Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:47 pm
por Bitxo
Al día siguiente, 18 de junio, Göring entregaba a Hitler un informe de Daluege que recogía todas las sospechas sobre las SA. Las pruebas resultaban endebles, pero el registro de las conversaciones telefónicas y cartas entre los jefes SA, donde se burlaban de Hitler y otros miembros del Gobierno, no debieron agradarle. Peor, Ernst y Heines se dedicaban a recordar su papel en el incendio del Reichstag como si dicho papel les otorgara mayores derechos de los ya adquiridos.

La posterior entrega de Ribbentrop de su informe tras conversar en París co el Presidente del Consejo francés, no podía más que avivar el fuego encendido. Ribbentrop señalaba que había confirmado su impresión de que los medios gubernamentales franceses estaban firmemente convencidos de las dificultades económicas y de política interior de Alemania, y que, por el momento, deseaban esperar a que la situación evolucionase. La actitud negativa y rígida del Gobierno francés hacia nosotros está fundamentada en la opinión de son inminentes en Alemania dificultades internas.

La presión y desesperación de los interesados en eliminar a Röhm y sus SA se mostraría más patética un día más tarde, durante el traslado del cuerpo inerte de Karin, la mujer de Göring. La ceremonia fue concebida para agradar a Hitler, con innumerables referencias a los ritos paganos germánicos, y, precisamente, Röhm sería el único no invitado.
Cuando iban a bajar el féretro en la cripta, Himmler apareció excitado y habló con Göring y Hitler. Tras reanudar la ceremonia, explicó que durante el trayecto alguien había disparado contra su vehículo. Por supuesto, exigía represalias, de manera que se ejecutasen a 40 comunistas, pues estaba seguro de que habían sido los comunistas infiltrados en las SA los que habían atentado contra su vida. Karl Bodenschatz, ayudante de campo de Göring, examinó el parabrisas roto y dictaminó que una bala no podía haber causado tan pocos daños, siendo lo más probable una piedra de la carretera. Pero Bodenschatz no comentó su impresión a sabiendas de que aquello no era más que otro truco para convencer a Hitler.

Si alguien pensaba que Papen había perdido su miedo tras pronunciar su discurso de Marburg, estaba muy equivocado. El 20 de junio, tres días después de haber despertado el clamor de su público, Papen solicitaba una audiencia con Hitler, quien se tomó la molestia de hacerle esperar dos horas. El Vicecanciller protestó por la censura impuesta por Goebbels y, según recordaría, expliqué a Hitler que consideré mi deber tomar una posición concreta, puesto que la situación se había hecho crítica. Habia llegado el momento de tomar posición, le dije. Hitler supo ver el verdadero significado de las palabras de Papen -debió darse cuenta de que yo seguía ateniéndome a nuestro acuerdo y por ello le suplicaba que reflexionara sobre los problemas que le planteaba-, quien le invitaba a normalizar el régimen, y lo hacía desde una postura de inferioridad, casi disculpándose por haberse atrevido a pronunciar aquel discurso, dándole a entender que debía ser él, el único capaz de mediar y resolver las pugnas entre las diferentes facciones, quien debía hacer algo. Por ello, cuando Papen amenazó con la dimisión, dada su indiganción por la censura practicada, y que sería conjunta con la del Ministro de Asuntos Exteriores, Konstantin von Neurath, y la del Ministro de Finanzas, Lutz Schwerin von Krosigk; la cual debía comunicar a Hindenburg, Hitler no perdió ocasión para decirle que le acompañaría para tratar de arreglar el error que había cometido Goebbels.
Papen siempre había tratado de impedir que Hitler se viese a solas con Hindenburg, y sus colaboradores le habían advertido de que, si Hitler le acompañaba, se perdería el sentido del discurso. Pero Papen aceptó dada la insistencia del Canciller y tras obtener la promesa de permitir la publicación del discurso y de escuchar su diatriba contra la isubordinación general de las SA. Complicaban cada vez más su tarea e iba a verse obligado a volverles al camino de la razón, costara lo que costara.

Sin embargo, pese a la promesa de Hitler, al día siguiente, Goebbels daba un duro discurso en el estadio de Neuköln. Allí dijo que se ha formado un pequeño círculo de críticos en la penumbra del Café del Comercio para sabotear nuestro trabajo. ¡Son unos ridículos pilluelos! Esos circulillos que discuten gravemente de política, apoltronados en cómodos sillones, no tienen el monopolio de la inteligencia. Representan a la Reaktion. La historia no recordará sus nombres, sino los nuestros. Goebbels daba fin a su discurso con un violento ¡Nada de Kroprinz! ¡Nada de consejeros! ¡Nada de banqueros! ¡Nada de caciques parlamentarios!.
Al igual que Göring, Papen dudaba sobre si Goebbels se había pasado al bando de Röhm, y si actuaba o no de acuerdo con Hitler. Debía presionarle más para asegurarse de que no habría segunda revolución. Pero, ese mismo día, Hitler le daba otra lección a Papen sobre cómo no dejarse atar y acudió él sólo a ver a Hindenburg con el pretexto de informar al Presidente del resultado de su viaje a Italia. Sin embargo, la jugada no le salió del todo bien, pues Blomberg se hallaba de inspección en Prusia Oriental y, al enterarse de que Hitler estaba en Neudeck, decidió ir allí también con la excusa de presentar sus respetos al Mariscal.

Blomberg y Hitler pasaron juntos todo el día y el primero le recordaría al segundo el Pacto del Deutschland, dados los problemas y la cercanía de la muerte de Hindenburg. El Ejército deseaba que pusiera orden en las SA y tener asegurada una base de reclutamiento estable que una milicia popular podía hacer peligrar. Por otro lado, la tensión entre las diferentes facciones no sólo presionaba al Ejército, si no que facilitaba una hipotética invasión polaca o francesa. Blomberg aseguró a Hitler que si respetaba el pacto, el Ejército le prestaría juramento de fidelidad.
Una vez frente a Hindenburg, Hitler comenzó a hablarle de su viaje a Italia. Pero el Presidente le interrumpió con dos preguntas candentes y una advertencia: ¿Röhm? ¿La segunda revolución? El país necesita orden. El Ejército precisa calma para preparar la defensa del Reich. Con esto terminó la reunión y Hitler se tuvo que marchar con la sensación de que aún era vulnerable.

:arrow: