duras, de pisadas firmes de botas claveteadas, de crujir de correajes, de chasquidos metálicos de armas prestas a disparar, rompe la calma. El crujido de las puertas al descerrajarse se mezcla con el tañido de los cristales que caen al suelo, rompiéndose en mil pedazos, en mil multicolores espejos. Las insignias en forma de doble y negro rayo brillan amenazadoras sobre los rojos brazales. Un oscuro y silencioso rebaño se va reuniendo poco a poco en las calles, con la mirada baja y sin brillo, hosco y atemorizado. Sobre los abrigos de hombres, mujeres y niños brillan temerosos dos triángulos cruzados, de un tenue color amarillento. Huraños y malencarados, altos y rubios vecinos les insultan, vomitando sobre ellos un odio encarnado hace siglos. Los culatazos llueven sobre la masa humana, intentando encaramarla en unos grises camiones que petardean indiferentes. Un tumulto se produce, seguido de una racha de golpes e insultos. Un anciano de larga barba blanca cae, con un hilo de sangre surgiendo de su frente, mezclándose el granate con el pálido amarillo de su estrella, borrando las siniestras palabras escritas en bonitas letras góticas. Al amanecer, unos niños descubren el cadáver, el roto y desmadejado cuerpo sobre la acera, con una lívida imagen en su retina: un negro casco de acero sobre una cara roja, inyectada en sangre y odio.

Paso III: El principio del fin; o el fin del principio
Los altavoces de las radios vibran, confusos y atemorizados unos, excitados y vengativos los otros. En una gran explanada, cubierta por cientos, miles de pardos cuerpos, una gran tarima sirve de base a un fiero hombrecillo que gesticula y se mueve nerviosamente de un lado a otro, acompañado por un convulsivo movimiento temblequeante de su brazo derecho y el eterno colocar y descolocar de su grueso y moreno flequillo sobre su ridículo bigote de mosca. Su mensaje de odio, violencia, predominio y superhombres va calando poco a poco en los grises cerebros de los miles de uniformados hombres, que firmes tras sus armas y banderas, le observan orgullosamente. A su alrededor, la élite de oficiales y hombres de confianza sonríe en silencio. Se ven ya como amos del mundo, con plena omnipotencia, superhombres y semidioses sobre los otros pueblos, poderosos frente al mundo... mientras las palabras del hombrecillo gesticulante se van hundiendo, negras y maléficas, en los rojos corazones del pueblo.

Paso IV: Chaos super mundum
La artillería ruge con voz de trueno. En la tierra, fuego y hielo, sangre y barro, sudor y lágrimas, agua y ceniza, hambre y frío, miedo y locura... Tanques, obuses, morteros, granadas, ametralladoras, lanzallamas, bombas de fósforo y gasolina, metralla que mata silbando... ¡Es la guerra! Los infantes caen en masa frente al fuego del enemigo, mezclando su sangre roja con la oscura tierra, en una confusa masa viscosas. El humo de los incendios cubre el campo de batalla. El bramido de las explosiones aterroriza a los jóvenes reclutas, que se lanzan valiente y locamente al asalto, desplomándose en un confuso montón de miembros y vidas rotas. El fuego prende en las armas y en los hombres, inmolándolos en sacrificio al cruel Marte, que observa complacido la batalla. El crepitar de los disparos ahoga las quejas de los heridos y moribundos. Los hombres corren y saltan, intentado ganarle unas horas, unos minutos, unos segundos más a la Parca. En el suelo se retuercen cientos de heridos, ahogándose en su propia sangre: un miembro arrancado, metralla en la cabeza, una bala en la columna, una arteria desgarrada que hace morir dulcemente, el bajo vientre desgarrado por un casco de metralla, un pulmón agujereado, una ráfaga en el estómago, y tantos y tantos horrores... ¡Es la guerra! La batalla sigue. Los cuerpos muertos son destrozados cada vez más por el fuego de artillería. Los vivos lloran y rezan pidiendo el fin de este tormento. Los hombres luchan y mueren. Los generales observan la batalla y beben champagne en gráciles copas de cristal... ¡Es la guerra! Sobre la roja tierra arcillosa, deforme e irreconocible, yace un soldado de negro uniforme. Más allá, sobre los cráteres de obús y las destrozadas alambradas, bajo un diluvio de fuego y metal, entre inmensas y minúsculas máquinas de matar, cerca de las rojas llamas que lanza un feroz e infernal aparato, en el laberíntico amasijo de trincheras y hoyos mortales, ante los calcinados restos de un monstruo actualdiluviano que crepita de cuando en cuando, sobre una tierra mil veces removida por el batir de los enormes tubos de la muerte, tras los restos de un cañón que señala con su boca hacia el cielo, como un dedo acusador, contra el parapeto de una trinchera o la tierra que cubre un nido de ametralladoras, rodeados por un amasijo de carne, huesos, miembros destrozados, metal, sangre y tierra, yacen dos cascos, uno negro, de acero, con un burdo dibujo de un águila negra y blanca, sobre otro caqui, con una estrella roja de cinco puntas. ¡Es la guerra!

