Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:53 pm
por Bitxo
Hitler llegó al aeródromo de Münich a las 4h del 30 de junio. Wagner le informó de que el General SA August Schneidhuber estaba arrestado en el Ministerio del Interior. Hitler ordenó que la BAYPOPO y las SS debían proceder a la detención de los jefes SA que arribasen a la estación de tren para impedir que llegaran a Bad Wiesse.
Cuando vio que le aguardaban dos vehículos blindados y un camión repleto de tropas del Ejército para su protección, Hitler dijo a su oficial que prefería que la Reichswehr se mantuviese al margen. De esta manera, repetía su jugada en el juicio del fracasado golpe de estado, cuando asumió todo el protagonismo para que este le otorgara la propaganda que necesitaba.
Pero ni tan siquiera Hitler estaba tan loco como para no tomar precauciones y solicitó al oficial que Advierta inmediatamente de mis intenciones al General Adam. El General Adam, jefe de la región militar de Münich, tenía en estado de alerta a sus unidades. El 19ú Regimiento de Infantería tenía como objetivo restablecer el orden en la línea entre Bad Tölz y los lagos Schliersee y Tegernsee si las cosas se torcían.
Otro detalle es que Hitler no llegó a Múnich con su avión particular, sino con otro. Röhm había dado instrucciones de que le avisaran en cuanto llegara el avión del Führer D2600, seguramente para adecentar la pensión tras la juerga de la noche y preparar el recibimiento.

Poco antes de las 5h, Hitler llegaba al Ministerio del Interior bávaro. De inmediato se dirigió al despacho de Wagner, donde permanecía detenido Schneidhuber. Antes de que este pudiera saludarle, le gritó ¡Que le encierren! ¡Son unos traidores!. Goebbels y Wagner repasaron la lista de hombres a los que había que detener. Wagner llamó por teléfono al Teniente General SA Edmund Schmidt para ordenarle que se presentara allí, pues el Führer le estaba esperando. Nada más presentarse, Hitler se abalanzó sobre él y le arrancó los galones mientras gritaba ¡Traidor! ¡Que le fusilen!.

Mientras, en la estación de tren de Münich, el Ejército hizo acto de presencia con varios camiones con tropas, pero sólo se permitió descender de los vehículos a los oficiales. La tropa sólo debía actuar si resultaba necesario. Desde el Ministerio del Interior comenzaron a salir vehículos con SS y policías a toda velocidad. Había comenzado la caza del hombre.

En el campo de concentración de Dachau, su comandante, el General de Brigada SS Theodore Eicke, tenía prisa para terminar la revista de los prisioneros. Heydrich le había ordenado a él y a sus Totenkopfverbände que se hicieran cargo de las personas que figuraban en una lista.

Aún no eran las 6h cuando Hitler emprendió la marcha hacia Bad Wiesse. En el Ministerio del Interior para hacerse cargo allí de la situación. La Casa Parda estaba rodeada por SS y policías con orden de dejar entrar a quien quisiera, pero no dejar salir a nadie. Himmler llamó por teléfono y Wagner le avisó de que Hitler se dirigía a Bad Wiesse y que había reclamado la presencia de Hess.

A esas horas, en Berlín, Tschirschky oyó que sonaba el teléfono en su domicilio. Nada más descolgar oyó cómo colgaban al otro lado de la línea. Tschirschky pensó que estaban comprobando si estaba allí y sintió miedo por su vida.

Robert Koch, el director de la cárcel de Stadelheim, un funcionario moderado y meticuloso con el reglamento, recibió la llamada de Wagner para advertirle de que iba a recibir a numerosos jefes SA acusados de conspiración. Koch comenzó a comprobar de cuántas celdas libres disponía.

A Hitler, en su trayecto a Bad Wiesse, le acompañaba un oficial de enlace con el General Adam, el cual aguantaba conforme podía la perorata de Goebbels acerca del comportamiento de las SA. De pronto, Hitler se encaró a él y le espetó: Se que colaboró usted durante mucho tiempo con el General Schleicher. Lamento tener que decirle que el Gobierno se ha visto obligado a abrir una investigación sobre él, ya que se tienen sospechas de que está en contacto con Röhm y una potencia extranjera. De esta manera, Hitler paralizaba por el miedo al único miembro de la Reichwehr que iba a estar presente en Bad Wiesse. Un miedo que le aseguraría ganarse el respeto del Ejército, a sabiendas de lo que podía sucederle a uno de sus Generales.

