Publicado: Mar Ene 29, 2008 1:02 am
por Roul Wallenberg
Cosas de Niño


Dedicada a mi hijo Sebastián que me acompaña en esta aventura del foro y a mis buenos amigos de "Zweiterweltkrieg" que no cesan de estimularme con sus en exceso generosos comentarios.

Mis agradecimientos, tardíos, porque ya no están, a un amigo de mi papá, Samuel Rappaport, que me contó de su vida en la Alemania nacionalsocialista cuando él era joven. A la señora Sara Reichsberg que hizo otro tanto y a don Hermann Scholtz veterano del Ejército Alemán, que amaba a Chile, su segunda patria, más que a nada en el mundo y a quien conocí en mi juventud y me entusiasmó en el estudio de la SGM.



CAPITULO I

DARMSTADT, 1938




Imagen



Franz Balthasar Schmidt, alemán, nacido el 12 de febrero de 1926 en esta ciudad, padres Albert y Johanna, vive en Jahnsstrasse 109 - A, colegial, Nú inscripción Hitlerjugend 76566-26 (Dmrst) . Franz leyó varias veces la cartilla que lo acreditaba como miembro de las Juventudes de Hitler en su preparatoria, a los 14 años podría entrar de lleno a la organización, aún era un "Pimpfe" (muchacho) pero ya era uno de ellos, era "alguien", se sentía orgulloso de ser miembro de la organización de chicos alemanes. En el colegio se habían inscrito todos sus amigos, él no podía quedarse atrás, además sabía que podría hacer todo el deporte que quisiera y marcharía e iría por allí con su uniforme para que lo vieran los otros chicos. Todo un Hitlerjunge. Luego vendrían el uniforme, le dieron una cartilla para retirarlo en un almacén y luego de la instrucción básica y su Unterbahnführer a cargo de su estandarte le entregaría su daga ¿Qué tal?

El 1ú de Diciembre de 1936 el Gobierno del Reich había promulgado la Ley de la Juventud Hitleriana.

La Juventud se dividía en esos momentos en tres grandes pilares: El "Jungvolk", Juventud Hitleriana (HJ) y la Asociación Femenina Alemana (BDM). Los "Pfimpfe" comprenden, los muchachos de 10 a 14 años, la Juventud Hitleriana los de 14 a18 años de edad, y la Asociación Femenina, con una diferencia equivalente, comprende las muchachas de 10 a 14 y las jóvenes hasta los 21 años de edad. El movimiento se divide territorialmente en cinco regiones: Este, Norte, Sur, Centro y Oeste. Las regiones se subdividen en 4 a 5 comarcas; una comarca (100.000 jóvenes por término medio), se divide a su vez en 2 a 5 estandartes superiores, las cuales se componen de sub-estandartes, y estas a su vez de secciones. Las secciones, por último, se dividen en bandas y escuadras. La escuadra representa la unidad más pequeña de la Juventud (unos 15 afiliados).

Al frente de cada unidad se halla un jefe. La HJ cuenta con unos siete millones de asociados, siendo así la organización más grande del movimiento nacionalsocialista. Por esta razón, no es de extrañar que la HJ tenga necesidad de un gran número de jefes de ambos sexos. En las unidades inferiores existen todavía sin cubrir unas 290.000 plazas, y en las unidades medias unas 30.000.1.250 superiores carecen de jefes. Por la incorporación obligatoria al servicio militar o al servicio del Trabajo se produce todos los años un cambio sensible (un 20% aproximadamente) en el personal directivo de la Juventud.

La instrucción de este cuerpo de jefes se lleva a cabo en las escuelas regionales especiales, y en las tres escuelas nacionales creadas a este fin. Las muchachas se instruyen igualmente en escuelas provinciales propias, y en tres escuelas nacionales para jefes femeninos. La Juventud Hitleriana posee en total 79 institutos de esta clase, los que trabajan de acuerdo con un plan de enseñanza único, y están dirigidos por un cuerpo de maestros directamente inspeccionados por la dirección nacional de la Juventud, por mediación del Departamento de Educación e Instrucción Física. Las escuelas para jefes del Movimiento de la Juventud Nacionalsocialista están situadas casi sin excepción en comarcas de un paisaje extraordinariamente bello. La instalación de las mismas es homogénea en un principio. Son equipadas con el mismo excelente material de deporte, medios de enseñanza etc. Cada escuela dispone además de su correspondiente campo de deportes; la cultura física que se realiza sistemáticamente en las escuelas regionales para jefes, ha avanzado a un puesto preeminente en el plan de enseñanza. Las escuelas nacionales para jefes están orientadas con preferencia en el sentido de una educación teórica e ideológica. Los cursos en las escuelas duran generalmente tres semanas; sin embargo, a partir de un cierto grado, por ejemplo, del de jefe de bandera para arriba, sólo se nombra jefe al que haya pasado un curso preparatorio que consta de tres años, de los cuales es necesario haber cumplido los servicios prácticos durante dos años y durante un año la asistencia a distintas escuelas para jefes. Los miembros del cuerpo de jefes de la HJ deberán haber cumplido el servicio militar. Por medio de esta escala de selección se consigue la máxima garantía de la calidad tanto práctica como moral del jefe de la HJ.



