Moderador: ParadiseLost
Le he preguntado acerca de los trabajadores forzados, debido a los cuales, en buena medida, fue condenado. Ha contestado que en cuanto se enteraba de que en algún lugar los trabajadores tenían que soportar unas condiciones inhumanas, intentaba poner remedio en la medida de sus posibilidades. Pero decenas y decenas de miles de ellos murieron, insistí, y a menudo en unas condiciones estremecedoras.
anduvimos un rato en silencio por la playa de Munkmarsch. Luego dijo que la muerte de tantos seres humanos le causa una profunda aflicción. Al principio, cuando se presentó ante el tribunal y durante los primeros años en Spandau, trató de consolarse pensando que, en el "caos de competencias" reinante, los trabajadores forzados dependían formalmente de Sauckel y en parte también de Himmler, y en última instancia, como todo lo demás, de Hitler. Pero, ante la pared de su celda, esa clase de excusas se esfumaron rápidamente. De ahí que haya reconocido el tribunal de Nuremberg y que haya aceptado el veredicto de los jueces militares de los vencedores y lo haya defendido una y otra vez delante de los demás presos. "¿Por qué iba a hacerlo, si no?", añadió tras una breve pausa.
Así pues, concluyó, nadie le tiene que decir lo horroroso que fue lo sucedido en muchos campos de concentración ni la carga que pesa sobre su conciencia y la de todos los demás. Pero también quiere hacer constar que las condiciones ni mucho menos eran tan espantosas como se dijo en Nuremberg y se viene diciendo desde entonces. Nombró algunas fábricas y relató lo que pudo observar casualmente cuando las visitó; acto seguido habló de las explotaciones agrarias, donde las condiciones de vida eran pasables, etcétera. Cuando le contradije, alegó el caso del enfermo Toni Proost, quien, en Spandau, al poco de comenzar su condena, se le ofreció como mensajero clandestino en agradecimiento, como él dijo, por el buen trato que recibió como trabajador forzado (incluido el tratamiento médico que se le dispensó cuando enfermó de gravedad). Speer dijo que no pretendía disfrazar nada, pero que una de las consecuencias de una guerra tan espantosa como aquella es que, a medida que pasa el tiempo, tanto las heroicidades como los sufrimientos adquieren cada vez mayores proporciones.
Al preguntarle si su intento de mejorar las condiciones en los campos se debía a motivos humanitarios o más bien al deseo de aumentar la productividad, Speer respondió que en una guerra de tal magnitud una especie de "furor por la eficiencia" se superpone a todo y absorbe cualquier otra motivación. Fue como un "delirio" que "nos poseyó a todos".
Más tarde volvió sobre el mismo tema. En el bando contrario no fue muy distinto. También ellos, como se sabe, en el tratamiento de los prisioneros de guerra y en otros casos transgredieron una y otra vez la legislación vigente. No hay duda de que los rusos así lo hicieron, pero también los franceses, los norteamericanos y otros cometieron abusos de diversa gravedad. Ninguno de los dos bandos respetó demasiado lo principios establecidos en la Convención de Ginebra o de La Haya o en cualquier otra parte.
Al principio, cuando se presentó ante el tribunal y durante los primeros años en Spandau, trató de consolarse pensando que, en el "caos de competencias" reinante, los trabajadores forzados dependían formalmente de Sauckel y en parte también de Himmler, y en última instancia, como todo lo demás, de Hitler.
Speer respondió que en una guerra de tal magnitud una especie de "furor por la eficiencia" se superpone a todo y absorbe cualquier otra motivación. Fue como un "delirio" que "nos poseyó a todos".
Para concretar, Siedler le preguntó cuál habría sido su actitud (1), por ejemplo, si en 1941 hubiesen llegado a su poder pruebas irrefutables de los crímenes cometidos en el este. ¿Habría abandonado sus planes arquitectónicos? ¿Habría intervenido ante Bormann? ¿Habría informado a los generales o a los colaboradores en quienes confiaba? ¿O al menos al doctor Brandt, su amigo y el médico personal de Hitler? Pareció confuso por un momento y dijo: "Creo que no". Y añadió: "Pese a todas las pruebas, no me habría creído los informes de esas atrocidades". [...]
Resumiendo una conversación que duró varias horas, la justificación de Speer era la siguiente: desde el principio de la guerra, o poco después, intuía que el régimen tenía un "lado oscuro". Oyó ciertas alusiones que, por poco que hubiera indagado, por fuerza le habrían obligado a sacar unas conclusiones horribles. El problema fue, justamente, que no quiso indagar. Volvió a contar el episodio con Karl Hanke, el Gauleiter de Breslau, quien le habló sobre las cosas espantosas que sucedían en un campo de concentración de la Alta Silesia, refiriéndose evidentemente a Auschwitz. [...]
pero añadió que no llegó a cuestionar el régimen en su totalidad ni, como es lógico, el papel que él desempeñaba dentro de éste. con todo, debe decir que las imágenes de los presos que trabajaban en aquellas catacumbas(2) lo persiguieron durante mucho tiempo, aunque es consciente de que esto constituye una débil o nula justificación. Al final de la conversación, que se ha desarrollado en medio de una tensión desacostumbrada, desarmó todas nuestras críticas al decir, con aire de sinceridad inimitable: "¿Por qué fui leal a un régimen que no sólo permitía esas atrocidades, sino que las ordenaba? Llevo años intentando hallar la respuesta".
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