Publicado: Mié Sep 24, 2008 9:33 pm
por corkran
aqui va el segundo, esta vez es una voz femenina, o al menos, pretende serlo, porque yo no soy una mujer.


NOSOTRAS

Os parecerá demasiado, si afirmo que conocí a Ulises y al loco de Aquiles y sin embargo no solo los conocí a ellos, sino que también los padecí y eso que Odiseo era ese tipo de hombre que a cualquier mujer, de cualquier época la puede volver loca de amor o como mínimo loca de deseo. Taimado y amable, falso y egoísta, pero siempre encantador, continuamente sabía susurrar, dulcemente, la palabra exacta que deseabas oir: nadie le podría negar que sabía utilizar la lengua en cualquiera de sus posibles sentidos; de manera que terminabas encantada bajo su cuerpo y su miembro mientras que otros más bellos, pero más brutos, se quedaban mirando perplejos sin poder entender como lo conseguía.
En cualquier caso terminé vendida como esclava, a eso y a poco más, se limitó para mí la guerra más heroica y más recordada que haya existido.
He visto morir a mis hijos, a mis maridos y a mis amantes, heroicamente y con honor, eso si, pero muertos al fin y al cabo.
Que estúpidos son los hombres.
Estuve con El Barca intentando hacer que olvidara a su bella hispana celtíbera. No lo conseguí, pero me dedicó hermosas noches de amor y atenciones. Nunca he visto a un hombre más enamorado de un recuerdo, ni más empeñado en labrarse su propia destrucción, cuando pudo tenerlo todo. A veces llego a pensar que le perdió su lado femenino y sensible. Parecía como si no quisiese ganar sino solo demostrar que podía hacerlo.
Fui amante de Cesar. Nunca he vuelto a conocer a nadie más grande que él, ni más lúcido y arrogante y sin embargo, acudió a su propia muerte con puntualidad inglesa, suponiendo que por aquel entonces él hubiera podido adivinar que significaba eso. No quiso utilizar su brillantez para eludir una forma tan estúpida de morir, o quizás, peor aun, después de toda una vida dedicada a la inteligencia, le perdió su vanidad y acudió con desenfado y frivolidad masculina a dejarse matar por unos desgraciados, que ni siquiera sabían lo que hacían, ni los demonios que despertaban con ese acto idiota y descabellado. Lo tuve en mis brazos muerto, con el cuerpo traspasado a cuchilladas y no voy a negar que lloré inmensamente por el. A veces casi me confundo al pensar que puede ser la muerte más estúpida de la historia, hasta que recuerdo la de los miles de campesinos que también he conocido, solo para verlos morir en batallas que no eran suyas, la de hombres humildes que he tenido que llorar muertos defendiéndose con ardor o intentando inútilmente defender a los suyos…eso si que son muertes estúpidas y no la de los grandes hombres, empeñados en dejar una huella en la historia a pesar hasta de su propia vida: allá ellos.
He tenido tantos hijos, que perdí la cuenta hace tiempo y ya no recuerdo a ninguno. Los he amamantado realmente, los he visto jugar y crecer, solo para convertirse en muchachos bellos que marchan a la guerra con una armadura de bronce, con una cota de malla de hierro, con un jubón de cuero o con una casaca roja, es igual; todos ellos han corrido veloces a echarse en brazos de la muerte, en vez de abrazar a una muchacha y hacerla gemir de placer. Bellos muchachos rubios o morenos, altos o bajos pero corpulentos, muchachos más que hermosos que me han hecho sentir orgullo de madre y lujuria de amante, convertidos en trozos de carne fláccidos, simplemente porque tenían que ir a la guerra y a veces también porque así lo quisieron ellos.
Que tontos y que simples son los hombres.
He conocido las heridas del bronce, del hierro y de la pólvora, del tifus, de la peste y de la asfixia. He conocido tantas formas de morir…
A veces sospecho que solo las mujeres aprendemos de todas las vidas que nos toca vivir y que los hombres viven cada una de sus vidas como si fuera la única, sin conseguir aprender nada para la siguiente. Eso o que realmente solo viven una vez y por eso cometen incansablemente los mismos errores que a nosotras nos dejan perplejas. Que por eso no pueden aprender a disfrutar con la vida que les toca y por el contrario se dedican a estrellarse de bruces contra las grandes palabras y la muerte que, invariablemente, éstas traen consigo.