Franz había llegado al primer escalón de esta enorme organización y estaba satisfecho. Bueno, pensó ya está listo esto, ahora tendré más que hacer pero lo pasaré mejor, iré a las excursiones, podré quedarme fuera de casa en los campamentos y mamá no podrá protestar. Era todo tan entretenido.

Vivía con sus padres en una casa de dos pisos, en un barrio no muy alejado del centro de la ciudad. Su padre trabajaba en Frankfurt, a pocos kilómetros al norte, los que hacía en el ferrocarril, a veces Franz lo iba a esperar a la estación y volvían juntos a casa, un grato paseo y poder hablar con su padre, ya que en casa su madre lo acaparaba para ella y su hermano menor, Joachim de 5 años quien era el centro de la atención, por lo que oportunidades de estar a solas con su padre eran muy pocas.

Albert Schmidt era químico en la IG Farben, trabajaba en el área de implementación tecnológica en el enorme edificio central de la empresa alemana que había fundado en 1925 Hermann Schmitz con el apoyo de Wall Street y que había llegado a ser la productora química más grande del mundo. Estaba en el extremo Oeste, sobre la colina Affenstein y había sido diseñado por el célebre arquitecto Hans Poelzig, de la escuela Bauhaus del judío Walter Gropius y que había diseñado también el Hochhaus Bahnhof de la Friedrichstraße, la Evangelische Kirche, el Türmhaus en Berlin, la Torre de Agua en Posen, la Casa de la Rundfunk en Berlin y muchos más.

Edificio de la IG Farben en Frankfurt


Imagen




Algunas veces había llevado a su hijo mayor a conocer algo de las instalaciones y mostrarle algunos laboratorios, lo que había impresionado en gran medida a Franz. Tanta gente atareada en esos complicadísimos equipos, con tubos, cosas que salían de un globo de vidrio para entrar a otro, matraces, retortas, un sinfín de misteriosos artefactos con cosas más misteriosas en su interior, el chico los miraba fascinado a través del vidrio que separaba la galería de observación de los laboratorios mismos. Franz estaba orgulloso de su papá, era "importante", mandaba gente y se notaba que lo respetaban. Ahora que estaba en la Hitlerjugend, aunque fuera en la preparatoria, también a él lo respetarían más. Su padre no se había manifestado especialmente contento cuando le pidió permiso para ingresar, sólo sonrió y le respondió brevemente con un "bueno, si tú quieres, es cosa tuya", y no dijo nada más. Su madre había meneado la cabeza como desaprobando, pero con ella nunca se sabía, ya que todo lo desaprobaba. Su hermanito no entendía nada aún de esas cosas.

Los Schmidt vivían con relativa comodidad, nada faltaba en casa, y salvo los berrinches de su hermano menor, su hogar era muy tranquilo, la madre lo administraba con firme serenidad. Los días feriados salía a pasear la familia en el Opel Olympia que era el orgullo de los dos chicos. Sus padres no eran religiosos, con lo que se salvaba de tener que ir a la iglesia como otros chicos de su vecindario. Eran la típica familia burguesa alemana acomodada a los nuevos usos nacionalsocialistas. La foto del Führer en el salón y los diarios con todas las noticias de la Nueva Alemania. Su padre no pertenecía al Partido y rara vez lo había escuchado hablar de política con su madre. Franz religiosamente tendría que escuchar de ahora en adelante la emisión por radio de la "Hora de la Nación Joven" todos los miércoles a las 20:15 en punto.

El colegio no estaba mal, aprendía con facilidad y sacaba notas pasables, aunque sabía, como se lo recordaban siempre sus padres que podía tener un muy mejor rendimiento con un pequeño esfuerzo más. Pero el deporte era más importante, jugaba fútbol y era bueno, en gimnasia también, pero su ambición era aprender lucha, la que para los de su edad no estaba disponible en el colegio. Cuando cumpliera 14 años lo primero que haría sería ir a inscribirse con el mastodóntico maestro, Herr Lorentz, ex luchador profesional, a quien Franz admiraba a más no poder.


Un acontecimiento novedoso había ocurrido hacía un par de meses. Franz no acostumbraba a recorrer las calles de su barrio, iba directamente a la plaza donde estaban sus amigos y la pelota y los dos arcos, sabía bien quienes vivían en sus proximidades, pero no estaba al tanto de los detalles. Su madre sí lo estaba, y de todos, y por ella había sabido que a la casa colindante con la suya por la parte de atrás había llegado una nueva vecina, Sofía.

La chica era hija de los Kohn, tenía su edad o algo menos. Según su madre había estado con sus abuelos en Colonia durante un tiempo y ahora había regresado con sus padres, tenía un hermano mayor que estaba en la universidad en alguna parte.
Franz hizo a su madre algunas preguntas y por ella supo que eran especiales, los Kohn eran judíos.


Los Schmidt tenían amistad y simpatía con sus vecinos y con los Kohn habían intercambiado algunas amabilidades, aunque no se visitaban en sus casas. Cuando las cosas se hicieron difíciles para los judíos y sus vecinos tuvieron que portar la estrella amarilla en sus ropas, la madre de Franz no dejó de saludar a su vecina y el niño a veces las veía conversar por sobre la pared que dividía las dos propiedades por la parte trasera. Nadie podía verlas. También la vió alcanzarle algunos paquetes, cuando preguntó, la mirada de su madre acalló de inmediato su curiosidad, no era cosa de él.


