Publicado: Mar Abr 05, 2016 10:51 am
por Domper
Von Manstein respondió secamente, casi indignado— ¿Otro Hohenzollern al frente de Alemania? ¡Jamás! Tú no recuerdas a Guillermo II, pero te aseguro que fueron sus dislates los que llevaron a Europa a la ruina. Sus absurdas fanfarronadas desencadenaron una guerra innecesaria que acabó destruyendo a Alemania, y que creó en Rusia un monstruo con el que antes o después nos tendremos que enfrentar. Dicen que el Konprinz es un hombre decente, pero estuvo al frente de la carnicería de Verdún. Pero aunque fuese un buen emperador ¿cómo será su hijo? ¿o su nieto?

—Mariscal, no me ha dejado terminar. La dinastía Hohenzollern ha sido reciente, como también lo fue la Habsburgo. Cuando el imperio alemán fue fuerte, los monarcas eran elegidos entre los mejores.

Von Manstein quedó en silencio unos momentos y me dejó seguir.

—Yo estaba pensando en volver a la monarquía electiva, pero sin los conflictos a los que llevó la elección de emperadores. Se podría elegir a un káiser, con papel únicamente representativo, y que deje trabajar al gabinete para conseguir la victoria.

El mariscal me miró a los ojos fijamente y dijo—. Roland, cuando te escogí como ayudante sabía que eras inteligente, pero no esperaba ser servido por un genio. Si no te importa ¿podrías seguir pensando en voz alta? ¿Cómo organizarías el Estado? ¿Te parece que estaría bien volver al sistema de 1914?

—Mariscal, soy demasiado joven y no lo conocí. Me crie en la década pasada y me enseñaron que los partidos políticos son funestos. La verdad es que creo que los nazis tenían algo de razón. No me gusta el nacionalsocialismo, usted ya lo sabe, pero las politiquerías no ayudan a resolver los problemas de la nación ¿Recuerda que en una conversación Von Papen estuvo hablando en como Franco había utilizado a su partido único, la Falange? Pues podríamos hacer algo así. Convertir el partido nazi en un organismo meritorio y ceremonial, pero que también tenga algún papel representativo. Que sirva como filtro que permita ascender a los mejores alemanes, y luego ofrecerles algún papel político.

—Eso sería darle demasiada fuerza —respondió el mariscal—. Significaría que a la política solo llegarían hombres del Partido.

—Si fuese la única vía, sí. Por eso creo que debe haber varios poderes en Alemania. Debo ser un nostálgico, pero tengo cierta inclinación romántica hacia esa Alemania heroica en la que condes y electores daban fuerza al imperio. Se podría dar cierta voz a los gaus.

—Así que tendríamos al partido y a los gauleiter, electores o como les quieras llamar ¿enfrentados?

Seguía pensando e inventando un sistema sobre la marcha—: No, mariscal, yo pensaba en una cámara en la que la parte de sus cargos fuese nombrada por el Partido. La otra parte sería territorial, con representantes que podrían ser burgermeister prestigiosos, procedentes tanto de las regiones alemanas como de las que se fuesen incorporando al Reich. También podría haber representantes procedentes del Frente Nacional del Trabajo.

—¿No tendría demasiado poder esa cámara, Roland?

—Es que estaba pensando en un sistema bicameral. La que ya he descrito sería la cámara popular, que estaría encargada de la confección de las leyes. Pero yo sugeriría crear una segunda cámara con una nueva aristocracia, equivalente a la cámara de los lores de los ingleses. Pero no la llenaría con caducos condes y marqueses, sino con los mejores hombres de la nación, escogidos por sus méritos. Podrían pertenecer los militares de mayor grado y los héroes de guerra, antiguos ministros, gauleiters, catedráticos de universidad, científicos, artistas insignes, etcétera. El káiser designaría a los miembros a propuesta del gabinete, y serían vitalicios. Así tendríamos una cámara popular, en el que el poder se equilibraría entre el Partido, el sindicato y las regiones, y una cámara alta mucho más independiente. Seguramente no se podría impedir que las dos cámaras discrepasen…

—Y como no podrían ponerse de acuerdo, sería el gobierno el que mantuviese el poder. Bien, Roland. Sigue así.

—Pues mire, pienso que sería conveniente que hubiese algún organismo que estuviese por encima de las luchas partidistas que a pesar de todo seguramente se producirán. Se podría tener un consejo de Electores —la nostalgia por la historia de Alemania me arrastraba— que sería un grupo reducido, de una docena o poco más, formado por personajes con experiencia de gobierno: antiguos cancilleres, jefes del ejército, la marina o la aviación, algún rector de Universidad… Ese consejo, que representaría la tradición, mediaría entre las dos cámaras.

—Bien, Roland. Ya has pergeñado el estado ¿Y la dirección?

—Pues como hasta ahora: que el poder resida en el gabinete de guerra. Aunque creo que sería conveniente que alguno de ustedes pasase a ser el canciller, aunque solamente cara a la galería: ustedes cuatro seguirían tomando las decisiones por consenso. El gabinete podría mantenerse estable durante lo que queda de guerra, pero cuando la ganemos, podrían elegir si quieren seguir en el poder, o institucionalizar el sistema.

—Preferiría un sistema organizado. Ya te he dicho que temo las dictaduras.

—Le entiendo. En el sistema que estaba pensando el canciller tendría demasiado poder, y podría convertirse en un dictador, una especie de shogun. Para impedirlo lo mejor sería someterlo al refrendo del consejo de electores, y limitar su mandato a diez años. El consejo de electores creo que sería ideal para esa función: no solo estaría al margen de las luchas partidistas, sino que sería el primer interesado en evitar personalismos.

—Ya solo falta la guinda: necesitaríamos a un káiser ¿Cómo se podría elegir?

—Cuando el sistema esté organizado, tendría que ser con el método más ceremonioso posible: por ejemplo, que el gobierno proponga tres candidatos, y el consejo de electores designe uno. Luego tendría que someterse a la aprobación de las dos cámaras y, finalmente, a un plebiscito. Yo prohibiría cualquier sistema de sucesión familiar, e impondría la retirada del káiser a los ochenta años o si sufre una enfermedad incapacitante. Nada de ancianos babeantes en el trono.

—Todo eso está muy bien, pero ahora no tenemos ni consejo, ni cámaras, ni nada. Tú dices que convendría designar a un emperador ¿a quién?

La pregunta era comprometida, pero tenía una respuesta.

—Más que un emperador, designaría un regente, que tendría que ser algún militar con mucho prestigio.

—Espero que no pienses en mí. Aun no estoy para que me aten a un trono.

—No, mariscal. Debiera ser alguien con más antigüedad.

—¿Von Runstedt o Von Leeb? Serían más problemáticos que Von Brauchitsch ¿No te imaginas al amigo Gerd intentando aferrarse al poder?

—Mariscal, estaba pensando en un militar ya retirado, de edad avanzada pero lúcido como el que más, que tiene un prestigio inmenso, y que se ha opuesto tanto a los nazis como a los socialistas o a los republicanos.

El mariscal adivinó mi pensamiento y me interrumpió—. Roland, no hace falta que sigas, que veo por dónde vas. Me parece que en lo sucesivo vas a tener más responsabilidades. Por de pronto, tendrás que encargar un nuevo uniforme con las insignias de capitán. Antes de eso, vas a tener tarea durante este viaje. Toma papel y lápiz y redacta un boceto de esa constitución. Me gustaría revisarlo antes de aterrizar en Berlín.