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Egipto oculta al Doctor Muerte
El hijo del Carnicero de Mauthausen relata a EL PAÍS la búsqueda de su padre
JOSÉ MARÍA IRUJO - Madrid - 02/08/2009
Los sabuesos de Joachim Schöck, el policía de Stuttgart que dirige la búsqueda del criminal nazi más perseguido en Alemania, han regresado de El Cairo con las manos vacías. Las autoridades egipcias no les han permitido interrogar a los testigos que durante 30 años convivieron con Tarek Husein Farid, un hombre alto y atlético que bajo ese nombre ocultó su verdadera identidad: Aribert Ferdinand Heim, Doctor Muerte, médico en los campos de exterminio de Mauthausen, donde hubo 8.000 españoles presos, Buchenwald y Sachsenhausen.
La última pista sobre el criminal nazi, acusado de matar en su consulta a más de 300 prisioneros a los que sometía a sus retorcidos experimentos, conduce hasta el hotel Kasr el Medina en El Cairo, propiedad de la familia Doma. Hasta allí han viajado los policías de la unidad de fugitivos que dirige el agente Schöck en el curso de una comisión rogatoria de un juzgado alemán que intenta determinar si Heim murió en 1992 en una habitación de este establecimiento en los brazos de su hijo Rüdiger, de 53 años, el familiar que ha revelado el misterio de una de las personas más odiadas y buscadas del planeta.
El 23 de julio el agente Schöck se entrevistó con Rüdiger Heim, residente en Baden Baden (Alemania), y le comunicó el resultado de su viaje a El Cairo. "Han vuelto sin nada. La policía egipcia no les ha permitido interrogar a los empleados del hotel donde residió mi padre, ni al doctor que le atendió en su enfermedad o al oficial que certificó su muerte. Tampoco han podido leer las declaraciones tomadas por la propia policía de ese país a estos testigos", dice el hijo de Heim en una conversación telefónica con EL PAÍS.
Rüdiger Heim asegura que la policía egipcia ha comunicado a la delegación policial alemana en El Cairo que no han logrado acreditar que el Doctor Muerte se hubiera convertido al islam y que tampoco han encontrado un documento oficial que demuestre su permiso de residencia en ese país. "Han vuelto sólo con la promesa de que en el futuro les facilitarán las declaraciones por escrito de los testigos. Yo no puedo hacer más. He dicho la verdad, he contado cómo, donde y cuando murió mi padre. ¿Por qué Egipto pone tantas pegas para verificar mi versión? Parece que les incomoda la verdad", se queja el hijo del médico austriaco.
Y él mismo ofrece una respuesta: "Quieren ganar tiempo porque es una mala publicidad para el país haber sido el protector, durante casi 30 años, del último criminal nazi que asesinó a miles de judíos. No dan facilidades porque ya es una cuestión política".
Rüdiger Heim, que se dedica a rehabilitar edificios, asegura que su padre huyó de Alemania en 1962, un año después de que se emitiera una orden de detención, recorrió Francia y España en coche y cruzó el Estrecho hasta Marruecos. Desde allí entró en Egipto donde residió hasta su fallecimiento. El criminal nazi residió en el hotel de la familia Dona en El Cairo y trabajó como médico para la policía egipcia, lo que explicaría las reticencias que las autoridades de ese país han puesto a la delegación policial alemana.
Según el relato de su hijo se convirtió al islam en la famosa mezquita de Al Azhar y se hizo llamar Tarek Husein Farid. Hay una carta de identidad egipcia a nombre de Tarek con la fotografía del miembro de las SS, su fecha de nacimiento, 28 de junio de 1914, y el número correcto del pasaporte alemán, documento que apareció en una vieja maleta en el hotel de los Doma y que periodistas de The New York Times entregaron a los investigadores del policía alemán Joachim Schöck. "Ahora, la policía egipcia ha dicho a sus colegas alemanes que no encuentran en sus archivos el certificado oficial de ese permiso de residencia", explica el hijo del nazi.
Rüdiger relata las circunstancias del fallecimiento de su padre. "Tarek Husein existió. Yo estuve con él en 1986, 1990 y 1992, en aquel cuarto viejo del hotel de los Doma. Murió el 10 de agosto de 1992, el mismo día que terminaban las Olimpiadas. Estaba muy enfermo, padecía un cáncer de recto, y se durmió frente al televisor. Hay múltiples testigos: el médico que le asistió, las dos personas que lavaron su cuerpo, el oficial del barrio que certificó su muerte, los médicos de guardia del hospital universitario de El Cairo adonde llevé su cuerpo para donarlo a la ciencia. Esa fue su última voluntad".
La existencia de estos y otros testigos está acreditada por testimonios independientes, ya nadie discute que el Carnicero de Mauthausen se refugió en El Cairo, pero nada se sabe de su cadáver, una prueba decisiva para certificar mediante análisis de ADN la muerte del hombre que decoraba su despacho con los cráneos de sus víctimas.
Rüdiger asegura que la última vez que vio a su padre fue en una cámara frigorífica de aquel hospital universitario, pero que al regresar a El Cairo tres años después se enteró de que su padre había sido enterrado en un cementerio de anónimos. Y lo explica así: "Su cadáver no se pudo utilizar para la ciencia porque la ley islámica lo prohíbe y un juez decidió su entierro. No sé donde está, pregunté a varias personas, pero nadie me lo aclaró. Ahora la policía alemana cree que es casi imposible encontrarlo. Un juez debería autorizar que se hurgara en los cementerios de pobres y en esos países musulmanes esa tarea no es nada fácil. Los agentes alemanes me han confesado que tienen pocas esperanzas".
Un tribunal en Berlín, creado por los aliados al terminar la II Guerra Mundial y facultado para expropiar a viejos nazis, retiene 777.000 euros embargados en 1988 en Alemania al criminal nazi. Su fortuna proviene de la venta de un edificio propiedad del ginecólogo. La familia de Heim, su esposa e hijos, se enteraron de la existencia de esta cuenta en marzo de 1997 cuando, según su relato, les telefoneó Alexander Dettling, el policía de Stuttgart que dirigía entonces la búsqueda.