Franz alcanzaba a ver desde su cuarto la ventana del de Sofía y a veces la divisaba en su habitación. No le llamaba mayormente la atención, las chicas eran seres extraños para él, siempre riéndose con cierto disimulo y mirando hacia los lados, no hacían mucho deporte y los del BDM de ellas era una soberana lata al lado de las Hitlerjugend.

Pero un día Franz venía de vuelta a su casa en su bicicleta y tuvo que frenar ya que una chica cruzaba su paso y ella era Sofía y cuando se dio cuenta miró al ciclista y lo reconoció y le dijo hola y lo miró y Franz vió sus ojos y sintió que todo alrededor desaparecía, sólo atinó a abrir la boca, no supo si dijo algo, pero sí supo que nunca había visto unos ojos así, oscuros y que lo veían tan intensamente, se sintió como cuando el maestro de Geografía lo miraba fijo al interrogarlo, pero Herr Kuntz jamás había tenido ni tendría esos ojos tan hermosos, con tantas pestañas, con tanto brillo, con tanto…tanto.

Algo se dijeron, en su confusión Franz sólo atinó a articular algunos monosílabos al responderle a la chica que sí era su vecino de atrás, que sí estaba en el colegio de más allá de la plaza y que sí era el dueño del gato hermoso que deambulaba por los techos del vecindario. Caminaron el corto trayecto hasta la casa de los Kohn, Franz se había bajado de su bicicleta y ella le dijo que se llamaba Sofía y que le gustaba el gato y con su bolsa de libros abrazada contra su pecho le dijo que allí vivía y que tenía que entrar a su casa y le sonrió. A Franz nunca le habían sonreído así, como acariciándolo, las chicas no sonreían así, pero ella sí, y esa chica era la más linda que él nunca había visto, estaba muy seguro.

Esa noche Franz miró hacia la ventana de Sofía hasta que la luz de ella se apagó, nada puso ver tras las cortinas que ocultaban los ojos y la sonrisa que tanto lo habían encantado esa tarde. Esta era una chica no como las otras, era especial, y era judía, no podía ser judía, ¿o si? Quizás había judíos que eran distintos a los otros, y éstos eran así. El padre de Sofía, Nathan, era muy simpático y siempre le había sonreído y regalado chocolates y no tenía la cara como las que salían en los carteles y en las revistas como caras de judíos. La mamá sí, algo.

Nathan Kohn trabajaba en la Nestlé, la empresa suiza de leche y chocolates que había fundado el inmigrante alemán Henri Nestlé en 1867 (Nestlé en su dialecto es "nido", de ahí la imagen de la empresa). A pesar de su condición de judío, la agencia suiza en Alemania de la empresa le había conservado su trabajo en el área de publicidad y siendo internacional, poderosa e influyente en Alemania, la Gestapo no había podido intervenir para que el eficiente publicista dejara la empresa. Era un hombre empecinado que había surgido por su propio esfuerzo y como tantos otros judíos estaba convencido que lo del nacionalsocialismo sería sólo una fiebre pasajera y que pronto todo volvería a la normalidad.

Pero los hechos desmentían su porfiada renuencia a ver la realidad y ya la familia se sentía en peligro. Muchos judíos habían tenido que irse, otros estaban no se sabía dónde y la vida se les hacía más y más difícil. Para Sofía no hubo colegio y la hacían estudiar en casa.

En esos días, el jefe de Nathan, le pidió que conversaran con el Gerente, un suizo alemán que tenía especial afecto por el publicista. Los tres en su oficina hablaron con franqueza y Herr Schmalz le comunicó que su situación era muy precaria y que había ya hablado con la central en Zurich para que se trasladara a esa ciudad y que el Cónsul suizo en Berlín ya estaba interiorizado en su caso y se hacían los arreglos para que se fuera a Suiza con su familia, colocándose así a salvo de los alemanes y su política racial, de esta manera conservaba su empleo y Nestlé no perdía un colaborador de su talla.

Kohn no tuvo ya argumentos que oponer, su mujer estaba muy asustada y ahora con su hija nuevamente en casa, no, tenían razón, ya basta, debemos irnos, concluyó. Cuando Hitler se vaya volveremos, se dijo, satisfaciendo de esa forma su indomable porfía. Su hijo no corría mayor peligro ya que estudiaba en el Politécnico de París. Prudentemente había vendido su casa a un amigo alemán de su empresa y le pagaba un alquiler. Así también había sacado sus ahorros del banco y puesto su dinero a buen recaudo en manos amigas, una de las cuales era su vecino Albert Schmidt, quien se preocupaba de hacerle llegar dinero a través de su mujer que lo entregaba a su vecina pasándolo por encima de la muralla medianera.


Franz se empinaba sobre el metro y cuarenta y cinco cm. Era delgado, pero con todo el ejercicio que hacía ya se perfilaba su musculatura. Rubio y ojos azules era uno más entre los tantos niños alemanes que se aventuraban en el futuro que Adolfo Hitler estaba trazando para su país. Millones que se adentraban en un túnel cuyo boca de salida nadie podría imaginarse en esos días. Su mundo era luminoso y el entorno lo hacía estimulante y entretenido.

