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Biografías de los personajes más relevantes en el conflicto
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Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Mar May 19, 2009 1:16 pm

Robert Capa siempre ambicionó que su vida se convirtiera en un guión cinematográfico. Quizá por eso, bautizado Endre Friendmann en Budapest en 1913, descubrió enseguida que con ese nombre no llegaría muy lejos. Robert Capa, el personaje de película, nació en 1936 y murió en Indochina en 1954. Y a su imbatible estatura mítica contribuyó Ligeramente desenfocado, sus memorias de la II Guerra Mundial, editadas en 1947 en EE UU por Henry Holt y que ahora publica por primera vez en español La Fábrica.

El libro compagina la rigurosa precisión de los hechos históricos con un menos comprobable trasfondo de anécdotas, flirteos, noches de whisky y de champaña. Pero sobre todo, Ligeramente desenfocado es el diario de un fotógrafo comprometido con la guerra. Un tipo que embarcó en Nueva York hacia Europa en 1941, enviado por la revista Collier's, y aguantó hasta el final. Es cierto, Capa frivoliza con sus planes para pasar la primera noche en el Savoy. Pero una mañana, durante su estancia en la base de los B-17 y tras haber fotografiado el regreso a casa de un piloto muerto, sienta las bases de su ética: "Mientras me afeitaba, mantuve una conversación conmigo mismo acerca de la imposibilidad de ser reportero y hacer gala al mismo tiempo de un espíritu compasivo. Las fotografías de los aviadores matando el tiempo en el aeródromo darían una impresión equivocada si no se mostraran también las imágenes de los heridos y los muertos".

El clímax del relato lo marca la participación en el desembarco de Normandía. La Oficina de Relaciones Públicas dejó sólo que cuatro fotógrafos acompañaran a las primeras fuerzas invasoras. Uno era Capa. "El corresponsal de guerra tiene en sus manos su mayor apuesta, su vida, y puede elegir el caballo al que apostarla, o puede guardársela en el bolsillo en el último segundo. Yo soy un jugador", escribe. Una opción que su hermano, Cornell, comenta en la introducción de Ligeramente desenfocado: "Al tomar esta decisión seguía el consejo que muchas veces daba: 'Si no son lo suficientemente buenas es porque no estás lo suficientemente cerca".

A su regreso al USS Chase, del que había partido su barcaza, llevaba las mejores fotos del desembarco del 6 de junio de 1944. Sin embargo, como él cuenta, "un emocionado asistente de laboratorio había aplicado demasiado calor al secar los negativos; las emulsiones se fundieron y se destintaron". De 106 fotos que había tomado, sólo se salvaron ocho. Capa entró en París el 25 de agosto de 1944 en un tanque manejado por republicanos españoles que formaba parte de la 2ª Acorazada Francesa. Esa noche durmió en el Ritz. Igual que Hemingway.


Fuente: Edición digital de El País. 19-5-09. Isabel Lafont.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/ ... icul_5/Tes

Ante la noticia sólo cabe decir, "¡Por fin!". :)

Saludos.

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Mar May 19, 2009 7:42 pm

Esta noticia, unida al descubrimiento hace poco de cientos de fotografías de Capa sobre la Guerra Civil Española que habían permanecido "perdidas" durante estos últimos 70 años, nos permitirán conocer un poco más acerca de la realidad que se desarrollaba ante los ojos críticos y desengañados de uno de los mejores reporteros gráficos del siglo XX.

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Mié May 20, 2009 12:58 am

¿Un nuevo libro de Endre Friendmann?...me lo agenciaré en cuanto pueda... :mrgreen:


PD.- Ya conocía la anecdota, pero anda...que el tio ese del laboratorio :cry: ...y cito del artículo de El Pais Digital;:
"...A su regreso al USS Chase, del que había partido su barcaza, llevaba las mejores fotos del desembarco del 6 de junio de 1944. Sin embargo, como él cuenta, "un emocionado asistente de laboratorio había aplicado demasiado calor al secar los negativos; las emulsiones se fundieron y se destintaron". De 106 fotos que había tomado, sólo se salvaron ocho..."