Pobres hombres…pero que bellos me resultan y que trágicos en sus infantiles afanes guerreros. No voy a negar que aun me siguen gustando los hombres, pero al mismo tiempo, cada vez me resultan un poco más insoportables, porque a estas alturas, los puedo adivinar antes de que ellos mismos piensen su próximo paso.
Y sin embargo este último me resulta especialmente molesto, quizás por incomprensible, paradójicamente, y es que en un lugar sin guerras ha escogido una muerte virtual. Es que no tienen remedio. El cree que no entiendo lo que hace, pobrecito, no sabe que sé más de guerras, de lo que el podrá aprender en cien vidas, si las tuviera. He tenido ocasión de aprender con los mejores maestros, desde estrategia hasta táctica, pasando por logística, intendencia o inteligencia y terminando con el dominio hasta de la forma exacta y correcta de asestar un tajo perfecto con el bronce, en las rodillas del adversario para desbaratar la inútil línea de escudos, o de cebar un fusil de avancarga sin dejar de correr, clavar un cuchillo silencioso en una garganta, separar dos ojos atónitos con una pala de trinchera y por supuesto, aprendí en su momento a disparar un torpedo que matará a cientos de hombres sin cara.
El cree que no sé nada de todo esto y yo no le voy a explicar que lo he aprendido en brazos de miles de hombres que fueron mi propia sangre, antes de verlos marchar en la oscuridad y entre las amargas lágrimas de la certeza.
¿Qué me va a explicar este hombre que yo no haya podido aprender antes mil veces más dolorosamente? El cree que no se lo que es un plano de profundidad o una carta náutica y no sabe que he visto partir a tripulaciones enteras desde el puerto de Brest que sabían descorazonados que iban a una guerra perdida. El toca unos iconos que le llevan hasta los tubos de proa y con unas teclas cree comandar un submarino y no sabe lo que es cagarse encima cuando explosiona la última carga y en esa fracción de segundo en la que sabes que te vas al fondo, solo eres consciente de lo fría que está el agua que te va a matar. ¿Cree acaso este hombre que me ignora, que sabe realmente lo que se siente al partir en dos un transporte cargado tropas y ver a todos esos muchachos, casi niños, saltar aullando en medio del Atlántico? ¿sabe lo que es echarse a llorar en mis brazos al recordarlo, después de hacerme el amor como un desesperado?
Pobres hombres, que tontos son, que si no tienen guerras se las inventan y se creen aun mejor que la mujeres. Quizás por eso es esta una de las vidas más tristes que me ha tocado vivir, tan sola, cuando no hay porque. Tan olvidada y tan defraudada…El llega, cena sin una palabra, se sienta a su combate virtual, sin un gesto de cariño, como si no existiera y mañana a trabajar y a soñar con su U Boot, como si fuese real. Y yo que he visto morir a tantos porque no tuvieron mas remedio, tengo que ver a éste escoger estar muerto en vida. Quizás es el destino trágico de los hombres, aprender las cosas cuando ya es demasiado tarde. El me mira y supone condescendiente que no entiendo lo que hace, y que no puedo ni siquiera llegar a percibir la grandeza de su hazaña, que al mando de un destructor virtual ha conseguido hundir un montoncito de píxel. Ah! Si supieras de verdad que fría es la noche en el puente de un barco y en ningún lugar del océano.
Yo creía que esta vida sería distinta y sin embargo tiene algo de mucho más vacía que las demás, cuando cada mañana me levanto y lo veo irse y volver tras un día de soledad y sin palabras, sentarse hasta las dos de la mañana a los mandos de su ordenador, que triste, que triste cada fin de semana que no salimos a pasear o cada noche que no perdemos de charla en la terraza con una copa en la mano, o cada vez que no me hace el amor …no obstante lo miro y no me quejo, ni digo una palabra…
Quizás porque ya he aprendido que suficiente tienes con nacer hombre…
Quizás un día despiertes y veas el mundo real a tu alrededor, quizás…
…o quizás no.
Yo sé que aún viviré mil vidas más, intentaré entender que tu quieras vivir dos.
…pero Günther Prien lloró cuando supo que se iba hacia el fondo.

A todas las heroínas reales que he conocido y que me han impresionado por su silencio.
A todos los que viven esta afición solo como un pasatiempo que les hace comprender la suerte inmensa que han tenido de nacer y de vivir en este sitio y en este momento.
Porque no tenemos que dejarnos matar y para que no muramos en vida a manos de un sueño estéril.