Triángulos azules, olor a carne quemada y dolor, mucho dolor
26/05/2014
No es lo que ves, es lo que sientes. Visitar Mauthausen, el campo de concentración nazi en la localidad austriaca del mismo nombre, es adentrarse en uno de los escenarios más crueles de la historia reciente de Europa, pero también es un viaje interior lleno de preguntas.
No es lo que ves, es lo que sientes. Visitar Mauthausen, el campo de concentración nazi en la localidad austriaca del mismo nombre, es adentrarse en uno de los escenarios más crueles de la historia reciente de Europa, pero también es un viaje interior lleno de preguntas. Allí acabaron encerradas cerca de 200.000 personas entre 1938 y 1945. La mitad fueron asesinadas. Entre los muertos, más de 7.000 eran españoles y de ellos 144 turolenses. Convertido hoy en memorial para que nunca más vuelva a suceder lo que allí pasó, en el aire que se respira todavía parece oler a carne quemada, como recuerdan los supervivientes, y en el silencio se escucha el lamento agónico de las víctimas.
Uno no deja de preguntarse durante el recorrido por el campo cómo los nazis pudieron ser tan crueles con sus semejantes. La explicación es evidente, no los consideraban sus semejantes. La superioridad, del tipo que sea, intelectual, étnica, nacionalista o económica, es el germen de los fascismos, y el nacionalsocialismo hizo sentirse a la gran mayoría de los alemanes superiores, así como a sus vecinos austriacos.
En Austria no han resuelto todavía las deudas con su pasado. La memoria histórica intenta abrirse camino y la juventud actual quiere saber más, porque durante décadas Austria se presentó al mundo como una víctima más de Hitler. Hoy los historiadores han demostrado, y así lo ha reconocido el propio Estado austriaco, que el país fue cómplice, nunca víctima.
La Asociación Pozos de Caudé viajó este año a Mauthausen para participar en los actos conmemorativos del 69 aniversario de la liberación del campo por las tropas aliadas. En realidad nunca fue liberado por los norteamericanos, porque cuando llegaron el 5 de mayo de 1945, los deportados allí encerrados ya se habían hecho con el control.
La historia siempre la cuentan los vencedores a su manera. Cuando los norteamericanos llegaron al campo de concentración, las SS habían huido. El control lo tenían los propios internos gracias al comité internacional que llevaba creado de forma clandestina desde hacía años y entre cuyos miembros estaba el aragonés Mariano Constante.
Viajo a Mauthausen con la Asociación Pozos de Caudé acompañado por este superviviente. Murió en Montpellier hace cuatro años, pero sigue vivo a través de sus memorias plasmadas en varios libros. Los miembros de la asociación Amical de Mauthausen, organizadores del viaje, hacen de guías, pero yo voy de la mano de Constante. Cargo encima sus memorias, las releo e identifico lugares, situaciones, sensaciones y acontecimientos.
Veo a los deportados españoles, con sus triángulos azules cosidos en el pecho de sus uniformes a rayas, caminar agotados hacia las barracas de madera donde sobrevivían hacinados. Los observo consumir pausadamente el caldo que les daban para comer hecho con nabos, que era básicamente el único alimento que tomaban porque Mauthausen era un campo de exterminio encubierto como campo de trabajo, y me admiro de su fortaleza frente a la adversidad.
Había cámara de gas, que todavía se conserva, pero allí se mataba lentamente haciendo sufrir a las víctimas a base de explotarlas en la cantera de granito. A los prisioneros los sometían a todo tipo de vejaciones y maltratos porque no eran como los nazis, sino inferiores, y por tanto no tenían derecho a la vida.
Las SS se erigieron en dioses que decidían sobre la vida y la muerte. Quienes sobrevivieron lo hicieron porque conocían oficios y los nazis se aprovecharon de ellos. El resto era enviado a la cantera a cargar pesadas piedras de granito. Su esperanza de vida era escasa, de un par de semanas como mucho para los que rondaban los 50 años. El desgaste era insufrible y los carceleros no tenían problemas a la hora de reponer a los muertos porque cada día llegaban más y más deportados de todos los países europeos ocupados por la Wehrmacht.
Los primeros en llegar
Los republicanos españoles fueron los primeros en llegar y se puede decir que las fortificaciones las construyeron ellos dejando allí sus vidas por la crueldad con que eran tratados. Estaban hechos al sufrimiento desde que tuvieron que exiliarse de España al final de la Guerra Civil.
El Gobierno francés encerró a los refugiados republicanos en campamentos junto a las playas en 1939. Muchos murieron por las condiciones inhumanas de su destierro.
Cuando la Alemania nazi invadió Polonia pocos meses después y Francia vio por fin las orejas al lobo, empleó a los republicanos en la fortificación de sus fronteras. Al estallar la guerra, los exiliados combatieron contra los nazis desde la resistencia clandestina.
A Mauthausen fueron enviados los republicanos exiliados que eran hechos prisioneros por los alemanes. También quienes permanecían todavía en los campos de refugiados próximos a la frontera española como ocurrió con el conocido como convoy de los 927.
El 20 de agosto de 1940, un tren con 927 refugiados españoles entre hombres, mujeres y niños partía de la estación de Anguleme en Francia en un tren de mercancías con rumbo desconocido. Creían que eran evacuados a la Francia no ocupada, pero cuatro días después, tras un penoso viaje sin alimentos ni agua, llegaron al pueblo de Mauthausen en Austria. Allí las SS separaron a las mujeres de los hombres mayores de 13 años, un total de 470, que fueron enviados al campo de concentración. Tres cuartas partes de ellos murieron.
