Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:37 pm
por Bitxo
Pero Hitler había tomado una decisión y cerrado un pacto. El mismo día, 20 de abril, Himmler se hacía con el control efectivo de la GESTAPO y nombró a Joachim Ribbentrop embajador extraordinario para la cuestión del desarme. Una de las primeras misiones de Ribbentrop fue proponer a Francia e Inglaterra una importante reducción de efectivos, pero no del Ejército, sino de las SA. También, de manera inaudita, dio un permiso para todo el mes de julio a las SA. Por sorprendente que fuera el anuncio del permiso al brazo paramilitar del partido, por la intensidad de su labor y por la necesidad de estas que pudiera tener el aún endeble régimen, que apenas podía disimular la crisis y las críticas vertidas sobre él, la notica apareció en el National-Zeitung como si no tuviera importancia alguna.

Un animado Papen no parecía tener intención de perder el tiempo. El día 26 acudió al Dortmunder-Industrie-Club para pronunciar un discurso ante los industriales del Ruhr. Esta vez el Vicecanciller mostró más decisión a la hora de criticar al nacionalsocialismo, y precisamente a su vertiente más socialista, aquella que más susceptibilidad recibía de los empresarios: El papel del jefe de empresa es esencial. Tiene que mantener una libertad tan grande como sea posible con respecto al Estado, diría, y añadiría que la autarquía económica hace ilusoria la existencia de una economía mundial, y esto representa un peligro de guerra a mayor o menor plazo.
El discurso estaba diseñado para hacer mella en un industrial temeroso de lo que podía representar el nuevo régimen en un futuro cercano. La autarquía era la base del programa económico nacionalsocialista, con vistas a evitar un bloqueo como el que recibiera Alemania en la Gran Guerra. Por otro lado, Walther Darré y su Corporación Alimenticia del Reich, desde el marco de la búsqueda de esa autarquía sentida como necesaria, reinvidicaba un estatus de igualdad, incluso de primacía, para un campesinado que pasara a ser la máxima representación de la pureza germánica en un momento en el que la escasez de acero hacían competir al mundo rural con la fabricación de armamentos. Y los industriales del Ruhr serían contrarios a las ideas del Ministro de Economía, Kurt Schmitt, el cual veía la producción de armamentos y hasta la construcción de autopistas como una mera fantasía propagandista del régimen, totalmente improductiva. Aquellos hombres no podían dejar de ver la incongruencia de que la autarquía llevara a Darré y su imperio del campesinado y a una posible guerra con un Ministro de Economía reacio al rearme, un rearme que conllevaba sustanciosos beneficios pero que, al tiempo, suponía la aceptación de una presión estatal sobre las empresas que dirigían.

Si la entrevista entre Schleicher y François-Poncet había alertado a Hitler, cabía esperar que la entrevista de Ernst con Renondeau pudiera verla como algo más que una fatal casualidad. A Ernst le gustaba demostrar hasta dónde había llegado desde sus tiempos de ascensorista y portero de hotel, y no desperdiciaba oportunidad para codearse con todo personaje público de cierta relevancia. Según Renondeau, Ernst le contó sus aventuras hasta que la revolución nacionalsocialista le llevara a la cima del poder. Le preguntó si, tras una vida llena de riesgos, sus nuevas responsabilidades le resultaban aburridas. Desengáñese usted, le contestó, prometimos mucho y resulta tremendamente difícil mantener las promesas. Hay que calmar a muchos impacientes y exigentes. He comenzado por dar puestos a los antiguos camaradas que lucharon conmigo. Todos ellos ya están colocados. Pero quedan los otros, y la verdad es que no me facilitan mucho el trabajo.
Esta era la realidad de las SA. El colosal tamaño de su militancia, que se había sumado al carro de los vencedores para promocionarse, empujaba a sus líderes a cumplir con esa esperanza.

Himmler se reunió otra vez con Röhm. Esta vez se sentía más seguro tras el apoyo del propio Hitler, incluso en detrimento de Göring, y fue él quien lanzó la reprimenda. Los máximos responsables de las SA eran unos homosexuales que escandalizaban al pueblo alemán con sus orgías, y más aún teniendo en cuenta el discurso del régimen acerca de la pureza y el virtuosismo de la raza alemana. La homosexualidad constituye un peligro para el movimiento, le dijo para pasar a preguntarle: ¿No constituye acaso un grave peligro para el movimiento nacionalsocialista que pueda decirse que se elige a sus jefes por criterios sexuales. Himmler hacía alusión a la orientación sexual de los jerarcas SA, quienes colocaban a sus amantes como ayudantes de campo y puestos similares. Viendo que Röhm aguantaba el envite sin decir nada, insistió contándole toda clase de rumores acerca de una red de obtención de amantes que se extendía por toda Alemania, recordándole que el interés del Estado estaba por encima de todo eso. Entonces Röhm rompió a llorar y le prometió enmendar esos errores. Pero, al día siguiente, Himmler fue informado de que en el Cuartel General de Röhm, y estando este presente, se había celebrado esa noche una de las orgías más grandes hasta la fecha, arrojándose botellas de champagne a la calle desde las ventanas. No se sabe si Himmler quiso advertir a Röhm de la imagen negativa de estos escándalos por camaradería o por cumplir un encargo de Hitler, pero lo que sí está claro es que Röhm había echado a perder una nueva oportunidad para congraciarse.

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