Publicado: Mié Ago 06, 2008 6:31 pm
por Bitxo
El primero de julio de 1933, Hitler dio más muestras de su intención de ganarse a la Reichswehr. En su discurso a los jefes SA, reunidos en Bad Reichnall, les dijo que los soldados políticos de la revolución no desean ocupar el puesto de nuestro Ejército o entrar en pugna con él. Y si esto caía cual jarro de agua fría, el reconocimiento que haría a los Stahlhelm, considerados por las SA unos arribistas y, una vez más, al Ejército en su discurso con motivo del día de los paramilitares conservadores, resultaría desesperante: Puede estar seguro el Ejército de que nunca olvidaremos esta deuda, de que veremos en él al heredero de las tradiciones del glorioso Ejército Imperial Alemán, y de que lo apoyaremos con todas nuestras fuerzas y nuestro corazón.
No contento con ello, Hitler reforzó su labor de adulación promocionando ascensos, incluso a oficiales reacios al nacionalsocialismo, como el caso de Erwin von Witzleben.

El día 6, Hitler dijo en la Cancillería a los dirigentes del nacionalsocialismo que la revolución no es una condición permanente. No debe convertirse en una situación prolongada. Se ha destapado el flujo revolucionario, pero debemos canalizarlo por el cauce más seguro de la evolución. Si con esto no estaba todo suficientemente claro, añadiría que el grito de combate de la segunda revolución estaba justificado mientras existían en Alemania posiciones que podían cristalizar en una contrarrevolución. Ya no es el caso. No debemos dejar lugar a dudas sobre el hecho de que, si es necesario, ahogaremos con sangre cualquier tentativa. Porque una segunda revolución sólo puede dirigirse contra la primera.

El día 11, Frick precisaría la estrategia a seguir por el nuevo Gobierno al decir que la tarea más importante del Gobierno del Reich es ahora la consolidación ideológica y económica del poder absoluto concentrado en sus manos. Esta tarea se vería seriamente comprometida si se hablara de continuar la revolución o hacer una segunda revolución. Quien habla todavía en tales términos tiene que meterse en la cabeza que no hace más que pronunciarse contra el propio Fuhrer y que se le tratará en consecuencia.
Hitler daría una nueva advertencia el día 16, en su discurso de Leizpig: Las revoluciones que tuvieron éxito en sus inicios son mucho más numerosas que las revoluciones triunfantes que fueron contenidas y frenadas en el momento oportuno.

Röhm podía presentir el peligro, pero sus SA se habían convertido en una organización gigantesca cuyo tamaño implicaba una dificultad extraordinaria para su control, lo que implicaba una contínua fricción con el Ejército, la ciudadanía y los líderes del partido. De igual manera que había sucedido con los Stahlhelm, numerosos ex paramilitares socialistas o comunistas se habían afiliado para tratar de subsanar un pasado inconveniente o para sumarse a la esperanza de poder aspirar a una promoción producto de la revolución. Ello había provocado que las SA recibieran el sobrenombre de beefsteak-stürme, pardas por fuera y rojas por dentro. La promoción a la que aspiraban no siempre se podía satisfacer, bien por la competencia de otras esferas del movimiento, bien porque desde el gobierno se prefería a los cuadros mejor preparados de los últimos gobiernos republicanos, o bien porque, simplemente, eran demasiados. Los SA decepcionados podían incurrir en el asesinato de la competencia con una impunidad que no resultaba favorable para un gobierno recién instalado y que precisaba el apoyo de los sectores conservadores, denominados Reaktion por los camisas pardas, tanto como para sostenerse en el poder como para sacar al país de la crisis económica.

Desde el Ministerio del Interior y desde el de Justicia, comenzaron a oírse voces de alarma. La violencia de las SA podían dar a entender una situación inestable a los financieros extranjeros, llegando incluso al punto en que esa situación inestable se plasmase como incontrolable. Göring, usando a la GESTAPO, se dedicó entonces a clausurar las cárceles clandestinas donde las SA torturaban y asesinaban a sus rivales apresados durante la coordinación. Los presos eran liberados o enviados a los campos de concentración de Himmler, en cualquier caso substraídos a las SA que interesaba debilitar, alejándolos, además, de los oídos de los ciudadanos que se inquietaban por cuanto sucedía.

Las advertencias de Hitler frenaron un poco a Röhm, si bien se preservó el derecho a ejecutar a doce miembros de una organización enemiga que hubiese atentado contra su tropa. No obstante, reconoció que han llegado a mi conocimiento algunas informaciones, pocas, a decir verdad, según las cuales miembros de organizaciones SA, y no quiero calificarles de SA porque no lo son, se han hecho culpables de inauditos sucesos. Hay que contar entre estos la satisfacción de venganzas personales, los malos tratos inadmisibles, las rapiñas, los robos y el pillaje y prometió la muerte inmediata a título de ejmplo de los jefes SA responsables, si dan pruebas de una indulgencia mal comprendida y no intervienen sin el menor miramiento.

Pero no por ello iba Röhm a claudicar tan fácilmente. Ante la decisión de Göring de despojar a las SA de su papel como policía auxiliar, organizó una concentración el día 6 de agosto de 1933, en Tempelhof, de al menos 80.000 militantes. Confiado ante tal demostración de fuerza, Röhm espetó: Quien imagine que la tarea de las SA ha terminado tendrá que resignarse a la idea de que estamos aquí y de que aquí seguiremos, ocurra lo que ocurra.

El desafío entre Göring y Röhm no podía menos que recrudecerse. El 15 de septiembre, con motivo de la inauguración del Consejo del Estado, Göring deseaba presidir un descomunal desfile de SA y SS, pero Röhm y Ernst se negaron a que lo presidiera él sólo, alegando que sus SA se indisciplinarían si no estaban ellos presentes. Göring tuvo que aceptar compartir la tribuna de honor.

Pero más le molestaría la indiscrección de Ernst en una fiesta de las SA, el 21 de septiembre. Se había iniciado el proceso contra los acusados por el incendio del Reichstag y la sospecha de que el incendio había sido organizado por Göring seguía en la mente de todos, si bien nadie se atrevía a lanzar tamaña acusación. Pero Ernst, habiendo bebido y comentando la apertura del juicio, cuando le preguntaron, dijo entre sonoras carcajadas para que todos pudieran oírle: Si digo que sí, seré yo quien habrá prendido fuego y resultaré un perfecto imbécil. Si digo que no, seré un perfecto mentiroso. Puede que Ernst desease hacer llegar una advertencia a Göring, que comparecería como testigo de la acusación y acabaría siendo humillado por Georgi Dimitrov.

El 6 de octubre, a través de Frick, el nuevo Gobierno volvió a dar señales de su interés en normalizarse e institucionalizarse. Los delitos de derecho común cometidos por las SA hasta la fecha quedarían sobreseídos, pero puntualizó que la administración del Estado nacionalsocialista y de la policía no tienen que verse obstaculizadas en manera alguna por las inadmisibles intervenciones de las SA. Se perseguirán a partir de ahora con toda energía los actos reprensibles cometidos por miembros de las SA.
Pero ni estas ni su líder parecían dispuestas a atender a razones. Un mes más tarde, Röhm concentró a 15.000 de sus hombres frente al Sporpalast de Berlín y, nada más subir a la tribuna, fue directo al grano: Voces numerosas se levantan desde el campo burgués para pretender que las SA han perdido toda razón de existencia. Se equivocan esos señores. Extirparemos el viejo espíritu burocrático y el espíritu pequeñoburgués con suavidad y, si es necesario, sin suavidad alguna.

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