Durante años Rüdiger negó conocer el paradero de su padre. La última vez que lo hizo fue a este periódico en diciembre durante una investigación sobre la fortuna de su padre. Nunca ha explicado el por qué de su cambio de actitud, un giro que le llevó a escribir en marzo a un tribunal de Berlín para comunicarles el óbito de Aribert en Egipto. "Les expliqué las circunstancias de su muerte y me han respondido que se liberará su dinero cuando la policía certifique el fallecimiento. No tenemos interés económico y si alguna vez nos lo entregan lo donaremos a las víctimas", promete su hijo.
El misterio del doctor acusado de inyectar veneno en el corazón de sus víctimas sigue vivo. Su esposa, una amable anciana que descuelga el teléfono en su casa de Baden Baden, lo conoció en 1948 y un año después se casaron. Los dos trabajaron como ginecólogos hasta su fuga. Se divorciaron cinco años después, en 1967, y desde hace décadas ella mantiene una nueva relación sentimental.
Condenan a cadena perpetua a hombre de 90 años
AP. El Universal
MUNICH
Martes 11 de agosto de 2009
Un ex oficial alemán ha sido condenado por crímenes de guerra contra once personas durante la II Guerra Mundial; familiares de los afectados consideraron el juicio com un gesto de reconciliación
Un ex oficial del ejército alemán de 90 años fue condenado el martes por ordenar la muerte de 10 civiles italianos que fueron encerrados en un establo que posteriormente fue dinamitado.
El tribunal estatal de Munich condenó a Josef Scheungraber por 10 cargos de homicidio y uno de intento de homicidio, y lo sentenció a cadena perpetua. Su abogado prometió apelar el fallo.
Scheungraber tenía 25 años siendo teniente de la Wehrmacht durante la matanza de junio de 1944 en Falzano di Cortona, cerca de la aldea toscana de Arezzo.
El tribunal falló que, tras matar los partisanos (la resistencia italiana) a dos soldados alemanes, Scheungraber ordenó que 11 civiles fueran encerrados en el establo que fue luego dinamitado. Un adolescente sobrevivió a la explosión.
''Fue un acto de venganza'', dijo el juez Manfred Goetzl.
Scheungraber ''fue el único oficial presente'', agregó Goetzl. ''No solía permitir que los asuntos importantes escaparan de sus manos''.
Scheungraber suspiró profundamente al escuchar la condena y siguió las explicaciones del juez con los ojos cerrados.
Empero, Scheungraber fue absuelto de haber ordenado a los soldados fusilar a cuatro personas -tres hombres y una mujer. Goetzl sostuvo que no pudo ser demostrado que Scheungraber dio la orden.
El abogado de Scheungraber, Klaus Goebel, dijo que apelará el ''veredicto escandaloso''. Scheungraber no quiso formular declaraciones.
La vocera del tribunal, Margarete Noetzel, indicó que Scheungraber no será encarcelado hasta que finalice el proceso de apelaciones, que podría demorar meses.
Unos pocos familiares de las víctimas de Scheungraber asistieron al juicio y mostraron su satisfacción con el veredicto.
''Para nuestra familia es un veredicto muy importante'', dijo Angiola Lescai, de 60 años, cuyo abuelo figuró entre los que perecieron en el establo. ''Consideramos esto un bello gesto de reconciliación''.
El alcalde de Cortona, Andrea Vignini, que también asistió, dijo que los vecinos de la zona han esperado 65 años para escuchar este veredicto. Creo que el fallo trae finalmente paz a los muertos y a los vivos''.
11.08.2009
Teniente nazi Scheungraber condenado a cadena perpetua
Por ordenar una matanza de civiles en la Toscana, la justicia italiana condenó a Josef Scheungraber, teniente del ejéricto nazi, a cadena perpetua. La justicia alemana dicta el mismo veredicto.
Múnich, 11 de agosto de 2009: el Tribunal de Múnich condena a cadena perpetua a Josef Scheungraber, ciudadano alemán procedente de Ottobrun en Baviera. Se lo condena por considerarlo responsable de la muerte de 14 civiles el 26 de junio de 1944 en la localidad italiana de Folzano di Cortona en la Toscana.
El móvil de la masacre “era la venganza, el odio y la cólera contra los partisanos que habían matado a dos de sus soldados. No eran represalias legales, pues se ejercieron contra civiles no contra soldados”. Uno de los abogados defensores pierde la conciencia al escuchar el veredicto, contaban con que lo declararan inocente.
Once meses ha durado el proceso, durante todo ese tiempo el entonces teniente y jefe de la compañía de montaña 818 del ejército nazi ha negado los cargos. En la audiencia el acusado escucha impasible; sólo mueve un poco la cabeza antes de tomar la palabra para subrayar su inocencia y quejarse por: muchos años de su vida ha sacrificado por esta así llamada patria y ahora a los casi 91 años tiene que sentarse en el banquillo de los acusados.
Toscana, junio de 1944: el Batallón 818 de la primera compañía del cuerpo de montaña está en la Toscana preparando la retirada de las tropas alemanas, después de su invasión a Italia en 1943. Las tropas de montaña se enfrentan a los partisanos de la resistencia. La compañía de Scheungraber no ha tenido muchas pérdidas.
Folzano di Cortona, 26 de junio de 1944: un grupo de partisanos los ataca y dos soldados alemanes mueren. Junto con el mayor Herbert S., Scheungraber da la orden de vengarse. Primero disparan contra una mujer de 74 años y tres hombres que pasaban por casualidad. El teniente ordena luego a sus hombres registrar la zona sistemáticamente y capturar a los que encuentren, sobre todo hombres. Once personas son detenidas–tenían entre 16 y 66 años. Fueron encerrados en una casa, que poco después fue dinamitada. Sólo un muchacho de 16 años sobrevivió.
Ottobrun, después de la guerra: Scheungraber es un ciudadano respetado, ha sido un ciudadano condecorado por su ciudad natal, varios años concejal del municipio. Su empresa de carpintería se convirtió a mediados de los años 1960 en una reconocida empresa regional de decoración de interiores. Participaba en los encuentros de veteranos de guerra en los que solía narrar con orgullo sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial.
La Spezia, septiembre de 2006: En un juicio contra Schaungraber por la matanza de Folzano di Cortona declara un ex policía de 81 años, el superviviente de la masacre. El tribunal lo haya culpable y condena al teniente del ejército nazi a cadena perpetua. Alemania no lo extradita, sino que inicia una investigación propia.