Su única inquietud era su amiga, había aprovechado el recurso de su madre y la veía por encima de la pared medianera. La espiaba y cuando la veía que se sentaba en el columpio instalado en el jardín se asomaba y la saludaba. Nunca dejaba de emocionarle la sonrisa de la niña. Se le ocurrían tantas cosas que decirle y cuando llegaba ahí, se le olvidaban y era ella la que decía. Hablaban de las cosas que veían, si a él le gustaba columpiarse, qué gimnasia hacía, qué dónde estaba el gato, y qué le daban de comer. Franz podía estar allí todo el tiempo del mundo, pero siempre, siempre aparecía la madre de la niña y, aunque lo miraba con simpatía, llamaba a Sofía para que algo hiciera en casa. Ella dejaba el columpio con una contorsión de su cuerpo, levantaba su mano moviendo sus dedos y le sonreía al despedirse.

El niño vivía intensamente esos momentos y pensaba en cómo poder estar más con ella y verla. Su observación de la ventana de Sofía no rendía frutos, ya que siempre estaban echadas las verdes cortinas. Con mucha suerte en pocas ocasiones alcanzó a divisarla cuando aseaba su pieza.

Ya con sus amigos, en el colegio y en la preparatoria de la HJ había escuchado lo de los judíos, no le daba mucha importancia, y no entendía bien porqué había que tenerlos lejos y no meterse con ellos. Franz pensó que el Führer quería a los niños, así se lo habían insistido y le habían mostrado muchas fotos de él con niños, sonriéndoles, haciéndoles cariño y con algunos en brazos. Si el Führer conociera a Sofía, se dijo, la querría igual, no le importaría que fuera judía, ella no es como todos, es mejor.

Un día, al salir de clases vió que alcanzaba a ir a la estación de FFCC. a encontrar a su padre. Era rápido en su bicicleta y cuando llegó faltaban 10 minutos para el arribo del tren. A Franz le encantaba el movimiento en la estación, algún día él tomaría trenes para ir donde quisiera.

Pronto apareció en la distancia el local procedente de Frankfurt. Franz sabía en qué vagón le gustaba viajar a su padre y se aproximó al sitio donde se detendría; no tardó en divisarlo a través de los cristales, venía con otro señor ya ambos de píe en el pasillo esperando para bajar. Al hacerlo ambos reiniciaron su charla y en ese momento el hombre vió a su hijo, al hacerlo lo miró sólo un instante y disimuladamente bajó su mano con la palma hacia abajo. Franz entendió. Miró hacia otro lado y montó su bicicleta iniciando unos giros en el andén. Los dos mayores caminaron hacia la salida de la estación donde se despidieron, ambos con sus abrigos en el brazo, el otoño estaba avanzando y el calor retrocediendo.

Sólo al ver que el otro hombre abordaba un taxi en que se alejó, Franz pedaleó hasta su padre y se besaron. El chico sabía qué cosas preguntar y cuáles no. Si su papá no quería que su acompañante lo viera con su hijo era por algo y eso no le correspondía saber. Avanzaron hacia el paradero de los tranvías cerca del cual estaba el negocio donde algo le compraría su papá para comer, y así fue. Un dulce grande y rico, otro más pequeño lo guardó para su hijo menor y se sentaron en uno de los tantos bancos que rodean la estación.

Hablaron lo de siempre, del colegio, que había que tener buenas notas que algún día podría ir a la cercana Heidelberg a estudiar como lo había hecho el padre y que le encantaba recordar. Al terminar su dulce Franz le preguntó qué pasaba con los judíos, porqué no los querían. Su padre se sorprendió y giró hacia él en el asiento, hijo, empezó, cuando su papá empezaba algo con "hijo" es que era en serio. Es difícil explicártelo, pero piensa como debes pensar, como tú lo sientas, no como otros te digan que pienses, y no hables de eso con nadie, solo escucha. Los judíos son como nosotros en casi todo, pero tienen su religión y sus maneras de hacer algunas cosas. En eso son distintos, en nada más. Franz no se atrevió a hablarle de su amiga, pero quedó tranquilo, o sea Sofía era un poco distinta y nada más, y eso era bueno, claro que era muy bueno. Ya venía el tranvía y sería el juego de siempre, su padre lo abordaría y Franz zumbando en la bicicleta ganaría la carrera hasta la esquina donde se juntarían de nuevo para caminar un par de cuadras hasta la casa. Allí su papá salía de sus dominios y entraba a los de su madre y su hermano menor.

