Svetlana Alexiévich, o la gran oreja de las soviéticas en la guerra
28 de noviembre de 2015
El rostro no tiene nombre de mujer, de Svetlana Alexiévich, es un libro coral que recoge decenas de testimonios de las mujeres soviéticas en los campos de batalla, pero también fuera de ellas.
Se llamaba Valentina Pávlovna Chudaeva. Era siberiana, sargento y comandante de una unidad de artillería. "Nadie dispara sin que haya odio en su interior", le dijo, segura de sí misma y llena de recuerdos, un día de los años 70, a la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich. Solo ella evoca, a lo largo de las casi 400 páginas de La guerra no tiene rostro de mujer, un texto del escritor soviético Ilya Ehrenburg titulado Mata, escrito en 1942, por el que muchos alemanes (no pocos de ellos también neonazis, como se puede leer en decenas de foros en internet) condenan al autor de En busca de Chéjov, al hacer una apología de la muerte.
"Recuerdo cómo durante las clases de política nos leían el artículo de Ilya Ehrenburg Mata. Cuando encuentres un alemán, mátalo. Era un artículo famoso, todo el mundo lo leía, se lo aprendía de memoria. [...] ¡Disparar! ¡Disparar! Tenía que vengarme...", dispara otra vez la mujer treinta años después del fin de la guerra. Su padre había muerto en el frente. Necesitaba saldar las cuentas con esa muerte.
Esta es nada más que una de las decenas de historias contadas por la reciente ganadora del Premio Nobel de Literatura en su libro que, luego de treinta y siente años de su primera edición y once de las últimas adendas hechas por la escritora, desde este mes pueden los lectores hispanohablantes tener en sus manos.
No es del todo exacto decir que los testimonios son contados indirectamente por Alexiévich, como generalmente suele suceder en el género de la crónica a que estamos acostumbrados. En ella el periodista recoge relatos, los coteja con otras fuentes, y finalmente escribe un texto en el que la voz de los protagonistas está diluida en la propia prosa de quien ha hecho acopio del material. "¿Con qué palabras se puede transmitir lo que oigo?", se preguntó ella cuando iba dándose cuenta de que la profusión de historias en torno a una realidad que nunca había sido tomada en cuenta como materia histórica específica, comenzaba a salir a borbotones hasta superar sus propios cauces en materia de escritura. Entonces encontró el libro de Alés Adamóvich, Soy de la aldea en llamas –sin traducción al castellano– y su lectura resultó en una conmoción que ella misma se adelanta a comparar solamente cuando descubrió a Dostoievski, el gran novelista ruso al que Jorge Luis Borges identificó como el implacable buceador en las procelosas aguas del "alma eslava". Las voces de la vida cotidiana construían el libro de Adamóvich. Ella haría lo mismo, pero le daría directamente el micrófono a sus fuentes, a las mujeres que habían participado, en diferentes esferas de la acción pública y privada, de los años de la Segunda Guerra Mundial, del asedio de los alemanes, del hambre, de la muerte, del rechazo y la persecución hacia Alemania, de la Victoria final, a la que los soviéticos le daban una entidad intocable.
Toda oídos
Es esa entidad la que, entre otras cosas, no había permitido que se escribiera hasta entonces un libro sobre cómo habían vivido y sufrido la guerra las mujeres. Porque la Historia, con mayúscula, hace referencia a las batallas y los grandes hechos que terminaron con el triunfo. Nada de las "simples" cosas que encierra una secreta complejidad. Además, "todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la 'voz masculina'", dice Alexiévich. Por ello, La guerra no tiene rostro de mujer es un libro contra la guerra, pero sobre todo un mosaico de voces contra una visión incompleta, arbitraria e invisibilizadora de la guerra.
Por ello, la autora se convirtió antes que cualquier otra cosa en aquello que, de hecho, está en la esencia del periodismo: toda oídos, toda indagación. "Textos. Textos. Los textos están en todas partes. En los apartamentos de la ciudad, en las casas del campo, en la calle, en el tren... Estoy escuchando.... Cada vez me convierto más en una gran oreja, bien abierta, que escucha a otra persona. 'Leo' la voz", dicen en la introducción y, de una manera a la vez ética que estética, Alexiévich deja sentada de entrada cuál será su papel a lo largo de todo el libro: con breves y precisos textos preliminares antes de cada capítulo y, a veces, en los intersticios de las demás voces, Alexiévich transcribe de manera literal lo que le dijeron esas mujeres durante su investigación. Pienso en Osvaldo Soriano, quien en El reposo del Centrojás le dio entera la voz al futbolista Obdulio Varela, sin ninguna interrupción por parte suya.
La técnica está multiplicada por cien en Alexiévich. El resultado es un coro amargo, por momentos feliz, hiriente, de mujeres que recuerdan unos años en los que ser mujer era una de las formas de la pena, pero también del heroísmo y la valentía, por supuesto.
Aquella soldado que cuenta cuán feliz se pusieron las mujeres cuando, hacia el final de la contienda, recibieron por primera vez ropas íntimas de mujer, que se desprendían los otros atuendos para que se vieran los nuevos, y que después luchaban cuerpo a cuerpo con los alemanes, y escuchaban cómo crujían los huesos al quebrarse, resume, de una forma extrañamente híbrida, cómo se sentían las soviéticas en el frente: una coquetería solo aparentemente inútil como prefiguración del dolor de ser testigos y protagonistas directos de la muerte, la propia y la de los otros.
Abandonar la voz propia para desaparecer textualmente es un ejercicio de humildad periodística que no se ve demasiado, sobre todo, en nuestros tiempos de estrellas de la pluma en periódicos y libros de crónicas. No es necesario por ello impugnar la capacidad literaria del periodismo contemporáneo.
Solo es urgente recordar, como lo hace Alexiévich en este libro sobre mujeres, que tan recomendable es que lean los hombres todos, que la savia de una escritura en la que los otros son lo más importante radica en la maestría para estar en donde aparentemente no se está, para estar mágicamente en esas emotivas, desgarradoras y por momentos divertidas historias en primera persona que la escritura de Alexiévich eterniza en su libro.
No se me ocurre otro elogio superior que ese.
Fuente: http://www.ultimahora.com/svetlana-alex ... 48915.html