Publicado: Mié Ago 06, 2008 7:06 pm
por Bitxo
El día 15 de julio se celebraron al norte de Berlín unas maniobras militares a las que fue invitado el agregado militar francés. Según su informe, los sentimientos demostrados por los oficiales alemanes que estaban con nosotros, así como los del Ministerio con quienes vivíamos y los de la tropa a quienes pudimos interrogar, parecían unánimes: una aprobación absoluta de la acción llevada a cabo por Hitler. Se les notaba una gran satisfacción por el triungo de la Reichswehr. Un oficial de la Reichswehr, cuyos sentimientos antinacionalsocialistas conozco bien, ha dicho y repetido varias veces a mis colegas: "El año pasado, la Reichswehr era acaso nazi en un 60%; hace unas semanas, sólo podía considerarse nazi un 25%; en la actualidad es nazi en un 95%".

De hecho, Hitler había puesto bajo la autoridad del Ejército a las SA, quedando Reichneau a cargo de su reorganización. Así que cuando el Canciller apareción entre la tropa para ver aquellas maniobras, esta le aclamó con entusiasmo. Esta manifestación de entusiasmo, nada frecuente en el Ejército alemán, sorprendió a los propios oficiales.

El 1 de agosto se reunió el gabinete en la Cancillería a causa de la inmediatez de la muerte de Hindenburg. El Gabinete aprobó una ley por la cual, en morir el Presidente, sus funciones se acumulaban en la figura del Canciller. Por tanto Hitler no cumplía la promesa hecha a Göring, según la cual este sería Canciller a la muerte del Mariscal, quedando Hitler como Presidente. Parece ser que Hitler había aprendido la lección de tener que compartir el poder, o que este dependiera de la fuerza acumulada, por lo que había aprovechado la ocasión para asentarse definitivamente en la cúspide de la pirámide.
Al día siguiente Hindenburg fallecía en Neudeck. Papen llevó a Hitler el testamento que Hindenburg había redactado bajo su influencia, pero este le dijo que nuestro llorado Presidente me hizo personalmente destinatario de esta carta. Dedidiré más tarde si puedo autorizar su publicación y en qué momento. Una vez más, las protestas de Papen no sirvieron de nada. La ley que aunaba los poderes del Presidente y del Canciller en este último había entrado en vigor la noche anterior, y por la mañana el Ejército había prestado juramento al nuevo jefe de Estado: Ante Dios, hago sagrado juramento de obediencia absoluta al jefe del Reich y del pueblo alemán, Adolf Hitler, supremo jefe de la Reichswehr. Juro ser siempre un valeroso soldado y estar dispuesto a sacrificar mi vida antes que romper este juramento. Blomberg había cumplido su parte del pacto del Deutschland, y Reichneau había logrado que Göring no fuera Canciller ni Ministro de Defensa. Si Göring había protegido a Papen para reservarse la carta del testamento de Hindenburg, esta había quedado anulada.

El 20 de agosto, Hitler escribió una carta de agradecimiento a Blomberg: Del mismo modo como los oficiales y soldados se han comprometido respecto al nuevo Estado al que yo represento, sigo considerando como mi más sagrado deber la defensa de la existencia e intangibilidad de la Reichswehr, y para ejecutar el testamento del desaparecido Mariscal y permanecer fiel a mi propia voluntad, establecer sólidamente el Ejército en su papel único de organismo militar de la nación.
Tanto Hitler como el Ejército podían saborear su triunfo absoluto. Pero, para el Ejército, este triunfo fue tan sólo temporal.

Papen, tras haber rechazado un puesto como embajador en el Vaticano, mediante el cual Hitler quería sobornarle permitiéndole que fijara él mismo su precio, aceptaría, el 25 de julio, el puesto de embajador en Viena tras el asesinato de Dollfuss. Según él mismo, al accedier a la petición de Hitler, pensé que podría prestar probablemente un servicio a mi país, aunque con la condición de obtener previamente garantías concretas. Una vez más, como ya había hecho en enero de 1933, el patriotismo fue la excusa para ponerse al servicio de Hitler. Entre ambas fechas, en ese año y medio de gobierno nazi, se había instaurado una dictadura feroz que había levantado campos de concentración en los que se torturaba y asesinaba a los opositores, y se había iniciado una persecución racial. Papen exigiría a cambio la liberación de Tschirschky de Dachau, pero había tenido que acudir al funeral de Bose.

Las SA continuaron siendo purgadas durante las semanas siguientes, particularmente de los elementos más corruptos. La desilusión fue la nota predominante entre aquella militancia que aspiraba a lograr una promoción social por medio de su servicio, lo que conllevó que en los dos primeros meses tras la purga se dieran de baja 100.000 hombres. Si en agosto de 1934 las SA disponían de cerca de tres millones de hombres, en octubre de 1935 esta cifra bajaría a 1'6 millones, es decir, la mitad, y aún se reduciría más a consecuencia de que los requisitos de ingreso pasaron a ser muy estrictos, aumentando la cuota a pagar y teniendo que competir, desde 1935, con el servicio militar obligatorio en el Ejército.

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