Imaginad al pobre Roberto...desembarcando en la maldita playa...corriendo de un lado a otro...tomando fotos sin parar...arrastrandose...cubriendose...viendo morir gente por todos lados, las explosiones, el humo, los gritos desgarradores de los heridos...tener la suerte de no recibir ni un solo rasguño...estar como media hora en ese infierno y tomar rapidamente otra lancha de regreso...debió de tomar algunas de las mejores fotografías de la 2GM...pero el destino es así...y la mayoría de ellas no las cataremos... :cry:

Al inútil ese del laboratorio fotográfico tenian que haberlo alistado en los paracas... y tras un breve período de adiestramiento (una media horas mas o menos)...haberlo lanzado directamente sobre Calais...pero sin paracaidas... :wink:

Enredando por la Red con la noticia me he encontrado esta página...jolines...unos 20 días antes y menudas fotos para el concurso sobre Normandia...son todas del Sr. Friendmann...y excelentes por supuesto:
http://www.taringa.net/posts/imagenes/1 ... 3%A9s.html
Por cierto...en los pies de las fotos habla de la primera oleada...pero tengo entendido que Robert Capa salto con la tercera oleada...¿saben algo de eso los foristas?
Saludos

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Mié May 20, 2009 4:34 am

Al inútil ese del laboratorio fotográfico tenian que haberlo alistado en los paracas... y tras un breve período de adiestramiento (una media horas mas o menos)...haberlo lanzado directamente sobre Calais...pero sin paracaidas...


Apoyo la moción de Rico. :twisted:

Según tengo entendido, Robert Capa desembarcó en Omaha con la segunda oleada, entre las siete y las siete y media de la mañana. Osea, que se debió encontrar un panorama que ni en los peores versos de Dante.

Saludos.

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Dom May 31, 2009 10:07 pm

Imagen...Imagen

Fuentes imágenes:
Portada del libro: http://bielcalderon.blogspot.com/2009/0 ... ocado.html
Fotografía Robert Capa: http://carlosaledo.wordpress.com/2009/0 ... bert-capa/


Título: Ligeramente desenfocado
Autor: Robert Capa
Traducción: Miguel Marqués
Editorial: La Fábrica Editorial, 2009
Páginas: 288 páginas (130 fotografías)
Precio: 26 €.

Reseña:
Aspiraba a ser periodista, escritor, pero no fotógrafo, donde aterrizó por azar. Robert Capa llegó a Europa en 1941 con un proyecto fotoperiodístico bajo el brazo encargado por el periódico norteamericano Colliers. Debía cubrir los acontecimientos bélicos y, aprovechando la coyuntura de la guerra, comenzó a redactar un cuaderno donde recogería aquellos sucesos con los que se encontraría desde su salida de Nueva York. Robert Capa siempre sintió una predilección especial por el cine y, por esa razón, aprovechando la coyuntura de su trabajo, escribió con la ilusión de presentarle a William Goetz, director de International Pictures, estos textos como base para un guión.

Durante cuatro años viajó a lo largo y ancho de un continente en lucha, documentando la guerra desde la perspectiva de hombres y mujeres de las Fuerzas Aliadas con quienes trabó amistad. A través de su trabajo puede vislumbrarse la aventura a través de Europa, el norte de África, Italia, Alemania, las playas de Normandía la madrugada del 6 de junio de 1944 y, finalmente, un París liberado.

Ligeramente desenfocado está compuesto por las memorias escritas por Robert Capa durante la Segunda Guerra Mundial, inéditas en castellano, y 130 fotografías realizadas por el fotógrafo entre 1941 y 1945, entre las que se encuentran aquellas obtenidas durante el histórico desembarco de Normandía.

Ernest Andrei Friedmann, conocido como Robert Capa, (Budapest, Hungría, 1913 -Thai Binh, Vietnam, 1954), fue descendiente de una familia judía. En 1929 se vio obligado a emigrar de su país dada la delicada situación política. Durante los inicios de los años 30 vivió en Alemania y Francia, trasladándose a España al inicio de la Guerra Civil para estar presente en los principales frentes de combate. Con tan solo veintidós años comenzó a fotografiar la guerra, pasando posteriormente por Italia, China, Londres y el norte de África y comenzando así a labrarse una gran reputación que le llevaría a ser considerado uno de los mejores periodistas gráficos de guerra de la Historia. En 1947 creo la agencia Magnum junto con Henri Cartier-Bresson, William Vandivert, George Rodger, y David Seymour, donde realizó un gran trabajo fotográfico tanto en fotografía bélica como artística.

