Publicado: Mar Ene 30, 2007 6:01 pm
por Administrador
Beethoven y La Muerte
Artículo número 1

Había amanecido un gris y frio día de Noviembre.

Se abotonó la guerrera mientras miraba por la ventana de su despacho. El bosque, allí, al otro lado, aún dormía cubierto por la niebla, con las ramas de los árboles tapizadas aún levemente por las primeras nieves del año. Le habría gustado salir a dar un paseo, caminar con la única compañía del sonido de sus pisadas amortiguado por el blanco lecho que cubría el suelo, y pararse a mirar el cielo, intentando imaginar el sol por encima de las copas de los pinos y la persistente bruma.

En un gesto totalmente mecánico se ajustó el nudo de la corbata y después pasó las manos por el cabello, ya suficientemente alisado pero no del todo impecable, como a él le gustaba. En una pequeña mesa situada en una esquina el ordenanza había dejado, apenas unos minutos antes, una cafetera que aún humeaba. Tomó una taza, echó tres cucharadas de azúcar, y se sirvió una taza bien colmada de café. Se la llevó a los labios y dio un ligerísimo sorbo; demasiado caliente. La dejó sobre la mesa y volvió a mirar por la ventana.

-Vaya día.-, pensó. -Podrían ser las cinco de la tarde en lugar de las ocho de la mañana, casi no hay luz.-

Imaginó las largas jornadas de Otoño e Invierno que quedaban por delante, iguales que esta y todavía peores. Pero de pronto le vino una idea a la cabeza. Había que iluminar la mañana, o acabaría entristeciéndose irremediablemente.

Abrió un armario y de una de sus estanterías sacó un disco. Novena Sinfonía, Ludwig van Beethoven. Sí, era la mejor elección para un día como este. Manejó el disco con extremo cuidado, casi de un modo reverencial, echó mano a uno de sus bolsillos y sacó un pañuelo blanco de seda con el que, después de soplar sobre la superficie del microsurco, lo limpió con suavidad.

Sosteniéndolo por los extremos, apoyado en la yema de sus dedos, fue hasta un pequeño gramófono. Puso el disco en él y acciono el mecanismo. Comenzó a girar y con delicadeza posó la aguja en un lugar exacto y preciso. Los primeros acordes del 4ú Movimiento comenzaron a escucharse... taraaan taraaan taraaan, tararaaan tararaaan tararaaan…

Hacía cuatro años había tenido el privilegio de asistir a una representación de La Novena. Había sido en Aquisgran, y la orquesta la dirigía un maestro joven, genial y prometedor, un tal Karajan, que con tan sólo cuarenta y tres años ya había sido nombrado GeneralMusikDirektor. Tenía su misma edad pero esa fuerza, ese sentido del arte musical, esa sensibilidad... Él no había pasado de estudiar piano y ser un aceptable intérprete, pero Karajan...Karajan y Beethoven... ¡por Dios, que unión tan perfecta!

-"Freude schoner gotterfunken, tochter aus Elysium... (Alegría hermosa chispa de los dioses hija del Elíseo)"- La voz del barítono comenzó a desgranar las bellas estrofas de Schiller. Fue de nuevo hacia la ventana, volvió a mirar al bosque y cerró los ojos, ya no estaba allí.

-"Alle Menschen werden Brüder,wo dein snafter Flügel weilt... (todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave)"- Paseaba por el bosque, pero no había nieve, el aire estaba lleno de los olores y sonidos de la primavera, el tibio sol, brillante y pleno, bañaba su cara, sentía como la vida le rodeaba y entraba en él.

-"Wem der grosse Wurf gelungen, eines Freundes Freund zu sein,wer ein holdes Weib errungen,mische seinen Jubel ein! (Quien haya alcanzado la fortuna de poseer la amistad de un amigo, quien haya conquistado a una mujer deleitable una su júbilo al nuestro.)"- Laura, Laura Kessler... Habían ido al campo con su familia. Él había recogido un pequeño ramillete de flores y se lo había entregado. Ella sencillamente le había dado un beso y le había sonreído haciendo que el suelo dejara de existir bajo sus pies. Tenía 12 años. Desde aquel día la había amado, había conocido esa fortuna, había sido feliz. Laura... ¿donde estabas ahora, Laura?

-"Freude trinken alle Wesen an den Brüsten der Natur, alle Guten, alle Bösen folgen ihrer Rosenspur. Küsse gab sie uns und Reben, einen Freund, geprüft im Tod... (Todos los seres beben la alegría en el seno de la naturaleza,todos, los buenos y los malos, siguen su camino de rosas. Nos dio besos y pámpanos y un fiel amigo hasta la muerte...)"- Seguía en el bosque y ahora estaba frente a él Karl, el siempre querido Karl. ¡Tanta vida juntos! Tanta niñez, tanta juventud, tantos recuerdos… Pero Karl había muerto. Le había devorado el Frente Oriental, junto con otros muchos miles. Karl... Sintió una emoción que apenas pudo contener dentro de si.

La música inundaba todo, cada rincón del pequeño despacho, se filtraba por su piel, penetraba hasta el más recóndito lugar de su espíritu. Comenzó a mover la mano derecha marcando el compas, con los ojos cerrados. El bosque, con Laura, con Karl, con sus padres, montando en bicicleta, bañándose en el lago...

-"Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt! Brüder, uberm Sternenzelt muss ein lieber Vater wohnen...(¡Abrazaos, criaturas innumerables!¡Que ese beso alcance al mundo entero!¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada tiene que vivir un Padre amoroso...)"-

Una llamada discreta golpeó la puerta al otro lado.

-Adelante.-, dijo sin salir de la abstracción. Al oír como la puerta se abría, de espaldas a ella, alzó la mano izquierda en una orden sin palabras que exigía a quien fuera que esperase. No quería perder ni un sólo segundo de aquel momento de gozo y arrebatamiento totales.

Por fin la orquesta arrancó en un crescendo hacia los últimos compases y las imágenes giraron en su cabeza cada vez a mayor velocidad, entrando y saliendo de su corazón, una tras otra, más rápido, más rápido, más... Hasta que con la última nota estallaron y se fundieron en su interior en un único segundo de silencio. Respiró hondo y dejó que una solitaria lágrima se deslizara por su mejilla. Abrió los ojos. Seguía allí, tras la ventana, contemplando el cielo gris y el bosque nevado a lo lejos, más allá de la valla y el alambre de espino. Con un movimiento rápido y furtivo de la mano secó la lágrima.

-¿Sí?-, preguntó sin tan siquiera darse la vuelta.

-Herr Sturmbannfuhrer, acaba de llegar un tren.-, dijo a su espalda un sargento visiblemente incomodo.

Se giró, volvió a ajustarse el nudo de la corbata y a alisarse el pelo. Dió un leve tirón hacia abajo a su guerrera y sonriendo, aunque sus frios ojos azules no lo hacían, al igual que las cuencas vacías de la calavera que adornaba su gorra, se dirigió al sargento.

-Llegan más pronto de lo habitual. Mi abrigo, sargento. Vamos a ver qué inútil basura judía nos envían hoy.-

Salió al exterior y mientras caminaba con paso firme, seguido un par de metros más atras por el sargento, tarareaba:

-"Freude schoner gotterfunken, tochter aus Elysium…"-