Publicado: Sab Dic 05, 2009 1:06 am
por ParadiseLost
Supervivientes recuerdan la batalla de Stalingrado (XV).

Un soldado desconocido
Por mi vida


El siguiente informe proviene de un soldado desconocido de la 371.ª División de Infantería.
Remitido por Hans-Dieter Larbig (Archivo privado de Stalingrado)

Junto con dos camaradas fui destinado en una columna de munición. Después de cargar los vehículos con munición de artillería y de haber subido toda la columna en un tren de mercancías atravesamos Alemania hacia el este. Lo descargamos en Kramatorskaia, en el sur de Rusia, entre el Dnjepr y el Donets. El ataque hacia el este había comenzado. Fuimos por la zona del Donets, pasando por Woroshgrad, por el Don hacia la estepa de los calmucos. Inicialmente la dirección, pasado Rostov, iba hacia el Caucaso. Pero entonces giró en dirección a Stalingrado.

Tuve suerte al no ser asignado directamente a las tropas de combate. El calor era terrible. Había poco agua, durante varios días solo había trigo para los caballos, y muchos morían. Al final, algunos vehículos eran tirados por bueyes. En la estepa de los calmucos empleamos incluso veinte camellos como animales de tiro. A menudo pensábamos en nuestra casa y en el grito de una mujer al borde del camino. Nuestro pelotón avanzaba. La mujer hizo señas y gritó: "¡Volved todo sanos a casa!" Volvió a gritarlo insistentemente. Poco después nos llegó un tren hospital. Eso nos dio que pensar.

Nuestro cuartel de invierno estaba en una balka en el sur de Stalingrado y Cybenko. Las balkas eran gargantas que llevaban el agua de la nieve al Volga. La nuestra tenía aproximadamente diez metros de profundidad, y a nivel de suelo de dos a tres metros de ancho, con paredes escarpadas. Después de algunos días construimos en esas paredes refugios a modo de búnker. Poco después, cuando el cerco se llevó al cabo, las provisiones se volvieron rápidamente escasas. El 18 de noviembre de 1942, por la tarde, cuando había oscurecido, se propagó la alarma. Los rumanos que huían llegaron con gran agitación. Los rusos atacaban y habían rotos las líneas delante nuestro.

Las raciones alimenticias fueron recortadas continuamente. Pan, horneado de la panadería de campaña, mojado, resbaladizo, 50 gramos al final, era la ración diaria. No se podía distribuir con mucha frecuencia, pues ya no había. También se carecía de ropa adecuada. El correo podía ser enviado a la Patria a intervalos regulares, de igual manera ser recibido. Para iluminar el búnker usábamos faroles de establo, mientras se dispusiese de petróleo. De la unidad sólo había unas pocas velas. También habíamos construido algunas lámparas de gasolina. Para la calefacción del búnker fabricamos la más fabulosa propia construcción. La mayoría de veces faltaba combustible y tiempo para utilizar el bunker.

Por suerte los rusos, al principio, no nos atacaron directamente. Después de Año Nuevo todo cambió. Los rusos atacaron Cybenko. Nos aproximamos a las unidades de alarma, totalmente mezcladas. Nadie conocía a los demás. La munición escaseaba. En la noche de 14 enero de 1943, llevé a un herido a un hospital de sangre provisional. Asimismo, nuestros camaradas caídos habían sido llevados a un búnker. Con una herida en el brazo hice el camino de vuelta. Al principio nos tuvimos que arrastrar por los disparos enemigos. Fuimos avanzando lentamente, y se veían muchos heridos. En la oscuridad llegué a Petschanka, a las afueras de Stalingrado. Conseguí un sitio en una casita rusa. El hambre, el frío y el miedo me hacían avanzar. El dolor de mis pies congelados era tan intenso que un camarada me rajó las botas. En esos días de horror, decidí arrastrarme en dirección a Jelschanka con la esperanza de llegar a un hospital de sangre en funcionamiento. Algunos compañeros que podían caminar me ayudaron. Allá donde mirase, solo había soldados arrastrándose o caminando sobre su rodillas. Por la tarde encontré en Jelschanka el hospital de sangre.