El 25 de mayo de 1954, Capa se convertiría en el primer periodista estadounidense que murió en la Guerra de Vietnam.

Fuente: http://www.cuaderno10.com/892.html?'Lig ... obert+Capa


Bueno, pues hoy, coincidiendo con la reciente publicación del libro de Robert Capa, el diario ABC ha tenido la amabilidad de publicar un fragmento, en concreto, el correspondiente al desembarco en Normandía, que transcribo a continuación. No tiene desperdicio:

Se nos proporciono un librito en el que se explicaba como tratar y dirigirse a los aborígenes, en e1 que se incluían algunas frases útiles en francés, como “Bonjour; monsieur, nous sommes les amis américains”. Esta era para los hombres. “Bonjour, mademoiselle, voulez vous faire une promenade avec moi?” Esta, para las mujeres. La primera significaba “No me dispare”, y la segunda podía significar cualquier cosa.
Había otras sugerencias referidas a los nativos de un segundo país, a quienes esperábamos encontrar en gran número en esas playas (por ciertas razones). Estas sugerencias incluían apropiadas frases en alemán quo servían para prometer cigarrillos, baños de agua caliente y todo tipo de comodidades, todo a cambio de hacernos algo muy sencillo: rendirse incondicionalmente. Loor al librito, en efecto, conseguía hacer prever un halagüeño futuro.
(...)
Todos sufríamos esa extraña enfermedad conocida como “anfibia”. Ser tropas anfibias solo quería decir una cosa para nosotros: podíamos pasarlo mal en el agua o podíamos pasarlo mal en tierra firme. No había excepciones. E1 único personaje que es anfibio y feliz a la vez es al caimán. Existían diferentes grados de “anfibia”, y aquéllos que formaban la vanguardia del asalto a la playa solían sufrir sus manifestaciones más agudas.
(...)
En mi buque, el U. S. S. Chase, todos y cada uno de los pasajeros entraban en alguna de estas tres categorías: los planificadores, los jugadores y los escritores de cartas. Los jugadores se encontraban en 1a cubierta superior, apiñados en tomo a un par de dados enanos y arrojando cientos de dólares sobre una manta. Los escritores de cartas de despedida se escondían en los rincones y escribían hermosos testamentos en papel, en los que dejaban sus pistolas favoritas a los hermanos pequeños y su dinero a la familia. Los planeadores, por su lado, se pasaban el tiempo en el gimnasio, situado en lo más profundo del barco, tumbados boca abajo en un linóleo sobre al que se había montado un modelo a escala de la playa, con todos los árboles y casas de la costa francesa. Los líderes del pelotón elegían al camino que iban a seguir entre las aldeas de plástico y buscaban protección tras los árboles de plástico y las trincheras de plástico.
(...)
El U. S. S. Chase era un buque nodriza que cargaba muchas barcazas de asalto, las cuales serían lanzadas al agua a diez millas de la costa francesa. Yo tenía que escoger una barcaza en la que viajar y un árbol de plástico tras el que esconderme una vez llegado a tierra..Era como observar toda una parrilla de caballos de carreras diez minutos antes de la salida.
(...)
Si en este punto de la historia mi hijo me interrumpiera para preguntar “¿Cuál es la diferencia entre un corresponsal de guerra y cualquier otra persona de uniforme?”, tendría que responder que el Corresponsal de guerra bebe más, liga más, gana más y tiene más libertad que un soldado, pero que a esas alturas de la guerra, tener la libertad de elegir dónde estar en cada momento y tener la posibilidad de ser considerado un cobarde sin ser ejecutado por ello constituían para él una tortura. El corresponsal de guerra tiene en sus manos su mayor apuesta, su vida, y puede elegir el caballo al que apostarla, o puede guardársela en el bolsillo en el último segundo. Yo soy un jugador: Decidí acompañar a la Compañía E en la primera oleada.
Una vez tomada la decisión de acompañar a las primeras tropas de asalto, intenté convencerme a mí mismo de que la invasión sería pan comido y de que toda la historia del “muro occidental impenetrable” no era más que propaganda alemana.
(...)
Me engancharon por el cuerpo una máscara antigás, un salvavidas hinchable, una pala y algunos otros artilugios, y yo añadí mi muy caro Burberrys, que llevaba doblado sobre el brazo. Era el invasor más elegante de todos,
El desayuno inmediatamente anterior al desembarco Se sirvió a las tres de la mañana. Los chicos de cocina del U. S. S. Chase, de inmaculada chaqueta blanca, Sirvieron tortitas, salchichas, huevos y café con un celo y atención inusuales. Pero los estómagos previos a la invasión estaban preocupados, y ' la mayor parte de sus nobles esfuerzos quedaron en los platos.
