Publicado: Sab Dic 08, 2007 3:28 pm
por Bitxo
Este tema es muy complejo y cabría analizarlo en un marco más amplio.

En primer lugar, tras la derrota, los alemanes no saben si van a seguir existiendo como tales. El Plan Morgenthau era una clara muestra de lo que las potencias vencedoras podían hacer al país. El debate entre lo que aprovechar ellos de Alemania, podían aprovechar los rusos e, incluso, de permitir a estos hacer el trabajo sucio fue largo y arduo. Una vez efectuada la ocupación, la orgullosa nación de Goethe era nada, y ni tan siquiera podía hacer su propia limpieza (como Francia o Italia), siendo esta controlada por los vencedores. Los alemanes sentirán una mezcla de sensaciones derivadas de la actitud de los ocupantes, cuya dirección en el proceso de desnazificación resulta demasiado suave en cuanto a la escasez de juicios y condenas, como aparentemente agresivo en cuanto al abultado número de expedientes abiertos. La necesidad de la sociedad alemana a escapar del sentimiento de culpa, inmersa como estaba en la tragedia de la destrucción del hogar, que siempre implica el desarraigo, pero ahora en una sociedad culta, orgullosa y de fuerte espíritu comunal; modifica este concepto en responsabilidad colectiva. La vacuna contra el nazismo, la que le permite subsistir en estado latente, resulta una grotesca colección de eufemismos que simplifica la tarea de digestión por parte de los alemanes, y de gestión por parte de los ocupantes. Los rusos, en cambio, llevarán a cabo su versión del Plan Morgenthau.
Los primeros análisis del nazismo lo enmarcan en algo específicamente alemán, lo que supone una facilidad a la explotación del sentimiento de culpa en aras de modificar la conducta de la Alemania ocupada hacia los vencedores y una suerte de flexibilidad en los momentos de la Guerra Fría. La prioridad de los vencedores en la reconstrucción de la productividad alemana frente a la moral, permite que esa latencia de los vencidos, humillados al ser puestos a examen, y espectadores de la reestructuración ante la Guerra Fría, lancen una campaña revisionista amparada por la benevolencia interesada de los vencedores hacia los criminales selectos. Pero, antes, el movimiento de refugiados y la desmovilización propicia las mismas condiciones tras 1918, solo que ahora no se trata de crear un movimiento aprovechando el impulso del pangermanismo, sino de asegurar la nostalgia y la identificación de tiempos mejores con el extinto régimen.
En un principio, los ocupantes, decididos a no fomentar la supuesta tendencia militarista alemana, hicieron caso omiso de los mutilados de guerra alemanes. La falta de ayuda a estos veteranos supuso el efecto contrario: en una Alemania donde aún había actos de sabotaje contra los vencedores, reprimidos con dureza similar a la efectuada por los alemanes en su momento, más allá de la tan escasa como pretenciosa actuación de los werwolf, desproporcionadamente martirizados por los canadienses, los veteranos encontrarían no sólo la solidaridad de sus compatriotas, sino una recuperación de su papel antidemocrático del período de Weimar.
Si al inicio de los 50, en la zona soviética, el 80% de los maestros de escuela ya procedían de la "nueva era", en la parte occidental el proceso de desnazificación clasificaba a la población en una serie de categorías arreglo a su implicación que recordaba a las categorías de contaminación judía durante el III Reich y que toparía con las mismas dificultades de manejo administrativo. Más de 3'5 millones de casos arrojaron sólo 175.000 sentencias culpatorias, siendo 150.000 leves. En cuanto los ocupantes dejaron en manos alemanas la tarea de desnazificación, está se mostró visiblemente improbable: la persecución no había supuesto más que un malestar generalizado en aras de esa hipocresía de los vencedores ya mencionada. El proceso provocó que, si bien los alemanes aceptaban el juicio a los grandes jerarcas y hasta la responsabilidad moral colectiva, no toleraban la individual. No deja de ser curioso que el proceso de desnazificación aprovechara la mejor herramienta de Goebbels, el cine, para vencer culturalmente donde jurídicamente había fracasado. Pero esto también fue un fracaso: el público alemán se cansó de lo que consideraba un cine de escasa calidad y no menos escaso entretenimiento. Los rusos, en cambio, aprovecharon mejor esta herramienta llegando a contratar a directores alemanes que no podían lidiar contra los intereses de Hollywood, e incluso trajeron desde Leningrado a diversos especialistas en la cultura alemana para su propia Kulturbund.
El fracaso en la tarea de desnazificación en general provocó el fracaso en lo particular. La preocupación de los vencedores hacia el establecimiento del mito de la Werhmacht limpia se transformó en su apoyo conforme la Guerra Fría avanzaba. Por otra parte, tanto la recuperación económica alemana como la de su extrema derecha, propició un mejor trato a los veteranos de la guerra, que pasó a ser vista como, en esencia, una guerra contra los soviéticos. La inclusión de dos miembros de la extema derecha en el gobierno de Adenauer suponía tanto una neutralización de su propaganda de mártires como su afán de monopolizar la vida política alemana. En cualquier caso, los veteranos de la guerra vieron cómo su pasado se limpiaba y se honraba, todo ello propiciado, además, por el nacimiento del Bundeswehr.