Paso V: El último coletazo
El cielo se pinta de tenues venas blancas y rosadas, lejano e inalcanzable tras las gruesas alambradas. Los grises barracones se yerguen, tristes y solitarios, rodeados por una temblorosa masa humana, bajo la vociferante estridencia de una dura voz de mando que hace contraerse temerosos a unos seres esqueléticos y vacilantes. Las órdenes vuelven a surgir restallantes de los soldados que miran, dispuestos a matar. La serpiente amarillenta de agotados cuerpos comienza a moverse, fatigosamente, acompañada de golpes, insultos y disparos a los que caen. Por fin se detiene en el centro del bosque. Los golpes de azada, pico y pala sobre la dura y negra tierra sustituyen al cansino rumor de cuerpos que se arrastran más que se mueven. Los hombres y mujeres se alinean, con una mirada suplicante y asustada, y las ráfagas de ametralladora comienzan a segar los cuerpos palpitantes. Caen en confuso montón sobre las fosas, y los soldados cubren su roja sangre con la negra tierra.

Paso VI: Punto final
Resuenan las sirenas. Suenan terribles las explosiones, acompañadas por el quejido letárgico de las casas que se derrumban entre nubes de asfixiante polvo. Ladran los cañones antiaéreos, intentando acallar el zumbido de los aviones iluminados por la fantástica e irreal luz de las bengalas. El infierno de barro, sangre y fuego se desencadena de nuevo. Todo estalla y se funde en un informe amasijo, mientras la voz de Satanás retumba, acallada por el quejido de la ciudad que se desmorona, sumergida en un crisol que mezcla hombres, hierro, piedra, barro, sangre y fuego, despidiendo un humo acre y sofocante. Las bombas caen, una tras otra, indiferentes al dolor y a la muerte que provocan, transformando la ciudad en una ardiente trampa. Los cuerpos están pegados al asfalto, mezclados con él, coreados por el constante gemir de los vivos machacados por la metralla y el fuego, cubiertos por una lluvia de vapor y fuego, un vapor acre, negro, sobre un fuego rojo y brillante.

Paso VII (y último): Epílogo: Mors regnabit super Terram
Un frío viento racheado recorre las tierras que van cicatrizando poco a poco sus heridas, vivo aún en el recuerdo el horroroso tormento que han sufrido. En el cielo, oculto por una espesa capa de plomizas nubes, sonríe un hombre alto, de rostro cadavérico, vestido de un negro hiriente y aterciopelado. Sus ojos despiden chispas de alegría, su boca se contrae en una mueca angulosa y pálida que pretende ser una sonrisa. Sus enormes piernas bajo su cuerpo enorme de fantasma tiemblan convulsivamente, contagiadas de la alegría de su mente. Extiende los brazos y agarra las puntas de su negra capa, extendiéndola de una punta a otra de una Europa regada de sangre roja y lechosa. Es la Muerte.