Publicado: Mié Ago 06, 2008 7:02 pm
por Bitxo
La mañana del 3 de julio, Papen vio restablecida la línea telefónica en su casa, donde había permanecido incomunicado. La primera llamada que recibió fue de Göring. Tuvo el cinismo de preguntarme la razón por la que no asistiera a la reunión del gabinete que iba a comenzar. Por una vez, respondí con un tono de voz demasiado vivaz en un diplomático. Göring expresó su sorpresa al enterarse de que me encontraba, más o menos, en calidad de detenido y me rogó que excusara aquel descuido. Al poco rato, en efecto, se retiraron los hombres que me custodiaban y me fue posible trasladarme a la Cancillería.

Una vez allí, Hitler le saludó afectuosamente. Al ver que me invitaba a ocupar mi lugar de costumbre, le dije que no era momento para ello y le pedí una entrevista a solas. Una vez se encontraron en privado, le informé con bastante sequedad de lo ocurrido en la Vicecancillería y en mi casa, y solicité una inmediata investigación sobre las medidas tomadas al respecto de mis colaboradores. Hitler guardó silencio hasta que oyó a Papen anunciarle su dimisión. Entonces le dijo que la situación es demasiado tensa. No puedo informar de su dimisión hasta que todo esté en calma. En espera de ese momento, ¿desea, por lo menos, concederme la merced de asistir a la próxima sesión del Reichstag, donde rendiré cuentas de mi acción?. Papen se negó a acudir al Reichstag, pero aceptó que su dimisión permaneciera en secreto.

Era lo que Hitler quería. Así lograba dar una cierta apariencia de unidad hasta que todo se hubiese calmado. Mientras tanto, Karl Schmitt, el jurista nazi, preparaba un texto que rehacía el derecho a las necesidades del momento: El acto efectuado por el Führer es un acto de jurisdicción pura. Este acto no se halla sometido a la justicia, sino que es por sí mismo la justicia suprema. A su vez, el Ministro de Justicia del Reich, Franz Gürtner, preparaba una ley para presentarla al día siguiente al Consejo de Ministros. Esta ley tenía un único artículo: Las medidas ejecutadas el 30 de junio, así como los días 1 y 2 de julio de 1934, para reprimir los atentados a la seguridad del país y las acciones de alta traición, están de acuerdo con la legalidad y el derecho como medidas para la defensa del Estado.

Hitler entró en el Consejo de Ministros sabiendo que se iba a aprobar la ley. Primero habló él: Bajo la égida de Röhm se había formado una camarilla unida por la ambición personal y particulares predisposiciones. En repetidas ocasiones, Röhm me había dado su palabra de honor. Le protegí y me traicionó, perpetró la más horrible de las traiciones conmigo, con el Führer. Luego continuó señalando la inclinación sexual de Röhm, conocida por él desde siempre, y que no le había importado hasta aquel momento, al igual que el hecho de que se rodeara de rufianes. Y Röhm quería traicionar también a su país. Existían contactos entre él, Schleicher, Alvesleben, Strasser y un diplomático francés, por lo que debió realizar una acción inmediata, cuyo éxito ya conocían todos.

Terminada su explicación, Blomberg le contestó: Agradezco en nombre del Gobierno al Canciller, que mediante su intervención decidida y valerosa ha evitado la guerra civil al pueblo alemán. Estadista y soldado, el Canciller ha sabido obrar con un espíritu que ha suscitado, entre los miembros del Gobierno y el conjunto del pueblo alemán, la solemne promesa de obtener grandes éxitos, de permanecer fieles y dar pruebas de devoción en esta hora tan grave.
Gürtner añadió que el Führer había protegido el derecho contra los peores abusos, y destacó su papel de creador de derecho en virtud de su poder de Führer y juez supremo.

Papen trató de mover hilos y se fue a ver a Fritsch. Este admitió que todo el mundo deseaba, efectivamente, la intervención de la Reichswehr, pero que Blomberg se había opuesto categóricamente. En cuanto a Hindenburg, jefe supremo de las Fuerzas Armadas, era imposible llegar hasta él. Cabía suponer, además, que el Presidente estaba mal informado de la situación.
Pero lo cierto es que los oficiales del Ejército en general brindaron por el fin de Röhm, llegando incluso a apenarse por no haber participado directamente en la purga de sus SA.

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