El mismo día
—Un último detalle, mariscal. Usted recomienda que hasta el último momento las tropas destinadas a Rotbart permanezcan a la defensiva ¿No se trata de una precaución excesiva? ¿Usted cree que Stalin atacará al Reich?
—Statthalter, he estado consultando con el general Schellenberg y me ha indicado que no hay ningún indicio que apunte hacia un ataque soviético, salvo el enorme tamaño del Ejército Rojo. Ya le he señalado a su Excelencia que la Unión Soviética posee un ejército enorme, que es mayor que todos los demás ejércitos del mundo juntos. Nuestras estimaciones hablan de cinco o seis millones de soldados, diez mil tanques y cinco mil aviones de combate. Por otra parte la política soviética en lo que llevamos de guerra está siendo muy agresiva: no solo ocupó parte de Polonia, sino que ha atacado Finlandia y ha ocupado los Países Bálticos y la Besarabia rumana. Ahora mismo el embajador soviético está planteando a los fineses nuevas exigencias. Con nosotros Stalin está actuando como un aliado desleal, y nos cortó el flujo de petróleo justo cuando lo necesitábamos para atacar a los ingleses en Suez. Por suerte nuestras reservas bastaron para culminar la ofensiva y ahora Stalin está enviando de nuevo petróleo y materias primas…
—Que está cobrando religiosamente —dijo Goering.
—Desde luego, Statthalter. Pero lo que quiero decir es que los bolcheviques han mostrado su voluntad de usar tanto sus recursos naturales como el Ejército Rojo para conseguir sus objetivos. No sé si entra en sus planes atacarlos, pero considero posible que decidan anexionarse Rumania e incluso el resto de los Balcanes, que siempre han sido objetivo de los zares, sean blancos o rojos.
—Ploiesti es vital, por lo menos hasta que empecemos a recibir petróleo de Mosul y de Libia —dijo Seyss-Inquart.
—Tiene razón, ministro —dijo Goering—. General Schellenberg ¿Están haciendo preparativos contra nosotros los bolcheviques?
Schellenberg se adelantó para responder—. No lo sabemos, Statthalter. Siento no poder ser más explícito, pero las fuentes de inteligencia que tenemos en Rusia son muy limitadas y se encuentran con tremendas dificultades para operar. El estado ruso es inimaginablemente opresivo. Nuestros diplomáticos en Moscú son seguidos desde que salen de sus residencias hasta que vuelven, y por lo que sabemos cualquier persona es detenida e interrogada. Aunque he conseguido infiltrar algunos agentes, temo que sean identificados si tratan de enviarnos mensajes —todo el mundo entendió cuál sería el sino de esos infortunados—. Por ello tienen orden de permanecer en silencio, y solo deben ponerse en contacto con nosotros cuando descubran algo suficientemente importante.
—O sea que no sabemos nada de Rusia —dijo Goering con disgusto.
—No es así, Statthalter, porque los agentes sobre el terreno no son la única fuente de la que disponemos. Nuestros diplomáticos y comerciantes tienen los ojos bien abiertos, y han sido equipados con microcámaras fotográficas con las que captan todo lo que les llama la atención. La Luftwaffe está enviando aviones de reconocimiento de muy alta cota…
—Los Ju 86P, supongo —dijo Goering.
—Sí, excelencia, los Ju 86P que en tan buen momento usted mandó desarrollar. Vuelan tan alto que no solo no pueden ser interceptados, sino que ni siquiera son vistos desde tierra. Nos han proporcionado imágenes muy valiosas que no muestran movimientos de tropas.
—Menos mal —repuso Goering—. Eso quiere decir que no hay riesgo de que seamos atacados.
—Me temo que no es así, Statthalter —repuso Schellenberg—. Aunque no hayamos detectados movimientos, el Ejército Rojo está desplegado en la misma frontera, en posiciones perfectas para pasar al ataque tras solo unos días de preparativos. Además hay otro signo muy inquietante.
—Siga, general —dijo Goering con preocupación.
—Statthalter, temo revelar aspectos que…
Goering autorizó a seguir a Schellenberg con un gesto.