Quienes habían pasado tantas penurias después de haber perdido la guerra contra el fascismo en España, volvían a caer ahora en sus garras. Mariano Constante cuenta que Mauthausen era un campo de concentración clasificado en la categoría III, que era la que se asignaba a los "irrecuperables". Eso lo convertía en un lugar de exterminio y de hecho, nunca se permitió a la Cruz Roja que entrara en él ni a ninguna delegación internacional.
Antes de que los republicanos llegaran allí tuvieron que padecer el sinsabor de la derrota por partida doble, ya que el Gobierno francés los ignoró. Nunca olvidarían ese trato y les marcaría de por vida. Tanto es así que cuando el campo fue liberado, los españoles, que habían sido los primeros en llegar, fueron los últimos en irse porque nadie los quería ni tenían adonde ir.
Por el resto de sus días
El triángulo azul de apátrida con el que los distinguieron los nazis de los demás lo llevarían por el resto de sus días. Incluso hoy siguen siendo apátridas porque la historia y la sociedad española en general tiene pendiente todavía una gran deuda con ellos.
El calaceitano Raimundo Suñer recuerda en sus memorias De Calaceite a Mauthausen, publicadas por el Centro de Estudios Bajoaragoneses en 2006, cómo el 9 de febrero de 1939 al cruzar la frontera con Francia se sintió como un prisionero en el país galo. Lo internaron en los campos de Argelers y Septfons y cuando estalló la Segunda Guerra Mundial se alistó en la 33 Compañía de Trabajadores Extranjeros.
Detenido el 21 de junio de 1940 por los nazis, fue enviado a un stalag (campo de prisioneros) en Estrasburgo y de ahí deportado a Mauthausen. Sobrevivió al ser destinado a los garajes. Su hermano Bautista no corrió igual suerte. Deportado como él a Mauthausen, murió en el campo de Gusen a pocos kilómetros de allí.
El calandino Pascual Castejón Aznar fue otro de los supervivientes que contaría su experiencia mucho tiempo después en el libro Memoria en carne viva. Su historia, como la de otros tantos republicanos, no comienza con la ocupación alemana, sino con el trato ignominioso que el Gobierno francés dio a los exiliados.
La historia de Castejón es como la de tantos compatriotas suyos. Tras permanecer encerrado en el campo de refugiados de Barcarés, se incorporó a una Compañía de Trabajadores Extranjeros, la 89, y fue enviado a los Alpes. Cuando llegaron los nazis fue deportado a Mauthausen el 8 de septiembre de 1940.
En sus memorias cuenta con resentimiento cómo fueron tratados por la vecina Francia. "Se nos concentró en las playas de Barcarés, Argelès-sur-Mer, St. Cyprien y otras. Vivíamos con grandes penurias, en tiendas de campaña o en carros, donde las mujeres incluso llegaban a dar a luz. No había servicio sanitario ni ningún otro apoyo", escribió.
"El Gobierno francés de entonces, en mi opinión, no actuó correctamente con los concentrados, pues el trato que nos dispensaron era deplorable, tanto que creo que intentaban hacernos la vida imposible con la intención, seguramente, de que nos volviéramos a España con el riesgo que ello comportaba", contó en sus memorias.
Así fue el inicio del exilio republicano español, del que se cumplen ahora 75 años. Quienes habían combatido por la libertad en España recibieron el castigo del destierro más cruel que podían tener, pues se convirtieron en apátridas, en ciudadanos de ninguna parte.
"Así comenzó para nosotros una de las etapas más tristes de nuestra vida. Allí padecimos hambre, miseria, maltrato, plagas de piojos y privaciones, vigilados por negros senegaleses -escribiría Castejón 65 años después de aquello-. Y a pesar de ello, todos, hombres y mujeres, aguantamos firmes y soportamos tanta degradación antes de regresar a España y entregarnos al ejército fascista".
El alcorisano Marcelino Sanz Mateo padeció el mismo calvario. Este agricultor tenía 42 años cuando estalló la Guerra Civil, por lo que no llegó a combatir pero acogió en su casa a soldados republicanos destinados en el frente. Al caer Aragón, buscó refugio primero en Castellón y más tarde en Cataluña hasta que partió con toda su familia a Francia.
El engaño de Francia
Al llegar a la frontera tuvieron que separarse y él fue enviado al campo de internamiento de Argelers para ser destinado con el tiempo a la 11 Compañía de Trabajadores Extranjeros. En una carta a su familia, escribió: "A veces creo que el Gobierno francés nos ha engañado y que los franceses están haciendo lo mismo". Hecho prisionero por los nazis, fue deportado a Mauthausen el 27 de enero de 1941 y trasladado a continuación a Gusen. Tenía 47 años entonces, demasiado viejo para sobrevivir al infierno de las SS pese a estar curtido en la adversidad. Murió seis meses después.
Todos ellos portaron el triángulo azul de apátridas en Mauthausen, del que dependían toda una red de campos auxiliares repartidos por todo el territorio austriaco. "¡Mauthausen, fatídico nombre! ¡Mauthausen, campo de la muerte! ¡Mauthausen, cuyo nombre da escalofríos solo con pronunciarlo!", escribiría Mariano Constante años después para que el mundo supiera lo que ocurrió allí y, sobre todo, no lo olvidara una vez que los supervivientes hubiesen muerto.
Fuente: http://www.diariodeteruel.es/noticia/47 ... ucho-dolor