Esos días fueron tranquilos, un poco de lluvia, fútbol ahora se podía jugar más, ya que no hacía calor. Era Jueves, llegó del colegio a almorzar, en la tarde no iría porque algo hacían los maestros los jueves. Estuvo mirando los catálogos de instrucción llenos de figuras de la HJ y miró un momento hacia el patio vecino y allí estaba Sofía en el columpio, leyendo un librito. Franz le silbó y ella que ya conocía su silbido levantó la vista hacia él y luego su mano moviendo sus dedos, se había puesto ese vestido con florcitas, el que más le gustaba a Franz. ¿Vas a bajar?, preguntó ella, el asintió y corrió escaleras abajo. Su madre se limitó a menear la cabeza. Salió al patio y se encaramó en el cajón que le permitía ganar la altura suficiente para mirar por sobre la pared. Ella vió aparecer su cabeza y luego parte de su pecho y esta vez no se quedó en el columpio, sino que aproximó una silla vieja que estaba relegada en su patio y se encaramó sobre ella. Nunca habían estado tan cerca uno el otro. Franz sintió que temblaban las rodillas. Ella como siempre inició su parloteo de niña y el chico la escuchaba mirando como movía sus labios y como la lengua se asomaba y escondía según hablaba, a los ojos no la miraba mucho porque se ponía nervioso. En eso sintió la voz de su madre avisándole que salía de compras con Joachim y que no estuviera mucho rato allí charlando, porque la chica tendría que hacer sus cosas y no perder el tiempo con él. Se rieron y ahí se enteró que Sofía y sus padres se marcharían luego, no sabía bien cuándo ni a dónde, pero era por el trabajo de su papá. Franz no se detuvo en ello, estaba muy emocionado de estar así hablando con ella, apoyados ambos sobre la parte superior de la pared. Le contó que jugaría el sábado en la cancha de la escuela en la delantera de su equipo y le dijo que fuera a verlo. No puedo, dijo ella, es Sabath, él no tenía idea lo que era eso, pero se imaginó que era algo "distinto" de ellos y no dijo nada, otra vez entonces, dijo, sí, respondió ella otra vez, otro día, antes que nos vayamos. Pronto sonó la voz de la madre de ella llamándola desde la cocina, me voy dijo despidiéndose y le tocó la mano y bajó de la silla. Franz sintió en su mano como si la hubiera rozado una estrella y se quedó mirándola hasta que desapareció en la casa. Bajó de la caja y volvió a su pieza, a mirar por la ventana si aparecía ella, lo que no ocurrió. Se preguntaba si cuando le tocó la mano significaba algo y porqué lo había hecho, aún sentía el roce de la mano de la chica en la suya, estaba muy contento. Sólo en la noche, antes de dormirse ordenó su mente y se percató del anuncio que había recibido y su gravedad, se iban, quizás no la vería más. Saltó de su cama y miró por la ventana hacia la de ella. La luz estaba apagada, Sofía ya dormía. Se quedó allí un buen rato mirando algo le corría por las mejillas, se tocó, era agua y así se dió cuenta que estaba llorando.


La vida diaria de un niño son escenas que se suceden rápidamente, según el ritmo que el chico le imprime. Franz era algo inquieto pero sabía organizarse. Dependía en alguna medida de sus amigos que lo pasaban a buscar para ir a jugar o dar una vuelta en bicicleta. Manfred era el mejor de sus amigos y con él era con quien más charlaba. Su amigo tenía mayor libertad de movimientos al ser su familia mucho más numerosa, tenía un batallón de hermanos y hermanas y siempre estaban escasos de dinero. Él le había insistido en lo de la HJ y estaba feliz de compartirlo ahora juntos. En un momento Manfred apareció en su casa y corriendo subió a su pieza, traía unas banderolas con la swástica para poner como decoración en las calles y que él había juntado, le regaló tres a Franz. Hablaron de lo que harían en cuanto les dieran sus uniformes. Franz varias veces miró por la ventana a hacia la de la casa vecina lo hacía sin pensarlo, ¿qué miras tanto por la ventana? Le preguntó su amigo y fue también a mirar - el gato, respondió Franz, no lo he visto en todo el día y tiene que comer. No, Manfred era su compañero pero no lo llevaría tan dentro de su mundo secreto, eso era de él y de nadie más, ni siquiera papá. Franz le dijo que debían aprenderse los grados de la HJ porque iba a ser lo primero que les iban a preguntar cuando tuvieran la instrucción, sacó la cartilla, se echaron boca abajo en la cama de Franz y se pusieron a mirar y a repetir en voz alta para memorizar en voz alta la Rangabzeichnen de la organización a la que ambos pertenecían.


Imagen




Se vieron varias veces más por sobre la muralla, no hablaron de que ella se iba, sino de qué harían en vacaciones, si irían a esquiar o algo así, ella le dijo que seguro porque iba a Suiza. El le respondió que su padre le había prometido ir al Tirol y que quizás esa sería la oportunidad.