Múnich, agosto 11 de 2009: El proceso ha sido difícil, los pocos compañeros de armas que aún viven no recuerdan que Scheungraber haya dado la orden. En documentos y testimonios de familiares y vecinos se tiene que basar la fiscalía.
Poco antes de la última audiencia, un antiguo empleado de la carpintería decide por cuenta propia declarar: había escuchado en una conversación cualquiera a Scheungraber hablar de su responsabilidad en la masacre. El ex policía, superviviente de la matanza, vuelve a declarar. Schaungruber es hallado culpable. El veredicto: cadena perpetua.
Autor: Mirra Banchón
Editor: Claudia Herrera Pahl
..El abogado de Scheungraber, Klaus Goebel, dijo que apelará el ''veredicto escandaloso'"
REPORTAJE: EL NAZI MÁS BUSCADO
Españoles en manos del Doctor Muerte
Al menos veintiséis españoles presos en Mauthausen fueron operados por el médico SS Aribert Heim. La policía alemana buscó a los supervivientes para que testificaran contra él. EL PAÍS reconstruye con documentos secretos la caza fallida del hombre más buscado
La causa penal contra Aribert Heim, el Doctor Muerte, el nazi que asesinó a decenas de presos en el campo de concentración de Mauthausen (Austria) sigue abierta en Alemania, y sus viejos legajos, todavía secretos, encierran sorpresas. En 1976, el comisario Aedtner, el sabueso policía alemán que dedicó su vida a perseguir al Carnicero de Mauthausen, redactó un documento de 15 páginas dirigido a la fiscalía de Baden Baden (Alemania) en el que pidió que se buscara e interrogara en varios países a nueve ex presos españoles que pasaron por las manos de Heim en los siniestros quirófanos del Revier, la enfermería del campo en la que varios médicos de las SS asesinaron a centenares de personas con inyecciones de cloruro de magnesio en el corazón.
El documento del Departamento de Investigación Criminal de Stuttgart en el que trabajaba Aedtner, al que ha tenido acceso EL PAÍS, señala que, consultado el libro de operaciones de Mauthausen, los ex presos españoles "podrían ser de extrema importancia porque fueron tratados por Heim y posiblemente fueron testigos de los asesinatos perpetrados" por el médico austriaco, que entonces tenía 27 años. En la lista aparecían Antonio Cerdán Rodríguez (Ferrol), Manuel Fernández Martínez (Madrid) y Manuel Fernández Canga (Mieres), residentes en Alemania; José Abad Segura, Olegario Serrano Calero y Manuel Elena Hernández, en Francia, y Juan Farre Rebola (Barcelona), Antonio Roig Llivi (Barcelona) y Joaquín Velilla Celma (Teruel), en España. Al menos 26 presos españoles fueron intervenidos por Heim en 1941, según ha confirmado este periódico en el libro de operaciones. Ocho murieron en Mauthausen y Gusen, campo próximo, y cinco de ellos, en fechas cercanas a la intervención.
El policía alemán, un tipo obsesionado con la persecución del criminal nazi, apostilló en su escrito que la búsqueda de estos testigos y su relevancia en la investigación se hacía tras contrastar el libro de operaciones de la Cruz Roja y la lista de muertos del campo. Los nueve pacientes españoles del Doctor Muerte habían sobrevivido a sus operaciones, en muchos casos incisiones, hernias y fracturas de extremidades, según recoge el libro de intervenciones quirúrgicas con la firma de Heim, y a la terrible experiencia de este campo al que fueron deportados al menos 8.964 republicanos, de los cuales murieron 5.539, según las estimaciones de Amical de Mauthausen, una asociación de ex deportados. Varios centenares más desaparecieron.
"Nadie quería visitar aquella terrible enfermería. Todos sabíamos que a los más débiles se les ponía inyecciones letales. Si tenías una dolencia, la ocultabas para que no te llevaran allí. Operaban sólo a los presos que les interesaba conservar", recuerda José Alcubierre, de 84 años, superviviente español, desde su casa en París. "A los que no podían trabajar se les eliminaba", añade Juan Calvo, miembro de Amical Mauthausen. La enfermería la componían ocho barracones en los que miles de pacientes, a veces más de 4.000, se hacinaban sobre las literas, algunas con tres y cuatro enfermos.
El 6 de abril de 1976, cuando el agente Aedtner estampó su firma en este documento, habían pasado 31 años desde que las tropas aliadas liberaron el campo y 15 desde el inicio de la causa penal contra Heim en Ludwigsburg, ciudad próxima a Stuttgart. ¿Dónde estaban entonces los testigos españoles? ¿Vivían o habían fallecido? Un mes más tarde, el 31 de mayo, el policía alemán reclamó la búsqueda y declaración del doctor español Pedro Freixa, residente en París. El objetivo era el mismo: la búsqueda de testigos contra el médico SS Heim, un ginecólogo que tras la guerra se estableció con su esposa en la apacible Baden Baden, entonces el refugio predilecto de la alta burguesía europea, desde donde huyó en 1962 poco antes de dictarse su búsqueda y captura. Desde entonces, Heim es el fugitivo nazi más buscado y su última pista conduce a El Cairo (Egipto).
"Cuando mi padre se enteró de que la policía le buscaba, consultó a un abogado y éste le dijo que no tenía ninguna posibilidad de probar su inocencia. La cárcel estaba junto a nuestro colegio, yo tenía seis años y mi hermano 12. Decidió huir para siempre", asegura su hijo Rüdiger, de 53 años, a este periódico en su casa de Baden Baden, ciudad de 55.000 habitantes.