A las cuatro se nos reunió en la cubierta superior Las barcazas se balanceaban colgadas de sus grúas, esperando ser descargadas. Dos mil hombres formaban en perfecto silencio a la espera del primer rayo de sol. Lo que quiera que pensaran parecía una especie de letanía. Yo permanecí en pie también en silencio. Pensé un poco en todo: en campos verdes, nubes rosadas, ovejas pastando, en todos los buenos momentos, y también en conseguir las mejores fotos que pudiera.
Ninguno parecía en absoluto impaciente y diría que a nadie habría importado permanecer así, en la oscuridad, durante un buen rato más. Pero el sol no tenía forma de saber que este día era distinto a los demás, y siguió su horario habitual. Los de la primera oleada comenzaron a abordar su barcaza, que descendió hasta la superficie del agua como un ascensor a cámara lenta. El mar estaba encrespado y todos quedamos empapados antes incluso de que la barcaza se separara del buque nodriza. Estaba claro que Eisenhower no conseguiría guiar a su gente a través del canal con los pies secos, ni con nada seco en realidad.
Los hombres empezaron a vomitar al instante. Pero ésta era una invasión cuidadosamente preparada y en la que primaba la buena educación: se habían dispuesto bolsas de papel al efecto. Pronto las náuseas se aplacaron. Yo imaginé que estábamos ante la madre de todos los Días D de la historia.
La costa de Normandía estaba aún a millas de distancia cuando oímos el primer zumbido inconfundible. Nos agachamos, Cara a la mezcla de agua y vómito que cubría el piso de la barcaza, así que ya no vimos más la cada vez más cercana orilla. La primera barcaza, que ya había descargado sus tropas en la playa, se cruzó con nosotros de camino al Chase. El piloto, un negro de sonrisa feliz, nos saludó con el signo de la victoria. Ya había luz suficiente para hacer fotos, así que saqué mi primera cámara Contax con su protección de hule. El fondo plano de la barcaza embistió suelo francés y el piloto hizo descender la compuerta de acero. Ahí, entre grotescos obstáculos de acero que erizaban el agua, se extendía una fina franja de tierra cubierta de humo: nuestra Europa, la playa Easy Red.
Mi bella Francia se ofrecía sórdida y poco acogedora. No tardó en aguarme el regreso una ametralladora alemana que pronto comenzó a acribillar la barcaza Los soldados se sumergieron hasta la barbilla.
El agua por la cintura, los fusiles de asalto listos para disparar y los obstáculos y el humo de la playa como trasfondo formaban una escena perfecta para el fotógrafo. Me detuve un segundo en la pasarela con la intención de tomar la primera foto seria de la invasión. El piloto, con una comprensible prisa por salir pitando de allí, pensó que estaba sufriendo una comprensible inseguridad y me ayudó a decidirme con una patada muy bien ajustada al culo. El agua estaba fría y la playa quedaba a más de cien metros. Las balas abrían pequeños huecos en el agua a mi alrededor Intenté alcanzar el primer obstáculo de acero.
Un soldado se cobijó tras él a la vez que yo y por unos minutos compartimos refugio. Él le quitó el impermeable al fusil y comenzó a disparar sobre la playa humeante sin esforzarse demasiado en apuntar. El sonido de su fusil le dio el coraje necesario para avanzar y me dejó el refugio para mi solo. Ahora tenía medio metro más de espacio, y me sentía más seguro como para hacer fotos de los otros muchachos, que se escondían como yo.
Era todavía muy temprano y había poca luz para obtener buenas fotos, pero el gris del mar y el cielo volvieron muy eficaces a los muchachos, que seguían esquivando balas desde los surrealistas obstáculos fruto de los cerebros a los que Hitler había encomendado diseñar medidas antiinvasión.
Terminé mis fotos. El agua se sentía helada bajo los pantalones. No muy convencido, intenté salir de detrás de mi escondrijo de acero, pero en cada intento una ráfaga me perseguía. Cincuenta metros más adelante asomaba por encima de la superficie uno de nuestros vehículos anfibios, medio quemado. Decidí que ése sería mi próximo parapeto. Calibré la situación. Mi elegante chubasquero, que ya pesaba en el brazo, no tenía mucho futuro. Lo tiré y salí en busca del anfibio. Llegué a él abriéndome paso entre cadáveres flotantes. Me detuve para tomar unas pocas fotos más y luego reuní fuerzas de flaqueza para dar el último salto hasta la playa.
La orquesta alemana atacaba ahora el tema con todos sus instrumentos. Yo no encontraba hueco entre las balas y los obuses que barrían los últimos veinticinco metros hasta la playa. Me quedé detrás de mi anfibio repitiendo una frasecita en español que había aprendido en los días de la Guerra Civil: “Es una cosa muy seria. Es una cosa muy seria”.
La marea estaba subiendo y el agua ya empapaba la carta de despedida que llevaba en el bolsillo de la pechera. Llegué por fin a la playa escudándome en los dos últimos soldados. Me tiré boca abajo y toqué con ella la arena de Francia. Besarla no me apetecía.