A fines de Octubre la charla fue algo más larga, y ella le tocó la mano de nuevo, era Jueves y de pronto ella bajó de la silla y le dijo que esperara, entró corriendo a su casa, sintió cómo corría escalas arriba y que bajaba presurosa. Por si se me olvida le dijo, es un regalo que te tenía y le pasó una bolsita de género anudada con un cordón, todo en rojo. Para que te acuerdes de mí cuando me vaya le dijo ella, mírala después ahora no, se te puede caer. Franz se la echó al bolsillo con cuidado, tenía mucha curiosidad. Y se le ocurrió algo y le dijo, yo también te voy a dar un recuerdo y fue su turno de salir corriendo a su pieza, estaba muy nervioso, pero sabía qué podía darle, sacó la foto en que aparecía vestido de futbolista, cuando hacía poco habían ganado el partido contra el otro 5ú años del colegio y salía con la copa de premio en la mano, bajó corriendo y subió a su sitial. Ella la miró y se sonrió y a él y le dijo tienes el lápiz en tu bolsillo de la camisa, escribe algo, Franz sacó su Kugelbleistift y le hizo una firma sobre la foto y puso "para Sofía", como había visto en una foto de una revista a l centrodelantero del Bayer dedicándosela a una admiradora. Una vez más se sintió la voz de llamada de la madre de la chica. ¡Ya voy! gritó ella y lo miró y le dijo que ojalá se encontraran de nuevo y le sonrió. Franz estaba inmóvil, mirándola, el momento era muy intenso para él, él no había vivido cosas así nunca y no quería dejar de mirarla para que su rostro se le quedara grabado y le tomó la mano a Sofía como hacen los grandes cuando se despiden, ella lo miró y le dijo que era bueno con ella o algo así, Franz nunca pudo recordar sus palabras en ese momento, pero nunca pudo olvidar que ella se empinó en la silla para acercarse a él y lo besó. Fue un instante de magia que sólo se disolvió cuando ya ella cruzaba la puerta de la cocina al patio y Franz pudo reaccionar haciéndole un tardío gesto de despedida con su mano.

Esa noche abrió la bolsita, dentro de ella había una cajita de latón, parecida a las de vaselina, adentro había en la tapa pegada una foto de Sofía, sonriendo, con la misma sonrisa que le acariciaba y en la caja misma un pedazo de género como seda y con una leve costura unido a él un rizo del cabello de la niña. Sin duda era obra de ella. Franz lo contempló largo rato ya ahora pudo besarla en la foto y preguntándose cómo ella pudo hacer algo tan bonito con la cajita, la puso debajo de su almohada y se durmió pensando en ella.




Llegó Noviembre, una noche sus padres estuvieron pegados a la radio, algo había pasado en Francia, habían matado a no sé quien, Franz subió a su pieza a jugar con sus láminas de soldados. Sintió ruido en las calles y bocinas de vehículos, pero pronto le dio sueño, miró varias veces por la ventana y no supo qué pasaba. Al día siguiente su madre le dijo que no fuera a buscar a su padre a la estación y que se viniera directamente del colegio a casa, porque en las calles estaban pasando cosas y era mejor no andar por ahí. Franz así lo hizo, pero en el trayecto, mientras pedaleaba con Manfred a su lado, que tenía que esforzarse mucho para ir a la par con su amigo ya que su bicicleta era un moribundo ejemplar muy lejos de la estupenda Adler de Franz, vió escuadras de las SA en las esquinas con banderas y unos carteles. También vió el negocio de los Finger con los vidrios quebrados y se preguntó cómo podía pasar una cosa así, que se le quebraran todos los vidrios a un negocio al mismo tiempo, miró a Manfred , ¿qué pasaría? Le preguntó - Juden, respondió su amigo, son judíos , para que la gente no les compre.


Llegó a casa y su madre respiró aliviada. Al rato llegó su padre, serio y algo preocupado. Cenaron como siempre y cosa rara sus padres no escucharon el radio, sino conversaron en voz queda. Era día 10, Franz jamás lo olvidaría. Llegó la hora de acostarse, como siempre con todo el ceremonial de acostar a su hermano menor y tener que ir a darle el beso de buenas noches. Estuvo mirando por la ventana hacia la de Sofía y la pudo ver, no mucho, pero la vió, ella no, estaba haciendo algo en su estante y no miraba hacia fuera, Al rato corrió la cortina y quedó oculta a la mirada de su observador.

No había empezado a desvestirse cuando sintió gritos y ruidos en la casa de Sofía, miró por la ventana y vió las luces encendidas, y sombras que se movían de un lado a otro en las ventanas, alguien hablaba fuerte, como dando órdenes, sentía también a la mamá de su amiga que hablaba y lloraba, al papá no lo escuchaba pero lo vió salir al patio un momento, había un hombre con abrigo de cuero tras él y sombrero, entró de inmediato. Franz no sabía ni entendía nada, a Sofía no la veía ni escuchaba. Sintió que había alguien con él en la ventana, era su papá, se abrazó a su cintura y él puso su brazo sobre sus hombros, no le dijo nada. ¿Qué pasa papito? - Se van, respondió su padre - ¿a Suiza? Respondió el chico. Su padre lo miró a los ojos con cierta sorpresa--¿a Suiza? ¿porqué? - ella me dijo se iban a Suiza, ¿ella? ¿quién es ella? - mi amiga, Sofía, ella me contó. Su padre le acarició la cabeza y le dijo, sí, puede ser, puede ser eso, ¿y porqué grita y llora la señora? - no lo sé hijo, puede que se le haya perdido algo, averiguaré y te lo contaré, mañana, ¿sí?, no te preocupes por tu amiga, va a estar bien. Los ruidos ya habían cesado y se habían apagado las luces de la casa.