La pista española que siguió el comisario Aedtner es un misterio. El policía reclamó en varios escritos la localización de los nueve pacientes de Heim operados entre los meses de octubre y noviembre de 1941, durante las siete semanas en las que el médico de las SS estuvo en Mauthausen. "Se ha analizado la lista de muertos para hacer un parangón con las personas tratadas (por Heim) y muertas en el mismo periodo... Se ha podido determinar las siguientes personas... Se ruega interrogar a los presos españoles sobre su conocimiento de Heim por vía consular. Sólo después se puede decidir si es necesario un interrogatorio más profundo o extenso con presentación de fotografías". La causa contra Heim, de varios tomos, no aclara si los testigos españoles testificaron. Sólo aparece la declaración del ex preso español Enrique Ruiz Torres, natural de Orihuela y residente en Bregenz, ciudad de 25.000 habitantes al oeste de Austria, quien declaró que "fue este médico quien le salvó la vida". Los historiadores coinciden en que en la enfermería de Mauthausen había operaciones letales y no letales. Se protegía la vida de los imprescindibles para que funcionara un campo por el que pasaron alrededor de 200.000 presos.
El 16 de julio de 1975, nueve meses antes de que el policía alemán iniciara la búsqueda de los pacientes españoles, Ramón Verge Armengol, otro ex recluso español y kapo (preso funcionario) de los médicos SS en Mauthausen, estampó su firma en una declaración judicial en Alemania en la que aseguraba no recordar al Doctor Muerte. Sin saberlo, el agente Aedtner había reclamado el testimonio de un "traidor", calificativo que varios españoles supervivientes dan al inquietante enfermero.
"Éste es un tema tabú, pero todos sabíamos que Ramón colaboraba con los médicos de las SS. Muchos decían que él mismo ponía las inyecciones de gasolina en el corazón, aunque nunca lo vimos. Formaba con nosotros, pero vivía en la enfermería, no en los barracones como los demás. Fue testigo de muchos crímenes y era muy malo. Cuando nos liberaron escapó, lo buscamos, pero no dimos con él. Hablaba bien el alemán", recuerda José Alcubierre. Otros ex presos españoles han expresado sus críticas hacia el enfermero. "La enfermería era una escuela del horror, y Ramón colaboró", asegura el superviviente aragonés Mariano Constante, de 89 años, desde su casa en Montpellier (Francia).
En su declaración en Alemania el kapo Ramón Verge, natural de Jesús, pueblo cercano a Tortosa, relató que trabajó en la enfermería desde el invierno de 1940 hasta el 5 de mayo de 1945. Primero en el departamento de inspección hasta la primavera de 1942, y después, "con una interrupción de varias semanas a causa de una infección pulmonar, fue enfermero ayudante en la enfermería de los presos". "No me acuerdo del doctor Heim aunque se me dice que es un hombre de dos metros de altura conocido por participar en el equipo nacional de hockey sobre hielo. No le recuerdo. Mirando las fotos, no reconozco la número tres del doctor Heim", dice en su declaración, en la que reconoce que participó en las operaciones.
Verge, preso número 3.684, sí reconoció a los médicos SS Eduard Krebsbach, jefe médico del campo, juzgado y condenado a muerte por imponer la eliminación mediante inyecciones letales; hizo decapitar al preso español Francisco Boluda Ferrero, vació su cráneo y lo colocó en su despacho. También reconoció al doctor Richter, un médico al que los propios SS apartaron por "loco"; al doctor Böhmichen, juzgado por los mismos crímenes, y al doctor Waldemar Wolters, sentenciado a muerte. Los médicos españoles Pedro Bravo y José Pla se negaron a poner inyecciones letales.
Ramón Verge aseguró haber trabajado "la mayor parte del tiempo" con el doctor Podlshs, y cuando le preguntaron por presos testigos de la enfermería citó a Kark Lotter, uno de los principales acusadores de Heim en la causa penal. "Ya fui interrogado sobre mi estancia en la enfermería en los juicios contra Karl Schulz y Anton Streit-Wieser [jefes del campo] en 1962 en Colonia", advirtió el enfermero español. Verge fue denunciado en Francia por sus compañeros y resultó absuelto. Se estableció en Múnich e ingresó en el cuerpo de bomberos. Este periódico no ha conseguido localizar a sus familiares.
El enfermero español no fue el único "traidor" entre los presos-funcionarios republicanos en Mauthausen. Tras la guerra, José Palleja Caralt fue condenado a muerte en 1947 por un tribunal de Toulouse (Francia), y otros cinco respondieron de sus actos ante un jurado en Dachau en el mismo año: Laureano Navas García (absuelto), Félix Domingo Burriel (absuelto), Indalecio González (condenado a muerte), Joaquín Espinosa Muñoz (tres años de cárcel) y Moisés Fernández Pascual (20 años).
El comisario Aedtner, el hombre que siguió el rastro de los pacientes españoles, localizó a los ex presos Lotter, Hohler y Kauffman, que describieron los crímenes de Heim sobre los que todavía se sustenta la acusación. Los cinco casos que se describen en el escrito de la fiscalía son sobrecogedores. En especial el de un niño judío de 14 años "que sobre la mesa de operaciones se despidió de su madre con las manos en posición de rezo". "Le había explicado [Heim] que debía saber por qué tenía que morir: 'porque los judíos sois los culpables de la guerra'. Tras un intercambio de palabras, le asesinó con una inyección letal, como a otros presos hebreos que se presentaron allí", dice el escrito de acusación del fiscal Wieser.
Y continúa así: "Seleccionó para su liquidación física a presos incapaces de trabajar o enfermos graves. También a presos sanos, jóvenes y judíos para el tratamiento especial. Bajo la cooperación de funcionarios presos [kapos] y otros ayudantes del Revier [enfermería[, los anestesió con éter para simular un examen médico. En este estado de indefensión les aplicó con sus propias manos inyecciones de cloruro de magnesio en el ventrículo del corazón y provocó su muerte inmediata. El número exacto de asesinados no es conocido porque se evitó registrar a las víctimas". El fiscal Wieser dice que Heim actuaba por "libre decisión" y que sus operaciones "sorprendieron al personal sanitario, ya acostumbrado a la inhumanidad".
Heim huyó de Baden Baden en 1962. Estuvo en Barcelona, cenó en el restaurante Los Caracoles de las Ramblas, y en Madrid, "posiblemente buscando algún contacto", apostilla su hijo Rüdiger, y viajó hasta El Cairo, uno de los principales refugios nazis. "Me dijo que allí contactó con Leer, un nazi huido que proclamaba la supremacía de la raza alemana, pero que la relación no continuó", añade Rüdiger mientras bebe una taza de café. Heim se instaló en el hotel Kars el Medina y vivió del dinero que le enviaba su hermana desde Alemania.
