Publicado: Lun Ene 19, 2009 4:36 am
por ParadiseLost
Supervivientes recuerdan la batalla de Stalingrado (X).

Artículo: Jens Ostrowski
Fotos: Jens Ostrowski
Traducción: ParadiseLost

Hola a todos. Os dejo un artículo que he traducido, aparecido en el periódico alemán Münchner Merkur, el 22 de diciembre de 2008. Vale la pena pararse a leerlo.

Nochebuena en el Kessel de Stalingrado.
En Navidad se sentaban en sus agujeros en la tierra, se congelaban, se morían de hambre, veían a sus compañeros morir: miles de soldados alemanes pasaron la Nochebuena de 1942 en el Kessel de Stalingrado. Muy pocos sobrevivieron y volvieron a casa. Tres soldados explican sus experiencias.


Jens Ostrowski
Munich. – 24 de diciembre de 1942. Dieter Peeters quería estar en casa por Navidad. Confiaba en un rápido fin de la guerra en el Este. En vez de eso, está de cuclillas en su bunker en Nochebuena, a 3.000 kilómetros de la patria. No hay ni asado ni árbol de Navidad. Las velas sobre los cascos de acero delante suyo tampoco trasmiten un ambiente navideño. El soldado de 22 años se congela, tiene hambre y miedo. Dieter Peeters está en Stalingrado.
Más de un cuarto de millón de soldados, alemanes y aliados han caído en la trampa desde hace cinco semanas. Un millón de rusos han rodeado el Kessel y han paralizado la conquista de Hitler. La consecuencia de esta megalomanía la pagan los soldados del VI Ejército. Cada día mueren cerca de 1.600. Caen, mueren de hambre, se congelan. Dieter Peeters de Dusseldorf, Horst Zank de Bonn y Otto Schäfer de la cuenca del Ruhr pertenecían a aquellos, que luchaban por salvar su vida.

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Horst zank sobrevivió al invierno de Stalingrado.
En la foto de arriba, puede verse a Horst de 89 años con una foto de cuando era un joven soldado.


Peeters tiene 88 años, en aquel entonces 22. Eran jóvenes como él, que Hitler utilizó para sus planes. "Habíamos conquistado Francia en seis semanas. ¿Como iban a evitarlo los rusos?". Pero la situación por aquel entonces, a finales de 1942, pasó a ser más grave día tras día. "Hacía frío, no teníamos nada que llevarnos a la boca", afirma Horst Zank, de 89 años.
El aprovisionamiento con alimentos, ropa de abrigo y munición sólo era posible por aire. El Ejército necesitaba 550 toneladas cada día, cinco veces más de lo que la Luftwaffe era capaz de transportar. Las provisiones lanzadas eran saqueadas a menudo. Para otros no quedaba nada: "No hemos recibido ningún reparto especial ni para Navidades ni para Nochevieja. Desde que estamos rodeados, no he podido saciar mi hambre ni un solo día." Eso escribía el soldado de artillería Harry Wolter de Bassum a sus padres. Fue lo último que oyeron de él.
Otto Schäfer, de 85 años, permanecía en una trinchera. A 25 grados bajo cero. En medio de la invernal estepa. A lo lejos podían verse las ruinas de la ciudad bombardeada. El Kessel aun medía entre 40 y 50 kilómetros. Pero los rusos tenían prisa por destruir el cerco defensivo. "De pronto me despertó la alarma", cuenta Schäfer. "Los rusos nos disparan. El camarada que estaba a mi lado, recibió un impacto en plena carótida". Estuve tres horas apretándole la herida. Tres horas. Entonces llegó un sanitario. "No sé que le sucedió a mi camarada. Pero aun no he olvidado su nombre", dice Schäfer. Por el rabillo del ojo le cae una lágrima.. 66 años después las emociones son aun muy fuertes.

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Otto Schäfer, en la actualidad de 85 años, permaneció en diciembre de 1942 en Stalingrado.