Franz corrió hacia la escalera que en su trayecto estaba iluminada por varias ventanitas desde las cuales podía ver la calle; cualquiera que saliera de la casa de los Kohn tenía que pasar por ahí. Vió unos hombres de las SA con garrotes en las manos mirando hacia todos lados, hablaban pero no se escuchaba y luego apareció un camión proveniente del interior de la calle, era grande, cubierto con una lona Franz alcanzó a ver que iban varias personas en su interior, unas señoras y hombres, pero no vió a los Kohn. Más atrás iba un automóvil negro y otro camión pequeño abierto al que subieron los de las S.A. y se fueron. Sintió la mano de su padre en su hombro y se dejó llevar por él a su dormitorio. Su papá lo acostó y se quedó sentado en la cama junto a él, no le dijo nada, sólo le acariciaba la cabeza, apagó la luz del velador y no se fué de la cama de su hijo hasta besarlo en la frente ya seguro que éste dormía profundamente.


Al día siguiente, Sábado, Franz lo primero que hizo fue mirar hacia la casa y patio vecino, no había ningún movimiento. La puerta de la cocina al patio estaba abierta, como siempre, pero no se escuchaba la radio que la dueña de casa no apagaba mientras estaba allí. Rápidamente se aseó en el baño, se puso su ropa "de jugar" y bajó a tomar desayuno. Su madre, cosa rara, le devolvió su beso abrazándolo y le acarició el rostro. Te hice un postre rico le dijo y volvió a besarlo. Así era, esa deliciosa crema que hacía la mamá y con mermelada encima. ¿Sales? Le dijo, sí mamá, voy a buscar a Manfred, daremos una vuelta por ahí. Ten cuidado, dijo ella, ya viste que hay líos en las calles, mejor vengan a jugar acá, yo saldré de compras con tu hermano, prefiero estés aquí con tu amigo, así cuidas la casa.

No pasó mucho rato antes que los dos amigos llegaran de vuelta, la madre de Franz había guardado algo de postre para Manfred que se lo zampó encantado, dándole las gracias. Ella ya estaba lista para salir lo que hizo con su hijo menor que saltaba de alegría.

Franz esperó que se fueran, ¿vamos a tu pieza? preguntó Manfred - no, respondió, quiero que me ayudes en algo, pero es secreto. Su amigo asintió, eso le gustaba de su amigo, nunca objetaba, era decidido y valiente, vamos, a pie, añadió Franz y salieron a la calle. Dieron la vuelta en su calle hacia el interior y llegaron a la casa de los Kohn. La puerta estaba cerrada y sobre ella y cubriendo el marco también había un papel grueso, sellando la puerta. Se acercaron a leerlo:

¡Atención! Esta propiedad y sus bienes están bajo la custodia del Estado hasta nuevo aviso. Se prohíbe el ingreso a ella a cualquier persona no autorizada por la Oficina de Propiedades del Estado de Hesse. Para consultas dirigirse a ella.

Había una firma y un sello abajo. Los chicos se miraron ¿Qué significaría eso?. - Vamos a casa dijo Franz y volvieron. Franz salió al patio y se subió sobre la caja que utilizaba para conversar con su vecina, Manfred lo siguió. No hay nadie, dijo Franz, entremos. ¿Y si viene alguien? Respondió su amigo, ponemos la silla esa y volvemos corriendo acá, no sabrán que estamos, vamos. Saltaron hacia el patio vecino y entraron muy callados a la casa.

Estaba desordenada, la cocina estaba limpia pero había platos en el fregadero, en la sala había algunas cosas tiradas en el piso, libros, algunos adornos, nada en el comedor, lentamente subieron a los dormitorios en el segundo piso, las camas deshechas, como si sus ocupantes se hubieran levantado muy rápido por algo urgente, ropa en el suelo, los armarios abiertos. Franz se dirigió a la habitación de Sofía, también estaba abierta la cama, la almohada en el suelo. Miró hacia el armario y vió ropa colgada, entre ella el vestido de las florcitas, se acercó y lo tocó suavemente, la tela le devolvió la suavidad de su textura. Sobre el velador había un librito, Franz lo tomó, no entendió las letras, eran muy raras, en la tapa había dibujado un candelabro con varios brazos. Se acercó a la ventana y a través de la cortina vió la ventana de su propia pieza metros más allá. Sintió a Franz tras él, vamos Franz, le dijo, puede venir alguien y será todo un lío. Salieron despacio y en puntillas, bajaron la escala en silencio y con rápidos movimientos salieron por la cocina al patio, a la pasada Franz colocó la silla vieja contra la pared, se subieron a ella y saltaron hacia su casa. La excursión había terminado. A ambos les saltaba el corazón por la excitación. ¿Porqué hicimos eso? preguntó Manfred - quería ver, quería saber, respondió. No se lo cuentes a nadie. No, dijo su amigo, es de nosotros y nadie más. Subieron a la pieza de Franz y se sentaron en la cama. ¿Quieres jugar? preguntó Manfred, - No, fue la respuesta miremos la revista de la HJ, léeme lo que dice, no quiero hacer nada más.