Los que morían por la noche eran separados al día siguiente. No era posible enterrarlos. Habíamos depositados a nuestros caídos en un bunker en nuestro barranco. A última hora de a tarde llegó un médico a nuestro cuarto y seleccionó a 16 hombres, que debían ser trasladados al hospital militar de Gumrak. Yo era uno de ellos. Nuestro Opel-Blitz-Allrad avanzaba bien por la nieve. El hospital, del que tanto habíamos esperado, estaba compuesto de vagones de ferrocarril. Un médico nos denegó la entrada por el siguiente motivo: "No hay sitio, no hay vendas, no hay alimento". Los vagones se habían preparado para 600 hombres. Ahora yacían más de 4.000 hombres sin cuidados. Estábamos un poco asustados. ¿Qué debíamos hacer?

De repente, uno de nosotros obligó al conductor sosteniendo una pistola, a llevarnos al aeródromo de Gumrak que se encontraba cerca de allí. No teníamos papeles, no obstante llegamos a la pista de despegue y nos encerramos en un iglú. Poco después aterrizó el primer avión. Focos solitarios iluminaban la pista de aterrizaje. El avión fue descargado, cargado con soldados y rápidamente subió al cielo.

Lo que alcanzaba la vista, se veían hombres que querían volver a casa. Gran inquietud en la masa: ruegos, empujones, gritos... una situación espantosa. De nuevo aterrizaban y despegaban aviones. De rodillas me arrastré hacia delante. Me acerqué a un avión, pero no bastaba para subir. Avancé de rodillas por la nieve, entonces se acercó un soldado, me sostuvo y finalmente me ayudó a subir al avión. La máquina se puso en marcha. La tripulación me arrastró hacia delante y cerró la escotilla. Por encima del habían había estrellas en el cielo azul de la noche, bajo nosotros explotaba la artillería antiaérea. Después de dos horas aproximadamente aterrizamos cerca de Salsk, al este de Rostov. Después del aterrizaje nos retiraron inmediatamente del avión y nos examinaron en una espaciosa habitación de un médico. Estaba en condiciones de ser trasladado y me colocaron de lado en una camilla.

Por todas partes se notaban las prisas. Sobre mi pregunta de que significaba todo aquello, me enteré de que los tanques rusos estaban aproximándose. Entonces nos trajeron un vaso con té y una rebanada de pan con mermelada. ¡Algo que comer desde hacía días! Poco después nos evacuaron por aire hacia Neu-Saparoschi. Allí nos quitaron los viejos vendajes en un hospital de reserva. La carne se había desprendido parcialmente del hueso. Había que despiojar la ropa. El hospital estaba repleto. Estaba tirado en un pasillo. Allí pude hablar con un camarada, que me escribió una carta a mis padres con saludos y noticias de que me hallaba en un hospital de reserva. Después de dos días llegué a Lemberg con un JU. Hospital de reserva 4 – Berg sanatorio. Durante el día 26 de enero de 1943 me amputaron. Me desperté en una habitación con tres hombres. Un médico me dijo, que las puntas de los dedos y la parte delantera del pie debieron ser extraídos.

Durante días tuve fiebre alta. Lo poco que podíamos comer no permanecía en el cuerpo. Nuestra hermana de la cruz roja, Lieselotte, me dedicaba mucho tiempo. Le estoy muy agradecido. Incluso me escribió algunas cartas para mis padres. El 3 de enero oí por la radio de la habitación la capitulación del VI Ejército en Stalingrado. Ahora ya sabía en qué gran embrollo estuve metido y la suerte que tuve. Pensaba en los camaradas que debieron permanecer allí. Todos esperaban ser liberados, pero muy pocos lo consiguieron. En Lemberg también me quedó claro, que mi liberación del Kessel no se la debía sólo a la suerte o a la fuerza de mi voluntad. También estaban las oraciones de mis padres, la intercesión de la Madre de Dios y la providencia eficaz de Dios. Aun hoy le estoy agradecido a Dios.


Fuente del texto e imágenes: Namen für Rossoschka, Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge e. V.
Traducción: Paradise Lost

Saludos