En la última curva antes de llegar a la pensión Hanselbauer, donde se encontraban Röhm y sus hombres, se encontraron con Sepp Dietrich y su Leibstandarte. No perdieron el tiempo con saludos y, nada más alcanzar la pensión, la rodearon.
Hitler, Brückner y varios SS se precipitaron hacia la puerta, que fue derribada de una patada. La confusión fue generalizada, pues la mayoría de los SA estaban durmiendo tras la fiesta de la noche anterior. Los SS abrían las puertas de sus habitaciones y los sacaban de sus camas sin que les diera tiempo a reaccionar. Hitler entró en la habitación de Heines y le gritó: ¡Heines, si no te vistes en cinco minutos te pego un tiro en el acto!. Heines, que se encontraba en la cama con su amante, un muchacho de 18 años, trató de resistirse, pero Brückner lo redució. En el suelo, aturdido por el sueño y los golpes recibidos, solicitó la ayuda de Lutze: No he hecho nada. Lo sabes. ¡Ayúdame!. Pero Lutze se limitaba a contestar ¡No puedo hacer nada!.
Después, Hitler, rodeado siempre de SS, llamó a la puerta de Röhm. Nada más abrirla, se abalanzó sobre él gritándole que era un traidor y que le detuvieran.

Todos los detenidos fueron llevados al sótano. Hitler, Goebbels, Lutze y otros salieron al jardin. Goebbels comenzó a reir, relajando tanta ansiedad acumulada. Se había salvado, escogiendo al caballo ganador. Los SS que les rodeaban también gastaron algunas bromas acerca de las detenciones. Todo parecía haber salido a pedir de boca y tocaba celebrarlo. Pero Hitler guardaba silencio. Él sabía que la partida aún no había terminado.
De pronto, como si hubiesen escuchado sus pensamientos, se oyó el motor de un camión y apareció la Stabswache, la guardia personal de Röhm. Aquellos SA, el equivalente a los SS de Sepp Dietrich, saltaron del camión fuertemente armados y miraron con recelo a los SS. Durante unos instantes nadie supo qué hacer. Los Stabswache no sabían que tanto su jefe, Uhl, como su protegido, Röhm, habían sido detenidos junto al resto de jefes SA, pero les extrañaba ver allí a Hitler con tantos SS y a ningún SA, y máxime con el clima de tensión que se estaba viviendo aquellos días. Hitler entendió que sólo él podía hacer algo y se acercó a ellos para ordenarles: Soy el jefe responsable, soy vuestro Führer. Tenéis que volver a Münich y esperar allí mis órdenes. Los hombres de la guardia de Röhm dudaron, pero finalmente se alejaron. Goebbels había dejado de reir.

Había quedado claro que no había que perder tiempo. Los SS introdujeron a los detenidos en sus vehículos y se reemprendió la marcha hacia Münich. Hitler ordenó variar la ruta de regreso, para entrar por el sur a la ciudad. Hizo bien, pues los hombres de Röhm se habían apostado para controlar la carretera.

Sobre las 7h, Tschirschky, asustado por la misteriosa llamada telefónica, se dirigió a la Vicecancillería. Todo le pareció normal, a excepción de que los edificios oficiales estaban custodiados por la policía y que circulaba algún que otro camión del Ejército con SS en su interior. Una vez llegado a su despacho, donde se sentía más seguro, recibió una llamada de Göring, quien reclamaba a Papen con urgencia. A Tschirschky ya no le quedaban dudas de que algo grave estaba sucediendo y llamó a Papen sin esperar a que este llegara a las 9h, como era su costumbre.

Antes de llegar a Münich, Hitler aún pudo arrestar a unos cuantos SA que se dirigían a Bad Wiesse. Eran detenidos e interrogados en el camino, quedando arrestados o con orden de regresar a la capital bávara. El General SA Max Heydebreck, uno de los más críticos con la Reaktion, fue arrestado de esta manera. De nada le sirvió su pasado como Freikorp combatiente en Silesia, por lo que el propio Hitler le había concedido el honor de cambiar el nombre de un pueblo fronterizo por el suyo.

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