Publicado: Mié Ago 06, 2008 7:01 pm
por Bitxo
Mientras Röhm era ejecutado, Hitler ofrecía un te en los jardines de la Cancillería a una colección de diplomáticos, Ministros, oficiales del Ejército y otros, como Gisevius, que acompañaba a su jefe Daluege, a quien había dado la plaza de Ernst. Un oficial de las SS informó de la muerte de Röhm al Canciller quien, tras disimular unos minutos más con sus invitados, se retiró.

Muchos fueron los beneficiados de la decapitación de las SA, pero sólo uno se atrevió a expresar a Hitler su temor para el futuro. Frick, empeñado en lograr una legalidad institucional dentro del marco del nacionalsocialismo para hacer prevalecer a su Ministerio, le dijo: Mi Führer, si no obra usted tan radicalmente con Himmler y sus SS como con Röhm y sus SA, no habrá hecho más que cambiar al diablo por Belcebú. Frick debía ignorar la idea que Hitler tenía de Estado, una comunidad jerarquizada que no obedeciera a una legalidad vigente o revisada tras la coordinación, sino a la obediencia ciega a su persona.

La radio anunció que el Teniente General SA Obernitz, jefe de las SA de Franconia, había ordenado que se limara el nombre de Röhm de los puñales de honor, que se retiraran sus retratos, y que la Ernst-Röhm Haus fuera renombrada como Servicio Administrativo del Grupo SA de Franconia. En las librerías del partido desaparecieron de pronto las fotografías de Röhm.
Las SA obtuvieron igualmente su permiso de vacaciones. Lutze comunicó que el permiso concedido a las SA se respetará íntegramente con la finalidad de que los miembros de las SA, tras año y medio de riguroso servicio, tengan ocasión de descansar y vivir de nuevo en el seno de sus familias.

En Lichterfelde los fusilamientos prosiguieron hasta que, a las 4h del 2 de julio, llegó a la cárcel de Columbus Haus, donde retenían a los prisioneros hasta su traslado a la Escuela de Cadetes, un Coronel SS que traía la orden de Hitler de que cesaran las ejecuciones. En ese momento, el Teniente General SA Karl Schreyer estaba a punto de ser trasladado.

Göring había recomendado a Hitler que diera fin a la purga para que aquello no se les escapara de las manos. Hindenburg, y con él buena parte del Ejército, podía escandalizarse sobremanera ante la sangre derramada. Y el pueblo alemán, especialmente en Berlín vivía con ansiedad aquellos momentos. Tras la dura prueba de la coordinación, el pueblo alemán contemplaba con temor aquella purga llevada a cabo por el régimen que debía darles tranquilidad y progreso. Hasta que la labor de propaganda no hizo mella en los alemanes, estos se mostraron tan divididos ante las extrañas ejecuciones, que los socialdemócratas que había sobrevivido a la primera represión pudieron hablar del cercano final de Hitler.

Hindenburg continuaba aislado en Neudeck, estando su finca rodeada de SS que comprobaban la identidad de los visitantes. El Chambelán, Conde de Schulenburg, se encargaba de impedir que el Presidente recibiese noticias con la excusa de su enfermedad. Así bloquearía al Conde Oldenburg que, alertado por Papen, se disponía a informar al Mariscal.

Lo cierto es que el entorno de Hindenburg o colaboró voluntariamente en aras de conservar su puesto tras el fallecimiento de este, o fue presionado. El hijo de su Secretario, Otto Meissner, que se había alistado a las SS, fue destinado a una de las unidades encargada de la represión para que se manchara las manos de sangre. El Príncipe August Wilhelm de Honhenzollern tuvo que soportar un duro interrogatorio de dos días para devolverlo al redil.

El resultado fue que la prensa pudiera hacer público un telegrama procedente de Neudeck y firmado por Hindenburg: Al Canciller del Reich, el Führer Adolf Hitler: Según los informes que se me han presentado, es evidente que gracias a la firmeza de su decisión y al valor de que ha dado pruebas con riesgo de su propia persona, se han conjurado las tentativas de alta traición. Ha salvado usted al pueblo alemán de un gran peligro. Le expreso mi profunda gratitud y todo mi reconocimiento.

Incluso Göring recibió un telegrama similar: Le expreso mi gratitud y reconocimiento por su acción enérgica y coronada por el éxito que ha concluído con el aplastamiento de la tentativa de alta traición. Con mis saludos de camarada. Hindenburg.

Según recordaría Papen, cuando en 1945 se juntó en una celda con Göring y Keitel en Nüremberg, cuando pregunté a Göring si, en su opinión, Hindenburg había visto el telegrama de felicitación enviado a Hitler en su nombre, citó una ocurrencia de Meissner, Secretario de Estado para la Presidencia. En repetidas ocasiones, al hablar Meissner de aquel telegrama, había preguntado con una sonrisa cómplice: "A propósito, señor Presidente, ¿quedó usted satisfecho con el tono del mensaje?".

Hitler había ordenado el pago de indemnizaciones a los familiares directos de los ejecutados, pero estos, lógicamente, no se contentaban con ello y solicitaban los cuerpos para poder darles un entierro decente. Aquellos que disponían de medios para presionar, por ser el difunto alguien importante, recibían una urna con las supuestas cenizas de este. Obviamente, un cadáver podía dar a entender la causa de la muerte, muchas veces camuflada bajo la forma de suicidio, pero no las cenizas. El resto de familias eran ignoradas, pues aquellas víctimas tan sólo habían muerto en su imaginación.

El SPD en el exilio publicó el siguiente comunicado: La banda de criminales que se ha arrojado sobre Alemania se hunde en el fango y la sangre. El propio Hitler acusa a sus más íntimos colaboradores, a los mismos hombres que le llevaron al poder, de las más abyectas depravaciones morales. Pero fue él quien les llamó a su lado para provocar el terror y practicar el asesinato. Toleró y aprobó sus atrocidades, les dio el calificativo de camaradas. Ahora deja asesinar a sus cómplices, no por causa de sus crímenes, sino para salvarse él mismo. Cien mil sátrapas con camisa parda han caído, como una plaga de langostas, sobre el Reich. Por supuesto, en Alemania no se conoció el texto.

En Essen, a las 19h, varios vehículos con SS recorrían las calles de la ciudad distribuyendo banderas nazis y haciendo resonar un altavoz: ¡Habitantes de Essen! ¡Alemanes del Tercer Reich! La ciudad de Essen celebrará la victoria sobre el criminal levantamiento, la alta traición y la reacción, adornando de manera masiva la ciudad con banderas. Por ello, la consigna es ¡engalanad!.
A las 20h 45, el Gauleiter Terboven subió a una tribuna instalada en la Adolf-Hitler Platz para pronunciar un discurso: La fidelidad es algo fundamental. Se ha extirpado el abceso. Existían entre nosotros elementos corrompidos, como existen en todo el mundo. Pero lo que cuenta es saber cómo se reacciona ante la gangrena.
Celebraciones similares hubo en toda Alemania. Y en ellas el protagonismo se lo llevaban las SS, en lugar de las SA.

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