Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:59 pm
por Bitxo
Uno de tantos berlineses que escuchaban los alarmantes rumores y pese a ello se dirigió al hotel Adlon, pese a que por ahí patrullaban sin cesar la policía, y pese a que era por todos conocido que sus camareros estaban comprados por la GESTAPO, pues aquel hotel era frecuentado por políticos, fue el General Bredow.
Nada más verle, un amigo le preguntó si estaba informado de las noticias que circulaban por ahí, a lo que contestó me pregunto cómo es que esos cerdos no me han matado todavía. Un agregado militar le invitó a cenar en su casa para que, al menos, estuviese a salvo durante unas horas. Se lo agradezco, le contestó, he salido esta mañana muy temprano de mi casa. Ahora quiero regresar, una vez he tenido el gusto de volver a ver a mis amistades. De nada sirvió que intentaran convencerle. Parecía que a Bredow le embargaba la desesperación. Han asesinado a Schleicher, les contestó, el único hombre que podía salvar a Alemania. Era mi jefe. No me queda nadie. Esa noche sería asesinado en su casa con un disparo en la cabeza.

A última hora de la tarde llegó a Berlín el avión con el que Gildisch traía prisionero a Ernst. Según recordó Gisevius, que estaba junto a varias personalidades esperando la llegada de Hitler en el aeródromo de Tempelhof, el tipo estaba de buen humor. Pasó andando a saltitos del avión al automóvil. Sonreía a todos, como si quisiera demostrar públicamente que no se tomaba en serio su detención. Ernst sería uno de tantos que, sin entender realmente qué estaba sucediendo, gritaría un Heil, Hitler! antes de morir fusilado en Lichterfelde.

Al poco aterrizó el avión de Hitler. Himmler le entregó una lista que comenzó a leer. De pronto, seguía recordando Gisevius, echó la cabeza hacia atrás con un gesto de emoción tan profunda, por no decir de indignación, que todos los presentes se dieron cuenta. Nebe y yo nos miramos con una expresión significativa. Tuvimos idéntico pensamiento: acababa de llegar al "suicidio" de Strasser. Hitler también quiso hablar con Krauser, pero, al igual que Strasser, este ya había sido asesinado por orden de Göring.

Por la noche, en la Cancillería, se reunieron Hitler, Göring, Himmler y Heydrich. Göring preguntó qué suerte correría Röhm, y comenzaron de nuevo las presiones para que fuese eliminado. Pero Hitler no dio su brazo a torcer.

Gisevius, Daluege y Grauert habían regresado al Ministerio del Interior. Daluege dijo que, dada la situación, se quedaría a dormir en el Ministerio por si le necesitaban. Gisevius siguió su ejemplo y se fue a dormir a uno de los despachos. Allí se sentía más seguro y no era el único. Un ayudante de Daluege le comentó sobre este: Tiene miedo, mucho miedo, y por eso no regresa a casa.

En Belín aparecieron unas octavillas firmadas por las SA, en las que se hacía un llamamiento a los camaradas SA para que no se dejaran desarmar, escondieran sus armas y no se convirtieran en verdugos de la clase obrera. Las misteriosas octavillas parecían diseñadas para asegurar que no hubiese una rebelión, una vez realizada la purga y que esta estuviera en boca de todo el mundo.

A las 7h del 1 de julio, Goebbels radió una explicación de los sucesos en la que prevalecían las acusaciones: Han desacreditado el honor y el prestigio de nuestra SA. Los han desacreditado con una vida de libertinaje sin igual, con su ostentación y sus francachelas. Todo ello ha afectado gravemente los principios de sencillez y honradez personal de nuestro movimiento. Estaban a punto de hacerlo a toda la dirección del partido, sospechosa de una anomalía sexual repugnante y vergonzosa. Creyeron que la indulgencia del Führer con ellos era debilidad. Recibieron por ello las advertencias con una sonrisa cínica. Como la bondad resultaba inútil, se hizo necesaria la dureza. Del mismo modo como el Führer puede ser grande en la bondad, puede serlo asímismo en la dureza. Millones de miembros de nuestro partido, miembros de las SA y de las SS se felicitan por esta tormenta purificadora. Toda la nación respira, libre de una pesadilla. El Führer está decidido a actuar implacablemente cuando se halle en juego el principio del decoro, la sencillez y la limpieza pública, y el castigo será tanto más severo cuanto a mayor altura esté situado aquel que haya atentado contra tales principios.

En el Deutsche Allgemenie Zeitung podía leerse que un Gobierno enérgico ha sabido actuar en el momento adecuado. Ha actuado con una precisión capaz de aturdir. Ha hecho lo preciso para que ningún patriota tenga nada que temer. Disponemos ahora de un Estado fuerte, consolidado y purificado. No nos entretendremos en describir los detalles repugnantes que han constituído el transfondo de una seudorrevolución política.

A lo largo del día, Hitler recibiría mensajes de fidelidad de parte de todos los Gauleiter, de todas las organizaciones nazis, incluyendo al resto de los jefes SA. La orden del día para Lutze y sus nuevas SA exigía que antes que cualquier otra cosa, cada uno de los jefes SA tenía que regir su conducta tomando ejemplo del Ejército en un espíritu de franqueza, lealtad y fidelidad permanentes. Blomber lo agradecería con otro comunicado: Con una determinación completamente militar y un valor ejemplar, el Führer ha atacado y aplastado personalmente a los traidores y los rebeldes. El Ejército, que es portador de las armas de la nación, se mantiene por encima de las luchas políticas internas. Expresa su reconocimiento por medio de su devoción y si fidelidad. El Führer nos pide unas buenas relaciones entre el Ejército y las nuevas SA. El Ejército se dedicará a cultivar estas buenas relaciones con la plena conciencia del ideal común.

A última hora de la mañana, Göring y Himmler regresaron a la Cancillería con el claro propósito de convencer a Hitler para que eliminase a Röhm. Mientras siguiese vivo, podría resultar un arma que se volviera contra ellos si el Canciller lo encontraba conveniente.
Hubo una ardua discusión, pues Hitler continuaba basando su postura en los servicios prestados del ya ex jefe de las SA. Quizás pensase que su ejecución sería demasiado para las SA, o quizás realmente quería mantenerlo vivo, como a Strasser, para que hiciera de contrapeso, pues tal era su costumbre. Sin embargo, al final tuvo que ceder y llamó al Ministerio del Interior de Münich para ordenar en persona a Eicke que le matase, a ser posible convenciéndole que se suicidara. Eicke escogió a dos SS de plena confianza, el Mayor SS Michael Lippert y el Teniente General SS Heinrich Schmauser, y se dirigió a Stadelheim.

A las 14h 30 arribaron a la cárcel y exigieron la entrega de Röhm a Koch. Este volvió a solicitar una orden por escrito. Eicke se enfureción, pero Koch llamó al Ministro de Justicia de Baviera, Hans Frank, quien le respaldó. Eicke discutió con ambos hasta que Koch cedió y le acompañó hasta la celda nú 478. Eicke entregó a Röhm un ejemplar del Völkischer Beobachter, donde se anunciaba su destitución y la ejecución de los jefes SA, más un revólver con una única bala y se marchó.

Diez minutos más tarde, durante los cuales Röhm ni tan siquiera se había movido, Eicke y Lippert volvieron a abrir la puerta de la celda. Eicke le gritó ¡Prepárese Röhm!, y Lippert disparó dos veces. Röhm, muy mal herido, murmuró mein Führer, mein Führer, y Eicke le remató con otro disparo.

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