En febrero pasado reconoció a la fiscalía de Baden Baden que su padre había muerto en sus brazos en 1992, víctima de un cáncer, en la habitación de su hotel egipcio, mientras la televisión retransmitía la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Se había convertido al islam y bautizado como Tarek Husein Farid. Dejó un relato escrito en el que proclama su inocencia. Su cuerpo no ha aparecido, fue enterrado en un cementerio de anónimos, pero hay testigos del óbito.
La 'muerte' del nazi más buscado
EL PAÍS revela la declaración judicial en la que el hijo del Carnicero de Mauthausen confiesa los 30 años de vida oculta de su padre en Egipto
JOSÉ MARÍA IRUJO - Madrid - 05/09/2010
Julio de 1991. Rüdiger Heim, de 37 años, descolgó el auricular de una cabina pública en Palamós (Girona) y llamó al número secreto que le unía como un misterioso cordón umbilical con Aribert, su padre, el nazi más buscado de Alemania, el médico que asesinó a decenas de presos en Mauthausen (Austria). "Me pidió que fuera a visitarle. En las últimas conversaciones noté que no se encontraba bien. Viajé a Baden Baden, tomé el avión para El Cairo y llegué por la tarde. Fui al hotel donde vivía y lo encontré sentado en una silla de bambú. Me dijo que tenía que decidir si se quedaba en la cama o en una silla de ruedas. Permaneció en la cama donde estuvo los últimos 20 días hasta morir".
Rüdiger Heim tiene hoy 54 años y es uno de los hombres más vigilados de Alemania. El pasado 13 de julio declaró por primera vez y en el mayor de los sigilos ante tres jueces y un fiscal del tribunal de Baden Baden (Alemania) y confesó como visitó cuatro veces a su padre en su refugio de El Cairo. El juez Neerforth le leyó sus derechos y este hombre alto, de ojos azules, anchas espaldas y cabello algo canoso desveló su secreto durante tres horas. Su decisión de declarar se ha guardado con celo.
EL PAÍS ha tenido acceso a su declaración judicial, que describe las andanzas del médico de las SS que sembró el terror en los siniestros quirófanos de la Revier, la enfermería de Mauthausen en la que intervino a 26 españoles y donde varios doctores de las SS asesinaron a cientos de personas con inyecciones en el corazón de cloruro de magnesio. Rüdiger facilitó, también, al juez Neerforth y al fiscal Klose una decena de cartas manuscritas por su padre desde su escondite egipcio, pero rechazó que le tomaran una muestra de saliva para comprobar su ADN.
El cuerpo de Heim continúa sin aparecer. ¿Cómo vivió uno de los hombres más buscados del mundo? ¿Ha muerto el médico que utilizaba cráneos de sus víctimas como pisapapeles? Esta es la versión judicial de su hijo: "Allí comenzó la última fase de su sufrimiento sin asistencia médica. Solo vinieron una vez a inyectarle un analgésico. Cada día un empleado del hotel traía leche fresca. Le dimos unas aspirinas que no le hacían nada. Me pidió que su cuerpo no terminara en la tumba de los Doma [dueños del hotel Kasr el Madina donde vivía]. Me rogó que su cadáver fuera donado a la ciencia. Quería evitar que se abriera la tumba de esa familia para hacer una prueba forense. Él era conocido allí como un europeo que por motivos de salud vivía en Egipto. De su pasado nadie sabía nada. Si abrían la tumba habría sido un golpe para esa familia. Se habrían visto implicados", relata Rüdiger en su declaración judicial.
La agonía del viejo Heim, tenía entonces 78 años, se aceleró en su habitación del hotel Kasr el Madina, en el número 414 de la calle Port Said, en el piso más alto del edificio y junto a la habitación del propietario del motel, según el relato de su hijo. "En los últimos días la comunicación con él se cortó. Al final de julio o principios de agosto hacía un calor tremendo en la habitación y compró un gran ventilador. Aquel aparato le produjo un resfriado y se quedó sin voz. Nos comunicábamos con un papel. Siempre me escribía: 'No te olvides de donar mi cuerpo'. Intentó escribir su última voluntad para que su cuerpo fuera aceptado en un hospital. La situación empeoró. La noche del 9 de agosto, me di cuenta de que los dolores eran incontrolables. Tenía que ayudarle a orinar... La situación fue muy estresante para mí. Murió de una disfunción renal".
Rüdiger, el único de los dos hijos de Heim que le visitó y asistió durante su fuga, relató a los jueces cómo fue la noche en la que supuestamente murió su padre en el hotel de los Doma, donde durante años se había paseado con su cámara de fotos y jugado al tenis con los niños en la terraza. Las pelotas caían a los tenderetes de la calle y muchos recuerdan a aquel tipo alto y atlético que bajaba a recogerlas.
Fue una noche larga a juzgar por su relato. "Me pidió que disolviera un medicamento contra las piedras renales y que se lo diera. Eché en un vaso una dosis normal y se enfadó. Cogió el envase y lo derramó todo. A las 10 de la noche se durmió, pero todavía estaba con vida. Me tumbé en el suelo sobre una esterilla. Estaba cansado, exhausto, nervioso. Dormí unas dos horas. Cuando me desperté temprano la mañana del 10 de agosto mi padre seguía vivo, pero no reaccionaba. No se despertó más. Permanecí al lado de su cama. Su respiración se apagó y murió".
Rüdiger asegura que aquella noche el señor Doma, dueño del hotel, estaba de viaje en Alejandría. "Bajé a la recepción y le dije al portero que Tarek Husein Farid (nombre de Heim desde que se convirtió al islam) había muerto. Me acompañó a la habitación y se asustó un poco. Yo le había puesto una venda en la cabeza para que su boca quedara cerrada. Llamé por teléfono a Doma que volvió de Alejandría. Permanecí junto al cuerpo de mi padre... Vino un oficial municipal para dar fe de la muerte y documentó que Tarek Husein había fallecido. Me llamaron de la recepción donde estaba el oficial porque yo era el hijo. Tuve miedo de que todo saliera a la luz y me inventé una trampa. Me presenté con mi carné de conducir danés [había vivido y trabajado en un restaurante de Copenhague]. El oficial no hablaba inglés y dije que mi nombre era Rolf y el apellido Rüdiger...".
