Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:39 pm
por Bitxo
Los días 8 y 9 el Ejército estuvo en estado de máxima alerta. Un espía polaco, Jurek von Sosnowski, había conquistado y chantajeado a dos mujeres, Renate von Natzmer y Benita von Falkenhayn, para obtener secretos militares procedentes de la sección de proyectos del entonces Coronel Heinz Guderian. Descubierta la trama por la Abwehr y el SD, resultó un gran escándalo que desprestigiaba al Ejército, máxime teniendo en cuenta que Benita von Falkenhayn estaba emparentada con el que fuera Ministro de la Guerra antes de Hindenburg, Erich von Falkenhayn. Se temió que las SA pudieran aprovechar la crisis para dar un golpe de mano, pero pasados los dos días, se retiró la alarma.

El día 10 Röhm hizo público su comunicado en el National-Zeitung. Si se buscaba dar una apariencia de normalidad, nada de cuanto sucedía podía demostrarla. En Halle ese mismo día se inauguraba el Museo de la Revolución Nacionalsocialista. Los Stahlhelm acudieron al evento, pero los SA que custodiaban la entrada les prohibieron el paso. Hubo una acalorada discusión, pero los SA se mantuvieron firmes en virtud a la orden recibida del jefe de policía local, el cual había dicho que cualquier insignia que no fuera del partido representaría un insulto al movimiento cuya gloria evocaba aquel museo y en el que no habían querido participar.
La protesta se extendió a Berlín al día siguiente, pero lo peor sucedería en Magdeburgo cuando los paramilitares conservadores se congregaron para recibir a su jefe, el también Ministro de Trabajo Franz Seldte. El acercamiento de Seldte al nacionalsocialismo no había servido para que las SA dejaran de ver a su militancia como unos arribistas que, no habiendo participado en la lucha, se dedicaban ahora a disfrutar de los beneficios. Así que a Seldte fue recibido por sus Stahlhelm y por oficiales de la Reichswehr, pero no por miembros del partido. Su acto fue saboteado por las SA, quienes no le permitieron pronunciar su discurso y dispersaron a su público, atreviéndose incluso a detenerle. Las protestas ante la policía no sirvieron de nada al estar su jefe, también un SA, casualmente ilocalizable. Cuando apareció al día siguiente, se limitó a liberarle e iniciar una investigación que no llevaría a parte alguna. Ese día apareció un nuevo artículo en la prensa titulado como Sturmabteilung y desarme, que daba a entender unas buenas relaciones entre las SA y el Ejército, dentro de la estrategia del Gobierno de aparentar normalidad. Pero, ¿qué normalidad podía haber si incluso las SA se atrevían a detener a un Ministro del Reich?

El dueño de la cervecería muniquesa Nürnberger Bratwurstglökl am Dom recibió el encargo de reservar un salón para que dos importantes personajes pudieran conversar con absoluta discreción. Pero, por mucho cuidado que se tuviera, la GESTAPO, gracias al seguimiento que hacía a todos los miembros importantes del partido, logró enterarse de que allí, el día 12 de junio, Goebbels se había reunido con Röhm. Pese a que no se conocía el contenido de la entrevista, su mera existencia puso en guardia a Göring y a Himmler. Goebbels podía estar recuperando su pasado izquierdista, más en consonancia con el discurso de Röhm, bien por causa ideológica o bien porque, consciente de que no disponía ninguna fuerza policial o paramilitar para asegurar su parcela de poder, trataba de asegurar su puesto. Goebbels debía conocer la desconfianza del líder de las SA hacia personajes como él y podría estar tratando de granjearse su amistad al verlo como caballo ganador. ¿Sabía Goebbels algo que ellos desconociesen? ¿Era aquella reunión secreta otra prueba de que Hitler no iba a poner a las SA en su sitio? ¿Y si Goebbels estaba actuando como intermediario entre Hitler y Röhm?

Resulta inevitable pensar que estas sospechas se agravasen con el hecho de que, al día siguiente, Hitler se reuniese con Strasser y que este recuperase el honor de portar la insignia del partido con el nº 9. Según los rumores, Hitler había prometido a Strasser el Ministerio de Economía y este había accedido exigiendo la cabeza de Göring y la de Goebbels.

Göring y Himmler imaginarían que, al igual que ellos redactaban listas de personas a las que cabía eliminar, sus enemigos podían hacer lo mismo. Hitler, un hombre de demostrada capacidad de decisión, conocedor de que, en caso de actuar, lo mejor era hacerlo cuanto antes para que los planes no se tornaran en contra, vacilaba durante demasiado tiempo. Quizás no dejase de tener en cuenta que Strasser era el miembro del NSDAP mejor valorado por los conservadores, detalle muy a tener en cuenta si se deseaba llegar a algún tipo de acuerdo con estos. Y Goebbels era quien le había convencido de que debía presentar su candidatura a la Presidencia, logrando con ello, pese a la dudosa valía de tal acción para el partido, algo a lo que se había opuesto Göring, un indudable logro personal para ambos. Un logro que los había unido. ¿Cuáles eran los planes de Hitler?

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