Jerry tenía todavía mucha munición y yo deseaba fervientemente que me tragara la tierra y salir un rato después. Las posibilidades de que aquello ocurriera eran cada vez menores. Giré la cabeza y me encontré nariz con nariz con un teniente que había estado sentado a mi mesa la última noche de póker. Me preguntó si yo sabía lo que él estaba viendo. Le respondí que no y que no creía que pudiera divisar mucho más allá de mi cabeza. “Te voy a decir lo que veo —Susurró—, veo a mi madre en el porche de mi casa, saludándome y agitando mi póliza de seguro.”
Saint ­Laurent Sur­ Mer debió de haber sido en tiempos un destino de vacaciones gris y barato para maestros de escuela franceses. Hoy, el 6 de junio de 1944, era la playa más fea del planeta. Agotados por el mar y por el miedo, nos tumbamos en una estrecha franja de arena húmeda, entre el agua y el alambre de espino. La pendiente que hacía la playa nos protegía en cierta medida de las balas de las ametralladoras y los fusiles. Siempre que nos quedáramos tumbados, pero la marea nos empujaba hacia el alambre, donde nos podrían acribillar a sus anchas. Me arrastré hasta donde se encontraba mi amigo Larry, el capellán irlandés del regimiento, quien blasfemaba mejor que cualquier aficionado. “¡Maldito medio gabacho!”,gruñó.
“Si no querías estar aquí, ¿por qué carajo volviste?”. Reconfortado así por el clero, saqué mi segunda Contax y empecé a disparar sin asomar la cabeza.
(...)
El siguiente obús cayó entre el alambre y el mar; y todas las piezas de metralla encontraron un cuerpo en que incrustarse. El cura irlandés y el médico judío fueron los primeros en levantarse en Easy Red. Hice la foto. Cayó otro obús, aún más cerca. Yo no me atrevía a quitar el ojo del visor de mi Contax y disparaba frenéticamente una y otra vez.
Treinta segundos después, la cámara se atascó: se había terminado la película. Rebusqué en el macuto en busca de otro rollo. Lo encontré, pero mis manos mojadas y temblorosas lo echaron a perder antes de que pudiera colocarlo en la cámara.
Me detuve por un momento y fue entonces cuando empecé a pasarlo mal. La cámara vacía me temblaba en las manos. Era un nuevo tipo de miedo el que me sacudía el cuerpo de pies a cabeza y me crispaba la cara. Desenganché la pala e intenté cavar un hoyo, pero la pala dio en piedra, así que me deshice de ella tirándola con rabia. Los hombres que me rodeaban estaban inmóviles. Sólo los muertos de la orilla daban vueltas empujados por las olas. Un pequeño barco encaró el fuego enemigo y de él surgieron un puñado de enfermeros con Cruces rojas pintadas en los cascos. No fui yo quien pensó ni quien decidió.
Simplemente, me incorporé y corrí en dirección a la barcaza. Me metí en el mar entre dos cadáveres; el agua me llegaba al cuello. La revuelta marea me golpeaba el cuerpo y las olas me abofeteaban la cara por debajo del casco. Sostuve las cámaras por encima de mi y de repente caí en la cuenta de que estaba huyendo. Intenté volverme, pero no podía volver a enfrentarme a esa playa. “Voy a subir al barco para secarme las manos”, me dije a mí mismo.
Alcancé el barco; de él salían los últimos médicos. Subí a bordo y según alcanzaba la cubierta. Sentí una sacudida y de repente me vi cubierto completamente de plumas de ave, “¿Qué es esto? —pensé—, ¿quién está matando pollos?”. Entonces vi que habían volado la superestructura; las plumas provenían de los rellenos de los chalecos salvavidas de la tripulación. El capitán lloraba. Su asistente había volado literalmente en pedazos encima de él.
(...)
Los chicos de la cocina que a las tres de la mañana de la noche anterior nos habían servido el café en chaqueta blanca, las manos enfundadas en guantes también blancos, estaban cubiertos de sangre y se esforzaban en coser las bolsas blancas de los cadáveres. Los marineros izaban camillas desde barcazas a punto de hundirse. Empecé a hacer fotos.
Entonces, todo empezó a volverse confuso... Me desperté en una litera. Estaba desnudo y me habían tapado con una gruesa manta. Tenía sujeto al cuello un trozo de papel en el que ponía “Caso de agotamiento. Sin placas de identificación.” La bolsa de mí cámara estaba en la mesa, y yo recordaba quién era.
En la segunda litera había otro joven desnudo con los ojos clavados en el techo. Su etiqueta sólo decía “Caso de agotamiento”. “Soy un cobarde”, dijo. Era el único superviviente de los diez tanques anfibios que habían precedido a las primeras oleadas de infantería. Todos esos tanques se habían hundido en el encrespado mar El muchacho insistió en que debía haberse quedado en la playa. Yo le contesté que yo también.