El viejo Heim se había convertido al islam en la mezquita Al Azhar de la Universidad de El Cairo. Recibió el nombre de Tarek Husein Farid y esa era la identidad que aparecía en su documentación y tarjeta de residencia. El oficial certificó que su hijo podía hacerse cargo del cuerpo. "Con este documento fui a ver a Doma para cumplir la última voluntad de mi padre. Su cuerpo fue lavado por dos hombres para cumplir las leyes islámicas y lo pusieron sobre una sábana blanca de lino. Condujimos por las calles de El Cairo durante horas porque en el primer y segundo hospital no aceptaron el cadáver. Por la tarde fuimos al hospital Shames el Aimi que es parte de la Universidad. Los doctores de urgencias se hicieron cargo del cuerpo y redactaron un documento donde se decía que lo había entregado su hijo Rolf Rüdiger. Expliqué a aquellos doctores jóvenes que era la última voluntad de mi padre. Le tumbaron en una cámara frigorífica en una morgue que parecía una sala de anatomía. Fue la última vez que vi a mi padre. Su última voluntad se había cumplido".
El testigo asegura que permaneció uno o dos días en El Cairo ordenando la habitación de su padre. Había libros, documentos, fotografías y correspondencia con el nombre de Ferdinand, el segundo nombre del médico de las SS que había empleado durante sus primeros años en Egipto. "Tiré las cosas que me parecían sin importancia y pedí a Doma que dejara la habitación como estaba. Le dejé dinero y los documentos que me parecían importantes los puse en una maleta de plástico dura... Insistí en que dejaran la habitación como estaba. Me hacía ilusión vivir en la habitación de mi padre cuando regresara a Egipto. El 13 de agosto volví a Alemania y llevé conmigo como único documento de mi padre su análisis sobre la declaración de los testigos [varios presos de Mauthausen que declararon contra él] porque era importante. No recuerdo haber portado más documentos".
Rüdiger asegura que comunicó la muerte de su progenitor a su tía. La hermana del nazi y la madre de ambos le habían visitado en Tánger, después de su fuga en 1962 cuando se dictó su búsqueda, y también en Egipto donde le fotografió en bañador en una playa de Alejandría. Durante años su hermana se carteó con él y le envió dinero desde Alemania.
El Carnicero de Mauthausen, hijo de un policía austriaco, conoció a su mujer alemana en 1948 y un año después se casaron. Los dos eran médicos. En 1955, 10 años después de terminar la II Guerra Mundial, se instalaron en Baden Baden, el tranquilo balneario donde las principales fortunas de Europa tomaban las aguas, jugaban a la ruleta y apostaban en las carreras de caballos. El matrimonio se acomodó en la casa de los padres de ella, un palacete rodeado de bosques en el centro del pueblo. En 1961 un policía se presentó en su casa para identificarlo: "Sí, soy Aribert Heim y trabajé en Mauthausen", respondió el ginecólogo. Tras contactar con un abogado huyó en septiembre de 1962. Cinco años después, en l967, la pareja se divorció. La ex esposa del nazi inició otra relación que perdura. Ella y su hijo Rüdiger, dedicado hoy a rehabilitar edificios en Berlín, viven en la mansión de Baden Baden.
Rüdiger tenía seis años cuando su padre se fugó. Su hermano, 12. Los dos recuerdan las miradas torcidas de sus compañeros de colegio. Su padre intentó convencer a su esposa de que se fueran, pero esta se negó. El apellido Heim pesaba demasiado en un pueblo donde todavía hoy se escucha el vuelo de una mosca. Empezaban los juicios de Auschwitz.
Rüdiger ha descrito a los jueces cuando nació su inquietud por contactar con su padre. "Este tema era tabú en la familia. En 1975, cuando terminé el bachillerato quise verle... Hablé con mi tía y le dije que quería visitarle. Yo no conocía las acusaciones concretas. Sabía que se trataba de historias referentes a eutanasia, pero sin detalles. Fui a Florencia a estudiar medicina y durante el verano viajé a El Cairo. El contacto fue posible gracias a un correo postal que tenía en la compañía Camvaro. Le anuncié mi visita y nos citamos en el Hilton. Mi último recuerdo era de cuando tenía seis años... El primer día no apareció, pero sí el segundo. Le reconocí. Estaba sentado en un café dentro del complejo hotelero. Me hizo una señal para que me sentara con él. Estuve tres semanas en El Cairo. Empezó a hablarme sobre mi aspecto porque vestía como un hippy. Ese día dejé mi hotel y me llevó al Mena House Hotel, cerca de las pirámides de Gizeh. En esa época vivía con la identidad de Ferdinand Heim... Al día siguiente me fui al hotel Scarabee, en la calle 26 de Julio... En ese hotel me alojé cada vez que iba a Egipto. Mi padre se encargó de negociar el precio".
"Empezó a contarme su vida allí. Fuimos a la Universidad de El Cairo y me presentó como su hijo. Se presentaba como suizo y hacía fotografías. Algunas las publicaron periódicos egipcios de habla francesa. Firmaba como Ferdinand. Jugamos a tenis en un club elegante en una isla de El Nilo y comimos juntos... Me presentó a dos personas: el señor Rifat, en El Cairo, que tenía unos 55 años, un amigo de negocios que trabajaba en temas inmobiliarios. Sus dos hijas tenían la misma edad que yo. Después fuimos a Alejandría donde había vivido los primeros años, desde 1963 a 1967. Allí conoció al señor Naghy, empleado turístico, al que mi padre utilizó para comprar en Alejandría un terreno en la playa Agami y un pequeño apartamento. Los extranjeros no podían comprar a su nombre. Vivía en pequeños hoteles, baratos pero limpios. Hablamos de la idea de que yo estudiara medicina en El Cairo... Mi padre me dijo que no había hecho las cosas de las que le acusaban".