Pocos días más tarde hubo otro acontecimiento en casa de los Schmidt. Por la noche vino alguien. Luego de la cena, Albert le dijo que subiera a su habitación y no volviera a bajar porque vendría una persona a conversar con él. Subió con su madre y su hermano, lo acostaron y se fue a su pieza. Poco rato más tarde sintió que se abría la puerta y voces de su padre y otro hombre. No fueron a la sala , sino al comedor, cerraron la puerta y se sintió el ruido de vasos. Franz había alcanzado a atisbar por entre los barrotes de la escala al recién llegado y lo reconoció, era el mismo que había llegado en esa ocasión con su padre en el tren desde Frankfurt.
Se hacía ya tarde y se acostó, sintiendo aún el rumor de la charla en el piso bajo. Entre sueños y no sabiendo qué hora era sintió cuando el visitante se iba. Sintió mucha curiosidad.

La curiosidad de Franz se satisfizo pocos días después. Un Domingo ya cercana la Navidad salieron a pasear, fueron al lago cercano y en un momento su padre le habló. Nos vamos hijo, mientras lo miraba sonriente, nos vamos de acá. ¿a qué parte? - respondió, a ¿Frankfurt? (era una secreta ambición de Franz irse allí. No, respondió su padre ampliando la sonrisa, nos vamos de acá y de Alemania, mi hermano Horst, te he hablado de él, el que vive en Estados Unidos, en América, quiere me vaya a trabajar con él, tendremos nuestra propia empresa con él, y ganaremos mucho dinero. Franz lo escuchaba con la boca abierta. Nos iremos entre la Navidad y el Año Nuevo. No se lo cuentes a nadie. Nos iremos sin despedirnos, allá te contaré porqué. Alégrate, en los EE.UU. podrás hacer mucho más deporte que acá y conocerás un país grande y muy interesante, y le golpeó la rodilla con la mano. Su mamá parecía contenta también.

Franz estuvo como aturdido esos días ¡Estados Unidos! Podría conocer los cow boys y ver a los indios corriendo a caballo y tantas cosas, pero ¿y sus amigos? Le preguntó a su madre. - Ya tendrás otros allá le dijo, hay millones de niños de tu edad en los EE UU, fue su respuesta y podrás pasarlo mejor que acá. ¿Y la HJ? - Allá no hay, pero si quieres entrarás a los boy scouts, es casi lo mismo, salen a excursiones a los bosques y verás a los osos y esos lindos animales que hay allá.

Celebraron la Navidad como siempre. Cenaron y su padre le dijo, Franz, nos vamos ya, mañana vendrán a embalar todo lo que nos llevamos, vendí la casa, estaremos ocupados todos, tú tendrás que cuidar a tu hermano mientras mamá guarda todo, anda a despedirte de Manfred, sólo de él y dile que no lo cuente. ¿Le puedo regalar mi bicicleta? es Navidad, respondió el chico. Sí, le dijo su padre acariciándole el pelo, allá te compraré otra, los americanos hacen unas bicicletas que ni te imaginas.

Franz salió abrigado de su casa con su bicicleta tomada del manubrio hacia la casa de su amigo, tocó la puerta, una de sus hermanas le abrió , no lo saludó sólo gritó ¡Manfred es Franz! y volvió al interior. Salió a la puerta su amigo. ¿Dónde vas en bicicleta? está todo con nieve, preguntó. Es para ti , te la regalo, nos vamos, en los EE UU me comprarán otra. Extendió su mano, Manfred no entendía, pero alargó la suya, se las estrecharon, y metieron la bicicleta a la casa de su amigo, Franz lo miró y le dijo lo de siempre, nos vemos, le dio la espalda y volvió a su casa, lo más rápido que podía, no podía correr porque estaba el suelo cubierto de nieve y porque él estaba llorando.

Y así, todo fue como esas películas divertidas en cámara rápida, vinieron al día siguiente unos hombres en un camión, Franz recordó el que se había llevado a Sofía y sus padres, Todo se embaló en grandes cajas que decían HAMBURG- NEW YORK - SCHMIDT , Un señor muy simpático vino y se llevó las llaves del Olimpia y en su gran Mercedes subieron todos y los llevó a la estación FF CC. Subieron y partieron. Ya al anochecer llegaron a una ciudad, hacía mucho frío y en un taxi se fueron al puerto, era todo enorme y mucha gente, Franz no se despegaba de su madre y entre ambos cuidaban de su hermano. Había un galpón con unos pasillos con barandas a los lados, avanzaron lentamente, su papá pasó varios papeles y unos policías y otros hombres los revisaron con mucho cuidado y los miraban a su madre y su hermano. Al final uno de ellos sacó una cosa de una caja y golpeó los papeles varias veces. Es un timbre, le dijo su madre al oído. Alles gut, todo está bien. Más allá del galpón había una gran pared de metal con unas ventanitas redondas y una pasarela para subir. Por ahí se fueron y cuando subieron Franz por primera vez en su vida estaba en un transatlántico. No podía creerlo, así eran …¡tan grandes!

Un hombre de chaqueta blanca los guió por pasillos y escaleras y llegaron a un camarote que se dividía en dos, un dormitorio para los padres y otro con una cama sobre la otra para él y su hermano. Sería su casa mientras cruzaban el Atlántico. Franz se sacó algo de ropa pues hacía calor en el barco. Se moría de ganas de ir a recorrerlo, pero antes se tocó el bolsillo del lado del corazón para asegurarse que la cajita que le había regalado Sofía estaba allí. Sí allí estaba y ahí estaría por mucho, mucho tiempo.



Fin Capítulo I



Salu-2