Fuente: Ligeramente Desenfocado, de Robert Capa (Fragmento publicado en D7. Los Domingos de ABC el 31.05.09)

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Dom May 31, 2009 11:57 pm

Impresionante, terrible e impresionante. Lo de las plumas es de lo más dantesco que he leido. Mañana no, que aquí es fiesta, pero el martes ya sé lo primero que voy a hacer.

Gracias por transcribir la reseña, Grognard.

Saludos.

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Sab Jun 06, 2009 1:14 pm

Otra reseña aparecida hoy en prensa, que completa los datos aportados anteriormente:

Las novelescas memorias de Capa llegan por primera vez a España
• El libro incluye 88 imágenes del conflicto en Túnez, Italia, Normandía, París y las Ardenas
• El fotógrafo narró en ‘Ligeramente desenfocado’ sus experiencias en la segunda guerra mundial


Endre Friedmann, un joven judío nacido en 1913 en Budapest, quería escribir novelas o ser periodista. Expulsado del país por su militancia de izquierdas, acabó convertido en el fotógrafo Robert Capa, pero nunca dejó de recoger por escrito sus impresiones: en breves textos que acompañaban sus cuadernos de contactos o en las memorias que recogen su experiencia durante la segunda guerra mundial, tituladas Ligeramente desenfocado (La Fábrica editorial), que fueron editadas en 1947 en Estados Unidos pero que acaban de publicarse ahora en España por primera vez.
El libro, encargado como guión para una película nunca filmada por International Pictures, debe ser leído como se escucharía la charla de un corresponsal de guerra acodado en la barra de un bar: con tanta fascinación como precaución sobre la veracidad de los detalles. «Escribir sobre la verdad es obviamente muy difícil, así que me he tomado en su honor la libertad de a veces traspasarla y otras no llegar a ella», escribió Capa. «Nació contador de historias y pocas cosas le hacían disfrutar más que alegrarle la tarde a alguien relatando con gracia alguna de sus picarescas aventuras», explica en la introducción el biógrafo del fotógrafo, Richard Whelan, que califica el libro de «novela autobiográfica».