Al regresar a Alemania Rüdiger destruyó su pasaporte con los visados egipcios y pidió uno nuevo en el Consulado de Génova. Estudiaba en Pisa. Dejó los estudios y se trasladó a Copenhague en 1979 donde montó un restaurante de éxito. Seguía en contacto por carta con su padre. En 1984 dejó Dinamarca, traspasó el negocio y regresó a El Cairo un año después. "Estuve dos meses. Ferdinand Heim ya era Tarek Husein Farid desde 1979 o 1980. Había vivido frente a la Oficina Postal Central, pero al cambiar su nombre se trasladó al Kars el Madina [el hotel de los Doma], a unos 10 minutos de distancia. El nombre de Heim no tenía que aparecer en su nueva vida. Hablamos sobre las acusaciones. Leí un análisis que había preparado sobre los testimonios que había contra él. Viajé a Hurgada, en el mar Rojo, para ver si había posibilidades de invertir en inmuebles. Volví vía Zurich con el análisis que escribió sobre sus acusaciones y se lo mostré a un abogado... Me dijo que mi padre no tenía ninguna posibilidad de evitar una condena. Él quería volver porque no aceptaba la acusación de haber asesinado niños, era inaceptable como ginecólogo. Después comprendió que no podría convencer al jurado". A su regreso, Rüdiger denunció otra vez la pérdida de su pasaporte.
En febrero de 1990 volvió a El Cairo y estuvo seis meses. Naghy le informó de que su padre estaba enfermo. "Fui con él al Misr International Hospital. Mi padre estaba en una cama, le habían detectado un carcinoma de recto, no operable. Le hicieron una colostomía con salida al lado izquierdo. Leía libros médicos, quería saber si su enfermedad era una sentencia de muerte". Le atendieron el doctor Baarsoum, radioterapeuta, e Ibrahim, que fue su médico de cabecera desde los ochenta. "Estuve presente en cuatro o cinco sesiones de radioterapia, Naghy compró las ampollas".
El hijo de Heim asegura que regresó a El Cairo en 1995 y que se encontró con Naghy. Se interesó por la participación de su padre en un motel en la plaza Mida Ataba y recogió documentos que demostraran su muerte. Logró la nota de su conversión al islam en la mezquita, la carta de identidad a nombre de Tarek. Dice que los autentificó el Ministerio de Salud. "En esa última visita me di cuenta de que la voluntad de mi padre no fue cumplida. Doma me habló de forma ambigua. Su dentista, Monem el Rifai, me explicó que el cuerpo fue enterrado. Pregunté dónde estaba y no recibí respuesta. Sobre los motivos solo puedo especular... Regresé con los tres documentos y dejé una copia al dentista por si fuera necesario". Este médico, según el testigo, es hoy un enfermo mental y dice no recordar nada.
El testimonio de Rüdiger concluye así: "Conservé los documentos junto a su análisis sobre los testigos que le acusaron... Quemé toda la documentación al final de octubre de 2005. Lo hice porque se investigaron las huellas de mi vida...". Además, confiesa sus confidencias con un abogado alemán al que desveló el misterio. "Me preguntó: '¿Sabe usted donde está enterrado su padre?'. Le dije que no tenía ni idea y me respondió: 'Pues si es así no habrá ninguna posibilidad de probar la muerte de su padre'. Compartí y comparto esa opinión".
¿Cuenta el hijo de Heim toda la verdad? El abogado del nazi pide que se cierre el caso, pero los jueces de Baden Baden siguen investigando. El misterio continúa.
La herencia del Doctor Muerte
Un juzgado de Berlín ofrece a los hijos de Aribert Heim, médico de las SS, recuperar su herencia
El mayor se niega recibir nada de su padre y el pequeño acepta el legado, de un millón de euros
José María Irujo 16 JUN 2013 - 00:00 CET
El cuerpo de Aribert Heim, el Doctor Muerte, continúa sin aparecer, pero, al menos, acaba de aflorar su herencia: un millón ochenta y ocho mil euros. Ese es el legado económico que el criminal nazi más buscado ha dejado a sus herederos. Un juzgado municipal de Berlín acordó el pasado 3 de abril aceptar el óbito del Carnicero de Mauthausen —desaparecido durante décadas y declarado muerto hace solo nueve meses—, examinar los documentos sobre sus últimos deseos y preguntar a sus dos hijos si aceptan el dinero: Rüdiger, de 57 años, soltero, ha respondido que sí. Su hermano Aideberg, de 63, casado, ha contestado con una negativa. No quiere recibir nada del hombre acusado de asesinar a 300 presos con inyecciones de benceno en el corazón en el siniestro Revier, enfermería, del campo de Mauthausen.
Los hermanos Heim han mantenido una posición muy diferente desde que su padre se fugó de Alemania cuando ellos tenían seis y doce años. El menor contactó con él en su secreto refugio en El Cairo (Egipto), le ayudó, visitó varias veces y acompañó durante sus últimos días de vida. Creyó en su inocencia y mintió sobre su paradero. El mayor no quiso saber nada de su progenitor ni volvió a verlo jamás. Dos actitudes distintas frente al mismo padre. “Me ha dicho que no quiere nada de él y así lo hemos comunicado al juzgado”, afirma Rüdiger de su hermano.
Después de una búsqueda infructuosa que duró 50 años, el juez Neerforth cerró el pasado mes de septiembre la búsqueda de uno de los hombres más odiados y perseguidos de Alemania. Documentos aportados al juzgado por Freitz Steinaker, de 91 años, abogado y amigo del nazi, y por Rüdiger Heim, su hijo menor, demostraron que el Doctor Muerte falleció en agosto de 1992 en El Cairo (Egipto) a los 78 años víctima de un cáncer de colon. El apuesto médico de las SS murió en los brazos de Rüdiger, el que ha aceptado la herencia, en su habitación del hotel Kars el Medina, donde vivió escondido bajo el nombre de Tarek Hussein Farid, identidad que adoptó cuando en 1980 se convirtió al islam. Los dueños del hotel, la familia Doma, asegura haber visto su cadáver.
El 5 de mayo de 1962, poco antes de su fuga, Aribert Heim redactó una breve nota fechada en Fráncfort bajo el título de “mis últimas voluntades” y un texto que dice así: “Mis herederos tienen que ser mis hijos, al 50% cada uno”. En su herencia excluyó a Frield, entonces su esposa. El testamento estaba en una vieja maleta de cuero, con documentos, en la que el nazi guardaba sus recuerdos en el refugio de El Cairo.