Dieter Peeters vio a sus amigos morir en la blanca estepa. "Cada día morían de hambre. De repente caían muertos. Algunos llegaban a comer la carne de los cadáveres". Él mismo vio a la muerte de cerca. Durante un ataque se topó junto con su compañeros con tanques rusos. "Nos descubrieron. Los tanques avanzaron a través de los agujeros en nuestras defensas y aplastaron con sus cadenas a los soldados que yacían en la nieve. Me hice el muerto y los tanques se alejaron", dice Peeters. Y Baja la cabeza en silencio.
A los soldados soviéticos no les iba mucho mejor. El que se retiraba, debía ser ejecutado, había ordenado Stalin. El enemigo no tenía ninguna consideración: “Corríamos día y noche, estábamos agotados. En ese estado, debíamos atacar a los tanques alemanes. "Mis 42 compañeros murieron en media hora", contaba el soldado del Ejército Rojo Gamlet Dolokjan en una carta.
Muchos de los cercados sacaban fuerzas para vivir, del último contacto con el mundo exterior. El Alto Mando de la Wehrmacht sabía que el correo fortalecía la moral . Las cartas volaban hacia el hogar, pero los heridos se quedaban en el Kessel. "Agradezco cada uno de los saludos que recibo de vosotros, aunque cada vez se vuelven más preocupados. Sería exagerado decir, que no hay razón para ello. El miércoles iré por seis días a una posición de vigilancia. Cuando esté allí os volveré a escribir", prometía Otger Kobold de Kiel a su madre. El soldado de 21 años no volvió.
Mientras tanto resurgió la esperanza en el Kessel poco antes de Navidades. Con 130 tanques y 60.000 hombres marchaba el grupo blindado de Hoth en dirección a Stalingrado. "Podíamos oír las alarmas y ver las luces de los vehículos. Teníamos la esperanza de ser rescatados antes de Navidad. Esa idea nos hacía soportar las pesadas cargas morales y del cuerpo que soportábamos", dice Horst Zank. El intento de rescate se quedó atascado tan sólo a 48 kilómetros del Kessel. El 23 de diciembre los rusos contraatacaron. "Justo a tiempo para las fiestas, nuestro destino fue sellado", suspira Peeters.

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Dieter Peeters en la actualidad y cuando aun era un soldado.

Como él, muchos soldados añoraban un apoyo espiritual. Gustav Raab de Viersen era clérigo militar en el VI Ejército. Viajó incluso en lo más profundo de la noche de hospital militar a hospital militar, de trinchera a trinchera, para pronunciar un sermón ante los desesperados Landser. No olvidaré nunca la alegría y el agradecimiento de esos hombres. Lloraban como niños y me estrechaban la mano, escribió después a su tierra natal. El clérigo sólo sobrevivió algunas horas. El día que fue capturado, fue fusilado. Porque como sacerdote mantenía la moral alta.
"En Nochebuena teníamos muchas cosas en común: sin regalos, sin señales de vida de casa, la soledad y el peligro, las privaciones y el hambre continua", dice Peeters. Echaban de menos las mesas preparadas para Navidad, las nueces, las manzanas rojas y las galletas. Con el agua de la nieve cocinaban una sopa de carne de caballo, en la que esa noche echaban algún que otro guisante, que habían guardado para las Navidades. "Siempre me preguntaba, ¿por qué continuaba esa guerra horrorosa? No tenía respuestas."
Horst Zank pasó sus Nochebuena en un agujero en la tierra, muy cerca del frente. Alrededor de él: muertos. Camaradas y rusos. "Esa noche fue tranquila. Pero en la lejanía, oíamos las alarmas", recuerda. El espíritu navideño no apreció. "Teníamos la muerte ante nosotros. Los compañeros caídos permanecían durante días al lado de nuestros agujeros. No los podíamos enterrar en la tierra congelada. Sus ojos muertos nos miraban. Fueron las Navidades más tristes que he vivido."
El herido Otto Schäfer fue evacuado por aire a principios de enero. Horst Zank y Dieter Peeters fueron hechos prisioneros a principios de febrero. Más tarde pertenecerían a los 6.000 soldados alemanes, que pasados diez años después del fin de la guerra pudieron volver a su patria.

Existen un par de libros escritos por estos dos testigos de la época:

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Foto: Portada escaneada del libro

Stalingrad: Kessel und Gefangenschaft
Stalingrado: cerco y cautiverio
Autor: Horst Zank
Páginas: 236
Editorial: Mittler


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Foto: http://bilder.buecher.de/produkte/13/13 ... 53504n.jpg

Vermißt in Stalingrad
Desaparecido en Stalingrado
Autor: Dieter Peeters
Páginas: 104
Editorial: Zeitgut
ISBN: 978-3933336774

Fuente: Münchner Merkur Nr. 297, Montag, 22. Dezember 2008

Saludos