ANÉCDOTAS E IMÁGENES / De eso se trata: de anécdotas (bélicas, romances, rencillas y amistad con otros míticos corresponsales) pero también imágenes: 88 fotografías que componen toda una hoja de servicios distinguidos: la retaguardia en la Inglaterra asediada de 1941 a 1943, la campaña de Túnez, el desembarco en Sicilia, la entrada en Nápoles, Monte Cassino, el desembarco de Anzio, el Día D (Capa fue uno de los poquísimos fotógrafos que acompañó la primera oleada de desembarcos pero solo 10 fotos se salvaron de los errores de un laboratorista), los combates en Normandía, la liberación de París, la contraofensiva aliada en las Ardenas, el asalto aerotransportado tras el río Rin y la toma de Leipzig.
Robert Capa llegó a España como un novato de 22 años y salió de ella bautizado por la revista británica Picture Post como «el mejor fotógrafo de guerra del mundo», pero herido por la muerte de su compañera Gerda Taro. Acabada la segunda guerra mundial, tras un paso por Hollywood frustrado (como su idilio con Ingrid Bergman), en 1947 cerró sus memorias de guerra con esta frase: «Ya no tengo motivo alguno por el que levantarme cada mañana». Aunque fundó con Henry Cartier-Bresson, George Rodger, William Vandivert y David Seymour la agencia Magnum, solo volvió a fotografiar la guerra en Israel (1948) e Indochina (1954), donde encontró la muerte.

LA BIBLIOGRAFÍA /A pesar de que las memorias de Capa estaban inéditas en castellano, el resto de la bibliografía básica sobre el fotógrafo estaba publicada en España: el magno Robert Capa. Obra Fotográfica (Phaidon, 2005), con un millar de fotografías; la biografía oficial de Richard Whelan (aunque en su primera edición, sin información actualizada sobre el caso del miliciano que sí recoge el catálogo de la exposición del MNAC) y la desmitificadora de Alex Kershaw, Sangre y champán (Debate).



Fuente: http://www.elperiodico.com/default.asp? ... io_PK=1013

Los subrayados son míos.

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Vie Jun 12, 2009 2:07 pm

El libro ha causado cierto impacto, porque no dejan de aparecer reseñas, con algunos datos nuevos:

La guerra a través de las palabras de un fotógrafo
Las memorias de Robert Capa durante la II Guerra Mundial llegan a España


(...)
Traducidos por Miguel Marqués, los escritos están acompañados de 130 fotografías realizadas entre 1941 y 1945 -entre las que se encuentran aquellas obtenidas durante el histórico desembarco de Normandía- y un prólogo escrito por el hermano menor del fotógrafo y fundador del International Center of Photography de Nueva York, Cornell Capa.
El libro se completa, además, con los textos de Richard Whelan, autor de Robert Capa: A Biography y de varios libros sobre el trabajo del fotógrafo.
(...)
Tras haber cubierto sucesos como la Guerra Civil Española, Robert Capa llegó a Europa en 1941 con un proyecto fotoperiodístico bajo el brazo encargado por el periódico norteamericano Colliers. Debía cubrir los acontecimientos bélicos y, aprovechando la coyuntura de la guerra, comenzó a redactar un cuaderno donde recogería aquellos sucesos con los que se encontraría desde su salida desde un muelle de Nueva York en adelante.
Durante cuatro años viajó a lo largo y ancho de un continente en lucha, documentando la guerra desde la perspectiva de hombres y mujeres de las Fuerzas Aliadas con quienes trabó amistad, personas que le cautivaron y divirtieron.
Debido a su predilección por el cine escribió con la ilusión de presentarle a William Goetz, director de International Pictures, estos textos, que servirían como base para un guión que pudiese entretener y no como el documento histórico que son.
(...)


Fuente: http://www.estrelladigital.es/ED/diario/162402.asp

Re: Ligeramente Desenfocado. Memorias de Robert Capa.

Lun Sep 07, 2009 8:23 pm

Ya me he terminado las memorias del Sr. Friedmann, y os lo recomiendo sin género de dudas. Una pega, por poner alguna: es corto, cortísimo, ya que abarca sólo el periodo de 1943/45. Pero qué se le va a hacer... :(

El libro está plagado de anécdotas, muchas de ellas absolutamente hilarantes por lo absurdo de las situaciones y otras trágicas y siniestras, como la que ya pudimos leer de las plumas en el extracto que posteó Grognard. Tras leerlo queda claro que la vida de Cappa era esa, no podía haber sido otra, y que sabía vivirla a conciencia, en todos sus aspectos.

Tampoco hay que olvidar las fotografías que acompañan al texto, imprescindibles, excelentes, una buenísima colección de la obra de Capa en la SGM.

La frase final, ante el titular de prensa que anuncia que la guerra ha terminado en Europa, creo que es la que mejor refleja la personalidad del fotógrafo:

"Ya no tengo motivo alguno por el que levantarme cada mañana."

Así era él.

Saludos.
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