El origen de Aribert Heim era humilde. Su padre era policía y su madre ama de casa, austriacos. Al terminar la guerra, el médico de las SS fue detenido y sometido a un proceso de desnazificación en una mina de sal de los Aliados. En 1947 quedó libre, conoció a Frield, una médica perteneciente a una rica familia alemana, y se casaron. Los Heim se instalaron en un precioso palacete de los padres de ella en Baden Baden y ejercieron de ginecólogos. Luego llegaron Aideberg y Rüdiger, que solo tenían doce años y seis años cuando un policía apareció en su casa y comenzó a hacer preguntas sobre la estancia del doctor en 1942 en la enfermería de Mauthausen. Heim huyó y se esfumó para siempre. “Mi madre no tenía problemas económicos. Poseía medios y no dependía de mi padre. No me parece extraño que no apareciera en ese testamento”, responde Rüdiger. Los Heim se separaron en 1967, cinco años después de su fuga. Frield inició una nueva relación en Baden Baden que ha durado hasta ahora.
Además del viejo testamento de 1962 encontrado en la maleta de El Cairo, el juzgado de Berlín acaba de recibir el original de otro legado nuevo. Está fechado en 1980, y Heim ordena en él dejar las tres cuartas partes de su herencia a Frield, su exesposa, y el resto a sus dos hijos a partes iguales. Pero, Frield, una mujer amable que hasta hace muy poco atendía al teléfono, falleció el pasado mes de diciembre, a los 90 años, en su casa y acompañada de su hijo Rüdiger, que ha convivido y cuidado de ella hasta su muerte. El nuevo testamento contempla la entrega de otros bienes a unos familiares. Heim tuvo una hija de otra relación que vive en Chile.
El millón ochenta y ocho mil euros que ofrece al juzgado municipal a los hermanos Heim procede de un edificio de Berlín con 34 apartamentos de alquiler que el Doctor Muerte había comprado en 1958. Cuando en 1979 se formalizó la acusación del tribunal de Baden Baden contra el criminal nazi, la justicia embargó el inmueble. Un tribunal de Berlín creado por los Aliados al terminar la Segunda Guerra Mundial y facultado para expropiar a los nazis le multó con 510.000 marcos alemanes, el valor del edificio en aquella época, pero el tribunal de Baden Baden no consintió la venta. El abogado Karlheinz Sendke, tutor en ausencia del Tribunal de Tutelas de Berlín, administró la propiedad. “Siempre creímos que el patrimonio de mi padre se había perdido”, dice Rüdiger.
La presión de los vecinos por el estado del edificio logró que el tribunal de Baden Baden levantara el embargo en 1988 y lo vendiera. El dinero se invirtió en fondos y acciones que alcanzaron 1,4 millones de marcos y que han permanecido embargados. Una llamada, en marzo de 1997, de Alexander Dettling, el policía de Stuttgart que seguía la pista del Doctor Muerte por todo el mundo, descubrió a la familia la existencia del dinero: “Quiero comunicarle que hay una cuenta a nombre de su padre en Berlín por valor de 1.400.000 marcos. No quiero comprarle, pero si su padre está muerto sus herederos cobrarán el dinero”, le dijo a Rüdiger.
Desde entonces Rüdiger ha tardado 13 años en decir la verdad. La confesó en 2010 al juez Neerforth, meses después de haber negado a EL PAÍS conocer el paradero de su padre. “Creo que mi padre cambió el testamento porque los apartamentos de Berlín los compró con un crédito avalado por mi madre. Era justo que ella fuera la mayor heredera”, afirma.
Las 21 cartas que Heim envió desde Egipto a sus familiares —todas con nombres en clave— revelan la preocupación que tenía sobre cómo aceptarían sus hijos los horrores que le achacaban testigos de la enfermería de Mauthausen. “No entiendo a la madre de los niños. Debería tener más madurez para activar la autoestima de nuestros hijos y para promover la independencia de alma y espíritu en su entorno. Sería difícil en una situación de pobreza, pero no es el caso”, reprochaba en una misiva del 24 de diciembre de 1982.
Aideberg, el hijo mayor, no volvió a ver a su padre. Le escribió una carta de despedida cuando supo por su hermano que le quedaban semanas de vida. Estudiaba medicina cuando se hicieron públicas las acusaciones. “Le afectó mucho. Nunca ha querido saber nada”, explica Rüdiger, el hijo menor, que todavía defiende a su padre. “La verdad judicial y la verdad de mi padre son diferentes”, esgrime.
La acusación fue redactada cuando el médico de las SS llevaba 17 años huido en Egipto y su introducción decía así: “Seleccionó a presos sanos, jóvenes y judíos para un tratamiento especial tanto en el campo como en la enfermería. Con la colaboración de otros funcionarios presos y ayudantes de la enfermería, los anestesió con éter y cloroformo para simular un examen médico. En este estado de desamparo les aplicó con sus propias manos una inyección de cloruro de magnesio en el ventrículo del corazón que tuvo el efecto esperado de la muerte inmediata de la víctima”.
¿Qué va hacer con el dinero? “No lo sé, necesito analizarlo”, responde Rüdiger.
La revelación sobre uno de los peores criminales nazis: un documento confirmaría que el "Doctor Muerte" vivió en Uruguay
20/02/2019
Se cree que Aribert Heim fue médico en Paysandú. Encontraron una solicitud de permiso para ingresar desde Uruguay a Brasil.
Un documento encontrado por el diario El País de Montevideo refuerza la hipótesis de que Aribert Heim, uno de los criminales nazis más buscados, vivió en la localidad de Paysandú, cerca de la Colón.
Conocido como "Doctor Muerte", Heim fue un capitán médico de las SS acusado de crímenes contra la humanidad por las atrocidades cometidas en los campos de concentración de Mauthausen.
Durante los dos meses que estuvo allí, asesinó a 300 presos con inyecciones de benceno en el corazón. También realizó experimentos y operaciones innecesarias. Además, decapitó a dos de sus víctimas y convirtió sus cráneos en pisapapeles.
El documento encontrado por El País que probaría su presencia en la costa del Río Uruguay es una solicitud de permiso para ingresar desde Uruguay a Brasil de un tal doctor Enrique Klugkist, quien se cree era en realidad Heim.
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