Publicado: Sab May 18, 2019 11:08 am
por Domper
Llevo mil años sin amanecer por aquí pero bueno, retomemos la historia.

—Bueno, parece que por fin el mando se ha decidido a acabar con los herejes de las Canarias —nos dijo el comandante Salvador—. Ya sabéis lo costoso que ha sido traer abastecimientos. No solo para nosotros sino también para los herejes cabrones que aun siguen en Canarias. Ahora vamos a lanzar un órdago a la grande, a la chica y a pares. En estos momentos un montón de barcos, protegidos por toda la flota del Pacto, están pasando el estrecho de Gibraltar y se viene para aquí. No se os escapará que la maniobra tiene más peligro que un mono con una pistola, pues es lo que la pérfida navy estará esperando para machacar a nuestros marinos. Por desgracia, en el mar los ingleses todavía tienen fuerzas como para ponernos la cara como un mapa. No porque sus barcos sean mejores, sino porque tienen portaaviones, y ya se sabe que donde hay un avión los popeyes solo pueden cerrar la mui. Así que se trata de chafarles el plan a los herejes y demostrarles a los herejes que nuestros cazas son tan buenos sobre el mar como sobre tierra ¿Estamos?

El comandante siguió describiendo la operación. No íbamos a escoltar a los bombarderos: dado que se iban a lanzar decenas de ataques, y que por muchos aviones que pudiesen llevar los portaaviones herejes, no tendrían más que unas decenas de cazas, resultaba más económico realizar primero uno en masa para lograr la superioridad aérea, y a partir de entonces cubrir a la flota enemiga con una pantalla de cazas e ir derribando a los ingleses a medida que fuesen despegando. No debiera resultarnos muy difícil, ya que la navy seguía empleando aparatos más aptos para un museo —de horrores— que para una fuerza aérea. Es decir, que seguían con los funestos Fulmar, algo así como una furgoneta con alas. Como mucho podríamos ver algunos Martlet de origen norteamericano, que eran coriáceos pero con la maniobrabilidad de un ladrillo. También se apuntaba la posibilidad de que hubiesen embarcado los Hurricane, pero esos trastos, aunque como verdugos de bombarderos no lo hacían mal, tampoco es que nos quitasen el sueño a los que pilotábamos los Mochos.

Amaneció el día de autos con todos nosotros en el cobertizo de alerta, esperando un aviso para salir que no llegaba. Al parecer la flota enemiga estaba bastante lejos, en el límite del alcance de nuestros aviones. Solo partían los bombarderos, que a ellos sí les llegaba la gasofa. Nosotros nos quedamos en tierra, viéndolos despegar y mordiéndonos las uñas. El único aviso fue cuando el radiotelémetro detectó un avión de reconocimiento inglés, al que intentó dar caza —infructuosamente— la patrulla del comandante Salvador. Solo después de comer hicimos una salida en condiciones, pues un informe señalaba la presencia de una fuerza enemiga a doscientos kilómetros al norte de la isla; pero el avión que dio la alerta habría confundido a las marsopas con acorazados, y aparte de mar vacío no encontramos nada. Al no haber combatido costó poco ponerse tras el Bacalao que nos devolvió a casa sin especiales apreturas. Llegamos frustrados, pues del éter saltaban chispas con los gritos radiofónicos de nuestros hombres y, obviamente, de los herejes.