Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:50 pm
por Bitxo
Papen, que aún se encontraba en Westfalia, fue advertido por Tschirschky de que Jung había sido detenido. Su ama de llaves encontró la casa totalmente revuelta. En una de las paredes del cuarto de baño, encontró la siguiente palabra escrita con lápiz: GESTAPO. A Papen ya no le quedaban dudas de que Himmler había desencadenado la esperada ofensiva y decidió regresar a Berlín, tanto como para saber de Jung como para sentirse más seguro en el ambiente oficial.

Una vez en la capital, trató de hablar con Hitler, pero le comunicaron que acababa de regresar de Münich y descansaba. Göring estaba en Colonia para pronunciar un discurso y finalmente pudo entrevistarse con Himmler. Este le explicó que Jung había sido detenido bajo la acusación de haber tenido contactos ilegales con potencias extranjeras, sin poder darle más datos de la investigación en curso. Pese a que Himmler le prometió su rápida liberación, Papen se percataba que no era el momento más oportuno para ejercer presiones, así que optó por retirarse a su domicilio y esperar.

Tras dejar a Papen, Himmler se reunió con los jefes del SD para revisar los planes de cada uno, mientras Sepp Dietrich solicitaba armas al Ejército para su Leibstandarte SS Adolf Hitler. Dietrich diría que las armas eran necesarias para cumplir una misión muy importante que le había sido confiada por el Führer. Este, tras su descanso, ofrecía un té de honor a diversos personajes del régimen y diplomáticos extranjeros. Según un rumor que se propagaría de inmediato por Berlín, Hitler le habría dicho a uno de los jerarcas nazis que cada grupo cree capaz al otro de atacar primero. Este rumor inquietaría a Himmler, que no podía dilucidar cuál sería su decisión final.

Göring, en Colonia, pronunciaba su discurso: nadie tiene derecho, en el extranjero o en Alemania, a pensar que aquí ocurre algo a causa de un régimen de sangriento terror. (...) Quien lo desee, puede permanecer tendido en su sofá. Y, a ese, verdaderamente, no se le hará nada.

El día 28 fue el 15º aniversario de la firma del Tratado de Versalles. En todos los cuarteles del Ejército se izaron las banderas a media asta y se leyó el siguiente texto: Hace quince años el glorioso Ejército alemán, vuestros camaradas, fueron traicionados, apuñalados por la espalda, y jamás volverá a suceder una cosa así. Un día antes se había reunido Hitler con Blomberg para reiterar la buena sintonía entre ambos. Y el resultado no había sido sólo aquel texto, pues también se expulsaba a Röhm del Offizierskorps y de todas las asociaciones de ex combatientes.

En Essen se celebraba la boda del Gauleiter Josef Terboven e Ilsa Stahl, antigua secretaria y amante de Goebbels. A la boda acudieron numerosos personajes del régimen, como el propio Hitler, Göring, o Ernst, quien estaba a punto de partir para su propia luna de miel. Junto al General SA el príncipe August Wilhelm, de quien era amigo, escuchaba el discurso del alcalde al lado de los oficiales SS con total normalidad. En el banquete, el Teniente General SS Zech diría: Me complace celebrar aquí la vieja camaradería, la buena y antigua camaradería, entre las SS y las SA, y la camaradería de combate que une a los SS y a los SA con los trabajadores manuales e intelectuales. Pese a las palabras vertidas en aquella boda, la presencia de Ernst y su trágico final le supondría el sobrenombre de la boda sangrienta de Essen.

Mientras, el General Beck recordaba a sus oficiales la exigencia de disponer siempre de un arma a mano. La tropa que regresaba de permiso quedaba acuartelada y no se concedían más permisos. Cada Estado Mayor de cada región militar recibió las siguientes instrucciones:
1º Advertir a un oficial de cada cuartel sobre la amenaza del golpe de estado de las SA.
2º Comprobar las consignas de alarma.
3º Comprobar el dispositivo de guardia de los cuarteles.
4º Comprobar la vigilancia de los depósitos de armas.
5º No llamar la atención con todas estas medidas
.
Más de un oficial se extrañó ante la última medida, pues daba a pensar que se pretendía pillar a las SA con las manos en la masa.

Por la tarde Hitler visitó la fábrica Krupp. Allí su director, Gustav Krupp, le mostró una placa conmemorativa: En memoria de los camaradas de la empresa caídos el 31 de marzo de 1923, en este mismo lugar, bajo las balas francesas. Después mantuvieron una reunión en la que Krupp se quejó de que los trabajadores tenían que abandonar con frecuencia sus puestos de trabajo para efectuar marchas y ejercicios militares, ralentizándose la producción. Hitler le dio la razón y alegó que aquello cesaría muy pronto. Las SA no debían entorpecer la marcha de la economía.

De regreso al hotel Kaiserhof, Hitler examinó los últimos informes de Himmler, donde se precisaba qué armas tenía cada unidad de las SA. Entonces Hitler se reunió con Göring y Lutze. Himmler llamó por teléfono durante la reunión para advertir de que estaba seguro de que las SA atacarían a la Reichswehr. El SD de Renania informó de que las SA habían molestado a un diplomático extranjero en el Ruhr, pero no podían precisar nada. Los informes seguían siendo endebles, pero Hitler acabó por explotar y exclamó que las SA eran un peligro para la seguridad de Alemania. Hasta el momento había soportado toda la presión, mostrando incluso indiferencia, pero, tras la reunión con Krupp, su humor había cambiado. Inmediatamente se puso en contacto con Röhm y le confirmó que se reuniría con él en Bad Wiesse el 30 de junio, es decir, al cabo de dos días. Todos los Generales y Tenientes Generales debían estar presentes. Röhm le contestó que ya había encargado un gran banquete en el que habría minuta vegetariana en su honor.

Por la noche, los oficiales del Ejército recibieron la orden de no abandonar los cuarteles, dada la existencia de amenazas contra ellos por parte de las SA. Otra orden exigía la distribución de munición de guerra. En Berlín, dos oficiales del Estado Mayor verificaban junto al redactor jefe del Völkischer Beobachter la exactitud del texto que debía publicarse por la mañana: La Reichswehr se siente estrechamente unida al Reich de Adolf Hitler. Han quedado atrás los tiempos en que elementos interesados de ambos campos ponían como oráculo el enigma de la Reichswehr. El papel del Ejército está claramente determinado: tiene que estar al servicio del Estado nacionalsocialista, al que reconoce. Su corazón late al unísono con el de dicho Estado. Luce con orgullo en su casco y uniforme la insignia del reconocimiento alemán. Forma, disciplinado y fiel, tras los dirigentes del Estado, tras el Mariscal de la Gran Guerra, Presidente von Hindenburg, su jefe supremo, así como tras el Führer del Reich, Adolf Hitler, surgido de las filas del Ejército, que es y seguirá siendo siempre uno de los nuestros. El comunicado iba firmado por General von Blomberg. Ministro de Defensa.

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