Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:49 pm
por Bitxo
En el Ruhr proseguían los discursos y ahora, junto a Ley y Goebbels, aparecía también Hess. Los tres estuvieron en la feria de Essen y realizaron llamamientos a la disciplina. La intervención de Goebbels fue, con diferencia, la más vitoreada por las SA, al atacar a los enemigos del régimen: Se manifiestan bajo múltiples máscaras. Aparecen como oficiales de reserva, como intelectuales o como periodistas e incluso como sacerdotes. Siempre es, en definitiva, idéntica camarilla. No han aprendido nada. Harían hoy lo que hicieron ayer. Tal y como recordaría un SA, Karl Kuhder, encontrarían en ese discurso a su Reich, y pese a que Goebbels había incluído nuestra revolución se ha desarrollado bajo el signo de la disciplina y la lealtad, estallaron de alegría cuando dijo que estaba convencido de que tenemos el poder de hacer cuanto juzguemos útil. Nuestro poder es ilimitado. Esa última frase sería coreada por los SA.

Tras su exitoso discurso, que volvía a aparentar que estaba del lado equivocado, Goebbels se dirigió a Hamburgo para asistir al famoso derby hípico de la ciudad. Probablemente no sabía que Papen se encaminaba al mismo lugar. Nada más entrar en las tribunas, Papen fue aclamado con gritos de Heil, Marburg! que molestaron a los jefes SA presentes, los cuales abandonaron las tribunas como señal de protesta. Tras la primera carrera, apareció Goebbels y fue informado de lo sucedido. Optó por negarse a sentarse en la tribuna al lado de Papen y se quedó donde estaban los trabajadores. Papen hizo buen uso de su olfato político y se decidió a bajar también para comprobar a quién aplaudían más. Y los obreros ofrecieron a Papen un recibimiento mucho más caluroso que a Goebbels, quien decidió no asistir al banquete oficial.

De regreso a Berlín, informó de lo sucedido. Hitler pudo comprobar que, pese a que las fiestas del solsticio de verano, inundadas de simbología pagana, habían sido bien recibidas, personajes como Papen o Klausener no perdían su apoyo popular.

Mientras, Röhm tranquilizaba a sus jefes SA en Bad Wiesse, en la pensión Hanselbauer, junto al lago. Les tranquilizaba reiterándoles su confianza en Hitler. Estaba seguro, les decía, que en llegar allí y escucharles, les entendería y cedería. No obstante, para el consumo interno, no dejaba de pronunciar amenazas veladas, situándolas siempre en el terreno de los imposibles.

El día 25 de junio, Papen acudió a la boda de su sobrina en Westfalia. Poco pudo disfrutar de la ceremonia, pues constantemente le arribaban mensajes que le advertían de las reacciones de los líderes nazis. Göring, en Nüremberg, amenazaba con que se preparaban grandes acontecimientos y que no necesitamos la fría razón, sino el ardor. Hess se había desplazado a propósito a Colonia para radiar un discurso no menos amenazante: Una sóla persona está por encima de toda crítica: el Führer. Todos saben que ha tenido y tendrá siempre la razón. La raíz misma de nuestro nacionalsocialismo está en la ciega fidelidad, en el abandono total al Führer, sin preguntar nunca el por qué de las cosas, ejecutando sin reservas todas sus órdenes. El Führer obedece a su vez a un llamamiento, a una más alta vocación. Tiene como labor forjar los destinos de Alemania. Semejante declaración tenía un propósito: ¡Pobre de aquel que calzado con pesadas botas quiera deslizarse con torpeza en la sutil trama de los planes estratégicos del Führer, imaginando así que alcanzará con mayor rapidez su objetivo. Es un enemigo de la Revolución, y finalizaba con una advertencia más clara si cabe: Sólo son válidas las órdenes del Führer, a quien hemos jurado fidelidad. ¡Desgraciado aquel que sea infiel! ¡Desgraciado el que crea que puede servir a la revolución con una revuelta!.
Papen sabía que estaba a punto de suceder algo importante. Algo que podía alcanzarle.

El Ejército seguía en estado de alerta y se cursó una orden a los oficiales para que tuvieran un arma siempre a mano. Muchos oficiales rechazaron esta orden, seguros como estaban de que todo aquello no era más que una trampa de las SS para lanzarles contra las SA.
En Silesia, el General Ewald von Kleist, se puso en contacto con el General SA Edmund Heines para aclarar el asunto. Cuando Kleist le advirtió de que tenía información acerca de la intención de las SA de asaltar los cuarteles, Heines replicó que, según sus informaciones, era el Ejército quien planeaba atacarles a ellos. ¿Por qué si no, estaría el Ejército en estado de alerta? Por la noche, Heines llamó por teléfono a Kleist para terminar de tranquilizarle. Los SA se tomaban un permiso de vacaciones y él mismo había sido requerido en Bad Wiesse a una reunión de mandos. Resultaba imposible pensar en una acción de las SA si sus mandos eran congregados y debían abandonar a su tropa.

Kleist decidió ir a Berlín para contar lo sucedido a Fritsch, pues estaba seguro de que el Ejército estaba siendo víctima de un engaño de las SS. Fritsch hizo llamar a Reichneau para que Kleist repitiera ante él su informe. Reichneau escuchó y les contestó: De todas formas ahora ya es tarde para tomar contramedidas. Algo importante se prepara. Cuando Heines ha dado su palabra de honor es que en realidad lo ignora. Tal vez no sepa nada. Poco podemos hacer y de ningún modo podemos fiarnos de Röhm. Contamos con tan sólo 100.000 hombres, y las SA disponen de cuatro millones.

Al día siguiente, el General SS Sepp Dietrich entregaba a Blomberg un documento supuestamente obtenido de un oficial de las SA indignado con el plan de estas. Según este plan, las SA planeaban ejecutar a todos los oficiales superiores del Ejército, y los primeros de la lista eran Beck y, precisamente, Fritsch. Pero la verdadera lista estaba ya en manos de Reichneau y había sido aprobada por Blomberg.

Ese mismo día, 26 de junio, el Capitán de corbeta Conrad Patzig, que dirigía la Abwerh, encontró sobre su mesa una copia de una orden de Röhm a sus Generales para que se armaran, pues ya había sonado la hora. Nadie supo cómo había llegado hasta allí. Patzig informó a sus superiores y Reichneau fue a verle para examinar el documento. La copa ya rebosa, dijo, voy a ver al Führer.
Al poco Reichneau recibiría otro informe de la Abwehr según el cual las SA realizaban prácticas de tiro con ametralladoras. Estas prácticas se estaban realizando frente al domicilio de un diplomático francés que había oído los disparos y, probablemente, había informado a París.

En Hamburgo, ante los industriales navieros, Göring pronunciaba un discurso donde la moderación y la recomendación de unirse en torno a Hitler eran las notas predominantes: A cuantos quieren orden en el país, a los que añoran en ocasiones la grandeza y la disciplina de la época imperial, les afirmamos que Adolf Hitler es el único hombre capaz de devolver su fuerza a Alemania, el único capaz de hacer respetar a los antiguos soldados de los Hohenzollern. Quienes vivimos los días presentes tenemos que alegrarnos de tener a nuestro lado a Adolf Hitler. El discurso estaba diseñado para agradar a los sectores conservadores a los que Göring se sentía vinculado y gustaba contentar. En el partido se comentaba que Göring se preocupaba más de su futuro personal que el del movimiento, y su ambición molestaba a Reichneau, quien temía que llegara a ser Ministro del Ejército o, incluso, Canciller. Probablemente, la relación de Reichneau con las SS de Himmler no fuera más que una manera de limitar dichas ambiciones. De hecho, Hitler había prometido a Göring que, cuando muriese Hindenburg, él le sucedería en la Presidencia y Göring sería Canciller.

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